3|Peligroso

No sé cómo lo logré, pero conseguí entrar al hombre desconocido a mi casa. Desde que se desmayó no ha despertado ni una vez y empiezo a cuestionarme si hice bien en no llevarlo a un hospital.

He estado dándole vueltas todo el día, viendo si aún respira o si se despierta y necesita algo, pero él parece haber entrado en un estado de coma que me aterra y me mantiene en vilo.

Debí llevarlo a un hospital; sin embargo, aún recuerdo la expresión de terror que puso cuando lo mencioné. Quizás por eso no lo llevé, porque me convenció de que, probablemente, existía la posibilidad de que terminaran con su vida.

Lo que me lleva a deducir que, en efecto, este hombre está metido en algo turbio y peligroso, algo que yo no debería indagar, porque podría terminar en sus mismas condiciones. A ti no te tiran a matar de la noche a la mañana y solo porque sí, ¿verdad?

Mi lado paranoico me recrimina por ayudarle, pero mi lado más humano jamás lo hubiera dejado a su suerte, abandono y malherido. Tantas veces que yo estuve en peligro, herida y con el alma rota, nadie estuvo para mí, nadie me ayudó y nadie me salvó, así que entiendo a la perfección la posición en la que se encuentra.

Yo misma tuve que elegir entre morir o sobrevivir… y, aunque muchos me dijeron que elegí a mal, yo no pienso lo mismo. Elegí vivir, ser libre.

Apenas lo traje y lo pude acostar en el sofá de la sala principal, le quito la ropa y le limpio toda la suciedad y sangre que tiene encima. Curo algunos cortes leves en su rostro y en sus brazos, y lo cubro con una manta para que se mantenga cálido.

—¿Por qué no despierta? —musito, tocando su frente y percatándome que está prendido en fiebre.

Me apresuro por un paño húmedo y se lo pongo en la frente, asegurándome de que no se le vaya a subir demasiado la temperatura.

Tengo algunas medicinas que podrían ayudarle para el dolor y la fiebre, pero no tengo nada que darle si la herida se le llegase a infectar. Simplemente genial.

Dubitativa, le pido a Kansas y a Nerón que cuiden muy bien del desconocido y salgo a toda prisa hacía la farmacia más cercana; es decir, la que queda en el pueblo, a casi una hora de la granja.

Sin muchas opciones a la mano, me pongo en marcha sin pensarlo demasiado. Sirve y compro otras cosas que quizás pueda necesitar, además de que ya no quedan más gasas y apósitos.

El camino es eterno y, aunque no me gusta ni un poco venir al pueblo, tampoco tengo corazón para dejar morir a un ser humano o simplemente dejarlo ahí sin ningún tipo de atención.

Compro todo lo que necesito y hasta más, también aprovecho para ir hasta el supermercado y realizar algunas compras. Frutas, verduras y carnes; llevo todo lo que necesito para un par de semanas y no tener que volver tan pronto —repito— detesto el pueblo, y no es que sea el lugar en sí, sino a todo el escrutinio de la sociedad.

Procuro no demorarme, puede que el desconocido se despierte o, en el peor de los casos, se muera… aunque espero que esto último no suceda, menos en mi ausencia. No sabría cómo lidiar con un cuerpo, de solo pensar, la piel se me pone de gallina.

Tardo menos de hora y media en volver a la casa. Lo primero que hago es entrar para asegurarme que el desconocido esté bien, pero en el lugar donde lo dejé no hay nadie.

Entro en pánico por enésima vez en el día y busco por los alrededores algún indicio de un cuerpo masculino, pero el lugar es tan desértico que asusta.

¡¿Dónde está?! ¡Estoy segura que lo dejé en el sofá!

Al paso que va el día voy a terminar muriendo de un ataque al corazón.

—¡Kansas! ¡Nerón! —los llamo, puesto que, cuando entré a la casa, no me recibieron como de costumbre.

La respuesta de los Huskies no tarda en llegar, por lo que sigo los ladridos hasta la planta de arriba, encontrándome de frente con el hombre desconocido, parado a un costado del pasillo con una mano teniéndose de la pared mientras con la otra se sujeta el abdomen. Su cabello negro le cae en mechones desordenados por la frente. Su palidez es mucho más notoria, aunque tenga las mejillas coloradas. Los labios resecos se los humedece cada segundo, una clara señal de que necesita hidratarse. Y esos ojos que parecen fundidos en metal apenas si los puede mantener abiertos.

Se ve terriblemente mal.

—¿Qué estás haciendo? —me acerco a él y lo sujeto del brazo, temiendo que vaya a caerse en cualquier instante—. No debiste levantarte. No puedes hacer esfuerzos.

—Necesito un teléfono —murmura, su voz ronca y muy débil—. Tengo que llamar a mi jefe de seguridad.

—No tengo teléfonos… así que no puedes llamar a nadie por el momento.

Levanta un poco la cabeza para mirarme, sus ojos grises mostrando evidente sorpresa. Pero también tengo el presentimiento que me está estudiando, que está tratando de ver más allá de mí.

—¿Por qué no tienes un teléfono? —inquiere y, como respuesta, me encojo de hombros.

—No tengo tiempo para hablar con las personas, así que no lo veo necesario. Ven, necesitas descansar y tener mucho reposo —lo guio por el pasillo hasta la habitación de invitados y lo ayudo a recostarse en la cama—. Te traje medicinas para el dolor, la infección y la fiebre. Trata de mantenerte quieto lo más que puedas, ¿sí? Te prepararé un caldo para que comas.

—Gracias por ayudarme —dice, sin quitarme la mirada de encima. Mide cada uno de mis movimientos, como estando alerta por más malherido que esté.

—No tienes que agradecer, lo hago con gusto —y porque no iba a dejar que muriera en medio de mis sembradíos de maíz.

Guarda silencio mientras le doy las medicinas tal como la farmacéutica me lo indicó. Al ver que se ha relajado y parece dormitar, salgo de la habitación y me dirijo a la cocina para prepararle algo ligero de comer.

Hoy ha sido un día extenuante, se me ha hecho eterno y la noche hasta ahora está empezando. No he comido en todo el día y, para ser honesta, no tengo ni una pizca de apetito. Ver toda esa sangre me alteró a más no poder, aún percibo ese olor tan distintivo en el aire que hace que mi estómago esté revuelto.

Aún no puedo creer que me haya encontrado un hombre —casi muerto— en medio del campo, robando la tranquilidad del lugar y, de paso, quitándome la mía. Pienso mil cosas de él, todas malas, y me es imposible no sentir miedo.

¿Y si esos que lo hirieron están cerca y aparecen en medio de la noche para terminar lo que empezaron?

¿Y si es un tipo peligroso y de cuidado?

No puedo confiarme demasiado, tengo que estar precavida y con ojos hasta en la espalda. Ese hombre sigue siendo un desconocido que me ha puesto en alerta y ahora no me dejará descansar como se debe, pero una parte de mí me dice que lo ayude… que quizá no es malo y de verdad necesita una mano.

Sea bueno o sea malo, ya no puedo echarme para atrás. Solo me queda descubrir si representa un peligro para mí, porque de serlo, no me gustaría tener que elegir nuevamente entre morir y sobrevivir, y esta vez sin ser una víctima…

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