Capítulo 1

Valeria

Con los ojos aún cerrados, me levanto de la cama al escuchar la alarma resonar por tercera vez consecutiva. El cansancio pesa sobre cada músculo, como una manta invisible que se niega a soltarse, y lo único que anhelo es quedarme entre las sábanas para siempre. Sin embargo, una fuerza interior, esa voz suave pero firme que siempre me empuja hacia adelante, me hace deslizarme fuera de la cama. Es hora de trabajar. Las personas a las que debo atender suelen desayunar temprano, y aunque son solo dos, a veces parece que cuido a un ejército completo.

Envuelta en mi viejo pijama de vacas, que ha perdido su color y su gracia con el tiempo, estiro los brazos hacia el cielo, dejando escapar un profundo bostezo mientras me dirijo a la cocina. Con movimientos casi automáticos, pongo el agua para el café y enciendo la radio. La melodía de "Tusa" de Karol G inunda la habitación, llenándola de energía. Sin siquiera darme cuenta, comienzo a balancearme al ritmo de la música mientras me encamino hacia el baño. Antes de entrar, mi mirada se detiene en el teléfono. Nunca espero mensajes, no soy alguien especialmente sociable, pero al encender la pantalla, un pequeño destello de sorpresa se apodera de mí: un mensaje de Santiago, mi único y más querido amigo.

"Santi: Val, levanta tu trasero y vístete. En una hora paso por ti para ir al trabajo. Voy a dejarte en esa casa y luego iré a la oficina. Tenemos mucho que hacer antes de abrir".

El tiempo parece detenerse por un instante cuando veo la hora. Solo tengo veinte minutos para bañarme y arreglarme. Con una súbita ráfaga de energía, me lanzo al baño, rezando porque el agua caliente logre disipar la neblina del sueño que aún se aferra a mi mente.

Estoy a punto de servirme una taza de café, deleitándome con su aroma reconfortante, cuando unos golpes en la puerta interrumpen la quietud de la mañana. "Pasa, está abierto", digo sin pensar demasiado, soplando la taza para enfriar un poco el café. Es curioso, me gusta que esté bien caliente, pero siempre acabo enfriándolo.

—Valeria, un día de estos vas a lamentar ser tan confiada, ¡te van a hacer daño!—refunfuña Santiago al entrar, su voz cargada de una mezcla de preocupación y familiaridad que solo él sabe expresar.

—Cállate y ven a tomar café. Sabía que tú vendrías, y para no levantar mi hermoso trasero del taburete, dejé la puerta abierta—le respondo con una sonrisa perezosa, sintiendo la calidez de su presencia llenar la habitación.

Santiago se sienta frente a mí y toma un sorbo de café, solo para soltar una retahíla de improperios mientras su lengua se quema. No puedo evitar soltar una carcajada que ilumina la mañana.

—¿Intentas matarme o solo dejarme sin lengua? —se queja, con los ojos entrecerrados por el dolor.

 —Debes prestar más atención. El café estaba humeando, pero estabas tan ocupado regañándome que no lo notaste—le digo, viendo cómo pone los ojos en blanco antes de levantarse y dejar la taza sobre el fregadero.

—Date prisa, recuerda que hoy tenemos...—empieza a decir, pero lo interrumpo.

—¡Calla, que no me dejas concentrarme! —respondo con una sonrisa mientras le doy una mordida a mi sándwich.

—Como la jefa mande—dice él con tono burlón—, pero luego no te quejes si tu jefe resulta ser un grano en el culo.

El camino a la mansión es tan familiar que podría recorrerlo con los ojos cerrados. Santiago sigue hablando, pero mi mente ya ha desconectado, enfocándose en la jornada que me espera. Luca regresa hoy. El hermano mayor, el heredero de la mansión y las empresas de su padre, ha vuelto después de años de ausencia. Su regreso ha causado revuelo entre el personal; todos hablan de cómo era antes de irse, pero yo solo sé que su presencia cambiará todo. Luca siempre fue un grano en el trasero, insoportable en su adolescencia. Nunca lo soporté. Su hermano Gerardo, en cambio, se quedó apoyando a su padre durante su enfermedad, levantando las empresas familiares.

El mero pensamiento de los ojos negros de Gerardo, brillantes como la noche, me hace suspirar. Sé que tiene novia, pero eso no me importa. Sería capaz de olvidarme de todos los mandamientos que Sor Carmela me enseñó y dejar que mi mente y cuerpo sucumbieran ante su encanto de hombre.

Cuando llegamos, Santiago se despide de mí con una broma y un gesto cariñoso. La mansión se alza imponente frente a mí, con sus muros grises y ventanas que parecen ojos vigilantes. Entro por la puerta de servicio, ajustando mi uniforme, preparándome para otro día de trabajo, consciente de que la vida en este lugar nunca será sencilla.

Los recuerdos de mi primer día en esta casa resurgen mientras camino por los pasillos vacíos. No fue nada agradable. El idiota de Luca me trató con desprecio, como si no valiera nada. Para mi buena fortuna, ese mismo día se marchó a otro país a estudiar, alguna tontería relacionada con finanzas. Nunca supe más de él, salvo por las pocas veces que su padre lo mencionaba, y por las fotografías que parecían acecharme como fantasmas.

El silencio de la mansión me envuelve mientras avanzo hacia la cocina. Allí, Alberto, el mayordomo, me espera con su acostumbrada seriedad y su impecable traje.

—Buenos días, Valeria—dice sin mirarme directamente.

—Buenos días, señor Alberto—respondo, intentando que mi voz suene firme.

—Llegas tarde, como siempre. Te advertí que hoy no sería un día cualquiera—enuncia, frunciendo el ceño.

—Lo lamento, me quedé dormida y...

—Alberto, te pedí una taza de café. ¿Qué haces perdiendo el tiempo hablando con una criada?—La voz que escucho a mis espaldas me paraliza. Mis ojos viajan automáticamente hacia lo alto de la escalera, y el mundo se torna oscuro.

Allí está, de pie, vestido con un traje negro que resalta su figura con una elegancia innata. Su cabello castaño, perfectamente peinado hacia atrás, y su barba recortada, subrayan la perfección de su rostro. Pero son sus ojos, esos ojos verdes que brillan con una intensidad peligrosa, los que me dejan sin aliento. Un frío extraño recorre mi cuerpo, mi corazón se acelera y mi pulso se vuelve errático. El nudo en mi garganta es casi imposible de tragar, y mis sentidos parecen evaporarse. Luca brilla como un demonio encarnado; los ángeles pueden ser hermosos, pero este hombre es la reencarnación de la perfección.

—Lamento la tardanza, enseguida le sirvo, señor Luca—vocifera Alberto, acomodándose nerviosamente la camisa del traje.

—Olvídalo, iré a la oficina—responde Luca con frialdad, descendiendo los escalones con la gracia de un depredador.

Pasa junto a mí, confirmando lo que ya sabía: su colonia es una mezcla embriagadora de especias y aromas exóticos, tal vez menta, tal vez algo más oscuro. Mi nariz se llena de su aroma mientras él ni siquiera me concede una mirada. Sale de la mansión, azotando la puerta tras de sí.

¡Ha vuelto y ni siquiera esperó la fiesta que Gerardo pensaba organizarle!

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