Hadriel caminaba por los pasillos del hospital. Al llegar a la recepción preguntó por el hombre que se había accidentado. No recibió ninguna información de parte de las enfermeras, ya que solo el médico encargado era el que debía comentarle la situación del paciente y en el estado en que se encontraba.—¿Es familiar de Jareth? —preguntó el doctor al verlo, además de que fue notificado que estaba preguntando por él.—Soy su jefe —contestó con firmeza—. ¿Cómo se encuentra?—Se encuentra fuera de peligro. Ahora debe descansar y mantenerse en reposo, para recuperarse de los golpes que sufrió en el choque. Tuvo suerte de no haber salido herido de gravedad, y al ser rescatado rápido por los bomberos que se encontraban cerca del lugar del accidente.—Entiendo. Manténgame informado.Hadriel fue guiado hasta el cuarto donde lo había ubicado. Vio a través de la mirilla de la puerta. Estaba con ropa de paciente, y era intervenido por varios aparatos. Se mantuvo al margen, mientras observaba.La
Hellen estaba sentada en el cuarto privado de su madre. Había olvidado pagar al hospital por la residencia de su madre, además de avisar Joel, el médico que le había dado la noticia de que del cáncer. Debía informarle que trasladaría su madre hacia el país que había sugerido, donde le ofrecerían un tratamiento de vanguardia para salvarla y ayudarla a combatir la enfermedad, antes de que no pudieran hacer nada. Dado que se había alejado de ella, se había entretenido hablando y pasando el rato. Pero no debía distraerse ni alejarse de su objetivo principal, el cual era que ella superara la enfermedad que podía expandirse en ella de forma irreversible y terminal. Ahora tenía el dinero para costear una. Al verla dormida aprovecharía el momento para hablar con Joel. Pero primero iría por un vaso de café, porque le había provocado beber uno para evitar el sueño. Quería mantenerse despierta y había estado somnolienta en los días recientes, como si en vez de Cenicienta, fuera la bella durmient
Hellen se acercó la máquina expendedora. Buscó en sus bolsillos para pagar, luego en otro, y así hasta que se tocó y registró por todas partes, pero estaban vacíos. Entonces fue cuando cayó en cuenta que su dinero estaba en su bolso, por lo que no contaba con nada para comprarse el café que tanto deseaba. Inclinó su cuello hacia atrás. ¿Él la estaba viendo? Iba a quedar en vergüenza delante de ese hombre, que por alguna extraña razón la hacía sentir nerviosa, y ni siquiera lo conocía. Siempre había sido despistada. Y justo tenía que pasarle justo en este momento, cuando aquel extraño estaba ahí. Carraspeó la garganta y después empezó a tambalearse de atrás hacia adelante, para disimular que estaba diciendo que era lo que iba a comprar. Miraba por su encima del hombro con sutileza, para verificar si él la estaba observando. De otro modo, podría irse a buscar el dinero que había dejado en su bolso.Hadriel la detalló por los siguientes minutos. Se le hizo interesante observarla moverse
Hadriel irrumpió en la oficina de Arthur sin permitir que la secretaria le informara de su visita. Al entrar los encontró sentados en un costado del despacho, donde se encontraba una mesa circular con sillas para reunión, por lo que el sitio principal, donde estaba el escritorio, estaba libre. Ellos se pusieron de pie al instante, reaccionando de forma automática a su presencia. No era partidario de la violencia, ni de los actos de supremacía. Mas, ellos dos habían pasado un límite que no se podía dejar pasar. Habían causado un mal a una persona, mientras trataban de destruirlo. Debía poner un alto, para que no creyeran que podían hacer lo que quisieran sin que hubiera consecuencias. Eso estaba muy alejado de la realidad y si no era él, más nadie podía enfrentarlos.—Los estaba buscando —dijo con voz áspera y seca. Actuaba con indiferencia, sin mirarlos, y siguió su paso hacia la silla de oficina—. Hay un asunto que quiero tratar con ustedes. —Se sentó el puesto de Arthur. Mostraba su
El sol se filtraba a través de los imponentes ventanales de la espaciosa oficina ejecutiva, pintando cálidas pinceladas de luz sobre los muebles de diseño y las paredes adornadas con obras de arte contemporáneo. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, mezclándose con la emoción y la tensión que flotaba en el despacho, debido a lo que había pasado algunos días con Arthur y Dylan, que de nuevo se mantenían al margen, sin provocar inconvenientes. Jareth mejoraba en el hospital, mientras estaba al cuidado de sus padres.Hadriel se encontraba sentado detrás de su impecable escritorio de roble, con una vista panorámica de la ciudad en la desde su encuentro con la mariposa se le hacía más artístico y la valoraba más. Con gesto serio, ajustó su corbata antes de comenzar la importante llamada.—Guten Morgen, Herr Dittrich. Ich hoffe, Sie haben einen angenehmen Tag bisher gehabt —dijo Hadriel, con cordialidad, expresando su deseo de que el inversor alemán, el señor Dittrich, hubiera ten
Hellen se encontraba de pie en el abarrotado aeropuerto, junto a su hermana Hellan y su madre Dahlia. La tensión en el aire era palpable, mezclada con la emoción y la preocupación que rodeaba a la familia. Dahlia, la madre de Hellen, estaba luchando contra el cáncer, y este viaje a Alemania era una búsqueda de esperanza y una oportunidad para un nuevo tratamiento que les brindara una luz al final del túnel.Las luces parpadeantes y los anuncios de vuelo llenaban el ambiente, pero para Hellen, todo parecía en un segundo plano. Ella solo podía concentrarse en la fuerza y la determinación que irradiaba su madre, a pesar de la enfermedad que la aquejaba. Dahlia tenía una sonrisa en su rostro, tratando de infundir valor a sus hijas, aunque sus ojos reflejaban la carga que llevaba.—Vamos a hacerlo, mamá. Todo va a salir bien —dijo Hellen, tratando de transmitir seguridad y optimismo—. Estaremos contigo en cada paso del camino. Venceremos esto juntasHellan asintió, sosteniendo la mano de s
Hadriel Drews revisaba los informes y la presentación que iba a realizar con el empresario alemán. Se concentraba por momentos en el avión. Pero su mente divagaba hacia aquella mujer con la que había tenido un idilio de amor de una noche. Ella era su mariposa, su Cenicienta y su esposa, aunque solo fuera por ese poco tiempo. Si podía regresar al pasado, tenía el anhelo de no soltarla y de no dejarla ir. Tensó la mandíbula y apretó los puños en impotencia al ya no poder hacer nada. Siseó los dientes y se obligó a volver a sus documentos, tratando de concentrarse sin mucho éxito. La memoria de aquella y el calor de sus caricias seguían acosándolo. Respiró hondo, intentando enfocarse en el presente. El vuelo era largo, y debía estar preparado para la reunión. Sin embargo, la nostalgia y el arrepentimiento eran emociones difíciles de sacudir.El avión continuaba su trayecto, y Hadriel aprovechó para repasar una vez más los puntos clave de su presentación. A su alrededor, los otros pasajer
A medida que avanzaba en la fila, su mente seguía reproduciendo el sonido de aquella voz. La coincidencia era inquietante, pero se forzó a no darle demasiada importancia. Debía concentrarse en sus próximos movimientos y en la importante reunión que le esperaba.Hadriel pasó por el control de pasaportes y recogió su equipaje. Mantuvo su actitud fría y seria, sin dejar entrever ninguna de las emociones que lo atormentaban. La imagen de la mujer de cabello corto seguía persistiendo en su mente, pero él la apartó, decidido a no dejarse afectar. Una vez fuera del aeropuerto, el secretario de Mr. Dittrich.—Bienvenido a Alemania —dijo el secretario en alemán. Lo saludó de manos y Hadriel correspondió el saludo.—Es un gusto estar aquí —respondió Hadriel en un alemán fluido.—Lo llevaremos a su suite. Suba, por favor —dijo el secretario, haciendo el gesto con sus brazos de que entrara—. Hoy mi señor Dittrich ha dispuesto su descanso. Mañana lo invita a desayunar. Le estaremos dando toda la i