Valeria
Gerardo nos ordenó retirar los adornos que habíamos colocado en el salón principal. Su hermano, el grosero de Luca, ni siquiera se tomó la molestia de aparecer durante todo el día. Nos habíamos cansado al colocarlos, y aún más al quitarlos. Después de cumplir con mis tareas diarias, me encontré reflexionando sobre lo difícil que está resultando reunir el dinero necesario para abrir mi propio negocio. Mi madre me dejó en herencia un cabaret, los documentos de dicho lugar estaban guardados en un sobre amarillo que me entregó la madre superiora cuando dejé el orfanato.
No me atreví a abrir el sobre hasta varios meses después de empezar a trabajar en la mansión de los Cooper. El señor Cooper era un hombre bondadoso con todos sus empleados, nos trataba con respeto y hacía que los días fueran más llevaderos. Pero después de su muerte, su hijo mayor tomó el control, y aún me pregunto por qué no aceptó la responsabilidad de las empresas antes. Motivo por el cual ahora se encuentra de vuelta, Luca, quien ni siquiera se dignó a asistir al funeral de su propio padre. Un cerdo sin sentimientos.
Me cambié de ropa en la pequeña habitación que me asignaron en la mansión, aunque ya no la uso para dormir aquí. Compré mi propio apartamentito, y el auto que conduce Santi es de ambos. Eso me ha dado un poco de libertad y más tiempo para enfocarme en el cabaret.
—Hasta luego, Alberto—me despido del mayordomo, quien alza la mano en un gesto de despedida.
—Ve con cuidado, y pórtate bien durante el fin de semana—me advierte, consciente de que no trabajo estos dos días.
—Claro, como siempre. Prometo pasarme el fin de semana encerrada en casa, viendo películas y comiendo palomitas—le respondo con una sonrisa en los labios.
Por lo menos, me libraré de ver a ese ser despreciable que ahora gobierna la casa durante dos largos días, días que aprovecharé para dedicarme por completo al cabaret. Justo en ese momento, Santi hace sonar la bocina, y salgo corriendo para llegar pronto a su lado. Al subir al coche, le beso ambas mejillas y, durante el trayecto, le cuento cómo ha ido el día.
—Así que volvió y ni siquiera esperó la fiesta—repite Santi, girando en una esquina.
—¿Puedes creerlo? Le hizo esa grosería a su propio hermano. Sabrá Dios qué demonios le pasa.
—Val, ¿y si renuncias y te dedicas solo al cabaret?—me propone con sinceridad. Desearía poder hacerlo, pero aún me resulta imposible. Tengo deudas por la remodelación y quiero ampliar el local.
—Algún día realizaré mis sueños—le respondo, regalándole una sonrisa llena de esperanza.
—Creo que un día de estos vas a terminar con las neuronas fundidas—me dice, con una mezcla de preocupación y humor.
—Puedo perder la memoria y aún así te recordaría—bromeo, atrapando sus mejillas entre mis manos, fingiendo que le voy a dar un beso.
—¡Aléjate, bicho raro!—responde él, riéndose mientras se aparta.
Llegamos al Àngels Cabaret, y de inmediato me dirijo a la oficina para dejar todo en orden antes de que lleguen los empleados, los meseros y las bailarinas. Pocos saben que soy la dueña de este lugar, una herencia de mi madre. Además de mi secretaria, solo Santiago conoce la verdad. Todos los demás están bajo estrictas instrucciones de no revelar la identidad del propietario del cabaret. Santiago fue quien me ayudó a remodelar el lugar. Nos conocimos en el orfanato, donde lo adoptó una familia que no lo trató bien. Se escapó y construyó su vida desde cero. Cuando nos reencontramos, decidimos embarcarnos en esta aventura juntos, y desde entonces hemos sido inseparables.
A pesar de ser la dueña, casi no se me ve por el lugar. Voy todos los días, pero rara vez salgo de mi oficina. Entro por la parte trasera, donde tengo un estacionamiento privado, y subo directamente a mi oficina en el ascensor. Prefiero mantenerme al margen, como un espectro que observa desde las sombras. No me va mal, en realidad. Mi cabaret es uno de los más reconocidos de la ciudad, frecuentado por empresarios de renombre, artistas, actores y, sí, incluso personas de dudosa reputación. Mi secretaria resuelve la mayoría de los asuntos importantes, aunque siempre bajo mi supervisión. Santiago es quien da la cara al público y se encarga de mantener el orden.
—Anna, ven conmigo. Necesito que revisemos los detalles pendientes—le ordeno a mi secretaria en cuanto llego a la oficina.
Anna me sigue con los documentos en la mano. En realidad, solo firmo papeles porque confío plenamente en ella.
—Deberías revisarlos, puede que se me haya pasado algo—me dice con un atisbo de preocupación.
—Confío en ti más que en mí misma—le respondo con una sonrisa sincera.
Y es verdad. Aparte de Santiago, Anna es la única persona en la que confío completamente. Nunca ha hecho nada que me haga dudar de su lealtad o competencia. Siempre me consulta antes de tomar decisiones importantes y aporta ideas valiosas para la expansión del negocio. Aunque me va bien, siempre estoy buscando crecer. Ahorro todo lo que el cabaret genera, y me mantengo con lo que gano trabajando en la mansión de los Cooper, que también es un buen ingreso.
Mi oficina es como un nido de águila; las paredes de vidrio me permiten ver todo lo que sucede en el cabaret. Desde aquí, tengo una vista perfecta de la barra del bar, la pista de baile, las mesas en la planta superior con sus cómodos sillones, las jaulas y el escenario donde se realiza el show. Además, las cámaras de seguridad me permiten monitorear todo. Saber que nadie puede traspasar estas paredes sin que yo lo sepa me tranquiliza. Hasta ahora, no he tenido la necesidad de salir de mi refugio.
En la parte trasera del Àngels Cabaret, hay un salón adornado con cortinas negras y fucsias, dividido en cubículos que parecen pequeñas habitaciones. Es un espacio diseñado para aquellos que buscan experiencias íntimas y placenteras. Los sillones y las instalaciones permiten experimentar toda clase de juegos y posiciones sexuales; es como un Kamasutra en vivo.
A veces me sorprendo de lo que he llegado a crear, y me río de mí misma pensando: "¡Oye, pareces una m*****a enferma sexual!" Pero la verdad es que soy una virgen reprimida, esperando al amor de mi vida. Si por mí fuera, habría convertido este lugar en un salón de belleza para perros. Sin embargo, decidí conservar el cabaret en memoria de mi madre, a pesar de que mis recuerdos de ella son vagos. La extraño tanto...
Me levanto de mi silla y me planto frente al vidrio, observando cómo el lugar está a reventar. La noche ha comenzado, y desde aquí noto una preocupación en el rostro de Santiago, que está cerca de la barra. Decido bajar para asegurarme de que todo esté en orden. Suelto un suspiro y busco en el cajón de mi escritorio una máscara que uso para estas ocasiones. Me la coloco, respiro hondo y me preparo para enfrentar lo que venga.
Suerte, amiga, me digo a mí misma antes de salir.
Valeria—¡¿Qué pasa, Valeria?!—espeta Santiago, acercándose a mí con rapidez.—Te noto un poco preocupado, ¿qué sucede? —pregunto, tratando de leer su expresión.—No es nada, solo que veo a ese grupo de jóvenes allá arriba, en la parte de arriba, y parecen estar haciendo algo sospechoso, como si estuvieran consumiendo drogas—me dice en voz baja, lanzando una mirada hacia el lugar.—No te preocupes, ya mandaré a alguien para que se encargue—le aseguro, intentando calmar la situación. Tengo seguridad en todos los puntos ciegos para evitar problemas con los niños ricos que suelen venir.—Esa máscara te queda horrible—opina Eduardo con una sonrisa torcida.—Por lo menos no es mi rostro lo que me hace ver horrible—le devuelvo, sacándole el dedo medio con una sonrisa burlona.—Jódete—responde, riéndose, antes de volver a su tarea de repartir tragos.Mientras Eduardo se aleja, me giro para observar el área que me indicó. Pero lo que veo me deja completamente atónita. Santos dioses del Olimpo
Valeria SanromanMe quedo en la cama, el calor subiendo por mis mejillas como una tormenta descontrolada, una ola de vergüenza que me ahoga. El nudo en mi garganta apenas me deja respirar, cada latido de mi corazón me recuerda lo estúpida que fui. Quiero desaparecer, abofetearme, hundir el rostro en un balde de agua fría, o lanzarme por la ventana... cualquier cosa antes que enfrentar lo inevitable. Ruego en silencio que no me reconozca.¿Cómo pude ser tan ingenua? Me dejé arrastrar por el deseo, por una pasión efímera. Los ojos de Luca, oscuros y llenos de sigilo, siguen clavados en mí, como los de un depredador que acecha a su presa. Mi mente está a punto de estallar, buscando desesperadamente una salida. Él, mientras tanto, se viste con prisa, tironeando la ropa con manos fuertes, mientras yo me esfuerzo por cubrirme con las sábanas ligeras que apenas logran ocultarme.El hombre que ahora se lleva lo más preciado que alguna vez poseí, lanza sobre la cama un par de billetes. El odio
Valeria San RománDespués de una semana ausente del Àngels Cabaret, dedicada por completo a estudiar para mi examen privado —mi último paso antes de obtener la licenciatura en administración de empresas—, el tiempo se esfumó entre libros, clases y responsabilidades. Lo más duro fue ir a la mansión de los Cooper. Agradecí en cada momento que Luca no estuviera presente. Estoy segura de que no me reconoció la última vez, pero el miedo a ser descubierta me sigue atormentando.Finalmente es sábado, y por primera vez en días, puedo descansar.Me levanto del sillón de la sala y voy a la cocina a prepararme unas palomitas. Justo cuando las coloco sobre la encimera, el teléfono suena por tercera vez. Camino hacia la sala, pero cuando llego, la llamada ya se ha cortado. Lo reviso y veo varias llamadas perdidas de Olivia y unos cuantos mensajes de Santiago en WhatsApp. Dejo el teléfono en su lugar, tomo las palomitas y vuelvo a sentarme, encendiendo el televisor para buscar una de mis series fav
Luca CooperMe encuentro sentado en mi despacho, observando la mansión que había heredado con una mezcla de desdén y fastidio. El silencio que reinaba en este lugar me provocaba una incomodidad que no lograba sacudir. Entonces, la vi. Valeria. La sirvienta. Era imposible no sentir su presencia desde el primer día que la vi en aquella actividad donde asistió por parte del orfanato donde creció, la deteste desde ese instante o eso creo. Luego a mi padre se le ocurrió contratarla para que viniera a trabajar a esta casa, gracias al cielo ella llegó cuando me estaba largando a estudiar a otro país, e intentado despedirla, sin embargo, Gerardo mi hermano mayor se opone impidiendo que lo haga. No era solo que ocupaba el espacio, era como si el aire se volviera más denso, como si algo en ella me sofocara. Pero claro, la trataba con la punta del pie, grabándole su lugar.—Te has tardado mucho con esa chimenea —dije, casi escupiendo las palabras, mientras ella se inclinaba para limpiar el polvo
Valeria San Román Suena mi teléfono, sacándome del sueño de golpe. Doy un brinco enorme en la cama, sintiendo el corazón acelerado por el susto. Con los ojos entrecerrados, estiro la mano para alcanzar el móvil que sigue vibrando en la mesita de noche. El tono de la llamada no deja lugar a dudas sobre quién se trata. Sin siquiera revisar la pantalla, respondo, aún medio dormida.—Maldita sea, Valeria, mueve tu hermoso culo de la cama y trae esas preciosas nalgas a mi auto. Estoy en el estacionamiento, tienes cinco minutos —la voz de Santiago retumba en mis oídos, llena de esa energía mañanera que parece no afectarlo ni en los peores días.Frunzo el ceño mientras trato de aclarar mis pensamientos. Santiago, como siempre, con su forma encantadora y descarada de hablarme, ha conseguido arrancarme una pequeña sonrisa, pero el mal humor de la noche anterior aún pesa sobre mí.—¿Cinco minutos? ¡¿Estás loco?! —respondo, mi voz ronca por el sueño, mientras intento despejar la mente y sacu
Valeria San RománAl llegar a mi departamento, pedí al portero que me ayudara a subir todas las bolsas repletas de adornos navideños. Finalmente, mi hogar estaría decorado, ya que Santiago, con su entusiasmo festivo, había transformado su departamento un mes antes. Apenas el portero se fue, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación. Dejé caer la ropa en el suelo y me entregué al calor de una ducha larga, dejando que el agua arrastrara mis pensamientos errantes.Con el cabello aún húmedo, me enfundé en un cachetero suave, dejando que la tela abrazara mis caderas, y me puse encima un suéter enorme que me llegaba a media pierna, adornado con la caricatura de un elfo reno que Santiago me había regalado. Era absurdo lo mucho que esa prenda me hacía sentir reconfortada.En la cocina, preparé café mientras contemplaba las galletas que había comprado más temprano en el centro comercial. Me senté en un taburete y comencé a devorarlas, cada bocado dulce acentuando el sabor amargo de mis pens
Luca CooperValeria está en mi cabeza, como una espina que no puedo arrancar. Camino por el pasillo de la mansión, fingiendo estar enfocado en todo, menos en ella. Miento, porque cada vez que la veo, una parte de mí se desmorona. Y lo peor es que no lo soporto. No soporto verla, no soporto sentir esto. Odio que su presencia me afecte tanto. Odio... que me importe.Cometí la estupidez de ir a su casa y permitir que se diera cuenta que me interesa mas de lo normal, es mi jodida sirvienta, y nada más, repito en voz alta tratando de convencerme.Gerardo está cerca de ella más de lo que debería. Cada vez que sus dedos rozan su cabello, cuando le sonríe, cuando hace comentarios que la hacen reír, quiero... ¿qué quiero? No lo sé, pero definitivamente no es seguir permitiendo que se acerque a ella. ¿Por qué demonios me molesta tanto? Ella no es nada para mí. Es solo la maldita empleada que hace su trabajo en la mansión. Una cualquiera. Nada más.Estúpido recuerdo que me atormenta, cuando los
Valeria SanromanMe dejo caer sobre la cama, el cuerpo me pesa como si llevara una tonelada de emociones a cuestas. “¿Qué mierda pasa con ese idiota?”, pienso mientras cierro los ojos y trato de ignorar las lágrimas que ya empiezan a rodar por mis mejillas. ¿Quién se cree Luca? ¿Qué derecho tiene de aparecer en mi cabaret y exigirme, como si fuera tan sencillo? Ah, claro... Olvidé que, para él, solo soy una prostituta más, una mujer a la que se puede usar y desechar cuando se le antoje. La verdadera idiota soy yo, por soñar despierta.Abrazo la almohada con fuerza, tratando de acallar el dolor que me oprime el pecho. Respiro profundo, intentando calmarme, pero las imágenes de esa noche siguen invadiendo mi mente. La frustración es sofocante, y siento cómo mi corazón se retuerce en mi pecho. Tomo el teléfono con manos temblorosas, buscando el consuelo de alguien que me entiende.Yo: "Necesito verte. Algo me pasó. Quiero tus abrazos. Trae tu sexy trasero a mi departamento."Eduardo, mi