Luca CooperMe encuentro sentado en mi despacho, observando la mansión que había heredado con una mezcla de desdén y fastidio. El silencio que reinaba en este lugar me provocaba una incomodidad que no lograba sacudir. Entonces, la vi. Valeria. La sirvienta. Era imposible no sentir su presencia desde el primer día que la vi en aquella actividad donde asistió por parte del orfanato donde creció, la deteste desde ese instante o eso creo. Luego a mi padre se le ocurrió contratarla para que viniera a trabajar a esta casa, gracias al cielo ella llegó cuando me estaba largando a estudiar a otro país, e intentado despedirla, sin embargo, Gerardo mi hermano mayor se opone impidiendo que lo haga. No era solo que ocupaba el espacio, era como si el aire se volviera más denso, como si algo en ella me sofocara. Pero claro, la trataba con la punta del pie, grabándole su lugar.—Te has tardado mucho con esa chimenea —dije, casi escupiendo las palabras, mientras ella se inclinaba para limpiar el polvo
Valeria San Román Suena mi teléfono, sacándome del sueño de golpe. Doy un brinco enorme en la cama, sintiendo el corazón acelerado por el susto. Con los ojos entrecerrados, estiro la mano para alcanzar el móvil que sigue vibrando en la mesita de noche. El tono de la llamada no deja lugar a dudas sobre quién se trata. Sin siquiera revisar la pantalla, respondo, aún medio dormida.—Maldita sea, Valeria, mueve tu hermoso culo de la cama y trae esas preciosas nalgas a mi auto. Estoy en el estacionamiento, tienes cinco minutos —la voz de Santiago retumba en mis oídos, llena de esa energía mañanera que parece no afectarlo ni en los peores días.Frunzo el ceño mientras trato de aclarar mis pensamientos. Santiago, como siempre, con su forma encantadora y descarada de hablarme, ha conseguido arrancarme una pequeña sonrisa, pero el mal humor de la noche anterior aún pesa sobre mí.—¿Cinco minutos? ¡¿Estás loco?! —respondo, mi voz ronca por el sueño, mientras intento despejar la mente y sacu
Valeria San RománAl llegar a mi departamento, pedí al portero que me ayudara a subir todas las bolsas repletas de adornos navideños. Finalmente, mi hogar estaría decorado, ya que Santiago, con su entusiasmo festivo, había transformado su departamento un mes antes. Apenas el portero se fue, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación. Dejé caer la ropa en el suelo y me entregué al calor de una ducha larga, dejando que el agua arrastrara mis pensamientos errantes.Con el cabello aún húmedo, me enfundé en un cachetero suave, dejando que la tela abrazara mis caderas, y me puse encima un suéter enorme que me llegaba a media pierna, adornado con la caricatura de un elfo reno que Santiago me había regalado. Era absurdo lo mucho que esa prenda me hacía sentir reconfortada.En la cocina, preparé café mientras contemplaba las galletas que había comprado más temprano en el centro comercial. Me senté en un taburete y comencé a devorarlas, cada bocado dulce acentuando el sabor amargo de mis pens
Luca CooperValeria está en mi cabeza, como una espina que no puedo arrancar. Camino por el pasillo de la mansión, fingiendo estar enfocado en todo, menos en ella. Miento, porque cada vez que la veo, una parte de mí se desmorona. Y lo peor es que no lo soporto. No soporto verla, no soporto sentir esto. Odio que su presencia me afecte tanto. Odio... que me importe.Cometí la estupidez de ir a su casa y permitir que se diera cuenta que me interesa mas de lo normal, es mi jodida sirvienta, y nada más, repito en voz alta tratando de convencerme.Gerardo está cerca de ella más de lo que debería. Cada vez que sus dedos rozan su cabello, cuando le sonríe, cuando hace comentarios que la hacen reír, quiero... ¿qué quiero? No lo sé, pero definitivamente no es seguir permitiendo que se acerque a ella. ¿Por qué demonios me molesta tanto? Ella no es nada para mí. Es solo la maldita empleada que hace su trabajo en la mansión. Una cualquiera. Nada más.Estúpido recuerdo que me atormenta, cuando los
Valeria SanromanMe dejo caer sobre la cama, el cuerpo me pesa como si llevara una tonelada de emociones a cuestas. “¿Qué mierda pasa con ese idiota?”, pienso mientras cierro los ojos y trato de ignorar las lágrimas que ya empiezan a rodar por mis mejillas. ¿Quién se cree Luca? ¿Qué derecho tiene de aparecer en mi cabaret y exigirme, como si fuera tan sencillo? Ah, claro... Olvidé que, para él, solo soy una prostituta más, una mujer a la que se puede usar y desechar cuando se le antoje. La verdadera idiota soy yo, por soñar despierta.Abrazo la almohada con fuerza, tratando de acallar el dolor que me oprime el pecho. Respiro profundo, intentando calmarme, pero las imágenes de esa noche siguen invadiendo mi mente. La frustración es sofocante, y siento cómo mi corazón se retuerce en mi pecho. Tomo el teléfono con manos temblorosas, buscando el consuelo de alguien que me entiende.Yo: "Necesito verte. Algo me pasó. Quiero tus abrazos. Trae tu sexy trasero a mi departamento."Eduardo, mi
Luca CooperPasadoRegreso a mi departamento y me dejo caer sobre la cama, aún procesando el caos que ha sido este día. Pamela, esa maldita mujer a la que llamaba prometida, me engañó de la forma más humillante posible. Verla montada sobre otro hombre fue un golpe directo a mi orgullo, más que a mi corazón. No es que estuviera enamorado de ella, ni de lejos, pero el simple hecho de que gritara otro nombre en medio de sus gemidos me revuelve las entrañas. Mi ego, herido.La primera reacción fue salir de ahí. No me importaba escucharla intentar darme explicaciones, mucho menos sus disculpas. Necesitaba descargar esta ira, esta frustración. Conduje sin pensar hasta el lugar más lógico para mí en este momento: el Àngels Cabaret.El cabaret siempre ha sido mi refugio. Solía ir con Gerardo cuando éramos más jóvenes, cuando la vida era mucho más sencilla. Recuerdo que había una mujer que se movía en el escenario como una diosa, provocando erecciones con solo una mirada. No había vuelto desde
Luca CooperDespués de una mañana llena de risas, escapando momentáneamente de las locuras de mi pequeña hermana, por fin me he liberado de su energía inagotable para venir a la empresa y enfrentar lo que me corresponde. Sus carcajadas aún resuenan en mi cabeza, pero ahora todo se siente más frío, más calculado. Aquí no hay espacio para la ligereza.Mi hermano Gerardo, siempre el mayor, siempre el protector, decidió dejar en mis manos todo el peso de nuestro legado. No solo la empresa, sino también el cuidado de Leticia. Ahora, soy yo el nuevo gerente general de todas las empresas, tanto nacionales como internacionales. Las riendas del imperio familiar están firmemente en mis manos, y con ellas, la responsabilidad de no dejar que nada ni nadie lo derrumbe.Gerardo siempre veló por nuestro bienestar. Desde la muerte de nuestros padres, él asumió el papel de líder. Me apoyó en cada etapa, incluso cuando decidió enviarme a México para hacerme cargo de nuestras empresas allá. Ahora que ha
Valeria Sanroman El agua salpica a mi alrededor, y la risa de Santiago retumba como un eco que no se extingue. Estamos en un parque acuático, un lugar que él ama más de lo que debería, rodeado de peces de todos los colores imaginables y con exhibiciones que parecen transportarnos a un mundo submarino. No puedo evitar sonreír al verlo tan emocionado, aunque este no sea precisamente mi plan ideal de domingo.—¡Mira ese, Val! —me grita mientras señala una enorme pecera con un pez exótico que parece salido de un cuento de hadas. Sus ojos brillan como si hubiera descubierto un tesoro escondido.—Santiago, ya hemos visto como veinte iguales —respondo entre risas, haciéndome la desinteresada, aunque en el fondo disfruto ver cómo su pasión por los animales marinos siempre logra animarlo.—No seas amargada, Val. Este es diferente, míralo bien —dice con una sonrisa traviesa mientras me da un pequeño empujón hacia la pecera.Me acerco, cruzando los brazos, y finjo examinar el pez. Santiago siem