El despacho era un espacio íntimo, con las paredes cubiertas de estanterías llenas de libros y una gran ventana que permitía que la luz suave de la mañana iluminara el lugar. El ambiente olía a papel antiguo y cuero, y el escritorio de roble macizo en el centro de la habitación era el punto focal, imponente y lleno de carácter, como el hombre que lo utilizaba. Hadriel cerró la puerta detrás de ellos con un suave clic, sellando el mundo exterior en un gesto casi simbólico. Entre esas cuatro paredes, no existía nada más que ellos dos, su deseo y el ineludible poder de la pasión que los consumía.Hellen, aún ligeramente sonrojada por la urgencia con la que habían dejado la cocina, no pudo evitar morderse el labio al sentir la presencia de Hadriel tan cerca. Su mirada la devoraba, y el calor que emanaba de su cuerpo era suficiente para hacerla temblar de anticipación. No había duda alguna en su mente de lo que vendría, y en ese momento, lo único que deseaba era rendirse completamente a él
Hadriel, Hellen y los gemelos viajaron a Alemania para visitar la tumba de su padre. El cielo gris de Alemania estaba cubierto por un manto de nubes bajas que anunciaban la llegada de una llovizna suave. Hadriel caminaba lentamente por el camino de grava que conducía a la tumba de su padre, sus pasos pesados reflejaban el peso de las emociones que lo invadían. A su lado, Hellen avanzaba con la misma reverencia, sosteniendo la mano de uno de los gemelos, mientras el otro se aferraba a la mano de su padre. Era un momento solemne, cargado de significado y recuerdos.Al llegar al lugar, Hadriel se detuvo frente a la tumba de su padre. La lápida, sobria y elegante, estaba rodeada de flores marchitas que habían sido colocadas durante su última visita. Con un suspiro profundo, se agachó para quitar las flores viejas y hacer espacio para las frescas que habían traído. Las manos de Hadriel temblaban ligeramente mientras arreglaba las flores, su mente inundada por una oleada de sentimientos e
Mientras ayudaba a atender a los clientes, rodeada por las sonrisas de sus gemelos, la calidez de la tienda y la energía de la multitud, Hellen se sintió más viva que nunca. Cada rincón de la dulcería estaba impregnado de sus esfuerzos, de su dedicación, y eso la llenaba de un orgullo indescriptible. Este no solo era su negocio, era una manifestación tangible de todo lo que había luchado para alcanzar, de todo lo que había superado. Ver a las personas disfrutando de los helados, chocolates, pasteles y bebidas que con tanto amor había creado era la recompensa más dulce.Hadriel estaba a su lado, con una sonrisa que le iluminaba el rostro, y en ese momento, Hellen sintió que todo había valido la pena. No era solo la dulcería, no era solo el éxito del negocio, era el hecho de que había encontrado la felicidad verdadera, una felicidad que no creía posible después de todo lo que había vivido. Hadriel había sido su apoyo, su roca, su guía, y ahora, mientras observaba cómo interactuaba con l
El lugar estaba lleno de vida. Era una vida suave, cálida, que envolvía los corazones con la certeza de que allí, entre esas paredes, todo estaba bien. Hellen había estado preparando la sorpresa durante semanas, coordinando cada detalle con paciencia y cariño. Desde que Hadriel se había convertido en parte de su vida, y luego en el padre de sus hijos, todo lo que ella había soñado se había hecho realidad. No solo porque ahora tenía una familia hermosa, sino porque en cada gesto de Hadriel, en cada sonrisa, ella veía reflejada la promesa de un futuro lleno de amor.La mañana de la sorpresa llegó con un aire de complicidad entre Hellen y los gemelos. Sus pequeños, tan llenos de energía y alegría, no podían contener la emoción por lo que estaba por suceder. Estaban vestidos con sus mejores ropas, correteando por la sala con risas nerviosas. Howard, siempre el más curioso, tenía una sonrisa traviesa en los labios mientras observaba a sus hermanos, sabiendo bien que él también era parte de
—Quisiéramos a la mejor de sus mariposas —dijo uno de los tres jóvenes, que vestían limpios y costosos trajes de sastre de tonalidad negra.Eran amigos, descendientes de familias adineradas y poderosas. Estaban allí para contratar a una dama de compañía; no una cualquiera, sino que, tenían unas particulares condiciones. Además, no era para ninguno de ellos, puesto que reservaban para un cuarto hombre, que no hacía acto de presencia en esta reunión, por la simple razón de que no tenía conocimiento de lo que querían hacer. Sería más como una sorpresa y un regalo especial. Además, cada uno tenía tapada la cara con un antifaz, así como la anfitriona del sitio, ya que proteger la identidad de los clientes y empleadas era necesario para el trabajo.El trío de muchachos se encontraba en un espléndido despacho, que más parecía la misma oficina presidencial, debido a la elegancia, limpieza y extravagancia del lugar, que había sido organizada, nada más con el objetivo de mostrar que le hacía ho
El primero y el segundo, miraron al tercero; el cual no había emitido palabra alguna en la conversación.El tercero asintió con su cabeza, para confirmar que podían proseguir con el diálogo. Se había mantenido en silencio y expectante ante la negociación que tenían sus amigos con aquella señora de cara cubierta por la máscara. Era el que mejor conocía al cuarto, que era el más poderoso, misterioso y el de más difícil carácter y al que le harían el obsequio de una las mariposas del distinguido y exitoso burdel. Sin embargo, no había tenido más opción que colaborar con ellos. Por lo general usaba gafas que adornaban su dócil rostro, pero en esta oportunidad se había puesto lentes de contacto. Parecía incómodo en el sitio, como si no quisiera estar ahí, y como si no estuviera de acuerdo en lo que estaban por hacer, y era así, ya que había manifestado su oposición respecto a este de regalo tan degradante, pues sabía que aquel no era partidario de este tipo de asuntos de trata de blancas.
—Los resultados de los exámenes, no son nada alentadores —dijo el doctor, con semblante serio, tal como su profesión lo ameritaba al momento de dar una noticia de tal magnitud. Lucía, su bata blanca, sin manchas y con sus logros académicos en cuadros colgados en la pared de su consultorio. Los lentes que tenía puesto reflejaron por un instante a la paciente que le estaba hablando. Sintió tristeza, porque ella era su amiga—. Lamento informarle, que su madre tiene cáncer de mama. Lo siento mucho, Hellen.Hellen Harper, una mujer de cabello castaño oscuro y ojos azules celestes, como una clara y resplandeciente piedra de aguamarina, percibió como su realidad se derrumbaba el escuchar las palabras del doctor. Sus manos temblaron y un frío le recorrió las piernas. Un pitido resonaba en su cabeza y se sintió mareada, sin aliento y sin fuerzas. ¿Cáncer? Cuando alguien oía esas palabras tan fuertes, se quebraban en todos los sentidos existentes y no existentes, a nivel físico y emocional; no
Las pupilas de Hadriel se ensancharon al oír la gravedad de los hechos. Si había sucedido algo terrible, su imagen estaría en las noticias y sus rivales aprovecharían, para quedarse con el control de la compañía. Algunos que decían ser sus amigos. Mas, solo buscaban su caída. Se quitó el cinturón de seguridad con increíble destreza. Se puso una mascarilla oscura, similar a las quirúrgicas; era prudente y cauteloso, pues así sería más complicado de obtener una toma limpia de su rostro. Bajó la manija de la puerta del coche y salió sin titubear; dudar de sus decisiones no era su estilo; si había pensado en ejecutar o realizar algo, lo haría hasta el final. Avanzaba con su mandíbula tensa y su semblante rígido. Estaba a la expectativa de observar lo que había ocurrido. Si salía huyendo e identificaban las placas del vehículo, sería mucho peor. No hacía nada, solo por hacerlo. Aunque no quería verse envuelto en un incidente de autos, tampoco le gustaba lastimar o herir a las demás persona