34. La prisionera

Hellen intentó mantener la compostura, pero su mente estaba sumida en un caos de emociones. La alegría y la esperanza que una vez había sentido se habían desvanecido, reemplazadas por un vacío que no podía llenar. Se sentía sucia, mancillada, como si el brillo que alguna vez había tenido se hubiera apagado para siempre. La frialdad en su interior era casi insoportable, una sensación que la hacía sentir más distante de sí misma y del mundo que la rodeaba.

Mientras su tía continuaba hablando alegremente sobre sus planes futuros, Hellen se dio cuenta de que ya no podía reconocerse. La chica que alguna vez había sido, llena de sueños y esperanza, había desaparecido, reemplazada por alguien más, alguien roto. Cada palabra de su tía era un recordatorio de que ella había sido utilizada, de que su cuerpo había sido vendido como un objeto, y que, a pesar de las riquezas que ahora poseían, lo que había perdido era infinitamente más valioso.

Al alzar la vista, Hellen sintió que algo dentro de el
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