Capítulo 2

Valeria

Gerardo nos ordenó retirar los adornos que habíamos colocado en el salón principal. Su hermano, el grosero de Luca, ni siquiera se tomó la molestia de aparecer durante todo el día. Nos habíamos cansado al colocarlos, y aún más al quitarlos. Después de cumplir con mis tareas diarias, me encontré reflexionando sobre lo difícil que está resultando reunir el dinero necesario para abrir mi propio negocio. Mi madre me dejó en herencia un cabaret, los documentos de dicho lugar estaban guardados en un sobre amarillo que me entregó la madre superiora cuando dejé el orfanato.

No me atreví a abrir el sobre hasta varios meses después de empezar a trabajar en la mansión de los Cooper. El señor Cooper era un hombre bondadoso con todos sus empleados, nos trataba con respeto y hacía que los días fueran más llevaderos. Pero después de su muerte, su hijo mayor tomó el control, y aún me pregunto por qué no aceptó la responsabilidad de las empresas antes. Motivo por el cual ahora se encuentra de vuelta, Luca, quien ni siquiera se dignó a asistir al funeral de su propio padre. Un cerdo sin sentimientos.

Me cambié de ropa en la pequeña habitación que me asignaron en la mansión, aunque ya no la uso para dormir aquí. Compré mi propio apartamentito, y el auto que conduce Santi es de ambos. Eso me ha dado un poco de libertad y más tiempo para enfocarme en el cabaret.

—Hasta luego, Alberto—me despido del mayordomo, quien alza la mano en un gesto de despedida.

—Ve con cuidado, y pórtate bien durante el fin de semana—me advierte, consciente de que no trabajo estos dos días.

—Claro, como siempre. Prometo pasarme el fin de semana encerrada en casa, viendo películas y comiendo palomitas—le respondo con una sonrisa en los labios.

Por lo menos, me libraré de ver a ese ser despreciable que ahora gobierna la casa durante dos largos días, días que aprovecharé para dedicarme por completo al cabaret. Justo en ese momento, Santi hace sonar la bocina, y salgo corriendo para llegar pronto a su lado. Al subir al coche, le beso ambas mejillas y, durante el trayecto, le cuento cómo ha ido el día.

—Así que volvió y ni siquiera esperó la fiesta—repite Santi, girando en una esquina.

—¿Puedes creerlo? Le hizo esa grosería a su propio hermano. Sabrá Dios qué demonios le pasa.

—Val, ¿y si renuncias y te dedicas solo al cabaret?—me propone con sinceridad. Desearía poder hacerlo, pero aún me resulta imposible. Tengo deudas por la remodelación y quiero ampliar el local.

—Algún día realizaré mis sueños—le respondo, regalándole una sonrisa llena de esperanza.

—Creo que un día de estos vas a terminar con las neuronas fundidas—me dice, con una mezcla de preocupación y humor.

—Puedo perder la memoria y aún así te recordaría—bromeo, atrapando sus mejillas entre mis manos, fingiendo que le voy a dar un beso.

—¡Aléjate, bicho raro!—responde él, riéndose mientras se aparta.

Llegamos al Àngels Cabaret, y de inmediato me dirijo a la oficina para dejar todo en orden antes de que lleguen los empleados, los meseros y las bailarinas. Pocos saben que soy la dueña de este lugar, una herencia de mi madre. Además de mi secretaria, solo Santiago conoce la verdad. Todos los demás están bajo estrictas instrucciones de no revelar la identidad del propietario del cabaret. Santiago fue quien me ayudó a remodelar el lugar. Nos conocimos en el orfanato, donde lo adoptó una familia que no lo trató bien. Se escapó y construyó su vida desde cero. Cuando nos reencontramos, decidimos embarcarnos en esta aventura juntos, y desde entonces hemos sido inseparables.

A pesar de ser la dueña, casi no se me ve por el lugar. Voy todos los días, pero rara vez salgo de mi oficina. Entro por la parte trasera, donde tengo un estacionamiento privado, y subo directamente a mi oficina en el ascensor. Prefiero mantenerme al margen, como un espectro que observa desde las sombras. No me va mal, en realidad. Mi cabaret es uno de los más reconocidos de la ciudad, frecuentado por empresarios de renombre, artistas, actores y, sí, incluso personas de dudosa reputación. Mi secretaria resuelve la mayoría de los asuntos importantes, aunque siempre bajo mi supervisión. Santiago es quien da la cara al público y se encarga de mantener el orden.

—Anna, ven conmigo. Necesito que revisemos los detalles pendientes—le ordeno a mi secretaria en cuanto llego a la oficina.

Anna me sigue con los documentos en la mano. En realidad, solo firmo papeles porque confío plenamente en ella.

—Deberías revisarlos, puede que se me haya pasado algo—me dice con un atisbo de preocupación.

—Confío en ti más que en mí misma—le respondo con una sonrisa sincera.

Y es verdad. Aparte de Santiago, Anna es la única persona en la que confío completamente. Nunca ha hecho nada que me haga dudar de su lealtad o competencia. Siempre me consulta antes de tomar decisiones importantes y aporta ideas valiosas para la expansión del negocio. Aunque me va bien, siempre estoy buscando crecer. Ahorro todo lo que el cabaret genera, y me mantengo con lo que gano trabajando en la mansión de los Cooper, que también es un buen ingreso.

Mi oficina es como un nido de águila; las paredes de vidrio me permiten ver todo lo que sucede en el cabaret. Desde aquí, tengo una vista perfecta de la barra del bar, la pista de baile, las mesas en la planta superior con sus cómodos sillones, las jaulas y el escenario donde se realiza el show. Además, las cámaras de seguridad me permiten monitorear todo. Saber que nadie puede traspasar estas paredes sin que yo lo sepa me tranquiliza. Hasta ahora, no he tenido la necesidad de salir de mi refugio.

En la parte trasera del Àngels Cabaret, hay un salón adornado con cortinas negras y fucsias, dividido en cubículos que parecen pequeñas habitaciones. Es un espacio diseñado para aquellos que buscan experiencias íntimas y placenteras. Los sillones y las instalaciones permiten experimentar toda clase de juegos y posiciones sexuales; es como un Kamasutra en vivo.

A veces me sorprendo de lo que he llegado a crear, y me río de mí misma pensando: "¡Oye, pareces una m*****a enferma sexual!" Pero la verdad es que soy una virgen reprimida, esperando al amor de mi vida. Si por mí fuera, habría convertido este lugar en un salón de belleza para perros. Sin embargo, decidí conservar el cabaret en memoria de mi madre, a pesar de que mis recuerdos de ella son vagos. La extraño tanto...

Me levanto de mi silla y me planto frente al vidrio, observando cómo el lugar está a reventar. La noche ha comenzado, y desde aquí noto una preocupación en el rostro de Santiago, que está cerca de la barra. Decido bajar para asegurarme de que todo esté en orden. Suelto un suspiro y busco en el cajón de mi escritorio una máscara que uso para estas ocasiones. Me la coloco, respiro hondo y me preparo para enfrentar lo que venga.

Suerte, amiga, me digo a mí misma antes de salir.

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