—Quisiéramos a la mejor de sus mariposas —dijo uno de los tres jóvenes, que vestían limpios y costosos trajes de sastre de tonalidad negra.
Eran amigos, descendientes de familias adineradas y poderosas. Estaban allí para contratar a una dama de compañía; no una cualquiera, sino que, tenían unas particulares condiciones. Además, no era para ninguno de ellos, puesto que reservaban para un cuarto hombre, que no hacía acto de presencia en esta reunión, por la simple razón de que no tenía conocimiento de lo que querían hacer. Sería más como una sorpresa y un regalo especial. Además, cada uno tenía tapada la cara con un antifaz, así como la anfitriona del sitio, ya que proteger la identidad de los clientes y empleadas era necesario para el trabajo.
El trío de muchachos se encontraba en un espléndido despacho, que más parecía la misma oficina presidencial, debido a la elegancia, limpieza y extravagancia del lugar, que había sido organizada, nada más con el objetivo de mostrar que le hacía honor al burdel. Era decorada por cuadros en la pared que hacía alusiones al paraíso del cristianismo. En uno se observaba un lago con animales, que saciaban su sed en el manantial. En el segundo se podía apreciar a un hombre y una mujer desnudos, que estaban espaldas en un huerto con abundante vegetación. Sin embargo, la que estaba en el centro era la pintura más grande, y la que más captaba la atención de los clientes. Era la de una serpiente que estaba enrollada en una manzana roja, clavando sus colmillos en la fruta de una manera impúdica y lascivia, como si estuviera simbolizando la unión de la virtud masculina y femenina, y eso era lo que expresaba; el pecado de la lujuria, encarnado en la tentación y el placer que cometían los mortales en la fornicación. La fragancia en el ambiente era de aromatizantes de flores, como si en verdad estuvieran en un magnífico jardín celestial. La superficie del escritorio era de madera pulida, que brillaba de lo limpia que estaba. Había una cúpula de cristal, ubicada a la diestra de la sagaz anfitriona del sitio, que contenía muchas mariposas de alas púrpuras. Mientras que, en el lado izquierdo, había una matera de rosas negras. Las primeras representaban la sensualidad y pureza, con las que llegaban las mujeres que allí trabajaban. Y, las otras, manifestaban en lo que se habían convertido, pues el brillo en sus almas se había tornado oscuro y perverso, como el carbón, por dedicarse a vender su templo sagrado. Aunque, era un sitio para damas de compañías, en el que dependía de las peticiones del cliente si quería el paquete completo, debido a su fama y prestigio, los hombres ricos solo buscaban acostarse con una de las mariposas, por su gran belleza y habilidad para complacerlo en la cama.
—¿Una para los tres? —preguntó la mujer de semblante maduro y ropa lujosa, con voz diestra y acentuada en francés; le gustaba hacer honor a su apodo. El rojo era su favorito, porque desprendía el erotismo y la pasión en todo su esplendor. Era la clandestina Madame, a la que muchos varones ricos y poderoso conocían, pero que nadie sabía su verdadero nombre. Llevaba puesto un antifaz carmín, que combinaba a la perfección su atuendo escarlata y sus carnosos labios, que hipnotizaban, como un rubí. Era la dueña del mejor burdel de la ciudad. Le gustaba verse bella y arreglada en todo momento. No le importaba el aspecto o la edad de sus clientes, mientras le pagaran una buena cantidad de billetes, obtendrían el servicio de sus “mariposas”; así les decía a sus diestras empleadas, en el arte de la compañía y otorgar placer a los hombres.
—No, no es para nosotros —dijo el segundo—. Es para un amigo nuestro.
La Madame posó su mirada en el tercer muchacho, que no había hablado. Era el más callado y tenía lentes, por lo que era el de más bajo nivel en el grupo. No había que ser muy listos para notarlo, hasta un ciego podría darse cuenta de eso, porque su presencia, también pasada desapercibida ante los otros dos. Quizás, debía ser él, porque al ser tan tonto y sumiso, necesitaba que le consiguieran a las mujeres para poder llevárselas a la cama. Aunque, no sentía nada de atracción por él, era como si no fuera hombre. Ese último, tenía un maletín negro en su posesión, el cual sostenía con apego, como si hubiera algo muy importante en el interior. Le intrigaba saber qué había dentro. Per se hacía idea, de la cantidad de billetes que podría haber ahí. Ese olor tan embriagante y esos colores tan vivos de dinero, eran su droga, o, mejor dicho, su estimulante fetiche; le encantaba tener en sus manos, manojos de dólares y sentir el agradable tacto de su fortuna. Le fascina la historia del rey Midas. Ojalá y pudiera convertir todo lo que tocara en oro, porque así sería la mujer más feliz del mundo.
—No, ninguno de los que estamos aquí —dijo el primero, al notar hacia donde miraba ella—. Él no sabe nada de esto y tampoco es partidario de este tipo de servicios. Por eso necesitamos a la mejor de sus chicas. Queremos obsequiarle, el mejor regalo que se le puede hacer a un hombre. —Inclinó su cabeza, mientras observaba a la despiadada mujer con artimaña, pues ambos eran de la misma calaña—.
—Manejo un amplio y variado repertorio —dijo la Madame, tratando a sus mariposas, como lo que eran para ella; productos tangibles y placenteros, que obtenían los hombres adinerados, por una jugosa fortuna. No eran como aquellas mujeres baratas, que se ofrecían en las esquinas; las mariposas iban más allá de un simple encuentro vació y efímero, como un simple suspiro—. Desde tez blanca, bronceadas, mestizas y morenas. De cabello rubio, azabache, rojizo, castaño y otros tintes. Bajas, altas, medianas, de talla extra, delgadas, fitness, modelos, atléticas. Pasivas, dominantes, intrépidas, conversadoras, calladas o modestas. Y, por último, lo más importante, castas, vírgenes, puras o experimentadas y con técnicas en la cama. Díganme, ¿qué tipo de dama de compañía necesitan? Es muy probable, que yo tenga lo que están buscando.
Ambos muchachos se vieron con expresión de victoria y asintieron entre los dos, porque sabían que solo en “El Edén escarlata”, podrían encontrar lo que necesitaban. Excepto el tercero, que no estaba de acuerdo con ellos, ni con lo que tenían planeado hacer, ni mucho menos a quién se lo querían dar.
El primero y el segundo, miraron al tercero; el cual no había emitido palabra alguna en la conversación.El tercero asintió con su cabeza, para confirmar que podían proseguir con el diálogo. Se había mantenido en silencio y expectante ante la negociación que tenían sus amigos con aquella señora de cara cubierta por la máscara. Era el que mejor conocía al cuarto, que era el más poderoso, misterioso y el de más difícil carácter y al que le harían el obsequio de una las mariposas del distinguido y exitoso burdel. Sin embargo, no había tenido más opción que colaborar con ellos. Por lo general usaba gafas que adornaban su dócil rostro, pero en esta oportunidad se había puesto lentes de contacto. Parecía incómodo en el sitio, como si no quisiera estar ahí, y como si no estuviera de acuerdo en lo que estaban por hacer, y era así, ya que había manifestado su oposición respecto a este de regalo tan degradante, pues sabía que aquel no era partidario de este tipo de asuntos de trata de blancas.
—Los resultados de los exámenes, no son nada alentadores —dijo el doctor, con semblante serio, tal como su profesión lo ameritaba al momento de dar una noticia de tal magnitud. Lucía, su bata blanca, sin manchas y con sus logros académicos en cuadros colgados en la pared de su consultorio. Los lentes que tenía puesto reflejaron por un instante a la paciente que le estaba hablando. Sintió tristeza, porque ella era su amiga—. Lamento informarle, que su madre tiene cáncer de mama. Lo siento mucho, Hellen.Hellen Harper, una mujer de cabello castaño oscuro y ojos azules celestes, como una clara y resplandeciente piedra de aguamarina, percibió como su realidad se derrumbaba el escuchar las palabras del doctor. Sus manos temblaron y un frío le recorrió las piernas. Un pitido resonaba en su cabeza y se sintió mareada, sin aliento y sin fuerzas. ¿Cáncer? Cuando alguien oía esas palabras tan fuertes, se quebraban en todos los sentidos existentes y no existentes, a nivel físico y emocional; no
Las pupilas de Hadriel se ensancharon al oír la gravedad de los hechos. Si había sucedido algo terrible, su imagen estaría en las noticias y sus rivales aprovecharían, para quedarse con el control de la compañía. Algunos que decían ser sus amigos. Mas, solo buscaban su caída. Se quitó el cinturón de seguridad con increíble destreza. Se puso una mascarilla oscura, similar a las quirúrgicas; era prudente y cauteloso, pues así sería más complicado de obtener una toma limpia de su rostro. Bajó la manija de la puerta del coche y salió sin titubear; dudar de sus decisiones no era su estilo; si había pensado en ejecutar o realizar algo, lo haría hasta el final. Avanzaba con su mandíbula tensa y su semblante rígido. Estaba a la expectativa de observar lo que había ocurrido. Si salía huyendo e identificaban las placas del vehículo, sería mucho peor. No hacía nada, solo por hacerlo. Aunque no quería verse envuelto en un incidente de autos, tampoco le gustaba lastimar o herir a las demás persona
Hellen encontró el peatón que buscaba. Miraba la figura de la señal de tránsito, esperando que se colocara en verde. Los segundos, se le hicieron una eternidad, hasta que por fin se cambió de color. Sí, aunque no fuera con nitidez, se acordaba del sitio exacto donde se había caído. Pero, por más que miraba, no la veía por ningún lado.—No está —dijo Hellen, con preocupación—. No está. —Repetía, con apuro.—¿Qué es lo que no está? —preguntó Howard, sin entender lo que estaba pasando.—Mi pulsera de mariposa. —Hellen le mostró la muñeca, sin nada, y eso era la novedad, ya que desde que su madre se la dio, siempre la llevaba puesta—. Fue mi regalo de quince años y la he perdido.—Muchas personas pasan por aquí. Es muy probable, que alguien la haya visto y la haya agarrado. Lo siento —dijo Howard, pasando cerca a su hermana—. Nuestra madre te espera. Quiere saber el resultado de los exámenes. Regresemos, la luz está por cambiar; no queremos que suceda un accidente.Hellen, resignada, sigu
—¿Qué has dicho? —preguntó Dahlia, al escuchar el susurro de su hija, pero no había entendido lo que había dicho.—Nada, madre —respondió Hellen, disimulando su interés—. Pensaba en voz alta.Hadriel estaba sentado en el escritorio de su oficina. Buscaba en su computadora el simbolismo de la mariposa, mientras sostenía en sus manos la pulsera trenzada que había encontrado en el asfalto y que sin ninguna duda era de aquella mujer de ojos dolientes y piel pálida.—Transformación constante, gracias a su proceso de metamorfosis —dijo Hadriel, para sí mismo. Su semblante estaba lleno de curiosidad—. ¿Quién eres, mujer mariposa? —susurró.Hellen trataba de hallar una solución a su nefasta suerte. Estaba en los pasillos del hospital. Sostenía un vaso desechable y lo llenaba, utilizando el dispensador de agua. Bebió un trago y refrescó su garganta. Ganarse la lotería, era muy poco probable. Necesitaba algo que fuera contundente y que dejara grandes ganancias. Suspiró, sin ánimo. A su cabeza n
Al día siguiente, Hellen dejó todo preparado desde la mañana en la casa, para poder ir a donde vivía su tía, aunque le gustaba que la llamaran madrina. Advirtió a sus hermanos, que podría demorarse. Utilizó el servicio del bus, porque los taxis cobraban muy caro. Al final, tuvo que caminar, porque no llegaba hacia el sitio donde iba. El sol intenso la acaloraba. Los pies, ya la ardían, por el asfalto caliente. Sin embargo, el propósito que la motiva a seguir avanzando, era mucho más fuerte, que cualquier malestar que pudiera sentir. La seguridad de la casa se notaba, con el número cuerpo de vigilantes, custodiaban la bella arquitectura.—Buenos días —dijo Hellen, saludando al corpulento e intimidante vigilante que estaba en la caseta de gran tamaño.Hellen sabía que a su madrina le gustaba exhibir su riqueza desde lo menos vistoso, hasta lo más importante que tenía. Era por eso que su mansión resaltaba a la vista.—Buen día. ¿Necesita algo? —interrogó el guardia, con una voz ronca y á
Hellen amaneció acostada en su cama, solo con un suéter sin sujetador y un pequeño short. Estaba cansada y adolorida. Cada extremidad de su cuerpo le pesaba. Casi no podía respirar, ni abrir los ojos. Estornudó de manera repentina. Se tocó la frente con el dorso de su mano y sintió su piel caliente. Soltó un resoplido, lo menos que necesitaba en esos momentos era resfriarse. Se arropó con la sabana, porque el frío le molestaba en sus articulaciones.—Hellen, ya va a ser mediodía. ¿No te vas a levantar? —preguntó su hermana menor, entrando a la habitación.—Me siento mal, Hellan. ¿Puedes traerme una pastilla?—Tú nunca te enfermas. ¿Te mojaste ayer? No sé a qué hora regresaste.—Ni yo —respondió Hellen de forma vaga y sin ganas de hablar, porque le empezaba a dar una rasquiña en su garganta y comenzaba a sentir un dolor de cabeza. Detestaba las migrañas, de cualquier tipo, podría soportar la gripa, la fiebre, el frío, pero las cefaleas eran su talón de Aquiles, ya que no la permitían h
La señora Radne se dispuso a alistarse para ir a visitar a su ahijada. Era su sobrina, pero no tenían el mismo apellido; en la etapa más sombría de su vida había sido una Harper, pero eso era cuestión del pasado. Ahora era Radne Loveall, la distinguida Madame del jardín del Edén. Había puesto en ese cargo, bajo la única persona que admiraba y respetaba, como si fuera un dios, y él que la había bautizado con su nuevo nombre, para ocupar el puesto de administrado del establecimiento mundano. Preparó dos carros y compró algunos aperitivos y bebidas para llevar. Después de todo, no podía ir con las manos vacías, y menos a ver a su niña tan linda. Rápido, se encontraba en la humilde casa de su hermana, Dahlia Harper. Aunque, ella no se encontraba allí, ya que estaba en el hospital. Hizo una mueca de asco al recordar que había vivido en esa pocilga. Gracias a la diosa de la fortuna, ya he logrado salir de aquí, pensó. Iba a tocarla por su cuenta, pero había de estar sucio; eran pobres y deb