Eran casi las dos de la tarde y caminaba sonriendo por la avenida hacia mi restaurante favorito, que solo estaba a media cuadra de distancia, para festejar mi victoria. Nuevamente me había salido con la mía, mi jefe había caído redondito ante mis encantos y acababa de darme el puesto de subdirectora de Relaciones Públicas, mientras que la pobre tonta de Ivaine lloraba a mares encerrada en el baño porque creía que era ella quien merecía aquel importante ascenso.
Sí, era cierto, ella estaba mucho más preparada, pero nunca había jugado bien sus cartas… o tal vez sí, había puesto todo su empeño los últimos días para demostrar que estaba capacitada, y bla, bla, bla. El gran problema de Ivy residía únicamente en que era fea, muy fea, y todos en PicCo, sabíamos que un puesto de semejante envergadura jamás podía ir a parar en manos de alguien tan poco agraciado porque, desgraciadamente, las relaciones públicas se basaban precisamente en eso, la belleza física, algo que a mí me sobraba. Con mi casi metro setenta y cinco con tacones, excelente figura y hermoso rostro, tenía el mundo a mis pies. Mi jefe, un hombre entrado en los cuarenta, flipaba por mí y Corey, mi novio, acababa de pedirme en matrimonio. A ambos los tenía comiendo de mi mano y a ninguno le importaba, realmente, que fuese una perra fría y sin corazón que se valía de lo que fuese para hacer a un lado a los que le estorbaban. Mi vida era un cuento de hadas y pronto, sería una de las mujeres más importantes de la ciudad, y más tarde, del país entero.
Corey, era el hombre que había elegido para conseguir mis propósitos, era guapo, muy rico y sus relaciones con los hombres que manejaban la política del país eran por todos conocidas. Así que, muy pronto, sería la señora Sagnier. ¡Mis sueños haciéndose realidad! Porque además de ser esposa, ambicionaba ser la accionista mayoritaria de la cadena más grande de supermercados en Londres y estaba en el camino correcto para lograrlo. Me desharía de quien se interpusiera en mi camino.
Apresuré el paso para llegar al almuerzo con mi flamante novio en Dal Baffo, el mismo sitio en donde Corey me había propuesto matrimonio apenas unos días atrás.
—Hola, queridito —le dije a Corey, que seguramente me esperaba con impaciencia.
Iba a ponerlo al tanto de las buenas nuevas.
—Siéntate —ordenó sin siquiera hacer contacto visual ni ponerse en pie como lo hacían los caballeros cuando llegaba una dama, aunque distara mucho de parecerme a una.
Bueno, tal vez no era él quien comía de mi mano, sino yo de la suya, pero no por mucho tiempo.
Corey no apartó la vista del móvil.
Que fuese un idiota, podía pasarlo por alto, que fuese un patán, no, pero qué más daba. Lo usaría para mis fines y después lo desecharía cual pañuelo sucio en el fondo del bote de basura más cercano en busca del siguiente, alguien que me hiciera alcanzar más altos vuelos.
Le sonreí con hipocresía.
—Ya ordené la comida —agregó.
—Cómo siempre —me quejé tan solo un poco—, nunca eres capaz de esperarme, ni siquiera sabes qué quiero comer.
—Tan solo una ensalada, querida, no queremos que pierdas ese estupendo cuerpo, ¿o sí?
Resoplé para intentar tranquilizarme. Al menos, en aquel momento, para celebrar, tenía ganas de comerme un buen corte con un par de guarniciones y él solo había ordenado una estúpida ensalada.
—Bueno, en fin —dije, cediendo como siempre a sus deseso—. Pues tengo buenas nuevas —agregué intentando atraer su atención.
Corey siguió sin apartar la vista del móvil, parecía que algo muy importante lo reclamaba.
Resoplé nuevamente y aburrido, Corey puso al fin la mirada en mí. Menos mal que más pronto de lo que pensaba iba a deshacerme también de él.
—¡Obtuve el puesto! —exclamé intentando que la emoción no me dominara.
—Pues qué bien, querida, sabemos que ese par de bien torneadas piernas pueden lograr lo que se propongan.
Intenté sonreír, y turbada, me levanté para ir al baño con el pretexto de asearme un poco.
Con las manos sobre el lavabo, me miré al espejo. Era muy hermosa e inteligente, pero Corey jamás me había dado la oportunidad de demostrárselo. Lo odiaba por eso, pero necesitaba su dinero… Y sus relaciones para poder llegar al lugar que merecía.
—Tan solo otro poco. Resiste —me dije a mí misma mientras me lavaba las manos.
Me pinté de nuevo una sonrisa y salí, lista para enfrentar al mundo.
Mientras volvía a la mesa, pude observar que la camarera se había acercado, y mientras asentaba los platos, Corey pasó sin disimulo, la mano por sobre su trasero.
—Resiste, resiste —me repetí en voz baja una vez más.
Me acerqué a la mesa y mientras me sentaba, lo tomé por la barbilla para obligarlo a que se centrara en mí.
—Te amo, bebé —susurré.
La camarera, algo turbada y con el semblante apagado, se dio la media vuelta y se marchó.
Pensé en que, tal como muchas personas, la chica sólo había mirado la hermosa envoltura, pero no sabía que al abrir el regalo, la caja estaba vacía. Así era Corey, una gran caja llena de, nada.
Comíamos en silencio, cuando noté que había un poco de alboroto afuera.
—¿Qué demonios…? —farfullé en cuanto me percaté de que todos los comensales ya se habían acercado a la puerta y sus murmullos llenaban el restaurante.
Corey me miró y movió la cabeza negativamente. Ambos supimos que algo malo estaba pasando afuera, pero él no se movió un ápice de su lugar.
Moví un poco la parte superior de mi cuerpo, pero no podía ver a través de las ventanas porque la gente estaba aglutinada frente a ellas. Por puro instinto me puse también de pie. Y entonces sucedió, un insoportable ruido inundó el lugar y todos nos tiramos al piso, si aquello era un atentado terrorista nadie se salvaría. Desde el piso miré a Corey quien yacía muy quieto debajo de la mesa. Un par de segundos más tarde, lo observé moverse por el suelo, cual cobarde gusano, buscando la salida trasera.
Con visible terror, una mujer que sostenía a un niño en brazos, abrió la puerta y salió corriendo al notar que no había habido otra explosión. Mirándonos unos a otros, como esperando una aprobación unánime, nos pusimos de pie y salimos corriendo.
No sabía de qué huíamos, pero me uní a la manada como si no hubiese un mañana y no volví la vista atrás.
Sin darme cuenta, recorrí la media cuadra que me separaba del edificio de PicCo y me vi frente a lo poco que quedaba de él. El derrumbe había sido inminente y montones de escombros yacían en el suelo. Sin apenas visibilidad, porque el polvo no me dejaba ver, me abrí paso entre la gente. El ala oeste del gran edificio, milagrosamente, aún estaba en pie. Corrí hacia allí porque necesitaba recuperar mi archivo de presentación para la junta de la siguiente semana y no me podía permitir perder horas de trabajo. Un hermoso discurso, lleno de emociones y consejos, para triunfar en la vida.
Algo muy pesado cayó sobre mí y después, todo se volvió negro. Me sumí en un sueño pesado y oscuro y no volví a saber de mí.
A mi alrededor, varias personas, que aún no sabían en donde nos encontrábamos, se movían inquietas. Se empujaban unas a otras y como yo, esperaban con impaciencia aclarar sus dudas.Miré mis manos y, con nerviosismo, noté que el maravilloso anillo de compromiso había desaparecido. Corey iba a asesinarme cuando supiera que lo había extraviado.—¿A dónde demonios nos han traído? —exclamó una mujer bajita que recordaba haber visto haciendo la limpieza en el Corporativo y para quien nunca había tenido una sonrisa o un gesto amable.Nuestras miradas se cruzaron e intenté llegar a ella para preguntarle en dónde estábamos, pero al percatarse de mis intenciones, se movió de lugar con gesto de desagrado.—¡Marty! —le grité al chico de la copiadora, pero él también se movió de lugar y se perdió entre la multitud—. ¡Freida! —intenté una vez más con la secretaria de Leanne, la gerente de Recursos Humanos.Pero fue inútil, en aquel lugar nadie me quería, era la mujer más odiada.Me eché a llorar d
Desperté en una cama de hospital en donde todo me era ajeno. Recordaba, vagamente, mi breve estaría en el cielo, aquel lugar al que yo no llegaría jamás. Mi alma era negra, tal como había dicho Mike, pero no sentía remordimientos, había hecho lo necesario para triunfar a como diera lugar. Con pesadez, intenté ponerme en pie pero me sentí un poco mareada. —¡No! —gritó una voz que conocía muy bien. Era el chico, relativamente nuevo, que había entrado hacía apenas menos de un año al departamento de Compras. El ayudante, secretario o lo que sea que fuese del gerente. —¡Necesito algo de ayuda aquí! —gritó más fuerte aún. Una pequeña chica, vestida de blanco entró a la habitación que compartía con otras personas y me ayudó a recostarme de nuevo. —Estuvo en coma, no debe levantarse sin ayuda —dijo la enfermera. —¡Oh, no! —exclamé al recordar que Mike había dicho algo acerca de mi cuerpo, ¿o había sido un maldito sueño? ¿Uno muy jodido y malo?—. ¡Un espejo, necesito un espejo! La chica
La policía me interrogó aquella tarde, querían saber qué tanto era lo que sabía del derrumbe y lo que había visto. —Ya le dije que no vi nada, estaba en un restaurante cercano y corrí media cuadra cuando vi la gran cantidad de gente que corría hacia el Corporativo —intenté explicar. —Lo siento, señorita Corrie, pero otras declaraciones la sitúan dentro del edificio y no en un restaurante cercano. —Mire, quizá tenga estrés postraumático, pero le juro que yo estaba en el restaurante con mi novio. —Perdone que la contradiga, señorita Corrie, pero todos afirman que usted está más sola que una ostra. Cerré los ojos con fuerza, no estaba poniéndome en los zapatos de Ivaine, sino en los propios y era un error estúpido, debía aprender a suplantar la personalidad de Ivaine o el oficial pensaría que era una mitómana. —Sí, sí, tal vez está usted en lo correcto —aclaré—, puede que aún esté un poco confundida o que lo haya soñado. Desde que salí del coma, no reconozco la diferencia entre l
Intenté dormir, pero las pesadillas del derrumbe me acosaron y daba vueltas en la cama cuando un fuerte ruido en la pequeña sala me alertó. Abrí los ojos asustada, el reloj marcaba casi las tres de la mañana. Por pura costumbre me persigné, de pequeña había visto una película que contaba la historia de una chica de la que el demonio se había posesionado y que todos los días despertaba a las tres de la mañana. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y me levanté con temor.Al llegar a la salita, el espectáculo era desolador, entre cristales rotos había un ángel. Me tallé los ojos, debía estar soñando que estaba soñando o de plano me estaba volviendo loca. —¿Quién demonios eres y qué haces en mi sala? —instintivamente me eché hacia atrás, en aquella película el demonio solía usar disfraces muy convincentes para engañar a la protagonista. Formé una cruz con los dedos y la puse frente a aquella criatura que ni siquiera se inmutó.—Soy Shamsiel, tu ángel de la guarda. Fui asignado para c
Corey Sagnier había nacido rico, muy rico, aunque en la ciudad se rumoreaba que su riqueza no provenía precisamente de negocios lícitos y honrados. Su padre era admirado y temido a la vez, se decía que no le importaba a quien tenía que quitar de encima con tal de salirse con la suya. Sí, tal vez se parecía un poco a mí, aunque en mayor escala, a su lado yo era tan solo un bicho insignificante que no merecía a su hijo. Nuestra relación nunca había sido buena, aunque en realidad en la familia Sagnier, nadie era lo suficiente como para merecerlos, su gran ego debía ser igual a sus minúsculos penes. Me reí ante mi fugaz pensamiento y pensé en la manera en que podía retomar mis cosas sin levantar sospechas, así que muy temprano por la mañana, me escabullí del departamento de Ivaine para ir al de Callie intentando pasar desapercibida, para ello, me puse un traje deportivo y viejo que Ivaine guardaba en su armario y con sorpresa constaté que me quedaba casi a la perfección, tal vez un poco h
Morir, de una forma dolorosa y aterradora, por ejemplo, asesinada por mi propio ex novio, jamás había entrado en mis planes, así que corrí lo más rápido que pude. Una vez que Corey reaccionó y el miedo se apoderó de mí, no hubo nada que me detuviese. Si él se atrevía a delatarme con la policía, era su palabra contra la mía. Eran las nueve en punto cuando Evan tocó a mi puerta. Acababa de terminar de bañarme y me vestí de prisa con el primer atuendo decente que encontré, Ivaine no tenía, lo que se llama precisamente, un buen estilo. Jamás había sabido sacar partido de sus escasos atributos. Con el cabello aun revuelto y convertido en una gran maraña, abrí la puerta presurosa. Extrañamente, Evan me sonrió. —¡Amiga! Tienes mucho mejor cara, me alegro mucho por ti —dijo besando, casi al aire, mi mejilla. —Siéntate donde puedas un momento mientras termino de arreglarme —sugerí sin mucho ánimo. —¿Arreglarte? —Evan hizo una mueca extraña, casi como s
Desayunamos en un puestucho de comida rápida, bueno, tal vez exagero, tampoco es que fuera un puestucho, era un pequeño local de una franquicia norteamericana. Evan dijo que era mi lugar favorito, es decir, el de Ivaine. ¿De verdad se puede tener tan mal gusto? El café no era malo, debía de aceptarlo, pero las hamburguesas dejaban mucho que desear, aunque la compañía era bastante agradable. Evan se veía particularmente guapo, llevaba una camisa blanca, bajo su suéter color azul marino y unos desgastados jeans. Llevaba el cabello peinado hacia atrás, húmedo o tal vez con un poco de gel, daba igual, su cabello oscuro resaltaba sus hermosos ojos castaños. —Esta comida realmente apesta, Evan —le dije, intentando ignorar su sonrisa de infarto. —¿Desde cuándo? —preguntó poniéndose serio y mirándome como, si de pronto, me hubiese convertido en un bicho raro. —No lo sé, tal vez desde siempre. Desde que desperté del coma siento que se han agudizado mis sentidos. —Más bien pareces otra, I
Papá era panadero en un pequeño pueblo al Norte en donde había crecido y vivido toda su vida. Aquel hombre, sin ambición alguna, excepto la de ser feliz, lo que para mí era una utopía, preparaba el pan en el horno de casa y lo vendía en una esquina bastante transitada de Cross Gates por las tardes. En cuanto a mamá, era una simple ama de casa que jamás había tenido otra ambición que ser la esposa del panadero más guapo de la ciudad. Lo que mamá no sabía era que la belleza se acababa y que al final, era opacada por el valor de las cosas que poseyeras y esa era una verdad absoluta por todos conocida. No, no habían sido malos padres, al contrario, habían llenado mi niñez de alegría. Verlos felices y enamorados me causaba una constante sensación de bienestar, pero después crecí, y comencé a observar a mi alrededor y descubrí que las personas más populares, respetadas, envidiadas, e incluso admiradas y odiadas al mismo tiempo, eran las personas que derrochaban porte y elegancia. Aquellas