Capítulo 3

Valeria

—¡¿Qué pasa, Valeria?!—espeta Santiago, acercándose a mí con rapidez.

—Te noto un poco preocupado, ¿qué sucede? —pregunto, tratando de leer su expresión.

—No es nada, solo que veo a ese grupo de jóvenes allá arriba, en la parte de arriba, y parecen estar haciendo algo sospechoso, como si estuvieran consumiendo drogas—me dice en voz baja, lanzando una mirada hacia el lugar.

—No te preocupes, ya mandaré a alguien para que se encargue—le aseguro, intentando calmar la situación. Tengo seguridad en todos los puntos ciegos para evitar problemas con los niños ricos que suelen venir.

—Esa máscara te queda horrible—opina Eduardo con una sonrisa torcida.

—Por lo menos no es mi rostro lo que me hace ver horrible—le devuelvo, sacándole el dedo medio con una sonrisa burlona.

—Jódete—responde, riéndose, antes de volver a su tarea de repartir tragos.

Mientras Eduardo se aleja, me giro para observar el área que me indicó. Pero lo que veo me deja completamente atónita. Santos dioses del Olimpo, juro por Adonis que no puedo creer lo que mis ojos están viendo. Una belleza tan sublime en un solo cuerpo, tan magnética, que mi propia intimidad parece vibrar solo con mirarlo. Mi pulso se acelera y mi mente comienza a buscar desesperadamente una vía de escape. Trato de apartar la vista, pero no puede ser posible... ¿Qué hace el señor perfección en mi cabaret?

Joder, mi calentura está atacando a mi cuerpo, y no puedo controlarla. Es obvio que mi atención se desvía de mi objetivo principal cuando veo a ese Adonis caminar en mi dirección.

Santa Virgen de las vírgenes, si viene directo hacia mí... ¡El de ojos verdes se me acerca! Antes de que pueda reaccionar, me toma por la cintura, sus ojos tienen la intensidad del mismo Satanás, y sin darme tiempo para pensar, estampa sus labios húmedos, carnosos y deliciosos sobre los míos.

Me quedo idiota, sumida en un trance, sintiendo sus cálidos labios sobre los míos. No puedo responderle, estoy demasiado impactada, atrapada en el shock de la situación. Él se aparta apenas unos centímetros y se inclina hacia mi oído.

—Necesito de tus servicios—murmura con una voz ronca, dolida, llena de tristeza. Bueno, con los nervios que tengo, ya ni sé lo que escucho o veo.

—Ya mismo le envío a alguien—respondo, haciendo todo lo posible por evitar que reconozca mi voz. Puedo jurar que, en esta faceta, con su chaqueta y jeans rasgados, luce aún mejor que con el traje. Mi pecho se acelera tanto que puedo escuchar los latidos de mi propio corazón.

—Te quiero a ti. Pagaré bien—insiste, sus palabras cargadas de una insinuación que me toma por sorpresa, como si me estuviera llamando puta, y ni siquiera sé por qué. Debe de estar ciego; no llevo nada puesto que pueda atraerlo de esa manera.

—Yo no…

—Puedo darte una buena suma, deja de hacerte la digna. Todas las de tu clase están aquí para brindar sus servicios. Ahora, camina—s u voz tan masculina me arranca del trance en el que estaba. Sin decir una palabra, solo siento el calor de su mano tomando la mía, y, antes de darme cuenta, empiezo a caminar junto a él, en silencio, con la mente en blanco y el corazón desbocado.

¡Oh, no! ¡Espera! Me dirijo al salón del kamasutra, tratando de detenerme y explicar que no soy una de esas chicas que brindan servicios. Pero mis piernas no obedecen y mis palabras se quedan atrapadas en mi garganta. Cuando la puerta se abre, siento como si mi corazón estuviera a punto de estallar.

Entramos en uno de los cubículos; me hace pasar primero y luego cierra la puerta tras de mí. Sin darme tiempo a reaccionar, me toma por la cintura, me empuja contra la pared e inicia un beso que desborda enojo, tristeza, decepción, y una mezcla furiosa de odio.

Algo debe estar ocurriendo con el dios de los orgasmos, porque su expresión ha cambiado, mostrando una intensidad aún mayor que antes. Debo admitir que lo he odiado desde que lo conocí en el hospital, pero desde que lo vi esta mañana con ese traje, esa aura de poderío, su colonia y ese ceño fruncido, sentí una asfixiante sensación de deseo. Ahora, quiero que me toque, que se infiltre entre mis bragas y me muestre el cielo.

Me reprendo mentalmente. Siempre he fantaseado con su hermano, pero he detestado a este ser, un intento fallido de Zeus. ¿Por qué estoy temblando ante el contacto de su mano?

Siento su otra mano deslizarse por mi cuerpo mientras yo permanezco paralizada. Su mano encuentra uno de mis senos y empieza a acariciarlo. Oh, Dios, ¿qué me está pasando?

Nunca he dejado que un hombre se propase, y ahora solo quiero que me arranque la ropa y me haga suya.

—¿Son de un tono rosa pálido, encendido o ambos? — pregunta, y yo, sin comprender, me pregunto qué está diciendo.

¡Maldita sea! Nadie nunca me había tocado ahí. Quiero detenerlo, pero hay algo en mí que no me lo permite; se siente tan delicioso y excitante. Un calor infernal se apodera de mi cuerpo mientras él pasa su lengua por mi cuello. Escucho sus jadeos, y su mano deja mi pecho, alejándose para luego volver a acercarme.

Me levanta en sus brazos y me lleva a la cama. Me siento, dejándome guiar por él. Estoy atónita mientras se quita la ropa, quedándose solo en bóxer. Bajo ese bóxer de Calvin Klein, su cuerpo tonificado es una obra maestra, y su miembro es imponente. Cuando logro reaccionar, él está sobre mí en la cama, quitando la última prenda que me queda. Mis bragas vuelan por los aires.

Su mano recorre mi cuerpo hasta mi entrepierna, comenzando a acariciar mi parte íntima, provocando jadeos de mi garganta. No me muevo, permitiéndole hacer lo que desea. No sé si estoy soñando o qué pasa.

Siento el roce de su miembro en mi sexo. Con sus manos acaricia mis senos y me besa con una pasión rabiosa. No me doy cuenta en qué momento su mano llega a mi parte íntima, introduciendo sus dedos, expandiendo mis paredes y provocando un gruñido de placer que hace que mi cuerpo se retuerza.

Sigo inmóvil, sin atreverme a tocar su cuerpo escultural. Se aleja un poco de mi frágil cuerpo y se detiene en uno de sus brazos, mirándome con una mezcla de odio y deseo. Luego se posiciona entre mis piernas y penetra en mí sin previo aviso. ¡Oh, m*****a sea, siento un dolor infernal! Un grito descomunal escapa de mis labios, enterrando mis uñas en su espalda mientras las lágrimas brotan de mis ojos.

Al sentir mis lágrimas y escuchar mi grito, se da cuenta de que soy virgen. Levanta la vista y me mira con una mirada profunda, pero sin dejar de estar dentro de mí, me besó tratando de distraerme del dolor. Empieza a moverse dentro y fuera, aunque al principio duele, luego se siente cada vez mejor. Las embestidas se vuelven más rápidas y mi cuerpo estalla en un placer infinito, llevándome al paraíso.

El hombre más enigmático y deseable del mundo, al sentir las paredes de mi sexo apretando su miembro, da un par de embestidas más rápidas y deja escapar un gruñido de satisfacción. Luego, cae junto a mí, se da la vuelta y me observa de arriba abajo.

—¿Virgen? — pregunta con un tono más relajado. Estas son las segundas palabras que pronuncia en todo este tiempo.

No puedo responder. Mis palabras se quedan atascadas en mi garganta. Me he acostado con el hombre que más odio en la vida. Luca Cooper ha sido quien me ha desvirgado.

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