Capítulo 3
Una sensación de náuseas brotó desde lo más profundo de sus entrañas.

—¡Hump! —Ximena cubrió su boca, apenas logrando contenerse. Sus síntomas de embarazo temprano eran severos. Apenas tenía poco más de treinta días y ya había comenzado con las náuseas y los vómitos.

Miró su vientre, sintiendo una profunda ternura en su corazón. Ese bebé, parecía ser tan terco como su padre.

—Lo siento, señorita Morales. Su hermano Carlos Morales, como familiar de la señora Lucía Pérez, tiene el derecho de solicitar la devolución de los fondos médicos.

Las palabras interrumpieron los pensamientos de Ximena, quien alzó la mirada y vio que el médico mostraba una expresión de incomodidad.

—La llamamos de inmediato, pero no respondió. El señor Carlos Morales hizo un gran escándalo en el hospital, incluso amenazó con desconectar el respirador de la señora Lucía Pérez. Lo hicimos por su seguridad.

Ximena sacó su teléfono y vio las llamadas perdidas del doctor. Sin embargo, en el momento en el que la había llamado, ella estaba con Ricardo y había puesto su teléfono en silencio para que no la interrumpieran.

Ella cerró los ojos, dejando escapar un suspiro profundo. Cuando los abrió nuevamente, había recuperado su compostura.

—¿Cuánto queda en el sistema del hospital?

—Solo queda para una semana más.

Ximena apretó los labios. Aunque Carlos había actuado de manera despreciable, lo más urgente ahora era resolver el problema de los costos médicos de su madre.

La Ciudad de México era la más próspera del país. Solo allí podría ganar dinero rápidamente. El plan de salir de allí tendría que posponerse, al menos, temporalmente, y, además, también necesitaría encontrar otro trabajo lo antes posible.

En poco tiempo, Ximena asimiló el golpe de la noticia sobre los fondos médicos, y, sin perder tiempo, organizó un nuevo plan. Sin embargo, antes de que el doctor se fuera, Ximena no pudo evitar llamarlo.

—Doctor Torres, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Adelante.

—¿Cuándo se puede escuchar el latido del corazón de un bebé?

El doctor Torres la miró sorprendido, pero respondió, sin titubear:

—Entre los 45 y 60 días de embarazo, el saco gestacional desarrollará el embrión y se podrá oír los latidos.

—Entiendo.

Contando los días, ella tenía alrededor de treinta y cinco días de embarazo. En unos diez días más, podría oír el latido de su bebé y, para entonces, sería aún más difícil separarse de él. Pensando en su situación actual, Ximena se dijo a sí misma que debía tomar una decisión sobre el pequeño lo antes posible.

...

Ximena pasó la tarde en el hospital con su madre. Cuando salió, fue a un hotel y alquiló una habitación. Antes había estado viviendo en un apartamento propiedad de Ricardo, pero ahora que había decidido cortar todos los lazos con él, no podía seguir viviendo allí.

Sin embargo, apenas había terminado de registrarse en el hotel y de instalarse en su habitación, cuando oyó golpes en la puerta.

Sin pensarlo demasiado, abrió, encontrándose cara a cara con Ricardo. Sin embargo, Ximena no se sorprendió. En la Ciudad de México, Ricardo tenía poder absoluto, por lo que encontrarla era una tarea sencilla para él.

Vestido con un traje negro casual, él continuaba mostrando una expresión indiferente.

—Si te arrodillas ahora y te disculpas, puedo hacer de cuenta que nunca renunciaste.

En el pasado, ella había tenido rabietas, pero una mirada de Ricardo podía calmarla. Sin embargo, en esta ocasión, Ximena permaneció en silencio por un momento, antes de responder:

—Señor García, esta vez hablo en serio.

—¿Solo porque hoy te obligaron a beber? —preguntó Ricardo, mientras levantaba el mentón de Ximena, acariciándola suavemente. Su gesto era tierno, pero sus palabras eran malas—: ¿Tú, una basura, te atreves a fingir dignidad?

Aquellas crueles palabras lastimaron a Ximena en lo más profundo. Tres años de dedicación y de compañía solo habían sido pagados con insultos y, lamentablemente, no podía escucharlo sin sentirse afectada. Sin embargo, para su fortuna, todo estaba a punto de terminar.

Con la cabeza baja y la voz triste, Ximena dijo:

—Señor García, mi presencia solo le causa molestias. Si me deja ir, ¿no cree que será lo mejor para ambos?

Después de todo, todos deben mirar hacia adelante en algún punto de la vida. Ahora Ricardo tenía dinero, poder, fama y prestigio. La venganza y el tormento de los últimos tres años deberían haber sido suficientes para compensar los años de acoso en la universidad.

¿O es que acaso no lo era?

—Muy bien —respondió Ricardo, retrocediendo un par de pasos, con su expresión oscureciéndose aún más—. Recuerda lo que has dicho hoy. Cuando vuelvas a pedirme ayuda, no será tan sencillo.

Dicho esto, Ricardo se marchó, sus pasos resonando en el pasillo, cada uno calando en el corazón de Ximena.

Finalmente, con el rostro pálido, Ximena regresó a la habitación. La noche era oscura, y su sueño fue sumamente inquieto, al punto en el que parecía haber vuelto a los días de universidad.

Después de enamorarse de Ricardo, siempre había girado a su alrededor.

—Ricardo, te he estado persiguiendo por tanto tiempo, ¿por qué no te gusto?

—Ricardo, te prometo que, si sales conmigo, cubriré todos tus gastos de vida y tu matrícula. ¡Así podrás concentrarte solo en estudiar!

—Ricardo, soy hermosa y rica, ¿qué es lo que no te gusta de mí? ¡Ni siquiera me importa que seas pobre y terco!

Criada como una señorita, Ximena siempre había obtenido lo que quería. Nunca entendió que al enfrentarse a un hombre excelente, debía ser astuta y sutil, en lugar de perseguirlo de manera tan directa.

Después de ser haber sido rechazada fríamente por él, sus palabras se volvieron aún más mordaces.

—Ricardo, te lo advierto, ¡no me provoques!

—¡Eres un campesino y te crees un dios!

—¡Si me gustas, es un favor que te hago! No te atrevas a ponerme condiciones, ¿me oíste? ¡Si no, yo…!

—¿Tú qué? ¿Me destruirás o me matarás? Señorita Morales, ¡no soy un juguete que puedas tener cuando te apetezca! —Él la había mirado con ojos serenos. Era alto, guapo y elegante y a Ximena le resultaba imposible apartar la vista de él.

Ximena había observado los labios apretados del joven y casi no había podido resistir el impulso de besarlo. Pero al encontrarse con su mirada de desdén, se había dado cuenta de que había sido rechazada públicamente.

Enfurecida y humillada, Ximena lo había abofeteado sin piedad.

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