El amor tardío no vale nada
El amor tardío no vale nada
Por: Kimi
Capítulo 1
En el baño, el vapor llenaba el ambiente, cuando la voz ronca de Ricardo García surgió de detrás de Ximena Morales:

—¿Por qué ya no eres tan complaciente como antes?

—En ese entonces, yo era virgen —respondió. Sus palabras rompiéndose por los golpes.

—Lo sé, mi ropa y el escritorio estaban llenos de tu sangre. —El hombre, con una sonrisa fría, apretó la cintura de la chica con su gran mano—: Entonces, de todas las veces posteriores, ¿cuál fue tu favorita?

—No, no lo sé —respondió Ximena, apoyándose en la pared, con los dedos rascando las rendijas.

El pecho ardiente del hombre se acercó y, con tono sarcástico, dijo:

—¿No que te gusto? ¿Cómo no recuerdas un regalo así?

Por el vapor, los dos cuerpos desnudos se pegaron inevitablemente, pero Ximena no sentía calor, sino únicamente desolación:

—¿Acaso no me odias? ¿Por qué te importa tanto lo que piense?

Ricardo se detuvo un momento, y luego enloqueció aún más:

—¡Sigues siendo tan desvergonzada como siempre!

—Y tú sigues odiándome tanto como entonces... —Ximena sonrió con amargura.

Media hora después. Ximena yacía exhausta en la cama. Las gotas de agua mojaban las sábanas, pero no tenía fuerzas para moverse.

Ricardo, altivo y frío, muy lejos del joven pobre de antaño, ya se encontraba vestido con su traje.

Hacía siete años, Ximena era una estudiante de primer año, una hija muy consentida; mientras que Ricardo solo era un pobre estudiante que dependía de becas.

Un día, en el estadio, con un vistazo desde lejos, Ximena se enamoró perdidamente de él.

Ella hizo todo lo posible para conquistar a ese hombre orgulloso y distante. Sin embargo, al no tener éxito, había terminado recurriendo a amenazas y a métodos bajos para doblegar a Ricardo. Pero todo había terminado en el último año de universidad. Ricardo había utilizado sus primeros ingresos de software para emprender, y, desde ahí, no había hecho más que ascender hasta alcanzar el éxito.

Ximena siempre supo que, con su talento, saldría adelante; pero realmente no esperaba que el éxito de Ricardo llegara tan rápido; así como también su castigo.

Su padre había fracasado en los negocios, y su familia había comenzado a huir de los acreedores. Ximena, quien una vez había sido la niña mimada, había caído en desgracia, quedando a merced de otros. Por lo que no le quedó más remedio que buscar a Ricardo, ofreciéndole su cuerpo, el cual a él nunca le agradó demasiado, a cambio de una oportunidad para sobrevivir.

Ahora, los tres años después de estar disponible a cualquier hora para él estaban a punto de terminar. Una vez que terminara aquel proyecto, planeaba pedirle a Ricardo que la dejara ir. Debería ser una despedida definitiva, sin deudas pendientes.

Pero...

Ximena colocó su mano en el vientre, con una expresión de dolor. Está embarazada.

El mes anterior, Ricardo, borracho, la había torturado sin piedad. Cuando Ximena despertó, se apresuró a comprar una píldora del día después, pero aquel niño era fuerte y la píldora no evitó que él se instalara en su vientre.

Aquel inesperado suceso la había dejado sin saber qué hacer.

Ricardo la miró de reojo y la vio aún acostada en la cama. Ella miraba fijamente al frente, con los ojos vacíos y perdidos.

—Asistente Morales, parece que has olvidado que esta noche tenemos una reunión —dijo él, con el ceño ligeramente fruncido.

Ximena respiró hondo, aún con las mejillas sonrojadas, y respondió:

—Señor García, hoy me siento mal, ¿puedo tomarme el día libre?

Siempre que acompañaba a Ricardo a las reuniones, ella tomaba las bebidas por él. Se había dañado el estómago y había arruinado su salud, pero nunca había faltado. Sin embargo, ahora… Aunque aún no había decidido qué hacer con el niño, no quería hacer nada que pudiera dañarlo.

—No. — Ricardo la rechazó de inmediato, y, con sarcasmo, añadió—: Una mujer como tú no tiene derecho a descansar.

Ximena cerró los ojos para ocultar la tristeza. Ya imaginaba que esa sería su respuesta. ¡Qué tonta había sido al humillarse con aquella pregunta!

Sin decir nada, se levantó con esfuerzo, se vistió y se maquilló. Diez minutos después, Ximena volvió a ser la eficiente asistente Morales.

Ricardo asintió con satisfacción y salió de la habitación, mientras Ximena ajustaba sus gafas de montura plateada, antes de seguirlo.

Al llegar a la sala de reuniones, ya todos estaban esperándolos. Cuando Ricardo entró, varios empresarios, ansiosos de su favor, no dudaron en halagarlo.

Todo iba bien. Sin embargo, algunos, después de unas cuantas copas, comenzaron a olvidar los límites.

—Hoy todos estamos felices, ¡asistente Morales, acompáñenos con una copa! —dijo en un momento dado un empresario barrigón, alzando una copa y ofreciéndosela a Ximena.

Ximena tenía un rostro delicado, esbelto y elegante, como una flor frágil. Si quisiera, con un pequeño gesto o una súplica, podría hacer que cualquier hombre sintiera lástima por ella.

Pero no lo hacía. Siempre mantenía una expresión seria, con el ceño fruncido. Siempre profesional, manteniendo distancia, rechazaba cualquier gesto amable sin ninguna piedad.

Sin embargo, esto solo provocaba más fantasías en algunos hombres malintencionados que no hacían más que pensar que era divertido molestarla.

Ximena sonrió cortésmente y levantó su vaso de agua:

—Lo siento, últimamente me he sentido mal, así que brindaré con agua. Les deseo a todos éxito en sus negocios.

Al ser rechazado, Pedro Díaz se molestó un poco, por lo que, con tono amenazante, dijo:—¿De verdad es tan fría que no puede hacernos ni siquiera este pequeño favor? ¿Cómo espera que trabajemos juntos en el futuro?

La atmósfera en la mesa se tensó. El resto permaneció en silencio, esperando la reacción de Ricardo; mientras que, por su parte, Ximena también miró hacia él instintivamente.

En Ciudad de México, Ricardo tenía el poder supremo. Con solo una palabra suya, o incluso una mirada de disgusto, Ximena podría evitar aquel momento incómodo.

Pero, para Ricardo, Ximena no valía más que un perro. ¡Y ni siquiera eso!

—Mi asistente es bastante especial, a veces ni yo puedo controlarla —repuso él, recostándose de manera perezosa, mientras esbozaba una sonrisa—. Si el señor Díaz tiene un método, adelante, dele una lección por mí.
Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo