La noche es demasiado ruidosa por la intensa lluvia. Recuerdo el cuerpo de una niña acurrucada junto a la columna del salón trasero, con los ojos inundados en lágrimas, compitiendo con las gruesas gotas de agua que se desparraman afuera. Se cubre los oídos, intentando en vano evitar escuchar los gritos de su madre, una mujer que está pariendo, dando a luz a su segundo hijo.El eco de pasos apresurados y el murmullo de personas entrando y saliendo de la gran mansión llenan el aire. Un padre ausente, un hombre al que apenas ha visto en escasas ocasiones, viene a casa vestido con un elegante traje, pelea con su madre y luego se marcha, dejándola llorando y encerrada en su habitación durante semanas, sumergida en una profunda depresión.La niña pega sus rodillas a su pecho, las abraza con fuerza, hipando por el frío que azota mientras el viento y la lluvia rugen a su alrededor. De pronto, los gritos cesan, sustituidos por el llanto de un bebé. Con una sonrisa tímida, se pone de pie y se d
ValeriaCon los ojos aún cerrados, me levanto de la cama al escuchar la alarma resonar por tercera vez consecutiva. El cansancio pesa sobre cada músculo, como una manta invisible que se niega a soltarse, y lo único que anhelo es quedarme entre las sábanas para siempre. Sin embargo, una fuerza interior, esa voz suave pero firme que siempre me empuja hacia adelante, me hace deslizarme fuera de la cama. Es hora de trabajar. Las personas a las que debo atender suelen desayunar temprano, y aunque son solo dos, a veces parece que cuido a un ejército completo.Envuelta en mi viejo pijama de vacas, que ha perdido su color y su gracia con el tiempo, estiro los brazos hacia el cielo, dejando escapar un profundo bostezo mientras me dirijo a la cocina. Con movimientos casi automáticos, pongo el agua para el café y enciendo la radio. La melodía de "Tusa" de Karol G inunda la habitación, llenándola de energía. Sin siquiera darme cuenta, comienzo a balancearme al ritmo de la música mientras me encam
ValeriaGerardo nos ordenó retirar los adornos que habíamos colocado en el salón principal. Su hermano, el grosero de Luca, ni siquiera se tomó la molestia de aparecer durante todo el día. Nos habíamos cansado al colocarlos, y aún más al quitarlos. Después de cumplir con mis tareas diarias, me encontré reflexionando sobre lo difícil que está resultando reunir el dinero necesario para abrir mi propio negocio. Mi madre me dejó en herencia un cabaret, los documentos de dicho lugar estaban guardados en un sobre amarillo que me entregó la madre superiora cuando dejé el orfanato.No me atreví a abrir el sobre hasta varios meses después de empezar a trabajar en la mansión de los Cooper. El señor Cooper era un hombre bondadoso con todos sus empleados, nos trataba con respeto y hacía que los días fueran más llevaderos. Pero después de su muerte, su hijo mayor tomó el control, y aún me pregunto por qué no aceptó la responsabilidad de las empresas antes. Motivo por el cual ahora se encuentra de
Valeria—¡¿Qué pasa, Valeria?!—espeta Santiago, acercándose a mí con rapidez.—Te noto un poco preocupado, ¿qué sucede? —pregunto, tratando de leer su expresión.—No es nada, solo que veo a ese grupo de jóvenes allá arriba, en la parte de arriba, y parecen estar haciendo algo sospechoso, como si estuvieran consumiendo drogas—me dice en voz baja, lanzando una mirada hacia el lugar.—No te preocupes, ya mandaré a alguien para que se encargue—le aseguro, intentando calmar la situación. Tengo seguridad en todos los puntos ciegos para evitar problemas con los niños ricos que suelen venir.—Esa máscara te queda horrible—opina Eduardo con una sonrisa torcida.—Por lo menos no es mi rostro lo que me hace ver horrible—le devuelvo, sacándole el dedo medio con una sonrisa burlona.—Jódete—responde, riéndose, antes de volver a su tarea de repartir tragos.Mientras Eduardo se aleja, me giro para observar el área que me indicó. Pero lo que veo me deja completamente atónita. Santos dioses del Olimpo
Valeria SanromanMe quedo en la cama, el calor subiendo por mis mejillas como una tormenta descontrolada, una ola de vergüenza que me ahoga. El nudo en mi garganta apenas me deja respirar, cada latido de mi corazón me recuerda lo estúpida que fui. Quiero desaparecer, abofetearme, hundir el rostro en un balde de agua fría, o lanzarme por la ventana... cualquier cosa antes que enfrentar lo inevitable. Ruego en silencio que no me reconozca.¿Cómo pude ser tan ingenua? Me dejé arrastrar por el deseo, por una pasión efímera. Los ojos de Luca, oscuros y llenos de sigilo, siguen clavados en mí, como los de un depredador que acecha a su presa. Mi mente está a punto de estallar, buscando desesperadamente una salida. Él, mientras tanto, se viste con prisa, tironeando la ropa con manos fuertes, mientras yo me esfuerzo por cubrirme con las sábanas ligeras que apenas logran ocultarme.El hombre que ahora se lleva lo más preciado que alguna vez poseí, lanza sobre la cama un par de billetes. El odio
Valeria San RománDespués de una semana ausente del Àngels Cabaret, dedicada por completo a estudiar para mi examen privado —mi último paso antes de obtener la licenciatura en administración de empresas—, el tiempo se esfumó entre libros, clases y responsabilidades. Lo más duro fue ir a la mansión de los Cooper. Agradecí en cada momento que Luca no estuviera presente. Estoy segura de que no me reconoció la última vez, pero el miedo a ser descubierta me sigue atormentando.Finalmente es sábado, y por primera vez en días, puedo descansar.Me levanto del sillón de la sala y voy a la cocina a prepararme unas palomitas. Justo cuando las coloco sobre la encimera, el teléfono suena por tercera vez. Camino hacia la sala, pero cuando llego, la llamada ya se ha cortado. Lo reviso y veo varias llamadas perdidas de Olivia y unos cuantos mensajes de Santiago en WhatsApp. Dejo el teléfono en su lugar, tomo las palomitas y vuelvo a sentarme, encendiendo el televisor para buscar una de mis series fav
Luca CooperMe encuentro sentado en mi despacho, observando la mansión que había heredado con una mezcla de desdén y fastidio. El silencio que reinaba en este lugar me provocaba una incomodidad que no lograba sacudir. Entonces, la vi. Valeria. La sirvienta. Era imposible no sentir su presencia desde el primer día que la vi en aquella actividad donde asistió por parte del orfanato donde creció, la deteste desde ese instante o eso creo. Luego a mi padre se le ocurrió contratarla para que viniera a trabajar a esta casa, gracias al cielo ella llegó cuando me estaba largando a estudiar a otro país, e intentado despedirla, sin embargo, Gerardo mi hermano mayor se opone impidiendo que lo haga. No era solo que ocupaba el espacio, era como si el aire se volviera más denso, como si algo en ella me sofocara. Pero claro, la trataba con la punta del pie, grabándole su lugar.—Te has tardado mucho con esa chimenea —dije, casi escupiendo las palabras, mientras ella se inclinaba para limpiar el polvo
Valeria San Román Suena mi teléfono, sacándome del sueño de golpe. Doy un brinco enorme en la cama, sintiendo el corazón acelerado por el susto. Con los ojos entrecerrados, estiro la mano para alcanzar el móvil que sigue vibrando en la mesita de noche. El tono de la llamada no deja lugar a dudas sobre quién se trata. Sin siquiera revisar la pantalla, respondo, aún medio dormida.—Maldita sea, Valeria, mueve tu hermoso culo de la cama y trae esas preciosas nalgas a mi auto. Estoy en el estacionamiento, tienes cinco minutos —la voz de Santiago retumba en mis oídos, llena de esa energía mañanera que parece no afectarlo ni en los peores días.Frunzo el ceño mientras trato de aclarar mis pensamientos. Santiago, como siempre, con su forma encantadora y descarada de hablarme, ha conseguido arrancarme una pequeña sonrisa, pero el mal humor de la noche anterior aún pesa sobre mí.—¿Cinco minutos? ¡¿Estás loco?! —respondo, mi voz ronca por el sueño, mientras intento despejar la mente y sacu