Despierto con la sensación de estar siendo observada. No me muevo. Solo dejo que mi respiración se acomode al ritmo pausado del hombre que está a mi lado. Cassian. Su brazo rodea mi cintura de manera posesiva, como si incluso dormido se negara a soltarme. La calidez de su cuerpo me envuelve. Su aliento roza mi cuello, y por un segundo, me dejo llevar por la ilusión de que esto es normal. Que despertar desnuda en sus brazos es parte de una rutina. Que no estamos al borde de un desastre. Con mucho cuidado, me deslizo fuera de la cama. Él solo gruñe en respuesta y rueda hacia mi lado, buscando el calor que dejé atrás. Sonrío, pero no vuelvo a acostarme. Tomo una bata ligera y me encierro en el baño. Necesito una ducha, algo de espacio para ordenar lo que siento. Cuando salgo, Cassian ya está despierto. Está en la cocina, sin camisa, con un café en la mano, mirando el lago a través de los ventanales. La vista desde aquí es absurda. Como sacada de una pintura: el agua cristalina, la neb
El auto avanza con suavidad por las calles de Zúrich, pero mi mente sigue dando vueltas a lo que acaba de ocurrir en el restaurante. Cassian está al volante, y aunque su actitud sigue siendo la misma, esa mirada que me dedica cada tanto, esa leve sonrisa, me hace sentir como si fuéramos dos extraños atrapados en una misma historia. La ciudad parece envolvernos en su tranquilidad mientras el paisaje del lago queda detrás de nosotros, como una pintura perfecta. Siento el peso del anillo en mi dedo, tan insignificante ante la magnitud de todo lo que implica, pero al mismo tiempo, ese simple gesto de llevarlo me recuerda lo que realmente significa mi presencia aquí. Mi padre, Cassian, este proyecto, todo se mezcla en una nebulosa de compromisos que no sé si me alcanzarán a comprender. Cuando llegamos al edificio, Cassian aparca cerca de la entrada. Antes de que salga del vehículo, me mira con esa intensidad que ya empieza a ser familiar. En un movimiento suave, se inclina hacia mí, y su
La sala de conferencias es amplia, moderna, llena de tecnología que parece susurrar que estamos en el epicentro de algo grande. El proyecto sobre la mesa es enorme, y a cada palabra que sale de Laura, se siente la presión del momento. Ella habla con fluidez, pero sus palabras son más bien un esfuerzo por llenar el aire, por mantener el control. La forma en que dirige la conversación, siempre buscando a Cassian, me deja claro que está acostumbrada a que todo gire a su alrededor. Su mirada nunca me toca; todo el tiempo se centra en él, esperando una aprobación silenciosa que, por alguna razón, parece darle un tipo de satisfacción. «Esa idiota se cree que puede ignorarme» La tensión entre ambas es palpable. Ella no lo oculta. Ni siquiera se molesta en disimular el modo en que me ignora, como si no estuviera sentada ahí, como si mi presencia no tuviera importancia. Pero no me quedaré callada. Estoy aquí porque soy capaz, porque mi voz tiene peso, y no me importa lo que ella piense. La
Perspectiva de Rossy Es mi primer día en Valmont Innovations. Todo parece un sueño. La luz que se cuela por las ventanas de cristal del edificio se refleja en el suelo pulido, creando una atmósfera imponente que de momento me hace sentirme pequeña. A pesar de mi confianza, la expectativa de estar aquí, trabajando para esta empresa, me pone nerviosa. Y lo peor es que, en algún rincón de mi mente, sigo pensando en él. En el padre de mi mejor amiga. La asistente de recepción, una mujer alta y elegante con gafas negras, me sonríe cortésmente cuando llego. —Buenos días, señorita Sinclair. La llevaré a su oficina —me dice en tono formal. Mi nombre suena tan oficial, tan diferente de cómo me llaman mis amigos cercanos. Me trago la ansiedad y la sigo. Me siento como una intrusa en este mundo de paredes claras y espacio imponente, pero estoy decidida a hacer que funcione. La asistente me lleva por pasillos amplios, pasando por oficinas con muros de cristal y gente que parece tan sumida en
Parpadeo cuando veo la hora y son ya las seis y media, dirijo mi mirada al ventanal notando la oscuridad de la que hasta ahora no me había percatado ¿En qué momento anocheció? Afuera, la ciudad ya se tiñe de luces artificiales, y adentro solo queda el suave zumbido del aire acondicionado. Edward sigue en su escritorio, concentrado, con la mandíbula tensa y los dedos marcando un ritmo irregular sobre la mesa. «Es tan guapo» Su ceño se frunce dandole unaire arrogante, y su camisa se aprieta de forma deliciosa a sus bíceps que casi estoy babeabdo. «Calma tus hormonas Rossy, que no estás ovulando» No nos hemos dicho mucho en la última hora, pero su presencia ha sido constante, como un peso sobre mi piel. Cada vez que alzo la vista, él ya está mirándome. No dice nada. Yo tampoco. Suelto un suspiro cuando veo la hora otra vez. —Ya es tarde —digo, más para mí que para él. Empiezo a recoger mis cosas, torpemente, deseando no haberme quedado tanto. No debí quedarme tanto. Aunque en el
No sé en qué momento terminé la segunda cerveza, pero empiezo a sentirme… liviana. Un poco suelta. Tal vez demasiado cómoda con el hecho de estar compartiendo mesa y tragos con Edward Valmont. El mismísimo padre de mi mejor amiga. Edward se inclina un poco hacia un lado, saca su teléfono y frunce el ceño. Su mandíbula se tensa aún más cuando ve quién llama. —Es Arielle —murmura, como si necesitara justificarlo. Asiento, tratando de parecer tranquila, pero el solo escuchar su nombre hace que me enderece. Me recuerda lo que no debería estar haciendo. Lo que estoy haciendo. —Voy a contestar —dice, levantándose de su asiento con esa elegancia suya, la que no se despeina ni en un bar de cerveza artesanal. Lo veo alejarse y, sin pensarlo, llevo mis manos de prisa a mi blusa. Desabrocho dos botones. Solo dos. Suficiente para que mi escote tenga protagonismo sin parecer una desesperada. «¿A quien engaño? si estoy desesperada» Me revuelvo un poco el cabello con los dedos, dándole
El auto se detiene frente a mi edificio. Suspiro porque he sobrevivido. Apenas. Mis piernas están juntas, firmes, como si al mantenerlas así pudiera negar que algo acaba de fallar de forma estrepitosa. Literalmente. La costura de mi falda, rota justo en el muslo, amenaza con delatar mi más íntimo intento de seducción. Miro hacia la puerta, lista para huir con lo poco que me queda de dignidad, pero entonces siento la mirada de Edward sobre mi. Baja, despacio. Desde mi rostro hasta mis piernas. Y ahí se queda. Justo donde la tela se abrió sin permiso. Donde mi piel canela se asoma descaradamente bajo la luz tenue del farol. Donde el encaje negro de mis bragas se dibuja como un secreto que no debía descubrirse. Su mirada no es fugaz. Es una pausa. Una maldita pausa. Y yo no sé si es lástima, repulsión… o deseo. No quiero preguntarme eso, pero mi estómago da vueltas. Mi piel se eriza. Me siento atrapada entre la humillación y algo mucho más retorcido. Edward carraspea. Su voz es
Perspectiva de Edward Valmont . La puerta del ascensor se cierra luego de que la dejo en su departamento, asegurándome de que ningún imbécil la vea con esa abertura en la falda y me apoyo en la pared de acero como si mi propio cuerpo necesitara recordarme que estoy hecho de algo más que deseo. Deseo por Rossy. La mejor amiga de mi hija. Desde la primera vez que la vi —aquella tarde en que Arielle la llevó a casa para que la conociera—, supe que estaba jodido. Era la nieta de mi gerente general, una jovencita con aire dulce, voz suave y un cuerpo hecho para tentar hasta al más c*brón de los hombres. Esa noche se rio de algo que dijo Arielle, y cuando la vi morderse los labios… fue como si una maldita chispa me prendiera fuego desde adentro. Agradecí el que eligiera mudarse a París, que se alejaran porque ella significaba demasiada tentación desde entonces, pero por otro lado, detesté la idea de ya no verla en casa con Arielle, de no poder deleitarme con su belleza. Porque