Valeria
—¡¿Qué pasa, Valeria?!—espeta Santiago, acercándose a mí con rapidez.
—Te noto un poco preocupado, ¿qué sucede? —pregunto, tratando de leer su expresión.
—No es nada, solo que veo a ese grupo de jóvenes allá arriba, en la parte de arriba, y parecen estar haciendo algo sospechoso, como si estuvieran consumiendo drogas—me dice en voz baja, lanzando una mirada hacia el lugar.
—No te preocupes, ya mandaré a alguien para que se encargue—le aseguro, intentando calmar la situación. Tengo seguridad en todos los puntos ciegos para evitar problemas con los niños ricos que suelen venir.
—Esa máscara te queda horrible—opina Eduardo con una sonrisa torcida.
—Por lo menos no es mi rostro lo que me hace ver horrible—le devuelvo, sacándole el dedo medio con una sonrisa burlona.
—Jódete—responde, riéndose, antes de volver a su tarea de repartir tragos.
Mientras Eduardo se aleja, me giro para observar el área que me indicó. Pero lo que veo me deja completamente atónita. Santos dioses del Olimpo, juro por Adonis que no puedo creer lo que mis ojos están viendo. Una belleza tan sublime en un solo cuerpo, tan magnética, que mi propia intimidad parece vibrar solo con mirarlo. Mi pulso se acelera y mi mente comienza a buscar desesperadamente una vía de escape. Trato de apartar la vista, pero no puede ser posible... ¿Qué hace el señor perfección en mi cabaret?
Joder, mi calentura está atacando a mi cuerpo, y no puedo controlarla. Es obvio que mi atención se desvía de mi objetivo principal cuando veo a ese Adonis caminar en mi dirección.
Santa Virgen de las vírgenes, si viene directo hacia mí... ¡El de ojos verdes se me acerca! Antes de que pueda reaccionar, me toma por la cintura, sus ojos tienen la intensidad del mismo Satanás, y sin darme tiempo para pensar, estampa sus labios húmedos, carnosos y deliciosos sobre los míos.
Me quedo idiota, sumida en un trance, sintiendo sus cálidos labios sobre los míos. No puedo responderle, estoy demasiado impactada, atrapada en el shock de la situación. Él se aparta apenas unos centímetros y se inclina hacia mi oído.
—Necesito de tus servicios—murmura con una voz ronca, dolida, llena de tristeza. Bueno, con los nervios que tengo, ya ni sé lo que escucho o veo.
—Ya mismo le envío a alguien—respondo, haciendo todo lo posible por evitar que reconozca mi voz. Puedo jurar que, en esta faceta, con su chaqueta y jeans rasgados, luce aún mejor que con el traje. Mi pecho se acelera tanto que puedo escuchar los latidos de mi propio corazón.
—Te quiero a ti. Pagaré bien—insiste, sus palabras cargadas de una insinuación que me toma por sorpresa, como si me estuviera llamando puta, y ni siquiera sé por qué. Debe de estar ciego; no llevo nada puesto que pueda atraerlo de esa manera.
—Yo no…
—Puedo darte una buena suma, deja de hacerte la digna. Todas las de tu clase están aquí para brindar sus servicios. Ahora, camina—s u voz tan masculina me arranca del trance en el que estaba. Sin decir una palabra, solo siento el calor de su mano tomando la mía, y, antes de darme cuenta, empiezo a caminar junto a él, en silencio, con la mente en blanco y el corazón desbocado.
¡Oh, no! ¡Espera! Me dirijo al salón del kamasutra, tratando de detenerme y explicar que no soy una de esas chicas que brindan servicios. Pero mis piernas no obedecen y mis palabras se quedan atrapadas en mi garganta. Cuando la puerta se abre, siento como si mi corazón estuviera a punto de estallar.
Entramos en uno de los cubículos; me hace pasar primero y luego cierra la puerta tras de mí. Sin darme tiempo a reaccionar, me toma por la cintura, me empuja contra la pared e inicia un beso que desborda enojo, tristeza, decepción, y una mezcla furiosa de odio.
Algo debe estar ocurriendo con el dios de los orgasmos, porque su expresión ha cambiado, mostrando una intensidad aún mayor que antes. Debo admitir que lo he odiado desde que lo conocí en el hospital, pero desde que lo vi esta mañana con ese traje, esa aura de poderío, su colonia y ese ceño fruncido, sentí una asfixiante sensación de deseo. Ahora, quiero que me toque, que se infiltre entre mis bragas y me muestre el cielo.
Me reprendo mentalmente. Siempre he fantaseado con su hermano, pero he detestado a este ser, un intento fallido de Zeus. ¿Por qué estoy temblando ante el contacto de su mano?
Siento su otra mano deslizarse por mi cuerpo mientras yo permanezco paralizada. Su mano encuentra uno de mis senos y empieza a acariciarlo. Oh, Dios, ¿qué me está pasando?
Nunca he dejado que un hombre se propase, y ahora solo quiero que me arranque la ropa y me haga suya.
—¿Son de un tono rosa pálido, encendido o ambos? — pregunta, y yo, sin comprender, me pregunto qué está diciendo.
¡Maldita sea! Nadie nunca me había tocado ahí. Quiero detenerlo, pero hay algo en mí que no me lo permite; se siente tan delicioso y excitante. Un calor infernal se apodera de mi cuerpo mientras él pasa su lengua por mi cuello. Escucho sus jadeos, y su mano deja mi pecho, alejándose para luego volver a acercarme.
Me levanta en sus brazos y me lleva a la cama. Me siento, dejándome guiar por él. Estoy atónita mientras se quita la ropa, quedándose solo en bóxer. Bajo ese bóxer de Calvin Klein, su cuerpo tonificado es una obra maestra, y su miembro es imponente. Cuando logro reaccionar, él está sobre mí en la cama, quitando la última prenda que me queda. Mis bragas vuelan por los aires.
Su mano recorre mi cuerpo hasta mi entrepierna, comenzando a acariciar mi parte íntima, provocando jadeos de mi garganta. No me muevo, permitiéndole hacer lo que desea. No sé si estoy soñando o qué pasa.
Siento el roce de su miembro en mi sexo. Con sus manos acaricia mis senos y me besa con una pasión rabiosa. No me doy cuenta en qué momento su mano llega a mi parte íntima, introduciendo sus dedos, expandiendo mis paredes y provocando un gruñido de placer que hace que mi cuerpo se retuerza.
Sigo inmóvil, sin atreverme a tocar su cuerpo escultural. Se aleja un poco de mi frágil cuerpo y se detiene en uno de sus brazos, mirándome con una mezcla de odio y deseo. Luego se posiciona entre mis piernas y penetra en mí sin previo aviso. ¡Oh, m*****a sea, siento un dolor infernal! Un grito descomunal escapa de mis labios, enterrando mis uñas en su espalda mientras las lágrimas brotan de mis ojos.
Al sentir mis lágrimas y escuchar mi grito, se da cuenta de que soy virgen. Levanta la vista y me mira con una mirada profunda, pero sin dejar de estar dentro de mí, me besó tratando de distraerme del dolor. Empieza a moverse dentro y fuera, aunque al principio duele, luego se siente cada vez mejor. Las embestidas se vuelven más rápidas y mi cuerpo estalla en un placer infinito, llevándome al paraíso.
El hombre más enigmático y deseable del mundo, al sentir las paredes de mi sexo apretando su miembro, da un par de embestidas más rápidas y deja escapar un gruñido de satisfacción. Luego, cae junto a mí, se da la vuelta y me observa de arriba abajo.
—¿Virgen? — pregunta con un tono más relajado. Estas son las segundas palabras que pronuncia en todo este tiempo.
No puedo responder. Mis palabras se quedan atascadas en mi garganta. Me he acostado con el hombre que más odio en la vida. Luca Cooper ha sido quien me ha desvirgado.
Valeria SanromanMe quedo en la cama, el calor subiendo por mis mejillas como una tormenta descontrolada, una ola de vergüenza que me ahoga. El nudo en mi garganta apenas me deja respirar, cada latido de mi corazón me recuerda lo estúpida que fui. Quiero desaparecer, abofetearme, hundir el rostro en un balde de agua fría, o lanzarme por la ventana... cualquier cosa antes que enfrentar lo inevitable. Ruego en silencio que no me reconozca.¿Cómo pude ser tan ingenua? Me dejé arrastrar por el deseo, por una pasión efímera. Los ojos de Luca, oscuros y llenos de sigilo, siguen clavados en mí, como los de un depredador que acecha a su presa. Mi mente está a punto de estallar, buscando desesperadamente una salida. Él, mientras tanto, se viste con prisa, tironeando la ropa con manos fuertes, mientras yo me esfuerzo por cubrirme con las sábanas ligeras que apenas logran ocultarme.El hombre que ahora se lleva lo más preciado que alguna vez poseí, lanza sobre la cama un par de billetes. El odio
Valeria San RománDespués de una semana ausente del Àngels Cabaret, dedicada por completo a estudiar para mi examen privado —mi último paso antes de obtener la licenciatura en administración de empresas—, el tiempo se esfumó entre libros, clases y responsabilidades. Lo más duro fue ir a la mansión de los Cooper. Agradecí en cada momento que Luca no estuviera presente. Estoy segura de que no me reconoció la última vez, pero el miedo a ser descubierta me sigue atormentando.Finalmente es sábado, y por primera vez en días, puedo descansar.Me levanto del sillón de la sala y voy a la cocina a prepararme unas palomitas. Justo cuando las coloco sobre la encimera, el teléfono suena por tercera vez. Camino hacia la sala, pero cuando llego, la llamada ya se ha cortado. Lo reviso y veo varias llamadas perdidas de Olivia y unos cuantos mensajes de Santiago en WhatsApp. Dejo el teléfono en su lugar, tomo las palomitas y vuelvo a sentarme, encendiendo el televisor para buscar una de mis series fav
Luca CooperMe encuentro sentado en mi despacho, observando la mansión que había heredado con una mezcla de desdén y fastidio. El silencio que reinaba en este lugar me provocaba una incomodidad que no lograba sacudir. Entonces, la vi. Valeria. La sirvienta. Era imposible no sentir su presencia desde el primer día que la vi en aquella actividad donde asistió por parte del orfanato donde creció, la deteste desde ese instante o eso creo. Luego a mi padre se le ocurrió contratarla para que viniera a trabajar a esta casa, gracias al cielo ella llegó cuando me estaba largando a estudiar a otro país, e intentado despedirla, sin embargo, Gerardo mi hermano mayor se opone impidiendo que lo haga. No era solo que ocupaba el espacio, era como si el aire se volviera más denso, como si algo en ella me sofocara. Pero claro, la trataba con la punta del pie, grabándole su lugar.—Te has tardado mucho con esa chimenea —dije, casi escupiendo las palabras, mientras ella se inclinaba para limpiar el polvo
Valeria San Román Suena mi teléfono, sacándome del sueño de golpe. Doy un brinco enorme en la cama, sintiendo el corazón acelerado por el susto. Con los ojos entrecerrados, estiro la mano para alcanzar el móvil que sigue vibrando en la mesita de noche. El tono de la llamada no deja lugar a dudas sobre quién se trata. Sin siquiera revisar la pantalla, respondo, aún medio dormida.—Maldita sea, Valeria, mueve tu hermoso culo de la cama y trae esas preciosas nalgas a mi auto. Estoy en el estacionamiento, tienes cinco minutos —la voz de Santiago retumba en mis oídos, llena de esa energía mañanera que parece no afectarlo ni en los peores días.Frunzo el ceño mientras trato de aclarar mis pensamientos. Santiago, como siempre, con su forma encantadora y descarada de hablarme, ha conseguido arrancarme una pequeña sonrisa, pero el mal humor de la noche anterior aún pesa sobre mí.—¿Cinco minutos? ¡¿Estás loco?! —respondo, mi voz ronca por el sueño, mientras intento despejar la mente y sacu
Valeria San RománAl llegar a mi departamento, pedí al portero que me ayudara a subir todas las bolsas repletas de adornos navideños. Finalmente, mi hogar estaría decorado, ya que Santiago, con su entusiasmo festivo, había transformado su departamento un mes antes. Apenas el portero se fue, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación. Dejé caer la ropa en el suelo y me entregué al calor de una ducha larga, dejando que el agua arrastrara mis pensamientos errantes.Con el cabello aún húmedo, me enfundé en un cachetero suave, dejando que la tela abrazara mis caderas, y me puse encima un suéter enorme que me llegaba a media pierna, adornado con la caricatura de un elfo reno que Santiago me había regalado. Era absurdo lo mucho que esa prenda me hacía sentir reconfortada.En la cocina, preparé café mientras contemplaba las galletas que había comprado más temprano en el centro comercial. Me senté en un taburete y comencé a devorarlas, cada bocado dulce acentuando el sabor amargo de mis pens
Luca CooperValeria está en mi cabeza, como una espina que no puedo arrancar. Camino por el pasillo de la mansión, fingiendo estar enfocado en todo, menos en ella. Miento, porque cada vez que la veo, una parte de mí se desmorona. Y lo peor es que no lo soporto. No soporto verla, no soporto sentir esto. Odio que su presencia me afecte tanto. Odio... que me importe.Cometí la estupidez de ir a su casa y permitir que se diera cuenta que me interesa mas de lo normal, es mi jodida sirvienta, y nada más, repito en voz alta tratando de convencerme.Gerardo está cerca de ella más de lo que debería. Cada vez que sus dedos rozan su cabello, cuando le sonríe, cuando hace comentarios que la hacen reír, quiero... ¿qué quiero? No lo sé, pero definitivamente no es seguir permitiendo que se acerque a ella. ¿Por qué demonios me molesta tanto? Ella no es nada para mí. Es solo la maldita empleada que hace su trabajo en la mansión. Una cualquiera. Nada más.Estúpido recuerdo que me atormenta, cuando los
Valeria SanromanMe dejo caer sobre la cama, el cuerpo me pesa como si llevara una tonelada de emociones a cuestas. “¿Qué mierda pasa con ese idiota?”, pienso mientras cierro los ojos y trato de ignorar las lágrimas que ya empiezan a rodar por mis mejillas. ¿Quién se cree Luca? ¿Qué derecho tiene de aparecer en mi cabaret y exigirme, como si fuera tan sencillo? Ah, claro... Olvidé que, para él, solo soy una prostituta más, una mujer a la que se puede usar y desechar cuando se le antoje. La verdadera idiota soy yo, por soñar despierta.Abrazo la almohada con fuerza, tratando de acallar el dolor que me oprime el pecho. Respiro profundo, intentando calmarme, pero las imágenes de esa noche siguen invadiendo mi mente. La frustración es sofocante, y siento cómo mi corazón se retuerce en mi pecho. Tomo el teléfono con manos temblorosas, buscando el consuelo de alguien que me entiende.Yo: "Necesito verte. Algo me pasó. Quiero tus abrazos. Trae tu sexy trasero a mi departamento."Eduardo, mi
Luca CooperPasadoRegreso a mi departamento y me dejo caer sobre la cama, aún procesando el caos que ha sido este día. Pamela, esa maldita mujer a la que llamaba prometida, me engañó de la forma más humillante posible. Verla montada sobre otro hombre fue un golpe directo a mi orgullo, más que a mi corazón. No es que estuviera enamorado de ella, ni de lejos, pero el simple hecho de que gritara otro nombre en medio de sus gemidos me revuelve las entrañas. Mi ego, herido.La primera reacción fue salir de ahí. No me importaba escucharla intentar darme explicaciones, mucho menos sus disculpas. Necesitaba descargar esta ira, esta frustración. Conduje sin pensar hasta el lugar más lógico para mí en este momento: el Àngels Cabaret.El cabaret siempre ha sido mi refugio. Solía ir con Gerardo cuando éramos más jóvenes, cuando la vida era mucho más sencilla. Recuerdo que había una mujer que se movía en el escenario como una diosa, provocando erecciones con solo una mirada. No había vuelto desde