Capítulo 3

Anya

Manejar durante un día entero podía pasar factura, sin embargo, yo me sentía con demasiada energía para mi propio bien. Había pasado días completos sin dormir por no saber nada de mi hermana y eso era un exceso que fácilmente pudo llevar a consumirme con rapidez. Sin embargo, mis prioridades eran más importantes, ellas eran la que me tenían con ese exceso de energía y por eso respiré hondo cuando me acerqué al primer punto de control del territorio de los hombres lobos.

La preparación y el control que me brindaron en el gremio de cazadores era increíble, porque había sido lo único que me había contenido de entrar a territorio de las bestias y no incendiarlo desde sus cimientos. Conté hasta diez, miré en el espejo y fingí una media sonrisa que no llegaba a mis ojos, pero que me había servido antes para sacarme de apuros. Mi cabello rojo estaba lavado, peinado y arreglado, algo a lo que normalmente no había prestado atención antes, sin embargo, seguí las instrucciones de Matt.

En una de las carpetas que me había entregado, había detallado muy bien la forma en la que debía ir vestida, la manera en la que tenía que comunicarme y el tono que debía seguir. Debía verme inteligente, audaz, pero hasta cierto punto frágil, así que arreglarme un poco para relucir lo más que podía mi lado femenino era lo ideal.

Me parecía una estupidez, pero entendía bien el trasfondo.

Los hombres lobo no solían atacar mujeres, no las consideraban una amenaza directa a menos de que fuéramos reactivas. Según sus tradiciones, las mujeres debían ser cuidadas, veneradas y respetadas. Lo que me parecía un maldito insulto cuando la mitad de las bestias que había matado de alguna manera habían acosado mujeres humanas indefensas y algunos habían traspasado la línea.

Yo era el cazador que ellos temían, así que parte del encanto de retenerlos era el hecho de que yo era mujer. Una que tuvo la gracia de nacer con cierto grado de belleza que aprovechaba cada que podía. No era hipócrita, pero sí era práctica. Así que cuando me detuve, coloqué toda la documentación de respaldo a la vista y saqué la placa que me identificaba. Para ellos sería Anya Rosco, agente criminal de la división de homicidios adscrita a centro de seguridad nacional.

—Hola, buenos días —dije con sutileza cuando se acercó un hombre lobo.

Era alto, aunque de por sí, todos eran altos y atléticos, pero este parecía ser más alto de lo habitual, rubio y tenía unos tatuajes en su cuello que jamás había visto en los demás. Debían estar asociado a su puesto y rango dentro de las fuerzas de seguridad de las bestias.

—Documentos e invitación —dijo el hombre y le acerqué todo.

Este los revisó con cuidado, entonces frunció el ceño y eso me hizo alzar los escudos.

—¿Está todo bien, oficial? —le pregunté con cuidado y me miró con desagrado.

Fácilmente comprendí que seguramente era un purista, por lo que no pude evitar devolverle la mirada.

—En la carta de invitación no dice su nombre —respondió de forma grosera y me devolvió los documentos de forma apresurada—. Devuélvase por dónde vino, no va a entrar a Cunan.

Aquella negativa de entrada me hizo verlo con el ceño fruncido, era claro que no le importaba quién era o a qué venía. Simplemente, la animosidad era demasiado grande para hacerla a un lado y aunque comprendía muy bien el sentimiento, el imbécil no me iba a hacer menos.

—No sé si leyó bien, pero es una invitación abierta del consejo de la manada y del Alfa para que un delegado humano venga a ayudar en un proceso de investigación muy importante —espeté con carácter y lo miré sin medirme un poco—. Si yo me regreso y les digo a mis superiores que en Cunan no me dejaron pasar, posiblemente lo vean como una excusa, algunos pueden tomarlo como un insulto. Así que dígame, oficial, ¿quiere ser quien termine acrecentando los problemas entre las razas? Porque yo con gusto puedo dar una interpretación fácil de esta escena.

El hombre me vio con odio y logré ver el brillo dorado de su bestia, señal inequívoca de que estaba a punto de salir a flote. Había tocado algún nervio.

—No tienes permitido entrar a Cunan, así que lárgate —espetó y con facilidad asentí.

—Bien, ya veo por qué siempre vamos a tener esta pelea eterna entre nuestras especies —dije sin verlo, con la intención de que creyese que lo había ignorado—. Espero que cuando se emita el Consejo de Guerra esto no les salpique a todos en la cara.

Esas palabras las dije en voz demasiado alta y otra de las bestias se acercó, miró al chico y me miró a mí. Tenía la placa en mis manos, sostenida ante el volante y tan visible como fuese posible, así que cuando me di cuenta de que había visto quién era, le di a retroceso para girar y darme la vuelta. Sin embargo, el hombre no me dejó ir muy lejos, levantó unas barricadas que salieron de forma automática del suelo y evitó mi salida.

Oculté mi sonrisa.

Me bajé con molestia y me acerqué a enfrentarlos. De nada serviría la dulzura y delicadeza, con hombres de este calibre tenía que jugar bien las cartas del poderío femenino sin mostrarles mis capacidades o los iba a terminar asustando.

—¿Ahora qué significa esto? —pregunté y miré al tonto que me había echado—. Me acabas de decir que me marche, lo hago y ahora me retienes en contra de mi voluntad. ¿Tienes idea del problema que vas a causar si no dejas marchas a un oficial de las fuerzas de seguridad humanas?

—Siento el malentendido, señorita —dijo el otro hombre en un tono de voz cordial y lo miré con cuidado—. El oficial no quiso molestarla, y fui yo quien evitó su salida. Ha sido todo un malentendido, la hemos estado esperando desde temprano. Pensamos que el Comité de Paz enviaría algún delegado masculino.

Fruncí el ceño y los miré con molestia.

—¿Por qué harían eso si soy de las mejores? —pregunté haciéndome la ofendida y ellos se miraron a la cara con cierto miedo—. ¿Piensan que vine a qué? ¿Tienen idea siquiera de lo que vine? ¿Hay alguien de consejo que me pueda atender? Porque esto es una pérdida de tiempo.

—Disculpe el malentendido, solo ha sido una confusión —dijo el hombre cuidadoso con cierto pesar—. No quisimos ofenderla, entendemos perfectamente que los humanos tienen cierto grado de equidad entre hombres y mujeres, así que no quisimos ofenderla, solo expresamos lo que creíamos. Jonás no quiso ser grosero y yo tampoco.

Esta vez suavizé la mirada.

—Bien, no quiero causar más conflicto, pero no vuelvan a hacer esa acción, vine aquí con una tarea para beneficiar los acuerdos de paz. Si quieren que estos funcionen, tienen que empezar a dejar los prejuicios atrás —les dije y luego me paré firme—. Necesito hablar con el consejo para saber cómo vamos a proceder.

—Jonás la llevará a la reunión de consejo —dijo el hombre calmado—. Nosotros llevaremos su auto hasta allá, luego los trasladaremos a la cabaña en la que se va a instalar.

—Bien, hagamos esto.

Seguí al rubio con mala cara y me subí a una especie de antiguo carro de golf, sin embargo, este automóvil no era nada lento. Resultaba ser mucho más rápido y me di cuenta de que la tecnología de esta especie parecía ser relativamente más avanzada, lo que me daba curiosidad, pero fui astuta de no hacer preguntas.

Quince minutos después llegamos a lo que alguna vez fue una iglesia catedral del viejo mundo y por poco mi boca se abrió del impacto. Era un lugar imponente, grande, impresionante.

—Esta es la sede del consejo de la manada —dijo el rubio con mal humor—. Aquí la atenderán.

Con eso me bajé y me llevó hasta las grandes puertas, estas se abrieron solas y yo miré a la bestia rabiosa con dudas.

—Pasa, alguien te llevará a la sala de consejo.

Eso hice, caminé y miré todo con mucha curiosidad. Para nadie era un secreto que las bestias tendían a preservar más las cosas, lo cual era irónico, considerando que perdían el control. Sin embargo, miré todo con un ánimo y sentí cierta nostalgia al imaginar lo mucho que a Anne todo aquello le hubiese encantado.

—¿Señorita, Rosco? —preguntó una voz dulce y miré al fondo del pasillo.

Una mujer hermosa, alta, llena de muchas curvas y un cabello castaño sedoso y brillante se acercó. Tenía un vestido que iba combinado con un hermoso corsé que hacía que su cintura fuese mucho más pequeña y sus pechos resaltasen. Era una belleza perfecta y más con sus ojos violeta, uno muy poco peculiares que contrastaban con su piel bronceada.

—Sí, soy yo.

—Sígueme —dijo con cuidado.

Lo hice y subimos por unas escaleras blancas de lo que en el viejo mundo se conocía como porcelanato. Luego entramos a otra sala pequeña que daba a otra puerta y finalmente entré a un gran salón. Tenía forma circular y doce sillas, de lado derecho y seis de la izquierdo, de un hermoso trono dorado que seguramente era otro.

La extravagancia era mucha y los hombres y mujeres que me vieron lo hicieron con mucho recelo, así que bajé un poco la cabeza en señal de respeto, aunque me di cuenta de que el Alfa no se encontraba.

—Consejo, ella es la señorita Rosco, la enviada de los humanos —dijo la chica que me llevó hasta ahí.

—Gracias, Waira —dijo una voz ronca que me puso los pelos de punta.

Al girar miré al hombre más bello que había visto en mi vida, era alto, imponente, atlético y tenía unas facciones fuertes que al mismo tiempo le conferían una apariencia armoniosa. Sus ojos eran violetas como los de la chica y no fue fácil para mí deducir que eran hermanos. Este hombre se acercó y yo dejé de respirar por su magnetismo, se inclinó con cierta elegancia y luego me sonrió.

—Bienvenida a Cunan, señorita Rosco, será un placer para mí trabajar con usted.

Asentí un poco aturdida porque ante mí se había inclinado nada más y nada menos que Kael Kan, el Alfa y líder supremo de Cunan, el regente de mis más grandes enemigos.

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