Valeria
Con los ojos aún cerrados, me levanto de la cama al escuchar la alarma resonar por tercera vez consecutiva. El cansancio pesa sobre cada músculo, como una manta invisible que se niega a soltarse, y lo único que anhelo es quedarme entre las sábanas para siempre. Sin embargo, una fuerza interior, esa voz suave pero firme que siempre me empuja hacia adelante, me hace deslizarme fuera de la cama. Es hora de trabajar. Las personas a las que debo atender suelen desayunar temprano, y aunque son solo dos, a veces parece que cuido a un ejército completo.
Envuelta en mi viejo pijama de vacas, que ha perdido su color y su gracia con el tiempo, estiro los brazos hacia el cielo, dejando escapar un profundo bostezo mientras me dirijo a la cocina. Con movimientos casi automáticos, pongo el agua para el café y enciendo la radio. La melodía de "Tusa" de Karol G inunda la habitación, llenándola de energía. Sin siquiera darme cuenta, comienzo a balancearme al ritmo de la música mientras me encamino hacia el baño. Antes de entrar, mi mirada se detiene en el teléfono. Nunca espero mensajes, no soy alguien especialmente sociable, pero al encender la pantalla, un pequeño destello de sorpresa se apodera de mí: un mensaje de Santiago, mi único y más querido amigo.
"Santi: Val, levanta tu trasero y vístete. En una hora paso por ti para ir al trabajo. Voy a dejarte en esa casa y luego iré a la oficina. Tenemos mucho que hacer antes de abrir".
El tiempo parece detenerse por un instante cuando veo la hora. Solo tengo veinte minutos para bañarme y arreglarme. Con una súbita ráfaga de energía, me lanzo al baño, rezando porque el agua caliente logre disipar la neblina del sueño que aún se aferra a mi mente.
Estoy a punto de servirme una taza de café, deleitándome con su aroma reconfortante, cuando unos golpes en la puerta interrumpen la quietud de la mañana. "Pasa, está abierto", digo sin pensar demasiado, soplando la taza para enfriar un poco el café. Es curioso, me gusta que esté bien caliente, pero siempre acabo enfriándolo.
—Valeria, un día de estos vas a lamentar ser tan confiada, ¡te van a hacer daño!—refunfuña Santiago al entrar, su voz cargada de una mezcla de preocupación y familiaridad que solo él sabe expresar.
—Cállate y ven a tomar café. Sabía que tú vendrías, y para no levantar mi hermoso trasero del taburete, dejé la puerta abierta—le respondo con una sonrisa perezosa, sintiendo la calidez de su presencia llenar la habitación.
Santiago se sienta frente a mí y toma un sorbo de café, solo para soltar una retahíla de improperios mientras su lengua se quema. No puedo evitar soltar una carcajada que ilumina la mañana.
—¿Intentas matarme o solo dejarme sin lengua? —se queja, con los ojos entrecerrados por el dolor.
—Debes prestar más atención. El café estaba humeando, pero estabas tan ocupado regañándome que no lo notaste—le digo, viendo cómo pone los ojos en blanco antes de levantarse y dejar la taza sobre el fregadero.
—Date prisa, recuerda que hoy tenemos...—empieza a decir, pero lo interrumpo.
—¡Calla, que no me dejas concentrarme! —respondo con una sonrisa mientras le doy una mordida a mi sándwich.
—Como la jefa mande—dice él con tono burlón—, pero luego no te quejes si tu jefe resulta ser un grano en el culo.
El camino a la mansión es tan familiar que podría recorrerlo con los ojos cerrados. Santiago sigue hablando, pero mi mente ya ha desconectado, enfocándose en la jornada que me espera. Luca regresa hoy. El hermano mayor, el heredero de la mansión y las empresas de su padre, ha vuelto después de años de ausencia. Su regreso ha causado revuelo entre el personal; todos hablan de cómo era antes de irse, pero yo solo sé que su presencia cambiará todo. Luca siempre fue un grano en el trasero, insoportable en su adolescencia. Nunca lo soporté. Su hermano Gerardo, en cambio, se quedó apoyando a su padre durante su enfermedad, levantando las empresas familiares.
El mero pensamiento de los ojos negros de Gerardo, brillantes como la noche, me hace suspirar. Sé que tiene novia, pero eso no me importa. Sería capaz de olvidarme de todos los mandamientos que Sor Carmela me enseñó y dejar que mi mente y cuerpo sucumbieran ante su encanto de hombre.
Cuando llegamos, Santiago se despide de mí con una broma y un gesto cariñoso. La mansión se alza imponente frente a mí, con sus muros grises y ventanas que parecen ojos vigilantes. Entro por la puerta de servicio, ajustando mi uniforme, preparándome para otro día de trabajo, consciente de que la vida en este lugar nunca será sencilla.
Los recuerdos de mi primer día en esta casa resurgen mientras camino por los pasillos vacíos. No fue nada agradable. El idiota de Luca me trató con desprecio, como si no valiera nada. Para mi buena fortuna, ese mismo día se marchó a otro país a estudiar, alguna tontería relacionada con finanzas. Nunca supe más de él, salvo por las pocas veces que su padre lo mencionaba, y por las fotografías que parecían acecharme como fantasmas.
El silencio de la mansión me envuelve mientras avanzo hacia la cocina. Allí, Alberto, el mayordomo, me espera con su acostumbrada seriedad y su impecable traje.
—Buenos días, Valeria—dice sin mirarme directamente.
—Buenos días, señor Alberto—respondo, intentando que mi voz suene firme.
—Llegas tarde, como siempre. Te advertí que hoy no sería un día cualquiera—enuncia, frunciendo el ceño.
—Lo lamento, me quedé dormida y...
—Alberto, te pedí una taza de café. ¿Qué haces perdiendo el tiempo hablando con una criada?—La voz que escucho a mis espaldas me paraliza. Mis ojos viajan automáticamente hacia lo alto de la escalera, y el mundo se torna oscuro.
Allí está, de pie, vestido con un traje negro que resalta su figura con una elegancia innata. Su cabello castaño, perfectamente peinado hacia atrás, y su barba recortada, subrayan la perfección de su rostro. Pero son sus ojos, esos ojos verdes que brillan con una intensidad peligrosa, los que me dejan sin aliento. Un frío extraño recorre mi cuerpo, mi corazón se acelera y mi pulso se vuelve errático. El nudo en mi garganta es casi imposible de tragar, y mis sentidos parecen evaporarse. Luca brilla como un demonio encarnado; los ángeles pueden ser hermosos, pero este hombre es la reencarnación de la perfección.
—Lamento la tardanza, enseguida le sirvo, señor Luca—vocifera Alberto, acomodándose nerviosamente la camisa del traje.
—Olvídalo, iré a la oficina—responde Luca con frialdad, descendiendo los escalones con la gracia de un depredador.
Pasa junto a mí, confirmando lo que ya sabía: su colonia es una mezcla embriagadora de especias y aromas exóticos, tal vez menta, tal vez algo más oscuro. Mi nariz se llena de su aroma mientras él ni siquiera me concede una mirada. Sale de la mansión, azotando la puerta tras de sí.
¡Ha vuelto y ni siquiera esperó la fiesta que Gerardo pensaba organizarle!
ValeriaGerardo nos ordenó retirar los adornos que habíamos colocado en el salón principal. Su hermano, el grosero de Luca, ni siquiera se tomó la molestia de aparecer durante todo el día. Nos habíamos cansado al colocarlos, y aún más al quitarlos. Después de cumplir con mis tareas diarias, me encontré reflexionando sobre lo difícil que está resultando reunir el dinero necesario para abrir mi propio negocio. Mi madre me dejó en herencia un cabaret, los documentos de dicho lugar estaban guardados en un sobre amarillo que me entregó la madre superiora cuando dejé el orfanato.No me atreví a abrir el sobre hasta varios meses después de empezar a trabajar en la mansión de los Cooper. El señor Cooper era un hombre bondadoso con todos sus empleados, nos trataba con respeto y hacía que los días fueran más llevaderos. Pero después de su muerte, su hijo mayor tomó el control, y aún me pregunto por qué no aceptó la responsabilidad de las empresas antes. Motivo por el cual ahora se encuentra de
Valeria—¡¿Qué pasa, Valeria?!—espeta Santiago, acercándose a mí con rapidez.—Te noto un poco preocupado, ¿qué sucede? —pregunto, tratando de leer su expresión.—No es nada, solo que veo a ese grupo de jóvenes allá arriba, en la parte de arriba, y parecen estar haciendo algo sospechoso, como si estuvieran consumiendo drogas—me dice en voz baja, lanzando una mirada hacia el lugar.—No te preocupes, ya mandaré a alguien para que se encargue—le aseguro, intentando calmar la situación. Tengo seguridad en todos los puntos ciegos para evitar problemas con los niños ricos que suelen venir.—Esa máscara te queda horrible—opina Eduardo con una sonrisa torcida.—Por lo menos no es mi rostro lo que me hace ver horrible—le devuelvo, sacándole el dedo medio con una sonrisa burlona.—Jódete—responde, riéndose, antes de volver a su tarea de repartir tragos.Mientras Eduardo se aleja, me giro para observar el área que me indicó. Pero lo que veo me deja completamente atónita. Santos dioses del Olimpo
Valeria SanromanMe quedo en la cama, el calor subiendo por mis mejillas como una tormenta descontrolada, una ola de vergüenza que me ahoga. El nudo en mi garganta apenas me deja respirar, cada latido de mi corazón me recuerda lo estúpida que fui. Quiero desaparecer, abofetearme, hundir el rostro en un balde de agua fría, o lanzarme por la ventana... cualquier cosa antes que enfrentar lo inevitable. Ruego en silencio que no me reconozca.¿Cómo pude ser tan ingenua? Me dejé arrastrar por el deseo, por una pasión efímera. Los ojos de Luca, oscuros y llenos de sigilo, siguen clavados en mí, como los de un depredador que acecha a su presa. Mi mente está a punto de estallar, buscando desesperadamente una salida. Él, mientras tanto, se viste con prisa, tironeando la ropa con manos fuertes, mientras yo me esfuerzo por cubrirme con las sábanas ligeras que apenas logran ocultarme.El hombre que ahora se lleva lo más preciado que alguna vez poseí, lanza sobre la cama un par de billetes. El odio
Valeria San RománDespués de una semana ausente del Àngels Cabaret, dedicada por completo a estudiar para mi examen privado —mi último paso antes de obtener la licenciatura en administración de empresas—, el tiempo se esfumó entre libros, clases y responsabilidades. Lo más duro fue ir a la mansión de los Cooper. Agradecí en cada momento que Luca no estuviera presente. Estoy segura de que no me reconoció la última vez, pero el miedo a ser descubierta me sigue atormentando.Finalmente es sábado, y por primera vez en días, puedo descansar.Me levanto del sillón de la sala y voy a la cocina a prepararme unas palomitas. Justo cuando las coloco sobre la encimera, el teléfono suena por tercera vez. Camino hacia la sala, pero cuando llego, la llamada ya se ha cortado. Lo reviso y veo varias llamadas perdidas de Olivia y unos cuantos mensajes de Santiago en WhatsApp. Dejo el teléfono en su lugar, tomo las palomitas y vuelvo a sentarme, encendiendo el televisor para buscar una de mis series fav
Luca CooperMe encuentro sentado en mi despacho, observando la mansión que había heredado con una mezcla de desdén y fastidio. El silencio que reinaba en este lugar me provocaba una incomodidad que no lograba sacudir. Entonces, la vi. Valeria. La sirvienta. Era imposible no sentir su presencia desde el primer día que la vi en aquella actividad donde asistió por parte del orfanato donde creció, la deteste desde ese instante o eso creo. Luego a mi padre se le ocurrió contratarla para que viniera a trabajar a esta casa, gracias al cielo ella llegó cuando me estaba largando a estudiar a otro país, e intentado despedirla, sin embargo, Gerardo mi hermano mayor se opone impidiendo que lo haga. No era solo que ocupaba el espacio, era como si el aire se volviera más denso, como si algo en ella me sofocara. Pero claro, la trataba con la punta del pie, grabándole su lugar.—Te has tardado mucho con esa chimenea —dije, casi escupiendo las palabras, mientras ella se inclinaba para limpiar el polvo
Valeria San Román Suena mi teléfono, sacándome del sueño de golpe. Doy un brinco enorme en la cama, sintiendo el corazón acelerado por el susto. Con los ojos entrecerrados, estiro la mano para alcanzar el móvil que sigue vibrando en la mesita de noche. El tono de la llamada no deja lugar a dudas sobre quién se trata. Sin siquiera revisar la pantalla, respondo, aún medio dormida.—Maldita sea, Valeria, mueve tu hermoso culo de la cama y trae esas preciosas nalgas a mi auto. Estoy en el estacionamiento, tienes cinco minutos —la voz de Santiago retumba en mis oídos, llena de esa energía mañanera que parece no afectarlo ni en los peores días.Frunzo el ceño mientras trato de aclarar mis pensamientos. Santiago, como siempre, con su forma encantadora y descarada de hablarme, ha conseguido arrancarme una pequeña sonrisa, pero el mal humor de la noche anterior aún pesa sobre mí.—¿Cinco minutos? ¡¿Estás loco?! —respondo, mi voz ronca por el sueño, mientras intento despejar la mente y sacu
Valeria San RománAl llegar a mi departamento, pedí al portero que me ayudara a subir todas las bolsas repletas de adornos navideños. Finalmente, mi hogar estaría decorado, ya que Santiago, con su entusiasmo festivo, había transformado su departamento un mes antes. Apenas el portero se fue, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación. Dejé caer la ropa en el suelo y me entregué al calor de una ducha larga, dejando que el agua arrastrara mis pensamientos errantes.Con el cabello aún húmedo, me enfundé en un cachetero suave, dejando que la tela abrazara mis caderas, y me puse encima un suéter enorme que me llegaba a media pierna, adornado con la caricatura de un elfo reno que Santiago me había regalado. Era absurdo lo mucho que esa prenda me hacía sentir reconfortada.En la cocina, preparé café mientras contemplaba las galletas que había comprado más temprano en el centro comercial. Me senté en un taburete y comencé a devorarlas, cada bocado dulce acentuando el sabor amargo de mis pens
Luca CooperValeria está en mi cabeza, como una espina que no puedo arrancar. Camino por el pasillo de la mansión, fingiendo estar enfocado en todo, menos en ella. Miento, porque cada vez que la veo, una parte de mí se desmorona. Y lo peor es que no lo soporto. No soporto verla, no soporto sentir esto. Odio que su presencia me afecte tanto. Odio... que me importe.Cometí la estupidez de ir a su casa y permitir que se diera cuenta que me interesa mas de lo normal, es mi jodida sirvienta, y nada más, repito en voz alta tratando de convencerme.Gerardo está cerca de ella más de lo que debería. Cada vez que sus dedos rozan su cabello, cuando le sonríe, cuando hace comentarios que la hacen reír, quiero... ¿qué quiero? No lo sé, pero definitivamente no es seguir permitiendo que se acerque a ella. ¿Por qué demonios me molesta tanto? Ella no es nada para mí. Es solo la maldita empleada que hace su trabajo en la mansión. Una cualquiera. Nada más.Estúpido recuerdo que me atormenta, cuando los