Desperté en una cama de hospital en donde todo me era ajeno. Recordaba, vagamente, mi breve estaría en el cielo, aquel lugar al que yo no llegaría jamás. Mi alma era negra, tal como había dicho Mike, pero no sentía remordimientos, había hecho lo necesario para triunfar a como diera lugar. Con pesadez, intenté ponerme en pie pero me sentí un poco mareada.
—¡No! —gritó una voz que conocía muy bien.
Era el chico, relativamente nuevo, que había entrado hacía apenas menos de un año al departamento de Compras. El ayudante, secretario o lo que sea que fuese del gerente.
—¡Necesito algo de ayuda aquí! —gritó más fuerte aún.
Una pequeña chica, vestida de blanco entró a la habitación que compartía con otras personas y me ayudó a recostarme de nuevo.
—Estuvo en coma, no debe levantarse sin ayuda —dijo la enfermera.
—¡Oh, no! —exclamé al recordar que Mike había dicho algo acerca de mi cuerpo, ¿o había sido un maldito sueño? ¿Uno muy jodido y malo?—. ¡Un espejo, necesito un espejo!
La chica miró al muchacho, Evan era su nombre si no me equivocaba y si, era amigo íntimo de Ivaine. Evan asintió y la enfermera salió un momento, volvió con su bolso y sacando un pequeño estuche de él, me lo entregó.
Abrí el maquillaje que tenía un espejo en la cubierta superior y me miré. Pegué el grito de horror más grande que alguien haya escuchado. Yo era Ivaine, ¿o Ivaine era yo?
—¡Qué demonios! —farfullé al tiempo que estallaba en llanto.
Había luchado tanto por asirme a mi belleza física para lograr mis metas que ahora que era fea, y sin chiste, no tenía la menor idea de lo que iba a ser de mí.
Evan arrebató el espejo de mis manos y se lo devolvió a la enfermera, que salió de prisa después de presenciar tan triste escena.
—No sé qué sucede, Ivan —Ivan era la manera en la que Evan llamaba a Ivaine, casi como si fuera una mala broma que sus nombres solo tuvieran una vocal diferente.
—¿Has visto mi cara? —le pregunté aterrorizada.
—Solo tienes algunos golpes, no es el fin del mundo, si hubieras visto la de Callie… Entonces hasta aceptaría que te des de topes en la pared —dijo sonriendo con algo parecido a la dulzura.
—¿Qué sucedió con Callie? —pregunté intentando indagar un poco más, necesitaba recuperar mi cuerpo y pronto, antes de que se pudriera en un ataúd bajo la tierra o se hiciera cenizas en un horno. Tal vez habría algo que pudiese hacer para poder unir las piezas de nuevo.
—Fue terrible, su cuerpo estaba hecho pedazos y su rostro… deberías haber visto su rostro, tan feo como era su alma —Evan se persignó como si así pudiese borrar lo que acababa de decir—. La cremaron ayer.
¿Qué dijo el estupidito? ¡¿Que cremaron mi cuerpo?!
El llanto se apoderó de nuevo de mí.
—Lo único bueno es que han hablado acerca de que te darán su puesto y entonces podrás demostrar que debiste ser su elección desde el principio y no la flaca desnutrida esa.
—No hables así de los muertos, Evan —pedí sorbiéndome los mocos.
—¿Por qué no? Ella se acostó con el director para que le dieran el puesto, ¿o no lo sabes? Y solo salía con Corey Sagnier para seguir escalando. Todos en la empresa sabemos de lo que se valía para llegar a la cima. Ella era horrible, incluso se burló de ti cuando la nombraron y te vio salir llorando, ¿no crees que tiene lo que merece?
—No, creo que a veces juzgamos mal al sexo femenino, nadie juzgaría a un hombre que hace lo mismo, ¿o si?
—Pero no conocemos a un hombre que haya hecho lo mismo.
—Pero podríamos conocerlo… —aseguré.
Evan entornó los ojos y me ayudó a incorporarme un poco.
—Voy a necesitar de alguien que arregle esto —agregué llevándome las manos al rostro.
—¿Pasó algo durante el coma? ¿Alguien tomó tu cuerpo? Nunca en la vida te habías preocupado tanto por la belleza física.
—No, no… Yo… Lo siento, Evan, pero necesito salir de aquí y voy a hacerlo ahora mismo.
Evan movió la cabeza hacia ambos lados y apretó un botón rojo que estaba sobre la pared. Algún líquido pasó a través de la guía del suero porque sentí mis venas arder y el sueño se apoderó de mí. Volví a quedarme dormida casi al instante.
Pasaban las doce del mediodía cuando volví a abrir los ojos. Evan seguía ahí, a un lado, con un libro entre las manos.
—¡Maldito! —le dije—. ¡Hiciste que volviera a dormir!
—Fueron órdenes del médico, Ivan, él mismo me dijo que lo apretara si mostrabas estrés postraumático al despertar.
—¡No tengo ningún estrés postraumático, Evan! ¡Todo lo que necesito es salir de aquí y recuperar mi vida!
—¿Cuál vida? Si solo sales conmigo, y toda tu vida es PicCo, que por cierto, no está en funciones por el derrumbe. Así que no tienes nada mejor qué hacer.
—¿Y entonces qué sucederá? Dijiste que estaban planeando darme el puesto… No entiendo.
—Están improvisando unas oficinas mientras vuelven a levantar el Corporativo, pero no estarán listas hasta dentro de un par de meses. Así que puedes descansar.
—¿Y tú piensas pasar aquí todo el tiempo cuando podrías estar disfrutando las minivacaciones con una chica en la playa o dónde demonios quieras?
—Soy tu único amigo, Ivan, no voy a abandonarte, aunque créeme que me dan ganas cuando noto que pareces ser una persona muy distinta a la que solía conocer.
—¿Ah, sí? —pregunté. Necesitaba saber quién era en realidad Ivaine Corrie para poder suplantar su identidad de la manera más creíble posible.
—Antes eras noble, positiva y sabías manejar tus emociones. Pocas veces perdías la cabeza. Aún cuando le dieron el puesto a Callie únicamente te encerraste en el baño a llorar y después, con todo el valor, volviste a salir como si nada hubiera pasado.
—¡Pero mírame ahora, Evan! ¿Ves esto? ¿Lo ves? —señalé el feo rostro de Ivaine.
—Ivan —habló de nuevo el tonto de Evan—, eres la chica más divertida que he conocido jamás, no pierdas eso, porque es justo, lo que te hace ser mi mejor amiga.
Evan se levantó y guardando su libro en su mochila, se dirigió a la puerta.
Nunca en la vida me había percatado de lo alto que era, hasta que lo vi ahí, de pie, en el marco de la puerta, mirándome con desaprobación. ¡Y su trasero! ¡Por Dios! Su trasero era impresionante. Aquellos vaqueros viejos le sentaban taaaaan bien.
Me llevé las manos a la cabeza. ¡Demonios, algo había pasado conmigo durante mi breve estadía en el cielo! Yo nunca, jamás, podría poner los ojos en alguien tan insignificante como Evan Wickham. Él era tan… patéticamente pobre y yo no necesitaba a alguien como él en mi vida.
La policía me interrogó aquella tarde, querían saber qué tanto era lo que sabía del derrumbe y lo que había visto. —Ya le dije que no vi nada, estaba en un restaurante cercano y corrí media cuadra cuando vi la gran cantidad de gente que corría hacia el Corporativo —intenté explicar. —Lo siento, señorita Corrie, pero otras declaraciones la sitúan dentro del edificio y no en un restaurante cercano. —Mire, quizá tenga estrés postraumático, pero le juro que yo estaba en el restaurante con mi novio. —Perdone que la contradiga, señorita Corrie, pero todos afirman que usted está más sola que una ostra. Cerré los ojos con fuerza, no estaba poniéndome en los zapatos de Ivaine, sino en los propios y era un error estúpido, debía aprender a suplantar la personalidad de Ivaine o el oficial pensaría que era una mitómana. —Sí, sí, tal vez está usted en lo correcto —aclaré—, puede que aún esté un poco confundida o que lo haya soñado. Desde que salí del coma, no reconozco la diferencia entre l
Intenté dormir, pero las pesadillas del derrumbe me acosaron y daba vueltas en la cama cuando un fuerte ruido en la pequeña sala me alertó. Abrí los ojos asustada, el reloj marcaba casi las tres de la mañana. Por pura costumbre me persigné, de pequeña había visto una película que contaba la historia de una chica de la que el demonio se había posesionado y que todos los días despertaba a las tres de la mañana. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y me levanté con temor.Al llegar a la salita, el espectáculo era desolador, entre cristales rotos había un ángel. Me tallé los ojos, debía estar soñando que estaba soñando o de plano me estaba volviendo loca. —¿Quién demonios eres y qué haces en mi sala? —instintivamente me eché hacia atrás, en aquella película el demonio solía usar disfraces muy convincentes para engañar a la protagonista. Formé una cruz con los dedos y la puse frente a aquella criatura que ni siquiera se inmutó.—Soy Shamsiel, tu ángel de la guarda. Fui asignado para c
Corey Sagnier había nacido rico, muy rico, aunque en la ciudad se rumoreaba que su riqueza no provenía precisamente de negocios lícitos y honrados. Su padre era admirado y temido a la vez, se decía que no le importaba a quien tenía que quitar de encima con tal de salirse con la suya. Sí, tal vez se parecía un poco a mí, aunque en mayor escala, a su lado yo era tan solo un bicho insignificante que no merecía a su hijo. Nuestra relación nunca había sido buena, aunque en realidad en la familia Sagnier, nadie era lo suficiente como para merecerlos, su gran ego debía ser igual a sus minúsculos penes. Me reí ante mi fugaz pensamiento y pensé en la manera en que podía retomar mis cosas sin levantar sospechas, así que muy temprano por la mañana, me escabullí del departamento de Ivaine para ir al de Callie intentando pasar desapercibida, para ello, me puse un traje deportivo y viejo que Ivaine guardaba en su armario y con sorpresa constaté que me quedaba casi a la perfección, tal vez un poco h
Morir, de una forma dolorosa y aterradora, por ejemplo, asesinada por mi propio ex novio, jamás había entrado en mis planes, así que corrí lo más rápido que pude. Una vez que Corey reaccionó y el miedo se apoderó de mí, no hubo nada que me detuviese. Si él se atrevía a delatarme con la policía, era su palabra contra la mía. Eran las nueve en punto cuando Evan tocó a mi puerta. Acababa de terminar de bañarme y me vestí de prisa con el primer atuendo decente que encontré, Ivaine no tenía, lo que se llama precisamente, un buen estilo. Jamás había sabido sacar partido de sus escasos atributos. Con el cabello aun revuelto y convertido en una gran maraña, abrí la puerta presurosa. Extrañamente, Evan me sonrió. —¡Amiga! Tienes mucho mejor cara, me alegro mucho por ti —dijo besando, casi al aire, mi mejilla. —Siéntate donde puedas un momento mientras termino de arreglarme —sugerí sin mucho ánimo. —¿Arreglarte? —Evan hizo una mueca extraña, casi como s
Desayunamos en un puestucho de comida rápida, bueno, tal vez exagero, tampoco es que fuera un puestucho, era un pequeño local de una franquicia norteamericana. Evan dijo que era mi lugar favorito, es decir, el de Ivaine. ¿De verdad se puede tener tan mal gusto? El café no era malo, debía de aceptarlo, pero las hamburguesas dejaban mucho que desear, aunque la compañía era bastante agradable. Evan se veía particularmente guapo, llevaba una camisa blanca, bajo su suéter color azul marino y unos desgastados jeans. Llevaba el cabello peinado hacia atrás, húmedo o tal vez con un poco de gel, daba igual, su cabello oscuro resaltaba sus hermosos ojos castaños. —Esta comida realmente apesta, Evan —le dije, intentando ignorar su sonrisa de infarto. —¿Desde cuándo? —preguntó poniéndose serio y mirándome como, si de pronto, me hubiese convertido en un bicho raro. —No lo sé, tal vez desde siempre. Desde que desperté del coma siento que se han agudizado mis sentidos. —Más bien pareces otra, I
Papá era panadero en un pequeño pueblo al Norte en donde había crecido y vivido toda su vida. Aquel hombre, sin ambición alguna, excepto la de ser feliz, lo que para mí era una utopía, preparaba el pan en el horno de casa y lo vendía en una esquina bastante transitada de Cross Gates por las tardes. En cuanto a mamá, era una simple ama de casa que jamás había tenido otra ambición que ser la esposa del panadero más guapo de la ciudad. Lo que mamá no sabía era que la belleza se acababa y que al final, era opacada por el valor de las cosas que poseyeras y esa era una verdad absoluta por todos conocida. No, no habían sido malos padres, al contrario, habían llenado mi niñez de alegría. Verlos felices y enamorados me causaba una constante sensación de bienestar, pero después crecí, y comencé a observar a mi alrededor y descubrí que las personas más populares, respetadas, envidiadas, e incluso admiradas y odiadas al mismo tiempo, eran las personas que derrochaban porte y elegancia. Aquellas
Durante horas estuve vagando por el centro aquella mañana que, de soleada, se había vuelto repentinamente gris. Había comenzado a lloviznar y una gran tormenta amenazaba con derribar el cielo. Los rayos y los truenos siempre me habían asustado desde que era pequeña, y lo peor, era que me moría de miedo. Nunca había tenido la necesidad de empeñar alguna joya, porque siempre había alguien dispuesto a pagar mis deudas a cambio de un buen acostón y comencé a preguntarme si no me harían demasiadas preguntas. ≪¿Cómo lo obtuvo?≫. ≪¿Tiene la factura?≫. ≪¿A quién y dónde lo robó?≫. Eché a correr porque la lluvia no pensaba darme tregua y sin apenas desearlo, llegué al departamento de Evan y toqué la puerta con desesperación. Necesitaba algunas palabras de consuelo, un fuerte abrazo, y tal vez un poco de brandy corriendo por mis venas. Estaba empapada y lo peor, sin saber qué hacer. En cuanto Evan abrió la puerta, me arrojé a sus brazos y sin previo aviso, lo besé.
—¡Despierta, Callie! —gritó alguien en mi oído, y dando tumbos, logré ponerme en pie. Me dolía la cabeza y los oídos me zumbaban. —¿¡Ahora qué!? —respondí llevándome las manos a la cabeza. Era Shamsiel—. ¿Qué demonios haces aquí? —pregunté—. Si vienes a darme tus sermoncitos, no estoy interesada. Tengo dolor de cabeza y… —Ya sé, ya sé, sucumbiste ante el elíxir de los dioses, pero no, no vengo a eso. —¿Y ahora de qué se trata? —Solo pasé a saludar, andaba por el rumbo y… Entorné los ojos y aún medio dormida, me dirigí al frigorífico y lo volví a cerrar derrotada. Necesitaba urgentemente ir de compras. —Sé que pasaste a burlarte, conmigo no tienes que disimular una bondad de la que careces —respondí. —En verdad andaba por el rumbo, Callie, ¿por qué pones en duda mis palabras? —Porque eres un poquitín embustero, Shams. —¡Vaya! Ahora hasta me has dado un nombre de cariño, ¡y no me llamaste Caguiel! ¿Y eso? —Porque des