El primero y el segundo, miraron al tercero; el cual no había emitido palabra alguna en la conversación.
El tercero asintió con su cabeza, para confirmar que podían proseguir con el diálogo. Se había mantenido en silencio y expectante ante la negociación que tenían sus amigos con aquella señora de cara cubierta por la máscara. Era el que mejor conocía al cuarto, que era el más poderoso, misterioso y el de más difícil carácter y al que le harían el obsequio de una las mariposas del distinguido y exitoso burdel. Sin embargo, no había tenido más opción que colaborar con ellos. Por lo general usaba gafas que adornaban su dócil rostro, pero en esta oportunidad se había puesto lentes de contacto. Parecía incómodo en el sitio, como si no quisiera estar ahí, y como si no estuviera de acuerdo en lo que estaban por hacer, y era así, ya que había manifestado su oposición respecto a este de regalo tan degradante, pues sabía que aquel no era partidario de este tipo de asuntos de trata de blancas. Era neutro, por eso no había mencionado ni una sola palabra de su boca; dejaría que ellos se encargaran y se limitaría a hacer lo que debía. Sin embargo, debido a infortunas circunstancias, estaba obligado a ayudarlos. Era por eso que tuvo que confesar los gustos y preferencias del cuarto. Aunque, esto implicara, que lo estaba traicionando, pero era en contra de su voluntad, porque por su propia mano, jamás le hubiera sido desleal al verdadero líder de los que allí estaban. Era como un golpe de Estado, para derrocar al futuro emperador que gobernaría a todos. Estaba seguro de que lograría su cometido. Aunque debiera esperar algunos años más, conseguiría alzarse en el trono.
—Nuestro amigo tiene gustos muy peculiares y estrictos —dijo el primer joven, dando un paso al frente; acercándose al escritorio de la Madame. Era el que estaba al mando, cuando no estaba el más rico y poderoso de los cuatro—. Es serio, aburrido, seco, directo y su sentido del humor es nulo, nunca lo visto expresar un gesto de alegría, porque perdió su sonrisa al nacer. —Río a sonoras carcajadas. La ruina del otro, era su satisfacción y su placer—. Es estricto y calculador. Así que, queremos a una mujer de entre treinta o treinta y seis años de edad, graduada de alguna carrera universitaria, para que pueda mantener una conversación de interés.
—Eso no es problema. Algunas de mis mariposas están en ese intervalo de esa edad. Pero la lista se reduce, si tiene algún título profesional —dijo la Madame, con seriedad; sus opciones se volvían más pequeñas, de manera considerable, más de la mitad, puesto que la mayoría no tenían ningún título profesional o las que lo tenían, ya no eran puras.
—Virgen —comentó el segundo, con semblante astuto y lleno de arrogancia. Una mujer casta, después de los treinta, no era imposible de ver o de encontrar, pero sí, muy difícil de hallar y más en estos tiempos modernos, pues si una chica expresaba que ería llegar pura y entregarse al hombre que amaban; las mismas mujeres las tachaban de tontas y anticuadas.
La Madame se acomodó en su silla de escritorio; no recordaba que alguna de sus mariposas fuera casta, después de los treinta. La expresión fina y segura, se apagó por un breve instante. Sin embargo, no mostraría que no tenía una disponible en el momento, porque podría conseguirla. La suerte siempre estaba de su lado y le ayudaba a obtener lo que quería. O eso era lo que esperaba, ya que era una apuesta en la que podía perder mucho más que solo dinero, puesto que su reputación también estaba en juego y no podía arriesgarse a manchar su buen nombre, ya consolidado en este mundo exclusivo y perverso del que gozaba un excelente puesto en la cadena jerárquica.
—Esos requisitos aumentarán el precio normal, hasta cinco o diez veces más —dijo la Madame, sin inmutarse ante la situación. No había llegado hasta donde estaba, por dejarse superar por los problemas—. Una virgen de treinta años. Es mucho tiempo manteniéndose inmaculada, ¿no lo creen? Y más en esta época, que está llena de libertinaje, rebeldía y pasión adolescente.
—Claro que lo sabemos —dijo el primero, con expresión perspicaz y engreída. Hizo una seña con su mano, y el tercero, quien sostenía el maletín, lo puso sobre la mesa y lo abrió; mostrando, tal como la Madame lo había deducido, paquetes de dineros, ordenados y con sellos relucientes. Las oscuras pupilas de la despreciable mujer, se dilataron al ver tal obra maestra, que estaba en ese pequeño, pero asombroso portafolios. Apretó las piernas, por el hormigueo y el ardor, que le provocaba verlos. Sus mejillas se acolaron y su respiración se aceleró. Se excitó, tan solo mirando los paquetes de billetes. Respiró con lentitud, como si estuviera catando una copa de vino. La exquisita fragancia se coló por sus fosas nasales e inundó cada rincón de su madura anatomía—. El dinero no es inconveniente para nosotros. Lo que más deseamos es darle el mejor obsequio de graduación a nuestro amigo. Será una inversión a largo plazo —comentó con hipocresía.
—Esto es un adelanto —dijo el segundo, con orgullo y tranquilidad, como si solo estuvieran entregando un dulce a una niña, para que ella lo intercambiara por un objeto de mayor valor —. Cien millones de dólares, que podrán ser suyos de manera inmediata, si nos asegura que nos brindará lo que buscamos. Por supuesto, queremos el servicio completo.
El sentido común y la razón de la Madame, le decía que debía negarse, ya que ninguna de sus damas cumplía con esos requisitos. Pero, su avaricia y su alma codiciosa, le susurraban al oído: sí; como la armoniosa melodía de una sirena, que encantaba a los marineros, para devorarlos sin piedad. Una virgen de treinta. ¿No era mejor una casta de dieciocho o diecinueve? ¿Por qué una madura de treinta que no hubiera tenido relaciones en tantos años? En verdad, había gente rara el mundo que tenía unos gustos muy peculiares y raros. Aunque, eso no era nada comparado con lo que había tenido que atestiguar. Solo que era bastante difícil de conseguir y menos en estos tiempos tan libertinos en que las mujeres eran más atrevidas y lanzadas, tanto o más que los hombres.
—Así es, nada más nos importa que sea una noche inolvidable, para nuestro estimado amigo. ¿Tenemos su palabra? Esperamos su respuesta, Madame —dijo el primero, viendo como la mujer que, a pesar de ser mayor, a través del antifaz se podía notar la belleza, que todavía ostentaba. Aún conservaba atributos envidiables y una belleza considerable. La larga cabellera castaña y los ojos marrones, seguían desprendiendo el fuego del deseo.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó la Madame, siendo tentada por esa fortuna, que estaba tan cerca y a la vez tan lejos, porque todavía no eran de ella—. Claro que tenemos un trato. Su amigo pasará la mejor noche de su vida. Tengan eso por seguro. Yo mismo me encargaré de preparar la más increíble velada, que hasta los mismos reyes le tendrán envidia. Es una promesa, y yo siempre las cumplo.
—Eso, mi hermosa —dijo el segundo, con voz halagadora y expresión de victoria—. Se oye muy prometedor. Firme aquí, por favor. Entenderá que necesitamos garantías en un negocio de tal magnitud. —Le entregó el documento—. Solo colocando su nombre, esto será suyo, y no es nada comparado, con el resto del pago.
La Madame, con una extensa en incontrolable sonrisa en sus labios pintados de rojos, firmó el contrato sin leerlo, pues como si una niebla tensa se hubiera puesto frente a sus ojos, fue cegada por su avidez. La enorme posibilidad de tener en su poder esos millones, que nada más podrían ser suyos, solo si plasmaba su nombre en simple papel, con una costosa pluma, por supuesto. Nada de baratijas.
—Eso es todo por ahora, Madame —dijo el primero, cubierto por un aura oscura y malvada. Era el segundo al mando, y eso le molestaba; envidiaba y le tenía celos al más rico de ellos, y haría lo que fuera necesario, para usurpar el trono, la corona y el imperio de su “amigo”. Pero, la destrucción de grandes reinos y la caída de soberanos, no se daba de la noche a la mañana; todo debía hacerse con prudencia y con cautela, hasta el momento oportuno en el que se cortaba la cabeza del monarca, para que no correr riesgo. Eso, además de asegurarse de que no tuviera descendientes que pudieran alzarse con autoridad, para reclamar el poder—. Tenemos un trato. —Se dio media vuelta y cruzó miradas con sus dos amigos. Razonó por un breve momento lo que iban a hacer; ya que estaban en el afamado y clandestino burdel de los millonarios, podrían obtener un gustoso servicio—. Un asunto más —comentó con sagacidad—. Pediremos alguna de sus mariposas, para nosotros dos.
El primero moldeó una perversa sonrisa. Ahora, que su plan había dado inicio, podía distraerse un poco con las sucias rameras, que se autollamaban, de forma elegante, que eran damas de compañías. “Damas”. Sí, claro, como no; ellas tenían lo de señoras, que lo que él tenía de santo: nada. No eran más que promiscuas que se revolcaban con cualquiera por unos miserables dólares, a los que él tenía de sobra en su cuenta bancaria, tanto para repartir a todas las escorts del mundo.
—Los resultados de los exámenes, no son nada alentadores —dijo el doctor, con semblante serio, tal como su profesión lo ameritaba al momento de dar una noticia de tal magnitud. Lucía, su bata blanca, sin manchas y con sus logros académicos en cuadros colgados en la pared de su consultorio. Los lentes que tenía puesto reflejaron por un instante a la paciente que le estaba hablando. Sintió tristeza, porque ella era su amiga—. Lamento informarle, que su madre tiene cáncer de mama. Lo siento mucho, Hellen.Hellen Harper, una mujer de cabello castaño oscuro y ojos azules celestes, como una clara y resplandeciente piedra de aguamarina, percibió como su realidad se derrumbaba el escuchar las palabras del doctor. Sus manos temblaron y un frío le recorrió las piernas. Un pitido resonaba en su cabeza y se sintió mareada, sin aliento y sin fuerzas. ¿Cáncer? Cuando alguien oía esas palabras tan fuertes, se quebraban en todos los sentidos existentes y no existentes, a nivel físico y emocional; no
Las pupilas de Hadriel se ensancharon al oír la gravedad de los hechos. Si había sucedido algo terrible, su imagen estaría en las noticias y sus rivales aprovecharían, para quedarse con el control de la compañía. Algunos que decían ser sus amigos. Mas, solo buscaban su caída. Se quitó el cinturón de seguridad con increíble destreza. Se puso una mascarilla oscura, similar a las quirúrgicas; era prudente y cauteloso, pues así sería más complicado de obtener una toma limpia de su rostro. Bajó la manija de la puerta del coche y salió sin titubear; dudar de sus decisiones no era su estilo; si había pensado en ejecutar o realizar algo, lo haría hasta el final. Avanzaba con su mandíbula tensa y su semblante rígido. Estaba a la expectativa de observar lo que había ocurrido. Si salía huyendo e identificaban las placas del vehículo, sería mucho peor. No hacía nada, solo por hacerlo. Aunque no quería verse envuelto en un incidente de autos, tampoco le gustaba lastimar o herir a las demás persona
Hellen encontró el peatón que buscaba. Miraba la figura de la señal de tránsito, esperando que se colocara en verde. Los segundos, se le hicieron una eternidad, hasta que por fin se cambió de color. Sí, aunque no fuera con nitidez, se acordaba del sitio exacto donde se había caído. Pero, por más que miraba, no la veía por ningún lado.—No está —dijo Hellen, con preocupación—. No está. —Repetía, con apuro.—¿Qué es lo que no está? —preguntó Howard, sin entender lo que estaba pasando.—Mi pulsera de mariposa. —Hellen le mostró la muñeca, sin nada, y eso era la novedad, ya que desde que su madre se la dio, siempre la llevaba puesta—. Fue mi regalo de quince años y la he perdido.—Muchas personas pasan por aquí. Es muy probable, que alguien la haya visto y la haya agarrado. Lo siento —dijo Howard, pasando cerca a su hermana—. Nuestra madre te espera. Quiere saber el resultado de los exámenes. Regresemos, la luz está por cambiar; no queremos que suceda un accidente.Hellen, resignada, sigu
—¿Qué has dicho? —preguntó Dahlia, al escuchar el susurro de su hija, pero no había entendido lo que había dicho.—Nada, madre —respondió Hellen, disimulando su interés—. Pensaba en voz alta.Hadriel estaba sentado en el escritorio de su oficina. Buscaba en su computadora el simbolismo de la mariposa, mientras sostenía en sus manos la pulsera trenzada que había encontrado en el asfalto y que sin ninguna duda era de aquella mujer de ojos dolientes y piel pálida.—Transformación constante, gracias a su proceso de metamorfosis —dijo Hadriel, para sí mismo. Su semblante estaba lleno de curiosidad—. ¿Quién eres, mujer mariposa? —susurró.Hellen trataba de hallar una solución a su nefasta suerte. Estaba en los pasillos del hospital. Sostenía un vaso desechable y lo llenaba, utilizando el dispensador de agua. Bebió un trago y refrescó su garganta. Ganarse la lotería, era muy poco probable. Necesitaba algo que fuera contundente y que dejara grandes ganancias. Suspiró, sin ánimo. A su cabeza n
Al día siguiente, Hellen dejó todo preparado desde la mañana en la casa, para poder ir a donde vivía su tía, aunque le gustaba que la llamaran madrina. Advirtió a sus hermanos, que podría demorarse. Utilizó el servicio del bus, porque los taxis cobraban muy caro. Al final, tuvo que caminar, porque no llegaba hacia el sitio donde iba. El sol intenso la acaloraba. Los pies, ya la ardían, por el asfalto caliente. Sin embargo, el propósito que la motiva a seguir avanzando, era mucho más fuerte, que cualquier malestar que pudiera sentir. La seguridad de la casa se notaba, con el número cuerpo de vigilantes, custodiaban la bella arquitectura.—Buenos días —dijo Hellen, saludando al corpulento e intimidante vigilante que estaba en la caseta de gran tamaño.Hellen sabía que a su madrina le gustaba exhibir su riqueza desde lo menos vistoso, hasta lo más importante que tenía. Era por eso que su mansión resaltaba a la vista.—Buen día. ¿Necesita algo? —interrogó el guardia, con una voz ronca y á
Hellen amaneció acostada en su cama, solo con un suéter sin sujetador y un pequeño short. Estaba cansada y adolorida. Cada extremidad de su cuerpo le pesaba. Casi no podía respirar, ni abrir los ojos. Estornudó de manera repentina. Se tocó la frente con el dorso de su mano y sintió su piel caliente. Soltó un resoplido, lo menos que necesitaba en esos momentos era resfriarse. Se arropó con la sabana, porque el frío le molestaba en sus articulaciones.—Hellen, ya va a ser mediodía. ¿No te vas a levantar? —preguntó su hermana menor, entrando a la habitación.—Me siento mal, Hellan. ¿Puedes traerme una pastilla?—Tú nunca te enfermas. ¿Te mojaste ayer? No sé a qué hora regresaste.—Ni yo —respondió Hellen de forma vaga y sin ganas de hablar, porque le empezaba a dar una rasquiña en su garganta y comenzaba a sentir un dolor de cabeza. Detestaba las migrañas, de cualquier tipo, podría soportar la gripa, la fiebre, el frío, pero las cefaleas eran su talón de Aquiles, ya que no la permitían h
La señora Radne se dispuso a alistarse para ir a visitar a su ahijada. Era su sobrina, pero no tenían el mismo apellido; en la etapa más sombría de su vida había sido una Harper, pero eso era cuestión del pasado. Ahora era Radne Loveall, la distinguida Madame del jardín del Edén. Había puesto en ese cargo, bajo la única persona que admiraba y respetaba, como si fuera un dios, y él que la había bautizado con su nuevo nombre, para ocupar el puesto de administrado del establecimiento mundano. Preparó dos carros y compró algunos aperitivos y bebidas para llevar. Después de todo, no podía ir con las manos vacías, y menos a ver a su niña tan linda. Rápido, se encontraba en la humilde casa de su hermana, Dahlia Harper. Aunque, ella no se encontraba allí, ya que estaba en el hospital. Hizo una mueca de asco al recordar que había vivido en esa pocilga. Gracias a la diosa de la fortuna, ya he logrado salir de aquí, pensó. Iba a tocarla por su cuenta, pero había de estar sucio; eran pobres y deb
—No creo que seas capaz —dijo Radne, con astucia—. No creo que tengas la suficiente convicción de salvar a tu madre para hacer lo único que puede salvarla—¿Qué es? —preguntó Hellen, con sumo interés. Aunque ya estaba haciendo idea de lo que podría ser, luego de que le hiciera esa pregunta de si había estado con un hombre.—Verás, administro un burdel y necesito y un cliente ha hecho una solicitud especial. Necesito a una virgen de treinta años —dijo Radne, si expresaba su secreto, Hellen creería que le tenía confianza, pero solo una manera de persuadirla o manipularla. Se estaba aprovechando de la necesidad de la pobre. ¿Y? El mundo era un lugar aterrador—. Es para un hombre poderoso y millonario que te dará mucho más del dinero que necesitas. Lo único que tienes que hacer es ser tierna con él, por una sola noche. Es decir, debes acostarte con este magnate y darle tu virginidad.Hellen se mantuvo mirando lejos, como si estuviera ida. Suspiró de forma automática, puesto que eso era lo