Bajo el tibio resplandor de la mañana, Hellen y su madrina compartían un trayecto en silencio a lo largo de la sinuosa carretera. El motor del auto murmuraba con normalidad, mientras avanzaban, rodeadas por un paisaje que se despertaba de forma gradual. Los altos edificios se extendían hacia el horizonte, bañadas por los primeros rayos dorados del sol.Hellen miraba por la ventana con los pensamientos fluyendo en su mente. ¿Enamorarse a primera vista? La idea se había nacido, en tanto veía el camino. ¿Eso era posible? Observaba cómo los árboles danzaban al ritmo de la brisa, perdida en su propio mundo interior. Quizás. A su falta de experiencia en el romance estaba confundiendo los sentimientos que se habían despertado en ella, luego de haber tenido esa magnífica aventura con Henry. Apenas se habían separado, pero ya lo extrañaba. A decir verdad, no deseaba separarse de él. Era la persona con la que más había podido establecer un vínculo tan fuerte y real, que aun su alma se estremecí
La mañana se desplegaba ante ellos como un lienzo de suaves tonos pastel, con el sol emergiendo con lentitud sobre el horizonte. El cielo estaba teñido de azules suaves y rosados tenues, creando una atmósfera de calma y serenidad. Hadriel se encontraba en el asiento trasero del lujoso automóvil, mirando, distraído por la ventana mientras conducía con mano firme en volante, pero sin prisa.El ruido del motor y el suave roce de las ruedas contra el pavimento generaban una banda sonora monótona que parecía sincronizarse con los pensamientos de Hadriel. Sus ojos se posaron en las personas que iban y venían por las aceras, sumidos en sus propias vidas y preocupaciones. Una pregunta rondaba en su mente: ¿qué era el amor? Luego de haber pasado esa magnífica velada con su Cenicienta, había quedado confundido y perdido. ¿Era posible llegar a amar a una persona que ni siquiera conocía? Una Cenicienta, con la que tenía el tiempo contado. Sin embargo, había llegado a conectar tanto con esa extraña
Hellen se encontraba en el interior de la lujosa mansión de su tía Radne. Ese lugae siempre parecía sofocarla con su grandiosidad. Cada paso que daba le resultaba un recordatorio de la intensidad de la noche anterior. Sentía su cuerpo adolorido, marcado no solo físicamente, sino también emocionalmente, como si las huellas del hombre enmascarado hubieran quedado impregnadas en cada fibra de su ser.Mientras subía las escaleras hacia su habitación, sus piernas temblaban ligeramente, no solo por el cansancio, sino por el peso de lo que acababa de hacer. Su respiración era pesada, y con cada inhalación sentía una mezcla de arrepentimiento y un anhelo inexplicable que la atormentaba. Una vez dentro de su habitación, Hellen cerró la puerta detrás de ella con un suspiro tembloroso, como si al hacerlo pudiera cerrar la puerta a todo lo que acababa de vivir, pero sabía que era imposible.Frente al espejo, comenzó a desvestirse lentamente. Cada prenda que caía al suelo era un recordatorio de có
Hellen intentó mantener la compostura, pero su mente estaba sumida en un caos de emociones. La alegría y la esperanza que una vez había sentido se habían desvanecido, reemplazadas por un vacío que no podía llenar. Se sentía sucia, mancillada, como si el brillo que alguna vez había tenido se hubiera apagado para siempre. La frialdad en su interior era casi insoportable, una sensación que la hacía sentir más distante de sí misma y del mundo que la rodeaba.Mientras su tía continuaba hablando alegremente sobre sus planes futuros, Hellen se dio cuenta de que ya no podía reconocerse. La chica que alguna vez había sido, llena de sueños y esperanza, había desaparecido, reemplazada por alguien más, alguien roto. Cada palabra de su tía era un recordatorio de que ella había sido utilizada, de que su cuerpo había sido vendido como un objeto, y que, a pesar de las riquezas que ahora poseían, lo que había perdido era infinitamente más valioso.Al alzar la vista, Hellen sintió que algo dentro de el
En la fresca claridad de la mañana, el detective anónimo estacionó su auto a cierta distancia del imponente rascacielos lujoso. Los rayos dorados del sol naciente bañaban la ciudad, transformando la apariencia de todo a su alrededor. El edificio, un símbolo de poder y opulencia, se alzaba ante él, reflejando el cielo en sus cristales brillantes. Desde la comodidad de su automóvil, aquel hombre misterioso ajustó su cámara y observó con atención. Las sombras de la noche se habían disipado, revelando cada detalle de la arquitectura elegante y la majestuosidad del rascacielos. Ya casi era la hora que le habían dicho su cliente. Había sido contactado, solo para tomar fotos de la pareja que iba a pasar la noche en la penthouse. Un auto se estacionó en la entrada al ser el momento exacto.La puerta del edificio se abrió, y una figura femenina emergió con confianza. Vestía un impecable traje negro que resaltaba su figura esbelta. Su rostro estaba protegido por un antifaz de mariposa oscuro. S
A la mañana siguiente, Hellen descansaba en la recámara en donde se había estado quedando en la mansión de su tía. Se había terminado de duchar y se había colocado ropa más cómoda. Había comido del desayuno que habían preparado. Se tiró boca arriba en la cama.Hellen cerró los ojos, tratando de encontrar un momento de paz en la oscuridad detrás de sus párpados. Las imágenes del evento que había tenido que realizar se repetían una y otra vez en su mente, pero ahora, en la luz del día, parecían más difusas, casi irreales. Henry, su príncipe de cuento de hadas, el hombre que la había poseído en aquella penthouse, ahora se sentía como un sueño distante, un personaje sacado de sus fantasías más secretas.En esos días previos a su encuentro, había sufrido una angustia constante, imaginando cómo sería estar frente a ese hombre desconocido, el cliente que había pagado por sus servicios como dama de compañía. La incertidumbre, el miedo, y la anticipación la habían atormentado, haciéndola pregu
—Al contrario —contestó Hellen, con serenidad—. He estado a gusto. Pero debo irme lo antes posible. No puedo dejar a mi madre más tiempo sola.—El amor de una hija —dijo Radne, con sarcasmo. Veía a Hellen con superioridad. Luego de haberse acostado con un hombre desconocido, ya no era la santa virgen que aparentaba ser—. No te obligaré a quedarte. Si eso es lo que quieres. —Caminó con distinción al lado de su ahijada—. Ven a mi despacho por tu pago.Hellen se alejaba de la mansión de su madrina en el taxi que había llamado. Había estado centrada en convertirse en una mariposa, para poder salvar a su familia. En el trayecto, sacó la tarjeta de crédito que le había regalado Henry. Ese era el único recuerdo tangible que le quedaría de él, porque ahora aquel hombre que le había comprendido y auxiliado solo estaría presente en su memoria. Soltó una lágrima, pero no de tristeza, ni de arrepentimiento, sino de libertad, ya que de nuevo podía seguir su camino. Lo primero que hizo fue saludar
El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la acogedora cafetería, pintando de tonos cálidos el rostro serio del detective anónimo. Con una taza de café entre sus manos, esperaba la llegada de su cliente, un hombre aparentemente afligido por algo que requería de los servicios de un investigador privado.Jareth entró por la puerta con semblante serio e indiferente. Detalló el lugar para encontrar a la persona que estaba buscando. Cuando vio al hombre, se acercó a la mesa donde lo estaban esperaba. Avanzó con paso firme y sereno hacia la ubicación del investigador privado.El detective anónimo levantó la mirada y extendió su mano hacia Jareth, quien la estrechó con un apretón normal. Ambos se sentaron, dispuestos a tratar asuntos relevantes.—Ha venido por el paquete —dijo el investigador.—Sí, así es. Es un tema importante —contestó Jareth, con neutralidad, Miró a su alrededor. Estar haciendo esto lo hacía sentir perseguido—. Espero que haya obtenido lo que necesitaba