Inicio / Romance / El Presidente / 5|Hasta no ver no creer
5|Hasta no ver no creer

Lo contemplo por largos segundos en silencio. ¿Es que acaso sí lo conozco y no recuerdo?

Imposible.

Un hombre así, con ese porte, con esa voz tan masculina, esos pectorales y brazos bien fornidos, esa mirada tan profunda y bonita y toda esa buena delantera es imposible de olvidar.

—Estoy cien por ciento segura de que no te conozco.

Abre la boca con toda la intención de decirme algo, pero sacude la cabeza con fuerza, dejando los platos nuevamente en la mesita junto a la cama.

—Estás bromeando, ¿no es cierto? Todo el mundo, y digo el mundo entero, sabe quién soy yo.

—Bueno, debo pertenecer a ese pequeño porcentaje del mundo que ignora quién eres —refuto.

—No es posible —ríe, ahora sí con algo de gracia—. Soy el presidente de este país, Jack Russell. ¿Cómo es posible que no sepas quién soy?

Lo miro desconcertada por un segundo antes de explotar en risas. Desde luego, y yo debo ser alguna princesa que se perdió o tiraron al mar.

—¿No me crees? —inquiere, entrecerrando los ojos y luciendo algo indignado.

—Por supuesto que no —le digo con toda sinceridad—. ¿El presidente del país? Sí, claro, eso es imposible.

—Pero es que yo lo soy —repite, incrédulo—. Lo sabrías si no estuvieras tan enajenada de lo que ocurre allá fuera.

—Por favor, si fueras el presidente estarías en La Casa Blanca, no aquí, lejos de Washington, en el medio de un pueblo desolado y, además, herido. Ahora bien, hablando de tu herida, ¿crees que sería tan fácil herir al presidente de cualquier nación? Piénsalo, eso sería casi imposible debido a toda la seguridad que ellos manejan —explico—. Muy buena tu broma, pero ahora dime quién eres realmente. Me gustaría saber por qué te hirieron y por qué apareciste en ese estado en mis campos de maíz. También agradecería que me dijeras la verdad, ya sabes, si estás metido en algo raro, porque lo menos que quiero es tener problemas por ayudarte.

Un silencio se establece entre nosotros. Sus ojos están bien abiertos, la sorpresa surcando en todo su rostro. ¿Acaso cree que me voy a comer ese cuento? Por favor, nací de noche, no anoche, y de tonta no tengo ni un pelo.

Su broma solo confirma mis sospechas y su silencio las fortalece. Él está metido en serios problemas y por eso bromea con que es el presidente, con el fin de no decirme su verdadera identidad.

—Mira, yo no soy quién para juzgarte, pero… estás en mi casa, te estoy dando mi ayuda porque no tengo el corazón tan malo como para dejarte a tu suerte, así que te pido sinceridad y que me digas la verdad.

—Te estoy diciendo la verdad —ya sé que no va a decirme nada, así que prefiero no insistir—. Hay muchas cosas que no te puedo explicar y son secretos de estado, pero yo soy el presidente, y si terminé malherido en tus campos de maíz, es porque me quieren matar.

—De acuerdo —le digo, dando el tema por zanjado—. Iré al pueblo en la tarde, te traeré un teléfono y… ropa.

—Ese «De acuerdo» no sonó muy convincente.

—Es que no te creo nada y lo entiendo, soy una desconocida. Prefiero no presionar, algunas veces es mejor vivir en la ignorancia —busco las gasas y los apósitos en la bolsa que traje ayer de la farmacia—. No olvides tomar las medicinas. Ahora te ayudaré a poner esto para que la herida se mantenga seca y no se vaya a infectar.

Le cambio los apósitos en completo silencio. Él no dice nada y yo ya no tengo intención de seguir preguntando, pero me parece increíble que se invente algo como eso. ¿En realidad pensó que iba a creerle? Por favor, hay que estar muy mal de la cabeza para llegar a creerse el presidente de un país.

Nunca me había cruzado con un loco como él. Lo que necesita es ayuda psiquiátrica.

Una vez termino, me excuso y salgo de la habitación. Necesito encargarme de mis propios asuntos aparte de cuidarlo a él. Ayer con tanto que pasó ya no tuve tiempo de hacer los arreglos en el establo y Trinity se quedó sin comer durante todo el día.

Me dedico a hacer mi trabajo durante gran parte de la mañana, olvidando que tengo a un desconocido creyéndose el presidente del país y que está herido, probablemente escondiéndose para que no lo maten, porque ya no me quedan dudas de que está metido en problemas y por eso lo quieren muerto.

No puedo evitar sentir preocupación. ¿Y si vienen por él? Puede ocurrir en cualquier momento y yo quedaría en el medio, y mucho luché para estar lejos de la sociedad y de los problemas para quedar en medio de una guerra ajena. No me arrepiento de haberlo ayudado, pero debí llevarlo al hospital y no dejar que se quedara en la casa.

Tan pronto como termino de arreglar el establo, darle de comer a Trinity y peinar su hermoso pelaje, voy al pueblo en busca del teléfono y ropa masculina. No quiero más desnudos por el momento, no es que me moleste, pero me aturde y nadie piensa con claridad teniendo a un hombre sumamente atractivo y desnudo frente a sus ojos. Además de que debo estar alerta por si alguien llegase a aparecer para terminar con su trabajo.

Me apresuro a comprar lo que necesito. No sé de marcas telefónicas, sinceramente nunca ha sido una prioridad en mi vida, pero el chico que me vende el teléfono asegura que es uno de los últimos modelos, supongo que por eso el costo tan elevado. Realizo la compra sin ahondar demasiado, no es como que vaya a usarlo yo. Es para que él pueda llamar a quien quiera y avisar de su estado y situación.

No me va mejor con la ropa de hombre, y eso porque no le pregunté cuál era su talla, así que no tengo más opción que llevar las prendas a ojo. Elijo pantalones, camisetas de varios tonos y calzado cómodo. También le compro ropa interior y es tan inevitable que no piense en cómo se vería con los bóxer puestos teniendo en cuenta todo lo que vi en la mañana.

De solo recordar mis mejillas arden. ¿Cuándo me volví tan descarada y pervertida?

De nuevo, mis intrusivos pensamientos me llevan por el camino erróneo. ¿Qué hago pensando en esas cosas? Desde Edward no había tenido este tipo de pensamiento, así que no entiendo lo que me ocurre, o quizás se deba a todos esos años que han pasado sin que esté en contacto con un hombre.

Al paso me dañará la mente y la poca paz que he intentado reunir en mucho tiempo.

Regreso a la casa y le entrego todo lo que compré al supuesto presidente llamado Jack Russell, viendo que, de inmediato, activa la línea telefónica y marcar a al algún número incontables veces.

—¿Qué sucede? ¿No te responden?

—Es difícil que tomen llamadas a desconocidos —suspira—. Mi jefe de seguridad es muy estricto y no es para menos, he recibido muchos mensajes de odio y muerte a lo largo de mi mandato, pero sabiendo dejarle el mensaje, me regresará la llamada.

—Okay, déjale el mensaje correcto para que te responda —ironizo, queriendo reír, pero ante su seriedad, me mantengo con una expresión neutra.

—Logro identificar tu sarcasmo.

—Bueno, Sr. Presidente, hasta no ver no creer, dijo mi madre, así que…

—No necesito demostrarte nada, así que si no me crees, bien, lo acepto. Pero, por favor, no le digas a nadie que estoy aquí.

—Tranquilo, no es como que sea muy sociable o tenga algún vecino cerca como para hablar del hombre desconocido y herido que apareció en los sembradíos y dice ser el presidente de este país.

—Me doy cuenta que eres poco sociable, pero sí bien sarcástica —sonríe de lado y pienso que su sonrisa es muy bonita—. Seguiré intentando hasta que me respondan.

—Adelante, yo iré a darle una vuelta a la casa, en especial, los sembradíos, no sé, tal vez me encuentre al vicepresidente —hago una corta reverencia, aguantando las ganas de reír—. Permiso, Sr. Presidente.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP