Capítulo 5
Ximena exhaló un suspiro y, aparentando normalidad, dijo:

—Hola, señor García.

Ricardo García no dijo nada, solo levantó ligeramente la barbilla.

Ximena siguió la dirección de su mirada y vio que el documento de renuncia ya estaba impreso y colocado sobre el escritorio. Solo faltaba firmarlo. Sin dudarlo, Ximena se acercó, tomó el bolígrafo, giró hasta la sección de firmas y rápidamente escribió su nombre.

Ricardo no dijo ni una palabra, aun cuando sus ojos estaban fijos en Ximena, observando atentamente cómo la punta del bolígrafo se deslizaba sobre el papel, antes de que Ximena dejara el bolígrafo prolijamente alineado al documento, después de firmar.

—Adiós, señor García —dijo ella, finalmente, con un asentimiento de cabeza, tras lo cual se marchó, sin dudar ni mirar atrás. Sin ni siquiera mostrar un rastro de nostalgia.

En el momento en que la puerta se cerró, los dedos de Ricardo se apretaron repentinamente.

«¡De verdad se fue así, sin más! ¿Cómo se atrevió?», pensó con rabia.

La temperatura en la oficina bajó de golpe, y Carlos sintió el aire se volvía hielo. Después de pensar un momento, se atrevió a acercarse y le preguntó a Ricardo:

—Señor García, ¿quiere que entregue la carta de renuncia de Ximena al departamento de Recursos Humanos ahora mismo?

—¡Lárgate!

Ricardo siempre mantenía una expresión imperturbable, pero en ese momento, estaba demasiado furioso, como un demonio dispuesto a matar a quien fuera que se cruzara en su camino.

—Sí, señor.

Carlos tembló de miedo y se escabulló con la carta de renuncia en la mano. Una vez fuera, no fue directamente al departamento de Recursos Humanos, sino que regresó a la oficina. Mirando la carta de renuncia firmada, Carlos suspiró.

La vida requiere la habilidad de dejar ir. Aferrarse solo te atrapa en una cárcel que tú mismo construyes. Como Ximena, que antes perseguía desesperadamente a Ricardo. O como el señor García, que ahora fingía que no le importaba su partida.

Pero, Carlos recordó que lo que el señor García le había dicho era: «Lárgate», no «Hazlo». Por lo que, por el momento, podía no entregar la carta de renuncia de Ximena al departamento de Recursos Humanos.

Pensando en esto, Carlos puso la carta en la trituradora de papel y presionó el botón. Con el sonido de la máquina funcionando, la carta firmada fue devorada poco a poco.

—Oh no, ¡la carta de renuncia se cayó accidentalmente en la trituradora de papel! Bueno, si es necesario, se le puede pedir a Ximena que firme otra vez, no es gran cosa —se dijo Carlos a sí mismo, mientras seguía con su trabajo.

...

Al salir del Grupo García, Ximena levantó la vista hacia el cielo, el cual era de un azul intenso, y la brisa otoñal era fresca y agradable. Aunque sentía un leve dolor en el pecho, sus hombros se sentían increíblemente ligeros. A partir de ahora, ella y Ricardo no tendrían ninguna relación.

Lo siguiente era ocuparse del asunto del bebé.

Ximena tomó un taxi y fue al hospital. Se registró, hizo la consulta, pagó, y se sometió a los exámenes, hasta que, finalmente, le entregó varios informes al médico.

—Según los resultados actuales, el valor de HCG, es decir, la hormona gonadotropina coriónica humana, está aumentando bien, lo que significa que el feto está desarrollándose adecuadamente. En una semana más, debería tener latidos cardíacos. ¿Estás segura de que quieres someterte a un aborto? —le dijo el médico, tras revisar unos documentos.

Ximena guardó silencio por un momento y luego asintió:

—Sí.

—¿No quieres reconsiderarlo? —intentó convencerla una última vez, lamentando la decisión que había tomado.

—No. —Ximena negó con la cabeza.

El médico no dijo nada más y, con un tono profesional, añadió:

—De acuerdo, te agendaré el aborto para mañana. Este tipo de procedimiento puede ser normal o sin dolor. ¿Cuál prefieres?

—El normal.

Ximena aún tenía mil quinientos dólares, podía elegir una cirugía sin dolor. Pero, dado que no tenía la capacidad de conservar este bebé, había decidido usar el método doloroso como una forma de recordarlo. Eso era lo único que podía hacer por él.

Después de fijar la hora y el tipo de cirugía, Ximena regresó al hotel. El ajetreado día la había dejado agotada. Pero antes de poder descansar, las náuseas del embarazo la invadieron de nuevo, por lo que tuvo que correr al baño, cubriéndose la boca.

Ese día había comido poco, por lo que solo vomitó bilis.

Después de unos minutos, su estómago se sintió un poco mejor, así que, sosteniéndose de la pared, Ximena se levantó lentamente, tras lo cual regresó al dormitorio y sacó unos pañuelos de su bolso para limpiarse la boca.

Pero, al hacerlo, también sacó algunos reportes médicos. Al recogerlos, vio la ecografía del embarazo. Tal como había dicho el doctor, el saco gestacional estaba desarrollándose bien. Aunque era solo una célula, Ximena podía imaginarlo como un pequeño bebé suave y tierno.

Bajó la cabeza y, finalmente, dejó caer las lágrimas que había estado conteniendo todo el día. Ella le había fallado a su hijo. No merecía ser madre.

Pero Ricardo la odiaba tanto, que estaba segura de que también odiaría a su hijo. Además, tenía una madre enferma, un hermano inútil, y una vida sin hogar fijo. ¿Cómo podía tenerlo?

—Lo siento, mamá no es lo suficientemente fuerte. —Ximena lloró desconsoladamente.

¿Cómo no iba a estar triste? Había dejado a Ricardo y había renunciado a su hijo, todo en un mismo día, y, a partir de ese momento tendría que enfrentarse a cada día de su vida en completa soledad.

Ximena se dejó caer en la esquina de la cama, enterrando su rostro en las rodillas, hasta que, por fin, agotada por el llanto, se quedó dormida en la alfombra.
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