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8 - Recuerdos de sangre

Dante Blackwood

El viento helado de la noche corta mi rostro como cuchillas, pero apenas lo noto. Mis sentidos están agudizados al máximo, escaneando cada rincón de este maldito bosque. Algo no encaja. Desde el enfrentamiento con los cazadores la semana pasada, he sentido la tensión en el aire, como si una sombra se cierna sobre nosotros. Me he acostumbrado a esa sensación; la llevo a cuestas como una segunda piel.

—¿A dónde vamos, jefe? —pregunta Caleb, acercándose a mi lado.

Le lanzo una mirada rápida, su semblante está relajado, pero puedo ver la pregunta en sus ojos. Están preocupados. Han notado que mi control está fallando. Mi paciencia, cada vez más corta. No puedo permitirme el lujo de mostrarles debilidad, no ahora. Así que me obligo a mantener la calma, a no dejar que el pasado se filtre en mi voz.

—Patrullamos el perímetro —respondo en tono firme—. No quiero sorpresas esta noche.

Asiente, pero puedo sentir su incertidumbre. Caleb es de los pocos que me cuestiona, y a veces temo que sea demasiado inteligente para su propio bien. Si él llega a atar los cabos sobre quién fui antes de unirme a la manada… Las consecuencias serían desastrosas.

Nos movemos en silencio, dejando que el bosque nos envuelva. Me concentro en los sonidos: las hojas crujientes bajo mis botas, el susurro de las ramas al moverse con el viento. Pero algo tira de mí, un eco de un tiempo que debería estar enterrado. Intento ignorarlo, pero mi mente se desliza inevitablemente hacia esos recuerdos, como si fueran cicatrices que aún arden bajo la piel.

Hace años, cuando aún no tenía una manada ni un lugar al que llamar hogar, fui un cazador. Pero no un cazador cualquiera. Trabajaba con ellos, con los humanos, ayudándolos a rastrear y eliminar a otros de mi propia especie. Aún puedo oír sus gritos en mis sueños. Monstruo, me llamaban. Traidor.

El precio de sobrevivir.

—Dante, ¡mira! —la voz de Caleb me arranca de golpe de mis pensamientos.

Alzo la vista y veo lo que ha captado su atención: marcas en el suelo, profundas y desordenadas. Como si alguien hubiera sido arrastrado. Mi cuerpo se tensa. Reconozco estas señales. Las mismas que dejaban los cazadores cuando atrapaban a un licántropo para sus experimentos. Un sudor frío me recorre la espalda.

—Deben ser de los cazadores —dice Caleb, tocando las marcas con cuidado—. Parece reciente.

Las imágenes parpadean en mi mente. Recuerdo estar atrapado en un sótano oscuro, encadenado y sangrando, mientras me interrogaban por nombres y localizaciones. ¿Dónde está la próxima manada?Decían que ayudaban a mantener el equilibrio entre los humanos y nosotros, que eliminaban a los peligros. Pero todo era una farsa. Querían controlarnos, destruirnos si era necesario. Y yo… yo fui su instrumento.

No pude soportar la tortura, las pruebas, las muertes que presencié. Así que hice lo que tenía que hacer: traicioné a los míos. Les entregué información, llevé a otras manadas a la trampa, todo para mantenerme con vida un día más. Y el precio fue alto. Tan alto que a veces me pregunto si de verdad logré escapar.

Sacudo la cabeza para despejar los pensamientos. No puedo permitirme retroceder a ese lugar oscuro. No ahora.

—No es reciente —gruño, observando el suelo con atención—. Están intentando confundirnos.

Caleb frunce el ceño.

—¿Cómo puedes estar seguro?

M****a. He hablado sin pensar. ¿Cómo explicarle que reconozco estas señales porque yo mismo las usé para cazar a los míos? ¿Cómo decirle que sé exactamente lo que están haciendo porque yo fui uno de ellos?

—Es… instinto —murmuro, forzando un tono neutral—. Conozco su forma de operar.

Su mirada se endurece, pero no replica. Agradezco en silencio su silencio mientras seguimos el rastro. Algo en mi interior se retuerce de miedo y rabia. Si los cazadores están aquí, si saben que estoy aquí, eso significa que mi pasado podría estar alcanzándome. Y si mi manada descubre lo que fui, lo que hice…

—Caleb —digo de repente, deteniéndome en seco.

Él también se detiene, mirándome con sorpresa.

—Quiero que vuelvas con los demás. Refuerza la seguridad en la casa.

—¿Qué? Pero… jefe, deberíamos estar patrullando. No podemos dejar este rastro—

—¡Haz lo que te digo! —mi voz suena más feroz de lo que pretendía.

Él da un paso atrás, sorprendido por mi reacción. Controlo la furia que burbujea en mi interior y respiro profundamente.

—Lo siento, Caleb. Pero necesito que confíes en mí. Esto no es un rastro cualquiera. Es una trampa, y si seguimos avanzando sin un plan, ellos tendrán la ventaja.

Su expresión se suaviza ligeramente, aunque la desconfianza persiste en su mirada.

—Está bien —dice al final, con un leve asentimiento—. Pero voy a esperar cerca. Por si acaso.

Asiento, aliviado. No puedo arriesgarme a que él vea lo que temo encontrar al final de este camino. Porque si mis antiguos “colegas” están aquí, no solo vienen a cazar. Vienen por mí. Y si alguna vez descubren la verdad sobre quién soy y lo que hice, no me detendré para proteger a mi manada.

No importa cuántos secretos tenga que enterrar en el proceso.

Me aseguro de que Caleb se aleje antes de seguir avanzando solo. Mis pensamientos se agolpan. La noche es mi aliada, pero las sombras del pasado se arremolinan a mi alrededor. Porque sé que no podré huir para siempre. La verdad saldrá a la luz, y cuando lo haga… seré yo el que caiga de rodillas, encadenado por mis propios pecados.

No soy un héroe. Nunca lo fui.

Soy el monstruo que traicionó a los suyos para salvarse a sí mismo.

Y ahora, temo que alguien más lo haya descubierto.

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