Capítulo 2
Ximena apretó los labios con fuerza, y la punta de su lengua sangró por la mordida

—¡Ja, ja, ja! —Pedro, con la aprobación de Ricardo, sonrió de oreja a oreja. Le acercó la copa de vino a Ximena una vez más y dijo—: El jefe ya habló, Srta. Morales, beba.

Ximena cerró los ojos, pensando en el niño que ya crecía en su vientre, y, por primera vez, empujó la copa con firmeza.

—Lo siento, no beberé.

—Vaya, sí que tienes carácter, no es de extrañar que el jefe diga que no puede controlarte. —Pedro la miró con una expresión más lasciva, recorriendo con la vista a la hermosa Ximena—: Dado que el jefe me pidió que te dé una lección, debo cumplir con mi deber.

Al decir esto, sujetó la barbilla de Ximena de repente y trató de obligarla a beber. Para los hombres en posiciones de poder, incluso la mujer más bella no era más que un objeto de exhibición. Cuando una se estropeaba, rápidamente era reemplazada por otra.

El dueño de Ximena ya lo había permitido, por lo que a ese grupo de hombres no les importaba jugar más sucio.

—¡Mmm...!

Ximena luchó con todas sus fuerzas. El líquido picante se derramó en su boca y nariz, empapando su rostro, su cuello y su pecho. La camisa blanca se humedeció, revelando el contorno de su ropa interior. Sus labios se tornaron rojos y su cabello se desordenó. Parecía una gatita maltratada, que luchaba con desesperación.

Los hombres, con los ojos inyectados en sangre, observaron la escena con respiraciones pesadas.

¡Paf!

El sonido de una bofetada interrumpió el mórbido placer de todos. Ximena cubrió su pecho y retrocedió un paso.

Pedro, sorprendido, se llevó la mano al rostro y, con los ojos abiertos de par en par, exclamó:

—¡Maldita perra, te atreviste a golpearme!

Después de decir esto, Pedro agarró una copa de vino tinto y se la arrojó a Ximena. Con un fuerte golpe, la copa se estrelló contra la pared que se encontraba justo detrás de ella y los fragmentos de vidrio volaron, dejando una pequeña marca de sangre en su pálida mejilla.

—¡Eh, eh, eh, señor Díaz, cálmese! —Al ver la sangre, alguien sujetó a Pedro. En voz baja, le advirtió—: Después de todo, ella es del señor García. Aunque él lo permita, no hagas un verdadero daño delante de todos.

Pedro finalmente recuperó algo de sentido y observó la expresión de Ricardo. Sin embargo, él se mostraba calmado, sentado allí mirando impasiblemente cómo Ximena era humillada y maltratada, incluso observando la escena con una sonrisa divertida.

«¿Muy incómodo? ¿Te sientes humillada? Es justicia. Ximena, te lo mereces», parecía pensar.

Al encontrarse con la mirada indiferente de Roberto, Ximena se sintió profundamente herida. Después de tres años, el odio que él sentía hacia ella no había disminuido con la tortura, sino que se había intensificado.

Ella no podía soportarlo más. Si seguía así, se volvería loca. Por lo que inspiró profundamente y sacó una carta de renuncia. Planeaba irse después de terminar aquel proyecto, pero ahora parecía que cuanto antes lo hiciera mejor era.

Ricardo tenía una excelente vista, por lo que, en el momento que ella sacó el sobre, vio las palabras: carta de renuncia y entrecerró los ojos.

¿Cómo se atrevía a renunciar?

Ximena enfrentó la mirada inquisitiva de Ricardo y se acercó a él, diciendo:

—Señor García, a partir de hoy, ya no soy empleada del Grupo García.

Dicho esto, dejó la carta de renuncia sobre la mesa.

La animada sala quedó en un silencio absoluto. Ricardo tenía una expresión imperturbable, pero su mirada se tornó aún más fría de lo habitual, por lo que cualquiera era capaz de notar que estaba furioso.

—¿Llevas la carta de renuncia contigo? Parece que ya planeabas irte desde hace tiempo. —Ricardo dejó su copa y miró la pequeña pero evidente herida en el rostro de la chica. Con una sonrisa helada, dijo—: En ese caso, recuerda presentarte mañana a las ocho en la oficina para formalizar tu renuncia.

—Gracias por su consideración, señor García.

Ximena, que había pasado años en el mundo corporativo, ya había aprendido a actuar con una máscara. Sabía que Ricardo estaba enojado, así como también sabía que él la estaba ridiculizando.

Pero ¿qué importaba? Esta vez, estaba decidida a marcharse sin mirar atrás. Y a dejar en el pasado todos aquellos años de amor y sacrificio.

Al salir de la sala, sus pasos fueron muy ligeros.

Cuando la puerta se cerró, todos se miraron entre sí. Pedro, que había estado obligando a Ximena a beber, se acercó con timidez y comenzó a decir:

—Señor García…

—¡Lárgate! —ordenó Ricardo en tono sombrío.

¿Qué había hecho Ximena? ¿Acaso era un berrinche? ¿Tenía derecho? Últimamente, de verdad la había consentido demasiado.

s—Sí, sí, sí, señor García, descanse, yo me retiro.

Pedro no se atrevió a decir una palabra más y salió corriendo, mientras los demás hacían lo mismo.

Ricardo se quedó sentado en la habitación vacía durante un largo rato, y, recordando la espalda terca de Ximena al salir, soltó una risa sarcástica.

«¡Una vez esclava, siempre deshonrada! Ximena, ¿crees que puedes escapar de mis manos?», pensó.

...

Ximena salió del hotel y tomó un taxi hacia el hospital.

Hacía tres años, la empresa de su padre había quebrado, y él había desaparecido llevándose el último dinero que quedaba en la familia.

Su hermano mayor, devastado, había comenzado a pedir dinero para emprender, intentando volver a levantarse. Pero las desgracias nunca vienen solas, por lo que lo estafaron una y otra vez, acumulando una gran cantidad de deudas que agravaron la precaria situación familiar.

Su madre, presa del estrés, había sufrido un colapso nervioso y había caído en coma, del cual aún no había despertado.

Ximena decidió ir esta vez para hablar con el médico sobre la posibilidad de trasladar a su madre a otro hospital. Ya que iba a renunciar, quería cortar todos los lazos. Ella y su familia dejarían Ciudad de México.

Sin embargo, al llegar a la habitación, el médico a cargo de su madre la buscó y, con una expresión, preocupada, le dijo:

—Señorita Morales, el dinero que había depositado para el tratamiento de su madre fue retirado por su hermano.

—¿Qué?

Ximena se quedó paralizada. Esos fondos eran el resultado de años de arduo trabajo en el Grupo García, acumulados con la esperanza de garantizar el tratamiento de su madre. Incluso al dejar la Ciudad de México, ese dinero podría haberse transferido a un hospital afiliado para continuar con el tratamiento.

Pero ahora, ¡su hermano se lo había llevado todo!
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