96| Atrapados

La elegancia del salón me golpea en cuanto cruzamos el umbral.

Lars Müller —el suizo que conocimos en la junta— nos recibe apenas entramos. Viste un traje oscuro impecable, su rostro es severo y su postura tan rígida como un soldado.

Por un segundo me preguntó si todos aquí son así. Hasta que recuerdo a la mujer que lo acompañaba en la junta.

—Bienvenidos —dice Lars sacándome de mis pensamientos, con una inclinación mínima de cabeza. La sobriedad de su presencia es suficiente para marcar el tono de la noche.

Nos guía hacia el área de bebidas. El lugar está bañado en luces cálidas, discretas. No hay estridencia, no hay exceso. Solo copas de vino refinado, whisky añejo y, por supuesto, absenta suiza, la bebida nacional, brillando verde detrás de la barra.

Todo esto grita lujo y dinero.

Camino al lado de Arielle, sintiendo cada tanto el roce sutil de su vestido contra mi pantalón. No sé qué celebran —quizá solo la existencia de sus propias fortunas— pero todo en esta habitación demuestra que estás personas son poderosas, lo cual jamás me ha asustado, pues yo también lo soy.

Miro de reojo a Arielle. Ella está perfecta.

Su vestido sencillo, que realza su piel, la convierte en el centro de todas las cosas que valen la pena mirar esta noche. No hay joyas ostentosas ni maquillaje excesivo. Solo ella, hermosa.

Y es entonces Laura aparece.

La mujer sale de entre la gente como una sombra pegajosa, y antes de que pueda apartarme, su mano se aferra a mi brazo. Su cuerpo se pega al mío, su perfume dulce y cargado me invade los sentidos.

—Cassian —susurra, como si hubiera estado esperándome toda la noche.

Frunzo el ceño y, sin suavidad me aparto, justo antes de sentir la mirada penetrante de Arielle sobre mí.

Una parte de mí sonríe por dentro. Me encanta verla así, reclamándome en silencio.

Pero otra parte —más grande, más dominante— sabe que no quiero hacerle daño. No quiero que por un segundo dude de lo que siento.

Así que me muevo.

Coloco una distancia cortés entre Laura y yo. Me siento ridículo, consciente de cada uno de mis movimientos como si fuera un adolescente torpe.

Estoy pendiente de Arielle de una manera que jamás lo estuve de nadie.

«stoy jodido»

Me limpio mentalmente la sonrisa amarga mientras busco una copa de vino para disimular el temblor idiota que siento en las manos.

En un momento, Arielle anuncia que va al baño. No lo pienso. No lo razono. Voy tras ella.

Camino rápido, con pasos firmes, ignorando las conversaciones, ignorando todo lo que no sea esa necesidad primitiva de tenerla a solas.

Cuando ella cruza la puerta del baño, aprovecho y entro tras ella.

Cierro la puerta y Arielle se gira, veo sus ojos abiertos, está sorprendida.

—Cassian —susurra, mirando la puerta—. Alguien podría vernos... —refunfuña.

—No me importa —digo acercándome, atrapándola entre mis brazos y la pared—. Solo quería tenerte a solas un momento.

Ella debería apartarme. Debería recordar dónde estamos. Pero no lo hace.

Se queda ahí, mirándome, deseándome como yo la deseo.

Me inclino y le susurro en el oído:

—Después de esta estúpida reunión, serás solo mía. Te lo prometo.

Mis labios encuentran los suyos en un beso lento, profundo. Siento su cuerpo relajarse contra el mío, rendirse de esa forma que me vuelve loco.

Cuando me separo unos milímetros, la escucho decir en un susurro ronco:

—Odio a Laura.

Mi sonrisa es lenta, posesiva y ella se molesta aún más.

—No te rías, detesto como se te pega como sanguijuela.

Una nueva sonrisa se postra en mi rostro.

—No pierdas tu tiempo, nena —le susurro contra la boca—. Para mí, ella ni siquiera existe.

La beso otra vez, más rápido esta vez, más desesperado. Mientras acaricio con posesividad su mejilla con la punta de los dedos, buscando que entienda, que no quede ni un solo resquicio de duda de que esa mujer a mi no me interesa.

Luego de besarla una vez mas. Arielle me empuja con suavidad

Salimos del baño con una compostura fingida, como si nada hubiera pasado.

Aunque sé que su boca todavía arde como la mía.

La fiesta sigue su curso. Las copas se vacían.

Las conversaciones se apagan y finalmente, el evento social empieza a llegar a su fin.

La verdadera reunión de trabajo está a punto de comenzar.

Y yo ya estoy pensando en cómo diablos haré para mantener las manos lejos de Arielle hasta que todo termine.

Mientras un camarero retira nuestras copas vacías. Lars Müller se acerca a nosotros con esa expresión seria que no se descompone ni por un segundo.

—Siganme al siguiente piso, por favor —nos dice—. La reunión importante será ahí. He pedido que nos lleven café.

Asiento, y veo de reojo cómo Arielle también asiente con una leve inclinación de cabeza.

Lars camina a nuestro lado hasta el ascensor privado.

Presiona el botón.

Mientras esperamos, el celular de Arielle suena, ella lo saca de su bolso y revisa rápido.

La pantalla se ilumina con un mensaje.

Ella baja la mirada, frunciendo ligeramente el ceño.

—Es Daniel —me dice en voz baja.

Contengo una mueca de molestia, sabiendo que él si tiene derecho de llamarle. Aunque quiera gritarle que deje de hacerlo.

—Te alcanzo arriba —añade enseguida. Cómo si temiera que me molestará.

Niego con la cabeza. No me molesta. Me jode saber que va a hablar con él otra vez, que Daniel siga con esa idea absurda de conocerla.

Pero no es culpa suya. De ninguno de ellos.

Las puertas del ascensor se abren con un sonido suave.

Lars nos hace una seña para que entremos primero.

Yo entro y siento a alguien más detrás de mí: Laura.

No me gusta su presencia, pero no hago un escándalo.

Apenas estamos cerrando las puertas cuando Lars da un paso atrás.

—Olvidé algo importante en la recepción —dice con calma—. Sigan ustedes. Los alcanzo enseguida.

Antes de que pueda decir algo, Lars ya ha salido.

Y las puertas del ascensor se cierran de forma inevitable.

«Carajo» Maldigo internamente.

Estoy ahora encerrado en esta caja de metal con Laura.

—Creo que nos han dejado —menciona con una sonrisa coqueta.

El ascensor empieza a subir. No me molesto en mirarla. Fijo la vista en los números digitales que marcan los pisos.

1... 2... 3...

De pronto, Laura aprieta con fuerza mi brazo cuando un movimiento del ascensor nos sacude antes de detenerse en seco.

—¿Qué carajo...? —murmuro, golpeando el botón de emergencia.

Pero no pasa nada. El ascensor sigue muerto.

Toco el bolsillo de mi chaqueta y saco mi móvil.

—Joder, no tengo señal.

Laura suelta una risita. Una maldita risita que me molesta.

—Tranquilo, estoy segura que ya vendrán por nosotros —espeta en completa calma. Cómo si fuese algo natural que él maldito ascensor se quede trabado.

Y antes de que pueda apartarme, coloca ambas manos en mi pecho.

Sus dedos juegan distraídamente con la solapa de mi chaqueta.

—Quizá deberíamos aprovechar este momento y conocernos más, Cassian —susurra, su voz baja, insinuante.

Pone su cuerpo contra el mío, presionando ligeramente.

Su perfume fuerte y dulce me invade.

La veo alzar el rostro hacia mí, quedando sus labios apenas a centímetros de los míos. Mientras seguimos atrapados.

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