24. La ducha

—Date vuelta, Cenicienta —susurró él, con voz apurada.

Hadriel estaba sufriendo; su virtud le dolía por la increíble dureza con la que se había excitado al estar con ella. Observó, como Cenicienta se dio media vuelta y se apoyó en la pared. Encorvó su espalda, mientras distanciaba las piernas. Se acomodó en ella, tan solo el principio de sur. Aseguró su agarre en la cintura y de forma lenta, fue accediendo hacia el paraíso que su Cenicienta le ofrecía. Rascó con la yema de sus dedos la tersa piel y la apretó con fortaleza. Estaba siendo apretado y quemado en su erguido atributo. El calor al que era expuesto era enloquecedor. Se movía con suavidad y cerró sus parpados por un momento. Al ser abrazado por ese caliente, suave y resbaladizo le era difícil mantenerse sereno. Respiraba de manera agitada, ni siquiera al hacer ejercicio terminaba así de fatigado. Empujaba de modo gradual a Cenicienta en las caderas, sin rapidez, ni de forma precipitada. Poco a poco se fue acostumbrando a la av
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