Perspectiva de Rossy Es mi primer día en Valmont Innovations. Todo parece un sueño. La luz que se cuela por las ventanas de cristal del edificio se refleja en el suelo pulido, creando una atmósfera imponente que de momento me hace sentirme pequeña. A pesar de mi confianza, la expectativa de estar aquí, trabajando para esta empresa, me pone nerviosa. Y lo peor es que, en algún rincón de mi mente, sigo pensando en él. En el padre de mi mejor amiga. La asistente de recepción, una mujer alta y elegante con gafas negras, me sonríe cortésmente cuando llego. —Buenos días, señorita Sinclair. La llevaré a su oficina —me dice en tono formal. Mi nombre suena tan oficial, tan diferente de cómo me llaman mis amigos cercanos. Me trago la ansiedad y la sigo. Me siento como una intrusa en este mundo de paredes claras y espacio imponente, pero estoy decidida a hacer que funcione. La asistente me lleva por pasillos amplios, pasando por oficinas con muros de cristal y gente que parece tan sumida en
Parpadeo cuando veo la hora y son ya las seis y media, dirijo mi mirada al ventanal notando la oscuridad de la que hasta ahora no me había percatado ¿En qué momento anocheció? Afuera, la ciudad ya se tiñe de luces artificiales, y adentro solo queda el suave zumbido del aire acondicionado. Edward sigue en su escritorio, concentrado, con la mandíbula tensa y los dedos marcando un ritmo irregular sobre la mesa. «Es tan guapo» Su ceño se frunce dandole unaire arrogante, y su camisa se aprieta de forma deliciosa a sus bíceps que casi estoy babeabdo. «Calma tus hormonas Rossy, que no estás ovulando» No nos hemos dicho mucho en la última hora, pero su presencia ha sido constante, como un peso sobre mi piel. Cada vez que alzo la vista, él ya está mirándome. No dice nada. Yo tampoco. Suelto un suspiro cuando veo la hora otra vez. —Ya es tarde —digo, más para mí que para él. Empiezo a recoger mis cosas, torpemente, deseando no haberme quedado tanto. No debí quedarme tanto. Aunque en el
No sé en qué momento terminé la segunda cerveza, pero empiezo a sentirme… liviana. Un poco suelta. Tal vez demasiado cómoda con el hecho de estar compartiendo mesa y tragos con Edward Valmont. El mismísimo padre de mi mejor amiga. Edward se inclina un poco hacia un lado, saca su teléfono y frunce el ceño. Su mandíbula se tensa aún más cuando ve quién llama. —Es Arielle —murmura, como si necesitara justificarlo. Asiento, tratando de parecer tranquila, pero el solo escuchar su nombre hace que me enderece. Me recuerda lo que no debería estar haciendo. Lo que estoy haciendo. —Voy a contestar —dice, levantándose de su asiento con esa elegancia suya, la que no se despeina ni en un bar de cerveza artesanal. Lo veo alejarse y, sin pensarlo, llevo mis manos de prisa a mi blusa. Desabrocho dos botones. Solo dos. Suficiente para que mi escote tenga protagonismo sin parecer una desesperada. «¿A quien engaño? si estoy desesperada» Me revuelvo un poco el cabello con los dedos, dándole
El auto se detiene frente a mi edificio. Suspiro porque he sobrevivido. Apenas. Mis piernas están juntas, firmes, como si al mantenerlas así pudiera negar que algo acaba de fallar de forma estrepitosa. Literalmente. La costura de mi falda, rota justo en el muslo, amenaza con delatar mi más íntimo intento de seducción. Miro hacia la puerta, lista para huir con lo poco que me queda de dignidad, pero entonces siento la mirada de Edward sobre mi. Baja, despacio. Desde mi rostro hasta mis piernas. Y ahí se queda. Justo donde la tela se abrió sin permiso. Donde mi piel canela se asoma descaradamente bajo la luz tenue del farol. Donde el encaje negro de mis bragas se dibuja como un secreto que no debía descubrirse. Su mirada no es fugaz. Es una pausa. Una maldita pausa. Y yo no sé si es lástima, repulsión… o deseo. No quiero preguntarme eso, pero mi estómago da vueltas. Mi piel se eriza. Me siento atrapada entre la humillación y algo mucho más retorcido. Edward carraspea. Su voz es
Perspectiva de Edward Valmont . La puerta del ascensor se cierra luego de que la dejo en su departamento, asegurándome de que ningún imbécil la vea con esa abertura en la falda y me apoyo en la pared de acero como si mi propio cuerpo necesitara recordarme que estoy hecho de algo más que deseo. Deseo por Rossy. La mejor amiga de mi hija. Desde la primera vez que la vi —aquella tarde en que Arielle la llevó a casa para que la conociera—, supe que estaba jodido. Era la nieta de mi gerente general, una jovencita con aire dulce, voz suave y un cuerpo hecho para tentar hasta al más c*brón de los hombres. Esa noche se rio de algo que dijo Arielle, y cuando la vi morderse los labios… fue como si una maldita chispa me prendiera fuego desde adentro. Agradecí el que eligiera mudarse a París, que se alejaran porque ella significaba demasiada tentación desde entonces, pero por otro lado, detesté la idea de ya no verla en casa con Arielle, de no poder deleitarme con su belleza. Porque
El silencio del bosque que rodea la casa frente al lago me abraza apenas cruzamos el umbral. Es una quietud distinta, más íntima. El aire aquí huele a madera y la brisa de la tarde golpea mi rostro mientras avanzamos al interior de la casa. Mis tacones suenan apagados sobre la madera pulida, y no sé si es el cansancio o la tensión residual de la junta, pero siento cómo mis hombros bajan por fin. Pienso que quizá se debe a que este espacio de momento es nuestro, que aquí dentro se que Cassian es mío.Él cierra la puerta tras de sí, dejando caer las llaves sobre una bandeja metálica en la entrada. El sonido resuena en el espacio abierto, y por un instante, solo se escucha nuestra respiración. Él me observa en silencio, y yo le sonrío coqueta.—Voy arriba —digo, dispuesta a desempacar mis cosas, pues no hemos tenido oportunidad de arreglar nada.La vista al llago es perfecta. El sol se cuela por los ventanales, bañando todo de un dorado suave. Mientras coloco la maleta sobre la cama y em
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion