Capítulo 5

Anya

Kael Kan era un grano en mi trasero.

No había definición mejor para describir nuestra situación y eso era decir mucho, considerando que habían pasado días en los que no logramos hacer absolutamente nada de la investigación primaria debido a sus restricciones. Si no tenía el visto bueno de él, no iba a poder recorrer el territorio a mis anchas ni usar los métodos clásicos que las fuerzas de seguridad humana empleaban en los interrogatorios.

—No podemos hacer lo que hacen los humanos al pie de la letra —me dijo por enésima vez al segundo día de haberle planteado mi plan—. Entiendo lo que dices y comprendo tus percepciones, pero no podemos ir y apresar a cualquiera para ser interrogado. Hay que tener indicios claros, no simples sospechas. Las leyes de Cunan son más estrictas que las del territorio humano, aquí tenemos que demostrar sí o sí que las personas son sospechosas porque hay indicios reales de que estuvieron involucrados en una situación irregular.

—Es que la sospecha no acredita la culpabilidad —le respondí con cansancio—. Ese es el fin de nuestras leyes: inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero aun así podemos usar todo nuestro poderío para hacer los respectivos interrogatorios.

El Alfa me miró con cierto cansancio y yo no hice más que berrear, así que lo hice buscarme unas pizarras grandes en las que ordenamos todo referente a los casos, desde el primero, hasta el último. El hice las respectivas conexiones para que él entendiese bien el panorama de la situación y visualizara la realidad tal cuál era.

—El primer reporte de desaparición fue hace veintidós días. Una joven de 20 años, rubia y que vivía sola en las lejanías del Norte de la ciudad no apareció en su trabajo. Este queda en la carretera Norte que limita con este territorio, es una fábrica de productos químicos —le dije y le señalé a la otra víctima—. El segundo reporte es de un hombre de 30 años, afrodescendiente y con una familia constituida que vivía cerca del mercado de Atenas. Viajaba cada día cerca de dos horas de ida y vuelta a su trabajo en una mueblería que se ubica en la misma carretera norte. El cuarto y quinto caso sucedieron juntos: una pareja de recién casados que trabajaban en la fábrica de alimentos en la frontera noroeste. Los tres casos siguientes son amigos que trabajan en la misma carretera, en un taller mecánico y que desaparecieron al final de su turno. No abordaron nunca el autobús que los llevaba hasta el centro de Atenas. ¿Estás viendo el patrón?

—Todos ocurrieron en la carretera que colinda con mi territorio —dijo con rapidez—. Pero eso no signifique que vayamos a realizar interrogatorios de todos los hombres lobo que viven en el borde de esa frontera. Es una locura.

Negué y suspiré.

—Tenemos qué, no es que no podamos, es que debemos hacer interrogatorios al azar, registrar las cámaras, ver las procedencias y estudiar los comportamientos. Las desapariciones fueron escalando en progresión, pero mantuvieron el mismo grado de violencia —le indiqué y él frunció el ceño—. ¿Leíste los reportes forenses?

—Solo dicen que los cuerpos tenían heridas en formas de garras, no se prueba que fueron hechas con garras —respondió con sutileza y asentí.

—En efecto, eso no quiere decir nada, sin embargo, todas las horas de muerte están en el rango nocturno y ocurrieron cerca del perímetro de esa carretera —especifiqué para ver si caía en cuenta de lo obvio.

—¿Eso quiere decir algo?

Gemí frustrada en incrédula de que él hubiese estado encargado de las investigaciones criminales de Cunan.

—Eso quiere decir que todos ellos murieron en la frontera y según los análisis espectrofotométricos de la tierra de los zapatos de las víctimas, esto sucedió cerca del territorio noreste. La tierra tiene la misma composición química y hay yacimientos ricos en azufre en esa zona, en la que ya no hay ninguna empresa humana, ni siquiera humanos viviendo. Todo lo que hay cerca son hombres lobo y no los estoy culpando, pero se puede partir de ahí y hacer un interrogatorio al azar. Algo me dice que alguien pudo haber visto o escuchado algo extraño o puede haber evidencia en la zona.

Era sentido común básico, pero entendía por qué el Alfa tenía las defensas levantadas. La cosa era que nada se veía bien para los lobos, pero yo conocía de asesinos porque era una. Si quería hacerlo, lo hubiese hecho cerco de gente a la que podía culpar con facilidad.

Así que él decidió pensar la forma de cómo abordar la investigación sin que fuese traumática o cruel para nadie, por lo que tendría que consultar con el delegado encargado de esa región. Era frustrante, así que tuve que quedarme recluida otro día en espera de una respuesta.

Lo más gracioso es que había estado más vigilada que cualquiera.

La cabaña en la que me estaba quedando era un sueño, pero había descubierto micrófonos escondidos en lugares recónditos, así como cámaras a las afueras de la propiedad y guardianes haciendo recorridos en el perímetro. No me sorprendía, la verdad, me lo esperaba ya que no podían ser demasiado confiados para darle libertad a una humana. Lo que no me esperé fue que alguien tocase mi puerta.

—Waira, no pensé verte por aquí —le dije a la hermana del alfa una vez le abrí la puerta y ella sonrió con suficiencia.

—Lo imaginé, así que seré honesta. Vine a ser una entrometida, sé que mi hermano no te lo está poniendo fácil y sé que resultas ser un hueso duro de roer, así que dime de forma sencilla qué necesitas para que logre mediar y que por fin comiencen a investigar todo —dijo con suficiencia.

Definitivamente no me podía caer mal ella, si fuera humana, posiblemente sería una amiga cercana, tal vez se hubiese criado en el gremio de cazadores, pero la realidad era la realidad y tenía el presentimiento de que ella era cierta pieza fundamental en el territorio, una que yo desconocía.

—Los crímenes se cometieron cerca de un territorio que limita con la frontera noreste de Atenas, así que debemos ir a interrogar para ver si alguien notó o vio algo fuera de lo común, si alguien tiene cámaras o si hubo movimientos inusuales los días de las desapariciones. Tal vez peinar la zona en busca de evidencia —dije con normalidad.

—Bien, veo cuál es el problema —musitó con el ceño fruncido.

—¿Me lo puedes explicar? El Alfa solo habla de leyes que desconozco y que no logra explicarme.

—Eres humana, de por sí no vas a entender ciertos contextos. Así que te voy a dar una lección fácil de cultura de lobos, pero no aquí. Cámbiate para que podamos hacer una caminata y así conoces uno de los lugares más hermosos del territorio.

Sus palabras me dejaron un poco atónica, pero asentí y la miré con detalle. Iba de forma muy deportiva y cómoda, así que fui a la habitación y me cambié con rapidez, tomé ropa cómoda y me amarré el cabello en una coleta alta. Entonces la seguí y cuando salí me di cuenta de que dos bestias nos seguían con algo de distancia.

—¿A dónde vamos? —le pregunté con mucha curiosidad.

—A las cataratas de Cunan —respondió con una sonrisa—. Es un lugar bellísimo, pero de un acceso difícil. Tienes que ir solo caminando por los senderos, así que espero que tu condición física no sea terrible.

Me reí y la seguí, luego de media hora de caminata no puede evitar soltar mi lengua.

—Bien, ¿cuál es el problema?

—Veo que la paciencia no es una de tus virtudes —dijo y mantuve mi gesto serio—. La cuestión es simple, eres humana y el que te acerques a preguntar a la gente de la manada en un tono acusatorio o de sospecha, generará malestar. En Cunan las cosas son más estrictas o simples: sin participaste de alguna forma en algo malo lo vas a pagar según el grado de culpa. Por eso no tomamos muy en serio las acusaciones y condenas.

—Eso lo entiendo, pero yo no le veo lo malo a preguntar, en ese caso, yo podría darle las preguntas al Alfa luego de hacer los análisis de la situación y que él las aborde. Todos a estas alturas deben saber lo que pasa, la falta de colaboración simplemente se ve mal.

—En efecto, pero tienes que entender que hay un recelo gigante por el cuidado de la especie. Somos muy celosos de revelar secretos de nuestra manada, de que algo tonto pueda ser usado en nuestra contra. Que los humanos se inmiscuyan más de la cuenta se siente como eso. Luchamos mucho por no extinguirnos en las sombras y luego del declive, preservar esta manada es importante no solo para sobrevivir a otra guerra, sino para cumplir la voluntad de los Dioses y eso es algo que solo los sobrenaturales van a entender.

Estuve a punto de rebatirle al respecto, pero algo me hizo girar y me di cuenta de que las dos bestias que nos seguían habían desaparecido. Un escalofrío recorrió mi cuerpo por completo.

—¿Dónde están los guardianes? —le pregunté y ella hizo algo poco común en humanos.

Waira comenzó a oler y luego frunció el ceño como si lo que hubiese olido no le hubiese gustado nada, entonces vi en momento exacto en el que su cuerpo se tensó por completo y comenzó a mirar a los árboles.

—Muertos —dijo en el momento en el que varios hombres salieron de los árboles y cayeron justo a nuestro alrededor.

Mi guardia se alzó y me di cuenta de que ella estaba temblando, lo que me hizo preguntarme qué diablos le había pasado para que se quedase así. Entonces cuatro de los hombres que estaban vestidos por completo de negro y tenían pasamontañas se acercaron a agarrarnos por lo que respiré con cuidado.

Cuando uno de ellos me puso las manos en las muñecas, me impulsé para llevarlo hacia atrás y lo impacté contra un tronco, lo que lo hizo jadear de dolor, eso causó que el otro que iba por mí sacara un arma eléctrica para apuntarme, por lo que fui rápida y giré al herido para que le diese.

Eso hizo y el hombre quedó adolorido en el piso, así que fui tan rápida como mi entrenamiento me lo había enseñado. Busqué sus armas y antes de que tuvieran tiempo de reacción, sostuve cada arma de fuego en mis manos y les comencé a disparar a los que estaban alrededor en la cabeza.

Cada uno cayó como un saco de papas, pero los dos que tenían a Waira amarrada se había alejado con rapidez, así que corrí tras ellos, no sin antes tomar la pistola eléctrica y dispararle a uno de ellos en las piernas, luego le di un disparo a otro en el hombro. Eso hizo que soltaran a la mujer loba que intentó quitarse las amarras en sus muñecas.

Cuando me acerqué, el herido me quiso disparar, pero fui más rápida y le di en la cabeza, luego el otro quiso apuntar a Waira y antes de que lograse apretar el gatillo, le disparé en el cuello.

Respiré hondo y luego la realidad me golpeó con fuerza.

Había matado a un escuadrón de hombres delante de la hermana del Alfa y sabía muy bien que eso no se vería nada bien. Solo rogaba que salvarle la vida me diera un indulto.

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