Hadriel se dio media vuelta y contempló la vista trasera de su Cenicienta; era diferente a cuando estaba acostada, por supuesto la disposición era diferente, pues ahora estaba de pie. La línea del dorso se le evidenciaba más, así como los huesos de los finos omoplatos y más personal aún, la hendidura interglútea. Cerró la regadera y untó jabón en la esponja que no había utilizado que, de igual característica, ambas eran de color escarlata. La pasó con cuidado en por la espalda y la restregó con cuidado. Se entretuvo recorriendo el dorso de su Cenicienta, como si fuera un pintor, pasando la punta del pincel sobre un delicado pliegue. Así, luego se detuvo en la parte baja de la cintura y reflexionó en si debía continuar bajando. Tragó saliva debido a la excitación que de nuevo afloraba en él. No era lo correcto, pero cuando ella le preguntó si le quería lavarle la espalda, ¿le estaba dando vía libre para que lo hiciera? ¿No? Sus manos se sacudían, pero decidió hacerlo. Su mano sobó los
—Date vuelta, Cenicienta —susurró él, con voz apurada.Hadriel estaba sufriendo; su virtud le dolía por la increíble dureza con la que se había excitado al estar con ella. Observó, como Cenicienta se dio media vuelta y se apoyó en la pared. Encorvó su espalda, mientras distanciaba las piernas. Se acomodó en ella, tan solo el principio de sur. Aseguró su agarre en la cintura y de forma lenta, fue accediendo hacia el paraíso que su Cenicienta le ofrecía. Rascó con la yema de sus dedos la tersa piel y la apretó con fortaleza. Estaba siendo apretado y quemado en su erguido atributo. El calor al que era expuesto era enloquecedor. Se movía con suavidad y cerró sus parpados por un momento. Al ser abrazado por ese caliente, suave y resbaladizo le era difícil mantenerse sereno. Respiraba de manera agitada, ni siquiera al hacer ejercicio terminaba así de fatigado. Empujaba de modo gradual a Cenicienta en las caderas, sin rapidez, ni de forma precipitada. Poco a poco se fue acostumbrando a la av
Hadriel, nada más con ese simple comentario, supo del problema que había encaminado a su Cenicienta a aceptar el trabajo de dama de compañía. Si era virgen, no podía tener hijos, entonces debía ser por un hermano o alguno de sus padres. Seguiría averiguándolo más adelante. Estaba muy interesado en ella y quería ayudarla en lo que pudiera. La vio con detenimiento, mientras en su cabeza imaginaba la posible escena que había pasado. Alguno de ellos había sido detectado con una enfermedad terminal y aún había oportunidad de salvarse. El tratamiento era caro, por lo que necesitaba de urgencia una gran cantidad de dinero, para poder salvar a su familia. Era un acto desesperado para mantener a un ser querido con vida. Dibujó una sonrisa afable en sus labios. Estaban el mundo real, pero, así como en la historia del cuento de hadas, su Cenicienta sufría sola. Su mariposa estaba padecía de terribles males que la habían traído hasta este lugar. No soportaba las injusticias y se sentía molesto,
Hadriel estiró su mano, para vaciar la tina y llenarla de nueva agua. Estaba débil y aturdido por el alcohol. Y perdió mucho más la cabeza cuando su Cenicienta se posó encima de él. Sus labios sen entreabrieron al ser arropado por ese calor y se estrechez con la que ella lo apretaba. Gemía con levedad, pero ella lo hacía de forma más sonora. Veía los modestos senos frente a él. Su Ceniciente era la que se meneaba sobre él, meneando las caderas y galopando con suavidad y lentitud. La sostuvo por la cintura, para seguirle el paso, mientras saltaba. Suspiraba con moderación y complacencia. Le apretó los pechos a voluntad, masajeándolos como si se tratara de pelotas para desestresar, y bien que lograban calmarlo. Minutos más tarde, Cenicienta se dio la vuelta, para quedar de espaldas a él, en tanto realizaba el mismo delicado movimiento. Observaba la espalda y los glúteos de Ceniciente, con cada acción que hacía. Al pasar los minutos la tina estuvo completa y sus cuerpos se fueron enjugan
Hadriel acometía contra su compañera, en tanto la miraba a los ojos. No sabía que sentía su Cenicienta, pero él deliraba, cada vez la asaltaba en el cálido y compacto interior. Se aferraba más a ella, con cada golpe que le propinaba. La besaba con insistencia y gratitud, por permitirle y otorgarle el privilegio de estar con ella. No había tenido la más mínima intención de acabar así con la dama de compañía que habían contratado Arthur para él. Era seguro que era una trampa que le había puesto. Sin embargo, desde que había entrado había estado buscando cuál sería la forma en que el Walker tomara alguna ventaja de esta situación, pero no había podido pensar con claridad desde que había empezado hablar con la mariposa. No se la había propuesto, pero ahora estaban allí, como marido y mujer fundidos, bajo al calor de sus cuerpos, que se derretían con clamor al frotarse. Era maravilloso, todo de su Cenicienta le maravillaba en cuerpo y alma.Hellen se había puesto ahorcajadas sobre él. Se a
Hadriel removió el rastro del aperitivo de su Cenicienta. Sus dedos no pudieron evitar recorrer de nuevo aquellos labios a los que tanto había tocado. Su desconocida Cenicienta se había convertido en la persona por la que sentía más cariño y aprecio. A pesar de no saber la identidad de la mariposa, era imposible no encontrarse vinculado y cercano a ella. Había sido su primera vez, no solo en lo físico, sino en otros sentidos, como amiga, confidente y como mujer. Sin tener ninguna duda de hacerlo, volvió a tomarla en sus brazos, para propinarle un beso sincero y vivido. Ansiaba volver a estar con ella, antes de que separaran. Sin embargo, desde su ubicación vio como el claro del día ya pronto llegaría. Así que, la invitó a que la acompañara un momento y la guio, con afecto y ternura.En lo más alto del rascacielos, en el lujoso balcón de la penthouse, Hadriel y Hellen compartían un momento de calma en la primera luz del alba. El resplandor dorado del sol que se alzaba en el horizonte c
Los corazones latían al unísono cuando se abrazaron, sus cuerpos encontrando un ajuste perfecto. Hellen colocó una mano en el pecho de Hadriel, sintiendo la calidez de su piel bajo la yema de sus dedos. Él rodeó su cintura con el otro brazo, tomándola con fortaleza con un anhelo palpable. Su mejor aventura romántica estaba por terminar y los dos estaban demasiado susceptibles a aceptar la iniciativa del otro. ¿Cuánto tiempo llevaba confiar a plenitud en un extraño, cuyo rostro no has visto? Habían llegado a esa penthouse con la idea negativa de no hacer nada. Sin embargo, nadie podía llevarle la contraria al destino que, ahora, los había vinculado como dos personas que habían experimentado el amor verdadero en una noche fugaz, como si fuera una ilusión que rara vez podría acontecer de nuevo.Los dos, se perdieron en un beso de fantasía y ánimo, que siguió por minutos. Ninguno había emitido palabra, pero ese ósculo que hablaba deseos profundos y del anhelo de un auténtico un sentimient
Hellen lo besaba con una ternura que escondía la urgencia de su deseo. Sus labios recorrieron su cuello, sintiendo la forma en que su respiración se aceleraba bajo su toque. No había tiempo para dudas, no había espacio para arrepentimientos. Solo existía el aquí y el ahora, y Hellen estaba decidida a exprimir cada gota de placer que este encuentro les ofrecía. Esta vez, ella tomó la iniciativa, guiada por una mezcla de necesidad y curiosidad. Se deslizó sobre él, sintiendo el calor de su piel contra la suya, su cuerpo alineándose perfectamente con el de él. La sensación de su firmeza bajo ella despertó un torrente de deseo que la hizo gemir suavemente contra sus labios. Sus manos recorrieron su pecho, sus dedos dibujando patrones invisibles mientras se movía sobre él con una gracia instintiva, buscando el ritmo que los llevaría a ambos a perderse de nuevo en el éxtasis.Hellen podía sentir cada uno de sus acciones resonando a través de su cuerpo, una sinfonía de placer que la envolvía