La policía me interrogó aquella tarde, querían saber qué tanto era lo que sabía del derrumbe y lo que había visto.
—Ya le dije que no vi nada, estaba en un restaurante cercano y corrí media cuadra cuando vi la gran cantidad de gente que corría hacia el Corporativo —intenté explicar.
—Lo siento, señorita Corrie, pero otras declaraciones la sitúan dentro del edificio y no en un restaurante cercano.
—Mire, quizá tenga estrés postraumático, pero le juro que yo estaba en el restaurante con mi novio.
—Perdone que la contradiga, señorita Corrie, pero todos afirman que usted está más sola que una ostra.
Cerré los ojos con fuerza, no estaba poniéndome en los zapatos de Ivaine, sino en los propios y era un error estúpido, debía aprender a suplantar la personalidad de Ivaine o el oficial pensaría que era una mitómana.
—Sí, sí, tal vez está usted en lo correcto —aclaré—, puede que aún esté un poco confundida o que lo haya soñado. Desde que salí del coma, no reconozco la diferencia entre la realidad y la fantasía. Sí, estaba yo en el edificio.
—De acuerdo —dijo anotando algo en su pequeña libreta—. Varios de sus compañeros dicen que Callie Emery era la secretaria de presupuestos cuando se construyó el edificio de PicCo y que compró el material más barato para ahorrarse algo de dinero que más tarde se echó en el bolsillo. ¿Sabe usted algo al respecto? Necesitamos deslindar responsabilidades, un edificio no se cae solo por que sí, ¿sabe?
Bajé la mirada avergonzada, era verdad, me había embolsado mucho dinero que me había servido para dar el enganche de un lujoso piso en una de las zonas con más plusvalía de la ciudad.
—No, señor, no sé nada de eso.
—Ella está muerta, señorita Corrie, no pasará nada si habla, sin embargo, sí podemos establecer si ella tenía algún cómplice.
—No, si ella lo hizo, creáme que actuó sola.
—¿Entonces cree que no hay nadie más dentro de la compañía que pueda pagar por este terrible error? Murieron muchas personas, señorita Corrie.
—Nadie —afirmé.
—De acuerdo. La dejaré descansar, pero si recuerda algo… —vacilante, me entregó su tarjeta.
En cuanto el oficial salió por la puerta me eché a llorar. Muchas personas estaban sufriendo por mi culpa, había hijos que se habían quedado sin padres, padres que se habían quedado sin hijos, otros que habían perdido a sus hermanos o quizá al amor de su vida. Me puse en pie y quitándome la guía del suero, me vestí y huí de aquel lugar que olía a pecado y muerte.
Llegando a mi apartamento, tomé las cosas más vitales y salí de nuevo. No podía volver a aquel sitio, si la verdad llegaba a saberse, terminaría mis días en la cárcel y no podía permitirlo.
Busqué en el bolso que Evan había preparado para cuando me dieran de alta y extraje el móvil. La llamativa funda de color rosa, me pareció ridícula pero después haría algunos cambios necesarios, lo que necesitaba era llamar a Evan para que me llevara al apartamento de Ivaine, ya que no tenía la mínima idea de donde vivía.
Busqué entre los escasos contactos y di marcar cuando vi su nombre aparecer en la pantalla.
—Hola. Ivan, me alegra que llamaras, ¿ya te van a dar el alta?
—Te explicaré en cuanto vengas por mí.
—¿Qué demonios hiciste ahora?
—Por favor, Evan, ven por mí, estoy en la calle Woodhouse, frente a Sainsbury´s.
—De acuerdo, de acuerdo, no te muevas de ahí. ¿Oíste?
—No lo haré.
Evan tardó veinte minutos en llegar, pero a mí me parecieron una eternidad; por alguna extraña razón, temía que llegara a saberse que había usurpado el cuerpo de Ivaine, y que en cualquier momento, llegaría una patrulla, de la que un oficial descendería solo para aprehenderme.
Evan, como todo un caballero bajó a ayudarme a meter la bolsa en su viejo y destartalado volkswagen del ochenta y seis.
—¡Dios, había olvidado lo pequeño que es tu auto! Siempre pensé que era un milagro que esta m*****a chatarra aún funcionara.
—Nunca antes te quejaste y ya sabes lo que dicen de los volkswagen, son…
—Inmortales —completé la frase. Había escuchado que esos malditos autos eran eternos y vaya que lo eran. Era un milagro que esa carcacha aún funcionara.
Evan sonrió y luego de ayudarme a subir, cerró la puerta y volvió a su puesto de piloto.
—Ahora sí, soy todo oídos, ¿escapaste? —me interrogó.
—Sí, lo siento, no soporté más ese lugar tan lúgubre y siniestro.
—Bueno, no es el mejor hospital, pero te trataron muy bien y me parece una falta de respeto que te hayas ido sin avisar. No iban a retenerte más que un par de días más. Ya solo estabas en observación.
—No, aquel lugar en verdad iba a dejarme loca.
—Nunca has estado muy cuerda que digamos.
—¿Puedes llevarme a casa? —lo presioné un poco, no estaba de ánimo para sostener largas conversaciones.
—Creo que sí, pero no hoy. Hoy no creo que debas estar sola. Estás aún en un estado muy frágil y necesitas algo de compañía. Prometo no molestarte.
—No, Evan, de verdad necesito estar sola.
—Y ya te digo yo que no. Que lo que necesitas es una vieja película en la televisión, un poco de palomitas y un poco de refresco de cola.
—Por favor, Evan, no hoy. Necesito tiempo a solas para aclarar muchas cosas en mi cabeza.
—Está bien, no te presionaré, pero de una vez te digo que mañana muy temprano pasaré a verte para que vayamos a desayunar —Evan levantó los hombros como para quitarle importancia a lo buen amigo que era.
¡Maldito Evan Wickham! Era casi perfecto, pero tenía un leve problema, era pobre, muy pobre y la pobreza no encajaba en mi perfecta vida.
¿O ex vida?
Si iba a vivir en el cuerpo de Ivaine iba a tener que sacarle un poco de partido… o visitar muy pronto a un cirujano plástico, lo cual sería más fácil y rápido, pero llamaría la atención y lo que menos necesitaba era eso.
Asentí para dejarle saber que estaba bien, ya vería como me las arreglaba para deshacerme de él, lo necesitaba fuera de mi vida.
Evan estacionó frente a un sencillo y pequeño edificio de departamentos y luego, bajó para ayudarme a subir mis escasas pertenencias. Una vez que subimos las escaleras y que estuvimos frente al apartamento 302, extrajo una llave del bolsillo de sus desgastados jeans. Abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarme pasar.
—Limpié todo antes de que vinieras, pasaste quince días en coma y nadie había abierto un poco las ventanas, así que decidí venir a hacerlo y aproveché para limpiar un poco.
—Gracias, Evan, te lo agradezco.
—De nada, Ivan… Ahora, te dejaré sola. Si necesitas algo, tan solo llámame. Intentaré estar al pendiente.
¿Era posible que Evan estuviese en verdad enamorado de Ivaine? Hasta para mí era extraña la camaradería que existía entre ellos, pero uno nunca terminaba de conocer a las personas… Había gente que se sentía atraída hasta por las cosas más extrañas.
Intenté sonreír cuando se acercó para besarme en la mejilla a modo de despido y después de asentar las llaves sobre la barra de la cocina, atravesó la puerta y la cerró tras de él.
—¡Maldita sea! —grité mientras recorría aquel pequeño espacio.
¿Cómo podía una persona vivir en un cuchitril de aquel tamaño? No, no es que fuera feo porque al parecer Ivaine tenía bastante buen gusto, sus muebles eran baratos pero al menos combinaban entre sí, lo que realmente impresionaba era el tamaño, ¡ahí no cabía nadie más! Como si aquel espacio hubiese sido creado para vivir en soledad hasta que te volvieras viejo y olieses a humedad.
—¡Puaj! —exclamé cuando abrí el frigorífico y vi la cantidad de alimentos de cocina rápida que Ivaine guardaba.
¿Es que nunca tenía tiempo para ir al supermercado y comprar vegetales frescos? Mi semblante se ensombreció. No, no lo tenía y eso me lo debía a mí, era ella quien terminaba haciendo mi trabajo porque yo estaba demasiado ocupada intentando conquistar al hombre ideal que me ayudase a subir un escalón más en aquella inmensa escalera laboral.
Me eché a llorar. Yo era un ser humano espantoso y de eso no me cabía la menor duda.
Intenté dormir, pero las pesadillas del derrumbe me acosaron y daba vueltas en la cama cuando un fuerte ruido en la pequeña sala me alertó. Abrí los ojos asustada, el reloj marcaba casi las tres de la mañana. Por pura costumbre me persigné, de pequeña había visto una película que contaba la historia de una chica de la que el demonio se había posesionado y que todos los días despertaba a las tres de la mañana. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y me levanté con temor.Al llegar a la salita, el espectáculo era desolador, entre cristales rotos había un ángel. Me tallé los ojos, debía estar soñando que estaba soñando o de plano me estaba volviendo loca. —¿Quién demonios eres y qué haces en mi sala? —instintivamente me eché hacia atrás, en aquella película el demonio solía usar disfraces muy convincentes para engañar a la protagonista. Formé una cruz con los dedos y la puse frente a aquella criatura que ni siquiera se inmutó.—Soy Shamsiel, tu ángel de la guarda. Fui asignado para c
Corey Sagnier había nacido rico, muy rico, aunque en la ciudad se rumoreaba que su riqueza no provenía precisamente de negocios lícitos y honrados. Su padre era admirado y temido a la vez, se decía que no le importaba a quien tenía que quitar de encima con tal de salirse con la suya. Sí, tal vez se parecía un poco a mí, aunque en mayor escala, a su lado yo era tan solo un bicho insignificante que no merecía a su hijo. Nuestra relación nunca había sido buena, aunque en realidad en la familia Sagnier, nadie era lo suficiente como para merecerlos, su gran ego debía ser igual a sus minúsculos penes. Me reí ante mi fugaz pensamiento y pensé en la manera en que podía retomar mis cosas sin levantar sospechas, así que muy temprano por la mañana, me escabullí del departamento de Ivaine para ir al de Callie intentando pasar desapercibida, para ello, me puse un traje deportivo y viejo que Ivaine guardaba en su armario y con sorpresa constaté que me quedaba casi a la perfección, tal vez un poco h
Morir, de una forma dolorosa y aterradora, por ejemplo, asesinada por mi propio ex novio, jamás había entrado en mis planes, así que corrí lo más rápido que pude. Una vez que Corey reaccionó y el miedo se apoderó de mí, no hubo nada que me detuviese. Si él se atrevía a delatarme con la policía, era su palabra contra la mía. Eran las nueve en punto cuando Evan tocó a mi puerta. Acababa de terminar de bañarme y me vestí de prisa con el primer atuendo decente que encontré, Ivaine no tenía, lo que se llama precisamente, un buen estilo. Jamás había sabido sacar partido de sus escasos atributos. Con el cabello aun revuelto y convertido en una gran maraña, abrí la puerta presurosa. Extrañamente, Evan me sonrió. —¡Amiga! Tienes mucho mejor cara, me alegro mucho por ti —dijo besando, casi al aire, mi mejilla. —Siéntate donde puedas un momento mientras termino de arreglarme —sugerí sin mucho ánimo. —¿Arreglarte? —Evan hizo una mueca extraña, casi como s
Desayunamos en un puestucho de comida rápida, bueno, tal vez exagero, tampoco es que fuera un puestucho, era un pequeño local de una franquicia norteamericana. Evan dijo que era mi lugar favorito, es decir, el de Ivaine. ¿De verdad se puede tener tan mal gusto? El café no era malo, debía de aceptarlo, pero las hamburguesas dejaban mucho que desear, aunque la compañía era bastante agradable. Evan se veía particularmente guapo, llevaba una camisa blanca, bajo su suéter color azul marino y unos desgastados jeans. Llevaba el cabello peinado hacia atrás, húmedo o tal vez con un poco de gel, daba igual, su cabello oscuro resaltaba sus hermosos ojos castaños. —Esta comida realmente apesta, Evan —le dije, intentando ignorar su sonrisa de infarto. —¿Desde cuándo? —preguntó poniéndose serio y mirándome como, si de pronto, me hubiese convertido en un bicho raro. —No lo sé, tal vez desde siempre. Desde que desperté del coma siento que se han agudizado mis sentidos. —Más bien pareces otra, I
Papá era panadero en un pequeño pueblo al Norte en donde había crecido y vivido toda su vida. Aquel hombre, sin ambición alguna, excepto la de ser feliz, lo que para mí era una utopía, preparaba el pan en el horno de casa y lo vendía en una esquina bastante transitada de Cross Gates por las tardes. En cuanto a mamá, era una simple ama de casa que jamás había tenido otra ambición que ser la esposa del panadero más guapo de la ciudad. Lo que mamá no sabía era que la belleza se acababa y que al final, era opacada por el valor de las cosas que poseyeras y esa era una verdad absoluta por todos conocida. No, no habían sido malos padres, al contrario, habían llenado mi niñez de alegría. Verlos felices y enamorados me causaba una constante sensación de bienestar, pero después crecí, y comencé a observar a mi alrededor y descubrí que las personas más populares, respetadas, envidiadas, e incluso admiradas y odiadas al mismo tiempo, eran las personas que derrochaban porte y elegancia. Aquellas
Durante horas estuve vagando por el centro aquella mañana que, de soleada, se había vuelto repentinamente gris. Había comenzado a lloviznar y una gran tormenta amenazaba con derribar el cielo. Los rayos y los truenos siempre me habían asustado desde que era pequeña, y lo peor, era que me moría de miedo. Nunca había tenido la necesidad de empeñar alguna joya, porque siempre había alguien dispuesto a pagar mis deudas a cambio de un buen acostón y comencé a preguntarme si no me harían demasiadas preguntas. ≪¿Cómo lo obtuvo?≫. ≪¿Tiene la factura?≫. ≪¿A quién y dónde lo robó?≫. Eché a correr porque la lluvia no pensaba darme tregua y sin apenas desearlo, llegué al departamento de Evan y toqué la puerta con desesperación. Necesitaba algunas palabras de consuelo, un fuerte abrazo, y tal vez un poco de brandy corriendo por mis venas. Estaba empapada y lo peor, sin saber qué hacer. En cuanto Evan abrió la puerta, me arrojé a sus brazos y sin previo aviso, lo besé.
—¡Despierta, Callie! —gritó alguien en mi oído, y dando tumbos, logré ponerme en pie. Me dolía la cabeza y los oídos me zumbaban. —¿¡Ahora qué!? —respondí llevándome las manos a la cabeza. Era Shamsiel—. ¿Qué demonios haces aquí? —pregunté—. Si vienes a darme tus sermoncitos, no estoy interesada. Tengo dolor de cabeza y… —Ya sé, ya sé, sucumbiste ante el elíxir de los dioses, pero no, no vengo a eso. —¿Y ahora de qué se trata? —Solo pasé a saludar, andaba por el rumbo y… Entorné los ojos y aún medio dormida, me dirigí al frigorífico y lo volví a cerrar derrotada. Necesitaba urgentemente ir de compras. —Sé que pasaste a burlarte, conmigo no tienes que disimular una bondad de la que careces —respondí. —En verdad andaba por el rumbo, Callie, ¿por qué pones en duda mis palabras? —Porque eres un poquitín embustero, Shams. —¡Vaya! Ahora hasta me has dado un nombre de cariño, ¡y no me llamaste Caguiel! ¿Y eso? —Porque des
Evan me había estado evitando, de eso estaba segura. No me había llamado en dos días y honestamente yo tampoco tenía el valor, pero necesitaba que me ayudara a vender la joya, así que tuve que reunir un poco de coraje y recoger los pedacitos rotos. Con el corazón desbocado, toqué la puerta de su apartamento y entonces sucedió, una chica de piel morena, de cabello color castaño y largo, como de comercial de shampoo, se asomó. Llevaba tan solo una ligera playera que le llegaba a la mitad de los muslos y que supuse era de Evan. —Ho-hola —dije con una timidez que no me iba. —Hola. —Estoy buscando a Evan, Evan… —Wickham, sí —añadió sonriendo. Sus dientes blancos también eran de comercial de dentífrico. La odié—. Él se está bañando, pero si gustas puedes pasar a esperarlo. Abrió la puerta por completo y entonces también pude apreciar su silueta de infarto a través del sencillo algodón de la camiseta. Sin poder evitarlo, me miré al espejo que Evan