2|Ayúdame

Ver toda esa sangre me paraliza de pies a cabeza, me trae el recuerdo de lo que pasó hace años. Me hace sentir tan ansiosa como lo están mis fieles compañeros.

¿Por qué me persigue este tipo de situaciones? Pero, en especial, ¿de dónde salió ese hombre? ¿Cómo es posible que haya aparecido aquí, en medio de la nada y con heridas de gravedad?

¿Habrán dejado el cuerpo aquí tirado?

La sola idea me provoca escalofríos y me entra un miedo terrible de que alguien esté por ahí, vigilando a la distancia, asegurándose de que el hombre en cuestión no se vaya a levantar.

Tanto Kansas como Nerón no dejan de ladrar alrededor del cuerpo, pero yo soy incapaz de moverme de mi lugar y acercarme y verificar si está muerto o vivo.

Debería llamar a la policía y dar aviso; sin embargo, no cuento con un teléfono, además de que muy en el fondo me da miedo avisarles y que me señalen a mí como la responsable.

Volver a la cárcel nunca será una opción. Si conseguí mi libertad fue porque mi abogada apeló y me dieron libertad condicional por mi buen comportamiento y porque el homicidio que cometí fue en defensa propia.

Sacudo la cabeza con fuerza, llena de pánico con tan solo pensar en que me culparán y me encerrarán de nuevo en una cárcel.

No, eso no volverá a pasar nunca más.

Mi corazón se acelera y mis manos tiemblan sin control ante la sola imaginación.

—A-ayudame, p-por favor...

Pego un brinco por el susto al oír su voz apenas audible, y creo que pasan una cantidad de minutos para que reaccione, tire el arma al suelo y me acerque al hombre.

Gracias al cielo está vivo… o eso creo.

Logro ponerlo boca arriba y lo examino, pero hay demasiada sangre que lo cubre. De repente entro en pánico y pienso que el hombre está agonizando en mis brazos, lo que sería tan desafortunado, pues lo último que quiero es volver a pasar por esto.

—Necesita un médico —le hablo a él, a los perros y a mí, pero ¿cómo se supone que voy a conseguir un doctor si me aislé de la sociedad hace tiempo?—. Maldición…

Pienso qué hacer, pero no llega nada a mi mente. Con tanta sangre me resulta difícil pensar, e ir por ayuda sería un completo riesgo. No hay viviendas cerca, la más aledaña está a kilómetros en auto, así que dejarlo aquí no es una opción. O muere o bien un animal se lo come.

—Detén el sangrado —me ordeno a mí misma, saliendo de mis pensamientos y mi estupor—. Haz algo, Abby. No te quedes como mustia sin hacer nada.

Saco una cuchilla de mis botas y corto un pedazo del traje del hombre. Le abro la camisa que debería ser blanca y localizo una herida poco profunda en el costado de su abdomen. De inmediato hago presión escuchando su quejido.

—No sé qué más debo hacer —susurro, sintiendo que las lágrimas van a caer en cualquier momento—. Solo no te mueras aquí…

Sigo haciendo presión por largos minutos, pero la sangre sigue saliendo, así que no tengo más opción que llevarlo a la casa y brindarle ayuda allí con lo que tenga a la mano. No sé nada de medicina y tampoco sé si la herida sea de bala o es un corte, pero lo que sí tengo claro es que debo cerrarla para que deje de perder tanta sangre.

Ahora lo más complicado será moverlo hasta la casa, teniendo en cuenta que es un hombre grande y corpulento, aún así, me las ingenio para arrastrarlo hasta el sendero y poder ir por el auto.

Paso trabajo por eternos minutos tratando de subirlo al auto y, una vez logro mi cometido, acelero hasta la casa. Cargarlo me resulta imposible, por lo que decido dejarlo en el auto mientras traigo todo lo necesario para limpiar y atender sus heridas.

Limpio y desinfecto la herida hasta que lo creo conveniente, y hago el intento de mirar si es una herida de bala. Por fortuna, es un corte poco profundo, solo que la sangre es tan escandalosa que no deja de fluir como si fuese una herida profunda.

Nunca había hecho algo así, al menos no con otra persona que no fuera en mí misma. Pero la vida de este hombre depende en este momento de mis manos, y yo no pienso dejarlo morir. Al menos curándolo superficialmente podrá recobrar algo de conciencia y ahí sí podré llevarlo a un hospital, donde lo terminen de atender profesionalmente y, por supuesto, no me vayan a culpar a mí por lo que le pasó.

No sé si lo esté haciendo bien o mal, pero no hay marcha atrás en el segundo que empiezo a cerrarle la herida. La aguja atraviesa su piel de una manera tan sardónica que por un momento me tiemblan las manos y quisiera detenerme, pero me mantengo firme o todo puede ser peor.

El hombre se queja, se retuerce y murmura incoherencias conforme voy atravesando su piel en carne viva, hasta que llega un punto que, debido al mismo dolor, se adormece y lo único que suelta son suaves quejidos. Pienso que está en el más allá, pero que se mueva y sienta dolor me da a entender que está bien pese a todo.

Una vez termino, limpio toda la sangre y cubro la herida con gasas secas y apósitos. Me tomo el tiempo de buscar más cortes, pero no hay más que sean de gravedad. En su rostro tiene algunos rasguños, manchas de sangre y de tierra, y así es en todo su cuerpo, al menos en su abdomen y brazos.

Hasta ahora reparo en su traje, este está rasgado en algunas partes y sucio, lo que me lleva a preguntarme lo que le pasó.

¿Cómo se hirió? ¿Lo atacaron y lo abandonaron?

Quizá puede tratarse de un robo, puesto que en ninguno de sus bolsillos tiene su identificación, un teléfono o algún otro objeto de valor. No lleva nada consigo, lo que me hace dudar y pensar mil cosas. Es tan extraño que haya salido de la nada y aparecido aquí en estas condiciones.

—¿Me escuchas? —le pregunto, dándole una suave palmadita en la mejilla—. ¿Puedes oírme?

Asiente con la cabeza, incapaz de decir palabra alguna. Tiene los ojos cerrados y una mano en el abdomen, sujetándose como si tratara de menguar el dolor con el solo tacto.

—Bien. ¿Crees que puedas resistir hasta llegar a un hospital? Lo menos que quiero es que te desmayes a medio camino.

—N-no, no me lleves a un hospital —dice en voz baja y jadeante.

—Quieras o no, debes ir a uno. Un médico debe atender esa herida —le hago ver, pero niega incontables veces.

No quisiera pensar mal, pero ¿por qué no quiere ir a un hospital? ¿Acaso es alguien peligroso? Eso explicaría por qué de su estado.

—Te ves muy mal, necesitas que te revisen y, claramente, yo no soy médico para hacerlo.

—No puedo —se trata de incorporar, pero el dolor que le aqueja lo devuelve a su lugar—. Por favor, ayúdame, pero no… no me lleves a ningún hospital.

—Pero ¿por qué no?

—Porque si me llevas, te aseguro que van a lograr su objetivo.

Frunzo el ceño, sin entender a lo que se refiere.

—¿Cómo así? ¿Cuál objetivo?

—Matarme…

Entonces, antes de que le pueda hacer cualquier otra pregunta, se desvanece en el asiento trasero de mi auto.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP