Desayunamos en un puestucho de comida rápida, bueno, tal vez exagero, tampoco es que fuera un puestucho, era un pequeño local de una franquicia norteamericana. Evan dijo que era mi lugar favorito, es decir, el de Ivaine. ¿De verdad se puede tener tan mal gusto? El café no era malo, debía de aceptarlo, pero las hamburguesas dejaban mucho que desear, aunque la compañía era bastante agradable. Evan se veía particularmente guapo, llevaba una camisa blanca, bajo su suéter color azul marino y unos desgastados jeans. Llevaba el cabello peinado hacia atrás, húmedo o tal vez con un poco de gel, daba igual, su cabello oscuro resaltaba sus hermosos ojos castaños. —Esta comida realmente apesta, Evan —le dije, intentando ignorar su sonrisa de infarto. —¿Desde cuándo? —preguntó poniéndose serio y mirándome como, si de pronto, me hubiese convertido en un bicho raro. —No lo sé, tal vez desde siempre. Desde que desperté del coma siento que se han agudizado mis sentidos. —Más bien pareces otra, I
Papá era panadero en un pequeño pueblo al Norte en donde había crecido y vivido toda su vida. Aquel hombre, sin ambición alguna, excepto la de ser feliz, lo que para mí era una utopía, preparaba el pan en el horno de casa y lo vendía en una esquina bastante transitada de Cross Gates por las tardes. En cuanto a mamá, era una simple ama de casa que jamás había tenido otra ambición que ser la esposa del panadero más guapo de la ciudad. Lo que mamá no sabía era que la belleza se acababa y que al final, era opacada por el valor de las cosas que poseyeras y esa era una verdad absoluta por todos conocida. No, no habían sido malos padres, al contrario, habían llenado mi niñez de alegría. Verlos felices y enamorados me causaba una constante sensación de bienestar, pero después crecí, y comencé a observar a mi alrededor y descubrí que las personas más populares, respetadas, envidiadas, e incluso admiradas y odiadas al mismo tiempo, eran las personas que derrochaban porte y elegancia. Aquellas
Durante horas estuve vagando por el centro aquella mañana que, de soleada, se había vuelto repentinamente gris. Había comenzado a lloviznar y una gran tormenta amenazaba con derribar el cielo. Los rayos y los truenos siempre me habían asustado desde que era pequeña, y lo peor, era que me moría de miedo. Nunca había tenido la necesidad de empeñar alguna joya, porque siempre había alguien dispuesto a pagar mis deudas a cambio de un buen acostón y comencé a preguntarme si no me harían demasiadas preguntas. ≪¿Cómo lo obtuvo?≫. ≪¿Tiene la factura?≫. ≪¿A quién y dónde lo robó?≫. Eché a correr porque la lluvia no pensaba darme tregua y sin apenas desearlo, llegué al departamento de Evan y toqué la puerta con desesperación. Necesitaba algunas palabras de consuelo, un fuerte abrazo, y tal vez un poco de brandy corriendo por mis venas. Estaba empapada y lo peor, sin saber qué hacer. En cuanto Evan abrió la puerta, me arrojé a sus brazos y sin previo aviso, lo besé.
—¡Despierta, Callie! —gritó alguien en mi oído, y dando tumbos, logré ponerme en pie. Me dolía la cabeza y los oídos me zumbaban. —¿¡Ahora qué!? —respondí llevándome las manos a la cabeza. Era Shamsiel—. ¿Qué demonios haces aquí? —pregunté—. Si vienes a darme tus sermoncitos, no estoy interesada. Tengo dolor de cabeza y… —Ya sé, ya sé, sucumbiste ante el elíxir de los dioses, pero no, no vengo a eso. —¿Y ahora de qué se trata? —Solo pasé a saludar, andaba por el rumbo y… Entorné los ojos y aún medio dormida, me dirigí al frigorífico y lo volví a cerrar derrotada. Necesitaba urgentemente ir de compras. —Sé que pasaste a burlarte, conmigo no tienes que disimular una bondad de la que careces —respondí. —En verdad andaba por el rumbo, Callie, ¿por qué pones en duda mis palabras? —Porque eres un poquitín embustero, Shams. —¡Vaya! Ahora hasta me has dado un nombre de cariño, ¡y no me llamaste Caguiel! ¿Y eso? —Porque des
Evan me había estado evitando, de eso estaba segura. No me había llamado en dos días y honestamente yo tampoco tenía el valor, pero necesitaba que me ayudara a vender la joya, así que tuve que reunir un poco de coraje y recoger los pedacitos rotos. Con el corazón desbocado, toqué la puerta de su apartamento y entonces sucedió, una chica de piel morena, de cabello color castaño y largo, como de comercial de shampoo, se asomó. Llevaba tan solo una ligera playera que le llegaba a la mitad de los muslos y que supuse era de Evan. —Ho-hola —dije con una timidez que no me iba. —Hola. —Estoy buscando a Evan, Evan… —Wickham, sí —añadió sonriendo. Sus dientes blancos también eran de comercial de dentífrico. La odié—. Él se está bañando, pero si gustas puedes pasar a esperarlo. Abrió la puerta por completo y entonces también pude apreciar su silueta de infarto a través del sencillo algodón de la camiseta. Sin poder evitarlo, me miré al espejo que Evan
—¿A qué te refieres con eso del anillo maldito? —preguntó Evan con visible interés. —Fue robado hace casi cien años durante una subasta de Sotheby´s, posteriormente fue fundido y… —asentando el anillo sobre la mesa, Vik se levantó de su asiento y entró por una puerta que daba a lo que supuse era su oficina. Evan lo tomó para inspeccionarlo con detenimiento.Volvió con un grueso tomo que abrió ante nuestros ojos. En la foto, un hermoso anillo brillaba en blanco y negro. En cierto modo era muy parecido al que ahora Evan sostenía entre sus dedos, solo que en lugar de dos diamantes contrapuestos uno contra otro, tenía tres, colocados en forma de triángulo.—Se cree que fue vendido en el mercado negro a un lord, quien al morir se lo heredó a su hija que lo llevaba puesto en el dedo el día que fue asesinada. Después, se especula que volvieron a fundirlo y crearon la pieza que ahora ves. Había estado desaparecido por años —explicó Vik ante nuestra mirada atónita.—¿Crees que el padre
Volví a la oficina aquel lunes gris y la tristeza comenzó a apoderarse nuevamente de mí. PicCo no podía darse el lujo de mantener cerrado su Corporativo y había improvisado una pobre oficina en una antigua bodega en Londres, que lucía atestada de cajas de archivo y ratas.Al verse de nuevo, mis antiguos compañeros se unieron en grupos para recordar a sus amigos que no contaban con la suerte de haber vuelto a su lugar de trabajo. Tuve que encerrarme en el baño para que nadie me viese llorar e inevitablemente recordé el día que me nombraron subdirectora de Relaciones Públicas y me burlé de Ivaine por hacer lo mismo. Una vez más comprobé que había sido una persona espantosa y entonces, me propuse cambiar: iba a conquistar el mundo, pero lo haría de la manera correcta, luchando con fuerza y ahínco para conseguir mis objetivos, y después, cuando lo hubiese logrado lucharía por el amor de Evan, pero antes tenía que alejarlo de las garras de Laverne.Ayudé a mover algunos escritorios para qu
Salí del pub hecha una mierda, si había algo que no había soportado nunca era la incertidumbre y era, esa maldita incertidumbre, quien ahora me abrazaba y se aferraba a mí como si fuese una segunda piel, una que me daba mucha picazón y que anhelaba quitarme de encima. Antes de volver al departamento de Ivy, pasé al supermercado para hacer algunas compras, lo que ella ganaba no alcanzaba para mucho, pero pronto me acostumbraría a comer sándwiches de todas las variedades posibles, pollo, pastel de carne, atún, mantequilla de cacahuate, ¿qué más daba? Mi vida apestaba y ya ni siquiera sabía quién era. ¿Callie? ¿Ivaine? ¿Una muy extraña y pésima combinación de ambas? En la soledad, miré el reloj una y otra vez, era tarde, pero necesitaba contarle a Evan la información que Carol me había dado. El señor Miller había sido uno de los tantos fallecidos y no podía sentirme peor, para colmo, Shamsiel tenía días sin aparecerse y, ¿qué demonios hacía uno sin la guía del ángel guardián