A mi alrededor, varias personas, que aún no sabían en donde nos encontrábamos, se movían inquietas. Se empujaban unas a otras y como yo, esperaban con impaciencia aclarar sus dudas.
Miré mis manos y, con nerviosismo, noté que el maravilloso anillo de compromiso había desaparecido. Corey iba a asesinarme cuando supiera que lo había extraviado.
—¿A dónde demonios nos han traído? —exclamó una mujer bajita que recordaba haber visto haciendo la limpieza en el Corporativo y para quien nunca había tenido una sonrisa o un gesto amable.
Nuestras miradas se cruzaron e intenté llegar a ella para preguntarle en dónde estábamos, pero al percatarse de mis intenciones, se movió de lugar con gesto de desagrado.
—¡Marty! —le grité al chico de la copiadora, pero él también se movió de lugar y se perdió entre la multitud—. ¡Freida! —intenté una vez más con la secretaria de Leanne, la gerente de Recursos Humanos.
Pero fue inútil, en aquel lugar nadie me quería, era la mujer más odiada.
Me eché a llorar desesperada. Estaba sola, en un lugar que no reconocía y la cabeza me sangraba. Comencé a sentirme algo mareada.
Un viejo, con una larga bata de color blanco, que probablemente era un enfermo, se me acercó. Caminaba ayudado por un bastón y me miró como si se compadeciera de mí.
—Hija, hija… —dijo muy bajito y sin embargo lo había escuchado con claridad.
—¿Quién es usted? —pregunté con recelo.
—¿No me reconoces, hija? ¿De aquellos días en que ibas al catecismo los sábados?
¿Recordar? Por supuesto que no lo recordaba, hacía mucho tiempo que había dejado atrás aquella mediocre vida, incluso a mis padres, aquel par de viejos sin ambiciones que se habían conformado con una pequeña casa en un barrio clase mierdero, como llamaba yo a la clase media. Yo había nacido para grandes cosas y ellos eran como un lastre del que tenía que deshacerme, como me deshacía de todo lo que me estorbaba.
El viejo, pareció leer mis pensamientos, porque movió la cabeza negativamente.
—¡Aquí hay una que va de retache! —gritó y luego me sonrió con hipocresía.
¿Retache? ¿Tenía que usar una palabra tan corriente? Puse mi mejor cara de asco.
—Pasa a mi oficina —ordenó.
¿Quién demonios se creía ese viejo que era? Ahora solo me faltaba que por algún macabro error, estuviera en el manicomio y que aquél anciano, con delirios de grandeza, se creyera Freud. Una extraña fuerza me hizo seguirlo hasta una oficina. Me senté en un sillón blanco apostado a un lado de aquel gran espacio y confundida, me percaté de que todo era blanco.
El viejo revolvió unos papeles, hasta que pareció dar con el que buscaba.
—Muy bien, ¿a quien tenemos aquí? —dijo colocándose unas pequeñas gafas por debajo de los ojos y levantó un poco el rostro para poder ver a través de ellas—. Con que Callie Emery, ¿eh? —susurró.
—Sí, soy yo, ¿podría por favor explicarme por qué demonios estoy aquí y qué es este lugar?
—A ver, hija, en primer lugar aquí no se pronuncia el nombre del enemigo, está prohibido.
—¿De qué enemigo habla?
El viejo hizo una seña para que me acercara y temiendo que tuviese mal olor me acerqué tímidamente, primero un poco y luego otro tanto al percatarme de que, extrañamente, el viejo olía a flores.
—El demonio, Satanás, Belcebú, o como sea que le llames —dijo muy bajito.
Me eché hacia atrás asustada.
—¿De qué demonios está hablando?
El viejo se levantó de prisa y rezando en voz alta, abrió una botellita de agua y me la echó encima.
Supuse que era agua bendita.
—Listo —dijo satisfecho—. Pues bien, hija. Mi nombre es Michael, Mike para los amigos, y soy el ángel que da la bienvenida al cielo, solo que cometimos un pequeño error. Hoy no era el día de tu muerte. Pequeños errores en los algoritmos de Uriel.
—¿Estamos en un manicomio? —pregunté entrecerrando los ojos para que se activara mi rastreador de mentiras.
Yo era una experta en leer los gestos de las personas, y gracias a aquel don me había librado de muchos embusteros que fingían tener dinero para conquistarme, pero no encontré señal de que aquel viejo me mintiera.
—No, hija, ya te dije que estamos en el…
—¡Cielo! —grité interrumpiendolo—. Pero eso no puede ser, en primer lugar no recuerdo haber muerto y en segundo lugar, no existen ni el cielo ni el infierno, son patrañas que nos cuenta la iglesia para mantenernos controlados. Además, si esto fuera el cielo, sería San Peter quien me diera la bienvenida.
—Peter acaba de jubilarse, hija mía. Llevaba siglos recibiendo almas y ya estaba un poco cansado. Lo enviamos a unas eternas vacaciones a Hawaii. Pero bueno, volvamos a donde estábamos, cometimos un pequeño error, tú ibas a morir en un espantoso accidente de tráfico, ocasionado por tu adicción a las drogas y al alcohol cuando tuvieses cuarenta y siete años. Está de más decir que iba a ser una muerte lenta y dolorosa para que pudieses purgar tus muchos pecados, Lo de hoy ha sido un lamentable error, de manera que voy a enviarte de regreso.
Mike revisó algo en una pequeña pantalla, parecía un iPad pero mucho más moderno. La giró hacia mí para que pudiese observar lo que pasaba —en tiempo real— en la tierra y con horror, miré anonadada. Mi cuerpo yacía en pedazos que estaban desperdigados por el suelo. Una manita, con perfecta manicura por aquí, y una hermosa pierna un poco más allá. Mi cabeza, de milagro aún unida a mi tronco, estaba completamente destrozada.
—¡Uy! —exclamó Mike sorprendido—. Creo que ese cuerpo ya no sirve para nada, hija mía.
Entorné los ojos y volvimos a mirar la pantalla. El cuerpo de Ivaineyacía intacto a un costado de lo poco que quedaba del edificio.
Mike pareció, en aquel momento, sufrir una maravillosa revelación, porque me miró divertido.
—Creo que he encontrado la solución.
Volvió a revolver sus papeles y encontró lo que parecía ser la ficha de Ivaine.
—Ivaine Corrie, muerta sin ningún dolor al ser un alma pura… Mmmmm, ¿y por qué Ivaine no está dentro del grupo que acaba de llegar? —Mike volvió a tocar la pantalla y echó un vistazo al limbo, o a como se llamara ese maldito sitio donde las almas vagaban.
—Interesante, está en coma… Otro gran error de Uriel. ¡Uriel! —gritó Mike muy fuerte y al segundo, un hombre, un poco más joven que él, entró a la oficina muy apurado.
—¡Necesito que revises tus malditos algoritmos!
—Pensé que no se podía maldecir en el cielo —dije entre dientes.
—¡Por supuesto que podemos maldecir! —dijo dando un fuerte golpe a la mesa.
Al parecer Mike estaba muy enfadado. Me eché hacia atrás asustada.
Con voz suave, el otro ángel, o lo que demonios fuera, habló:
—Últimamente está un poco neurótico, la máquina ha estado fallando y ha llegado mucha gente que no debería estar aquí. Ha sido un caos —explicó y se volvió hacia Mike de nuevo—. Tengo la solución, Callie puede tomar el cuerpo de Ivaine y asunto arreglado. De lo de su alma flotando en el limbo, me encargo yo.
Uriel tomó el aparato y realizó un par de configuraciones. Luego, nos mostró la pantalla, Ivaine entraba, en aquel justo momento, a la estancia en donde minutos antes había estado yo.
—Oh, no, no, no —dije moviendo la cabeza hacia ambos lados—, el cuerpo de Ivaine no.
—¿Qué tiene de malo el cuerpo de Ivaine? —preguntó Mike echando otro vistazo en su expediente como para cerciorarse de que Uriel no hubiese cometido un nuevo error—. No veo nada malo con su cuerpo, está bastante sana.
—No, no, Mike, no estás viendo bien. ¿Ves lo fea que es?
Él sonrió.
—No, no. Creo que estás viendo la belleza desde otro ángulo. Ivaine es muy hermosa, eres tú la fea, porque tu alma es tan negra y oscura como tu cul...
—¡Michael! —exclamó Uriel para que el arcángel no terminara la frase.
Abrí la boca para decir algo y fue en aquel preciso momento que algo extraño sucedió y me vi atrapada en un gran torbellino que me arrastró hacia abajo de nuevo.
Desperté en una cama de hospital en donde todo me era ajeno. Recordaba, vagamente, mi breve estaría en el cielo, aquel lugar al que yo no llegaría jamás. Mi alma era negra, tal como había dicho Mike, pero no sentía remordimientos, había hecho lo necesario para triunfar a como diera lugar. Con pesadez, intenté ponerme en pie pero me sentí un poco mareada. —¡No! —gritó una voz que conocía muy bien. Era el chico, relativamente nuevo, que había entrado hacía apenas menos de un año al departamento de Compras. El ayudante, secretario o lo que sea que fuese del gerente. —¡Necesito algo de ayuda aquí! —gritó más fuerte aún. Una pequeña chica, vestida de blanco entró a la habitación que compartía con otras personas y me ayudó a recostarme de nuevo. —Estuvo en coma, no debe levantarse sin ayuda —dijo la enfermera. —¡Oh, no! —exclamé al recordar que Mike había dicho algo acerca de mi cuerpo, ¿o había sido un maldito sueño? ¿Uno muy jodido y malo?—. ¡Un espejo, necesito un espejo! La chica
La policía me interrogó aquella tarde, querían saber qué tanto era lo que sabía del derrumbe y lo que había visto. —Ya le dije que no vi nada, estaba en un restaurante cercano y corrí media cuadra cuando vi la gran cantidad de gente que corría hacia el Corporativo —intenté explicar. —Lo siento, señorita Corrie, pero otras declaraciones la sitúan dentro del edificio y no en un restaurante cercano. —Mire, quizá tenga estrés postraumático, pero le juro que yo estaba en el restaurante con mi novio. —Perdone que la contradiga, señorita Corrie, pero todos afirman que usted está más sola que una ostra. Cerré los ojos con fuerza, no estaba poniéndome en los zapatos de Ivaine, sino en los propios y era un error estúpido, debía aprender a suplantar la personalidad de Ivaine o el oficial pensaría que era una mitómana. —Sí, sí, tal vez está usted en lo correcto —aclaré—, puede que aún esté un poco confundida o que lo haya soñado. Desde que salí del coma, no reconozco la diferencia entre l
Intenté dormir, pero las pesadillas del derrumbe me acosaron y daba vueltas en la cama cuando un fuerte ruido en la pequeña sala me alertó. Abrí los ojos asustada, el reloj marcaba casi las tres de la mañana. Por pura costumbre me persigné, de pequeña había visto una película que contaba la historia de una chica de la que el demonio se había posesionado y que todos los días despertaba a las tres de la mañana. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y me levanté con temor.Al llegar a la salita, el espectáculo era desolador, entre cristales rotos había un ángel. Me tallé los ojos, debía estar soñando que estaba soñando o de plano me estaba volviendo loca. —¿Quién demonios eres y qué haces en mi sala? —instintivamente me eché hacia atrás, en aquella película el demonio solía usar disfraces muy convincentes para engañar a la protagonista. Formé una cruz con los dedos y la puse frente a aquella criatura que ni siquiera se inmutó.—Soy Shamsiel, tu ángel de la guarda. Fui asignado para c
Corey Sagnier había nacido rico, muy rico, aunque en la ciudad se rumoreaba que su riqueza no provenía precisamente de negocios lícitos y honrados. Su padre era admirado y temido a la vez, se decía que no le importaba a quien tenía que quitar de encima con tal de salirse con la suya. Sí, tal vez se parecía un poco a mí, aunque en mayor escala, a su lado yo era tan solo un bicho insignificante que no merecía a su hijo. Nuestra relación nunca había sido buena, aunque en realidad en la familia Sagnier, nadie era lo suficiente como para merecerlos, su gran ego debía ser igual a sus minúsculos penes. Me reí ante mi fugaz pensamiento y pensé en la manera en que podía retomar mis cosas sin levantar sospechas, así que muy temprano por la mañana, me escabullí del departamento de Ivaine para ir al de Callie intentando pasar desapercibida, para ello, me puse un traje deportivo y viejo que Ivaine guardaba en su armario y con sorpresa constaté que me quedaba casi a la perfección, tal vez un poco h
Morir, de una forma dolorosa y aterradora, por ejemplo, asesinada por mi propio ex novio, jamás había entrado en mis planes, así que corrí lo más rápido que pude. Una vez que Corey reaccionó y el miedo se apoderó de mí, no hubo nada que me detuviese. Si él se atrevía a delatarme con la policía, era su palabra contra la mía. Eran las nueve en punto cuando Evan tocó a mi puerta. Acababa de terminar de bañarme y me vestí de prisa con el primer atuendo decente que encontré, Ivaine no tenía, lo que se llama precisamente, un buen estilo. Jamás había sabido sacar partido de sus escasos atributos. Con el cabello aun revuelto y convertido en una gran maraña, abrí la puerta presurosa. Extrañamente, Evan me sonrió. —¡Amiga! Tienes mucho mejor cara, me alegro mucho por ti —dijo besando, casi al aire, mi mejilla. —Siéntate donde puedas un momento mientras termino de arreglarme —sugerí sin mucho ánimo. —¿Arreglarte? —Evan hizo una mueca extraña, casi como s
Desayunamos en un puestucho de comida rápida, bueno, tal vez exagero, tampoco es que fuera un puestucho, era un pequeño local de una franquicia norteamericana. Evan dijo que era mi lugar favorito, es decir, el de Ivaine. ¿De verdad se puede tener tan mal gusto? El café no era malo, debía de aceptarlo, pero las hamburguesas dejaban mucho que desear, aunque la compañía era bastante agradable. Evan se veía particularmente guapo, llevaba una camisa blanca, bajo su suéter color azul marino y unos desgastados jeans. Llevaba el cabello peinado hacia atrás, húmedo o tal vez con un poco de gel, daba igual, su cabello oscuro resaltaba sus hermosos ojos castaños. —Esta comida realmente apesta, Evan —le dije, intentando ignorar su sonrisa de infarto. —¿Desde cuándo? —preguntó poniéndose serio y mirándome como, si de pronto, me hubiese convertido en un bicho raro. —No lo sé, tal vez desde siempre. Desde que desperté del coma siento que se han agudizado mis sentidos. —Más bien pareces otra, I
Papá era panadero en un pequeño pueblo al Norte en donde había crecido y vivido toda su vida. Aquel hombre, sin ambición alguna, excepto la de ser feliz, lo que para mí era una utopía, preparaba el pan en el horno de casa y lo vendía en una esquina bastante transitada de Cross Gates por las tardes. En cuanto a mamá, era una simple ama de casa que jamás había tenido otra ambición que ser la esposa del panadero más guapo de la ciudad. Lo que mamá no sabía era que la belleza se acababa y que al final, era opacada por el valor de las cosas que poseyeras y esa era una verdad absoluta por todos conocida. No, no habían sido malos padres, al contrario, habían llenado mi niñez de alegría. Verlos felices y enamorados me causaba una constante sensación de bienestar, pero después crecí, y comencé a observar a mi alrededor y descubrí que las personas más populares, respetadas, envidiadas, e incluso admiradas y odiadas al mismo tiempo, eran las personas que derrochaban porte y elegancia. Aquellas
Durante horas estuve vagando por el centro aquella mañana que, de soleada, se había vuelto repentinamente gris. Había comenzado a lloviznar y una gran tormenta amenazaba con derribar el cielo. Los rayos y los truenos siempre me habían asustado desde que era pequeña, y lo peor, era que me moría de miedo. Nunca había tenido la necesidad de empeñar alguna joya, porque siempre había alguien dispuesto a pagar mis deudas a cambio de un buen acostón y comencé a preguntarme si no me harían demasiadas preguntas. ≪¿Cómo lo obtuvo?≫. ≪¿Tiene la factura?≫. ≪¿A quién y dónde lo robó?≫. Eché a correr porque la lluvia no pensaba darme tregua y sin apenas desearlo, llegué al departamento de Evan y toqué la puerta con desesperación. Necesitaba algunas palabras de consuelo, un fuerte abrazo, y tal vez un poco de brandy corriendo por mis venas. Estaba empapada y lo peor, sin saber qué hacer. En cuanto Evan abrió la puerta, me arrojé a sus brazos y sin previo aviso, lo besé.