No sé en qué momento terminé la segunda cerveza, pero empiezo a sentirme… liviana. Un poco suelta. Tal vez demasiado cómoda con el hecho de estar compartiendo mesa y tragos con Edward Valmont. El mismísimo padre de mi mejor amiga. Edward se inclina un poco hacia un lado, saca su teléfono y frunce el ceño. Su mandíbula se tensa aún más cuando ve quién llama. —Es Arielle —murmura, como si necesitara justificarlo. Asiento, tratando de parecer tranquila, pero el solo escuchar su nombre hace que me enderece. Me recuerda lo que no debería estar haciendo. Lo que estoy haciendo. —Voy a contestar —dice, levantándose de su asiento con esa elegancia suya, la que no se despeina ni en un bar de cerveza artesanal. Lo veo alejarse y, sin pensarlo, llevo mis manos de prisa a mi blusa. Desabrocho dos botones. Solo dos. Suficiente para que mi escote tenga protagonismo sin parecer una desesperada. «¿A quien engaño? si estoy desesperada» Me revuelvo un poco el cabello con los dedos, dándole
El auto se detiene frente a mi edificio. Suspiro porque he sobrevivido. Apenas. Mis piernas están juntas, firmes, como si al mantenerlas así pudiera negar que algo acaba de fallar de forma estrepitosa. Literalmente. La costura de mi falda, rota justo en el muslo, amenaza con delatar mi más íntimo intento de seducción. Miro hacia la puerta, lista para huir con lo poco que me queda de dignidad, pero entonces siento la mirada de Edward sobre mi. Baja, despacio. Desde mi rostro hasta mis piernas. Y ahí se queda. Justo donde la tela se abrió sin permiso. Donde mi piel canela se asoma descaradamente bajo la luz tenue del farol. Donde el encaje negro de mis bragas se dibuja como un secreto que no debía descubrirse. Su mirada no es fugaz. Es una pausa. Una maldita pausa. Y yo no sé si es lástima, repulsión… o deseo. No quiero preguntarme eso, pero mi estómago da vueltas. Mi piel se eriza. Me siento atrapada entre la humillación y algo mucho más retorcido. Edward carraspea. Su voz es
Perspectiva de Edward Valmont . La puerta del ascensor se cierra luego de que la dejo en su departamento, asegurándome de que ningún imbécil la vea con esa abertura en la falda y me apoyo en la pared de acero como si mi propio cuerpo necesitara recordarme que estoy hecho de algo más que deseo. Deseo por Rossy. La mejor amiga de mi hija. Desde la primera vez que la vi —aquella tarde en que Arielle la llevó a casa para que la conociera—, supe que estaba jodido. Era la nieta de mi gerente general, una jovencita con aire dulce, voz suave y un cuerpo hecho para tentar hasta al más c*brón de los hombres. Esa noche se rio de algo que dijo Arielle, y cuando la vi morderse los labios… fue como si una maldita chispa me prendiera fuego desde adentro. Agradecí el que eligiera mudarse a París, que se alejaran porque ella significaba demasiada tentación desde entonces, pero por otro lado, detesté la idea de ya no verla en casa con Arielle, de no poder deleitarme con su belleza. Porque
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,
—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo