2 - El destino que no quiero

El aire del bosque es gélido, pero no me afecta. Estoy acostumbrado a él. Los lobos corren a mi alrededor, sus cuerpos oscuros se mezclan con las sombras de los árboles, apenas visibles bajo la luz de la luna llena. Sus aullidos resonantes llenan la noche, pero en mi cabeza hay silencio. Siempre lo hay cuando estoy solo con mis pensamientos, cuando el peso de lo que esperan de mí me aplasta desde dentro.

Soy el Alfa. El líder. El que supuestamente debe salvarlos. Ellos creen que tengo lo que se necesita, que soy lo que dicen las antiguas profecías. Pero lo que no saben es que no me siento digno de ello, y no estoy seguro de poder cumplir con ese destino. El pasado que cargo me sigue como una sombra, y no puedo escapar de él.

Miro hacia el cielo, hacia la luna que brilla con una intensidad casi desafiante. Siempre he sentido que la luna nos vigila, que de algún modo se burla de mí. Como si fuera un recordatorio constante de lo que soy y de lo que debería hacer.

—No puedo seguir así —susurro, más para mí mismo que para nadie más. Las palabras se pierden en el viento.

—¿Qué dijiste? —La voz de Marcus me toma por sorpresa. Mi hermano menor aparece entre los árboles, moviéndose con la facilidad que solo él puede tener. Me observa, su mirada llena de curiosidad, pero también de preocupación. Sabe que algo me molesta. Siempre lo sabe.

—Nada —respondo, desviando la vista hacia la manada que sigue corriendo en círculos, libre de preocupaciones.

—No me engañas, Dante —dice Marcus, cruzándose de brazos—. No puedes seguir posponiéndolo. Sabes que tarde o temprano tendrás que aceptarlo.

—¿Aceptar qué? —Me vuelvo hacia él con irritación—. ¿Que se supone que soy el salvador? ¿El que cargará con la responsabilidad de toda nuestra especie? No sé ni siquiera cómo salvarme a mí mismo —Mi voz suena más dura de lo que pretendía, pero Marcus no parece afectado.

—Dante —suspira él—, todos te ven como lo que eres. Nuestro líder. El Alfa. No puedes seguir huyendo de eso.

Lo miro, queriendo gritarle que no tiene idea de lo que realmente significa ser yo. Pero él tampoco lo entendería. Nadie lo haría. No saben lo que pasó.

—No estoy listo —susurro, bajando la cabeza. La nieve bajo mis pies cruje cuando doy un paso atrás, lejos de Marcus.

—No estarás listo nunca si sigues huyendo —responde Marcus, acercándose a mí, su tono firme pero sin reproches—. Pero la manada te necesita. Yo te necesito. Lo sabes.

De nuevo ese peso en mi pecho, ese maldito peso que me persigue desde hace años. Miro a mi alrededor. Los lobos han comenzado a calmarse, sus cuerpos se detienen mientras se preparan para regresar a sus formas humanas. Pero para mí, el cambio no representa un alivio.

—Hay cosas que no sabes, Marcus —digo al final, mi voz apenas un susurro—. Cosas que si supieras… no me verías como el Alfa que creen que soy.

Mi hermano frunce el ceño, claramente confundido.

—¿De qué estás hablando?

Por un momento, considero contárselo todo. Pero no puedo. No ahora. Las palabras se me quedan atrapadas en la garganta.

—Solo olvídalo —respondo, tratando de poner fin a la conversación—. No importa.

—Lo que sea que estés ocultando, Dante, no va a desaparecer. Y tarde o temprano, tendrás que enfrentarlo —Marcus me observa con seriedad, pero finalmente suspira y se da media vuelta—. Hablaremos más tarde.

Me quedo solo en medio del claro, mirando cómo la manada se dispersa hacia el refugio. El silencio regresa a los árboles, pero en mi cabeza sigue habiendo ruido. Ruido del pasado, de la culpa que cargo.

Cierro los ojos, esperando que la oscuridad me dé un respiro, aunque solo sea por un momento.

Pero entonces lo veo.

La sangre. El miedo. Los gritos.

No puedo detenerlo. Las imágenes de esa noche vuelven a mí como un torrente imparable. Miro a mi alrededor, pero ya no estoy en el bosque. Estoy de vuelta en ese lugar, en ese momento.

La nieve cae más fuerte a mi alrededor, pero no la siento. Mi respiración se acelera, mi corazón late con fuerza en mi pecho. El aire se vuelve más denso, casi imposible de respirar, y entonces la veo. De pie, bajo la misma luna llena, con los ojos fijos en los míos.

Ella.

Ella nunca debería haber estado allí. Nunca debí haberla conocido, y mucho menos dejar que las cosas llegaran tan lejos. Pero lo hice, y ahora estoy aquí, viviendo con las consecuencias de esa decisión.

—No… —susurro para mí mismo, intentando alejar el recuerdo. Pero no puedo. La veo de nuevo, sus ojos llenos de horror, y yo… no hice nada. Nada para evitar lo que sucedió.

Mi respiración se vuelve más pesada, casi dolorosa, y antes de darme cuenta, estoy de rodillas en la nieve. Ese día… cambió todo. Mi destino quedó sellado en ese momento, y no importa cuánto intente, nunca podré cambiarlo.

La manada cree que soy su líder, su salvador. Pero si supieran lo que pasó esa noche, si supieran lo que soy realmente… jamás me seguirían.

—¿Dante? —La voz de Marcus suena de nuevo, pero esta vez es lejana, como si estuviera a kilómetros de distancia.

Las imágenes siguen regresando. El fuego. Los gritos. La sangre.

Y entonces lo sé. Lo sé con certeza.

Ella está de vuelta.

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