Lucía Martín se apoyó en la puerta de la oficina, la vista fija en el imponente perfil de Massimo Ricci, que no parecía percatarse de la tensión que flotaba en el aire. Era un hombre de 35 años, alto, de rostro anguloso y ojos oscuros que desnudaban una intensidad inquietante. Su presencia era magnética, inevitablemente atrapante. Sin embargo, Lucía no era como las demás mujeres a las que él había acostumbrado a dominar con solo una mirada. Ella no se dejaba arrastrar por la corriente, y mucho menos por su atractivo imponente.
Massimo se reclinó en su silla, cruzando las piernas, con una sonrisa que no era del todo amistosa. Estaba acostumbrado a que todos a su alrededor se rindieran fácilmente. El poder era su zona de confort, y ahora estaba claro que Lucía no era una excepción. Habían pasado meses trabajando juntos, y aunque ella nunca había mostrado una grieta en su fachada de profesionalismo, él no podía dejar de notar la atracción que ambos sentían, una atracción que crecía día tras día, pero nunca era expresada en palabras.
—Lucía —dijo Massimo con voz suave, pero firme—, te he observado desde que entraste a trabajar para mí, y debo admitir que me intrigas. Eres una mujer que ha logrado mantener el control total sobre sí misma, y eso me atrae aún más. No eres como las demás, y es… fascinante.
Lucía lo miró, pero no dijo nada. A veces, el silencio era más elocuente que cualquier respuesta. Su mente estaba centrada en lo que realmente importaba: su trabajo, su independencia. Su madre, a pesar de su salud deteriorada, había sido siempre su prioridad. No había espacio para distracciones en su vida.
—Sé que te atraigo —continuó Massimo, sin apartar la vista de ella—. Y lo sé porque yo también te deseo, Lucía. Sé que no estás buscando nada fuera de lo profesional, pero no puedo evitarlo. Quiero que seas mi amante.
Lucía sintió como si la temperatura en la habitación hubiera subido diez grados en un segundo. Massimo no había dejado de mirarla en ningún momento, y su propuesta, tan directa y desafiante, la golpeó como un rayo. No podía ser. No podía… No era el tipo de mujer que cedía ante propuestas como esa.
—Massimo —dijo ella, con la voz firme, aunque sus manos se tensaron a sus costados—, no soy tu juguete ni tu objeto de deseo. Te respeto como jefe, pero eso no significa que vaya a caer en tu juego de poder. No voy a ser tu amante. No lo soy, ni lo seré.
Massimo frunció el ceño por un momento, pero su expresión no cambió. La tensión seguía fluyendo entre ellos, palpable, inquebrantable. Él ya había probado la resistencia de Lucía, y no tenía intención de rendirse. Sabía que ella no aceptaría su propuesta de inmediato, pero eso solo hacía el desafío más interesante.
—Lo entiendo, Lucía —dijo él, levantándose de su silla y acercándose a su escritorio—. Pero quiero que pienses en mi oferta. No quiero que me digas "no" solo por orgullo. Lo que te ofrezco es más que placer físico; es una relación basada en lo que ambos necesitamos. Yo te deseo, y sé que tú sientes lo mismo, aunque te cueste aceptarlo.
Lucía no dijo nada. En su mente, las palabras de Massimo resonaban, haciéndola dudar por un instante. No podía negar que él tenía una presencia que la hacía sentir vulnerable, que el deseo en sus ojos era palpable, y que por un segundo, su autocontrol flaqueó. Pero eso no era lo que ella quería. Su vida había sido definida por la lucha, por la autonomía. Los hombres no tenían cabida en su mundo.
En ese preciso momento, su teléfono móvil vibró sobre la mesa, rompiendo el silencio en la habitación. Lucía se apresuró a cogerlo, sin siquiera mirar quién la llamaba. Cuando vio el nombre de la enfermera de su madre en la pantalla, el aire se le cortó en los pulmones.
—¿Sí? —contestó, tratando de mantener la calma.
La voz al otro lado de la línea sonó grave, llena de preocupación.
—Señorita Lucía, soy Carmen, la enfermera de su madre. Necesito hablar con usted. La situación ha empeorado mucho. Su madre está en un estado delicado, y los médicos nos han recomendado que busque atención especializada cuanto antes. El costo del tratamiento es alto, y si no lo cubre pronto, corremos el riesgo de que la situación se agrave.
Lucía sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Un nudo se formó en su garganta y su corazón latió desbocado. La voz de la enfermera le llegaba distorsionada, como si todo fuera un sueño del que no podía despertar. ¿Qué hacer? En su mente solo había una respuesta: necesitaba el dinero. Rápido. Pero, ¿a qué precio?
—Carmen, ¿cuánto dinero necesitamos para cubrir los costos? —preguntó, intentando controlar la angustia en su voz.
—Serían unos 50,000 euros para el tratamiento completo —respondió la enfermera—. Y necesitamos los fondos con urgencia.
Lucía cerró los ojos, sintiendo el peso de la noticia sobre sus hombros. 50,000 euros. No tenía esa cantidad. ¿Cómo iba a conseguirla? El dinero de Massimo... Un pensamiento le atravesó la mente como una flecha. La propuesta de Massimo, su oferta de ser su amante, podría ser la única salida. Pero, ¿a qué precio?
Massimo había estado observando todo el tiempo. Su rostro, que antes parecía tan seguro, ahora mostraba una ligera sonrisa, como si hubiera sabido lo que estaba pasando en la mente de Lucía. Cuando ella colgó el teléfono, su mirada se encontró con la suya.
—Entonces, ya lo sabes —dijo Massimo con una voz suave, pero cargada de una certeza que hizo que Lucía sintiera un escalofrío—. Mi propuesta está en pie, Lucía. Te daré dos días para pensarlo. Dos días para decidir si lo que más deseas es mantener tu independencia o, quizás, dejar que te ayude... de otra manera.
Lucía lo miró fijamente, sintiendo cómo la presión aumentaba. No sabía qué hacer, pero una cosa era clara: su mundo acababa de cambiar, y el desafío de Massimo, ahora más que nunca, la forzaba a enfrentarse a algo que había evitado durante años: su necesidad de alguien más.
Lucía despertó aquella mañana con la presión de la deuda aún sobre sus hombros, el peso de la situación de su madre como una losa. Desde que Massimo le había dado dos días para pensar, las horas parecían arrastrarse a una velocidad insoportable. Había pasado toda la noche buscando formas de conseguir el dinero que necesitaba, haciendo llamadas, contactando viejos amigos y revisando todos sus ahorros. Pero nada. Nada había sido suficiente. Los 50,000 euros que necesitaba para su madre seguían siendo inalcanzables.Con cada intento fallido, la ansiedad aumentaba. No podía dejar de pensar en la propuesta de Massimo. Sabía que él estaba acostumbrado a tenerlo todo a su alcance, que el dinero nunca había sido un problema para él. Y esa era precisamente la razón por la que se resistía a su oferta. No quería que la situación de su madre fuera aprovechada por un hombre como Massimo, alguien tan ególatra y calculador.Pero la situación se complicó aún más cuando llegó a su puesto de trabajo es
Lucía se miró al espejo una última vez antes de salir de su apartamento. Su reflejo le devolvía una imagen de poder y determinación. Se había vestido con elegancia, sabiendo que esa era la única armadura que necesitaba para enfrentarse a Massimo Ricci en su oficina. Los pantalones altos de lino verde se ajustaban a su figura de manera impecable, realzando sus curvas, mientras que la blusa blanca de cuello alto acentuaba su porte elegante y profesional. Un toque de labial rojo brillante completaba el conjunto, dándole un aire de confianza que no pasaba desapercibido. Lucía sabía lo que significaba estar frente a él, y si algo podía hacer, era controlar su apariencia.Al llegar a la oficina, el ambiente era tan tenso como la vez anterior. Massimo ya estaba en su despacho, sumido en el trabajo, pero no pudo evitar notar su presencia en cuanto entró al lugar. Los ojos de él recorrieron cada uno de sus movimientos, admirando su porte impecable y la forma en que su atuendo resaltaba su figu
El sonido del teléfono resonó en su bolso, pero Lucía no lo miró. Estaba a punto de entrar al hospital, con el corazón pesado y la mente atrapada en la misma batalla que había tenido durante los últimos días. A medida que cruzaba el pasillo del hospital, sus pasos se aceleraban, como si en algún rincón de su alma supiera que ese sería un día crucial. Hoy tenía que tomar una decisión.Al llegar a la habitación de su madre, la visión que encontró la dejó helada. Doña Carmen seguía tan débil, con los ojos cerrados y la piel pálida, respirando con dificultad. Lucía se acercó lentamente a la cama, acariciando la mano de su madre con delicadeza, como si eso pudiera devolverle algo de vitalidad. La enfermera que estaba al lado de la cama la observó con una mirada de comprensión, pero también con tristeza.—Lucía, su estado es grave… —la enfermera susurró, sabiendo lo que eso implicaba. — Necesita cuidados inmediatos. El costo de la hospitalización sigue aumentando.Lucía cerró los ojos, cont
Massimo Ricci se reclinó en su silla de cuero negro, con las manos entrelazadas detrás de su cabeza. Estaba solo en su oficina, observando el horizonte desde su ventana de cristal, pero su mente no estaba allí. La vista de la ciudad de Florencia se desdibujaba mientras sus pensamientos volvían a la mujer que acababa de dejar en su despacho.Lucía… esa mujer que había irrumpido en su vida de una manera que no esperaba. A pesar de todo lo que había logrado a sus 35 años, con el imperio empresarial que había construido a base de decisiones implacables y años de arduo trabajo, había algo en ella que lo sacudía por dentro. Nunca pensó que una mujer de la edad de Lucía podría despertar en él esos deseos primitivos y salvajes que había intentado mantener controlados durante años.Massimo había sido un hombre cerrado, escéptico en cuanto a las relaciones. Había sufrido la traición de mujeres en el pasado, y eso lo había dejado marcado. En su mundo, las personas eran solo piezas en su ajedrez,
Massimo Ricci arrancó su Maserati y se adentró en las estrechas calles de Italia. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, parecía estar más calmada esa noche, pero él no podía dejar de sentir que algo importante se estaba gestando. El suave rugir del motor y el aroma del cuero de su coche lo rodeaban, mientras un perfume exclusivo y sofisticado lo envolvía, como una segunda piel. Con su traje negro perfectamente ajustado, sus zapatos de cuero impecables y el brillo de su Rolex en su muñeca, parecía un hombre que estaba destinado a dominar todo lo que tocara. Y Lucía, la mujer que había entrado en su vida como una tormenta, no sería la excepción.La noche estaba despejada, y Massimo no aceleró. Sabía que tenía tiempo de sobra, y su mente, siempre calculadora y controlada, se mantenía centrada en la situación que se desarrollaría esa noche. Había algo en Lucía que lo desconcertaba. Esa mujer, tan aparentemente distante, tan disciplinada y decidida, lo estaba desconcertando de una m
Lucía no podía dejar de sentir un nudo en el estómago. Había tomado una decisión, una que la atormentaba, pero sabía que no había vuelta atrás. Massimo Ricci no era un hombre fácil de ignorar, y mucho menos de evitar. Con su poder, su arrogancia y su mirada desafiante, lo había dejado claro desde el principio: este era un juego en el que ella no podría salir indemne si no aceptaba las reglas.Pero algo dentro de ella le decía que no tenía opción. Si salía corriendo, él podría hacerle daño de una forma u otra. Y, lo peor, sería la angustia de no poder ver a su madre. Él no lo diría, pero sabía que Massimo, con su poder, podría hacerle la vida aún más difícil. Y eso la aterraba. Con pasos vacilantes, se acercó a él, que estaba sentado en el sofá, observándola con una mirada fija que parecía penetrar más allá de su piel."No puedes rendirte ahora, Lucía," pensó para sí misma. Estaba demasiado involucrada, demasiado comprometida. La única salida era seguir adelante, aunque cada parte de s
Los días después de la cita con Massimo habían sido una mezcla de emociones contradictorias. Lucía no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Aunque se había mantenido firme en su decisión, una parte de ella sentía una constante tensión, como si algo dentro de ella se estuviera preparando para una tormenta. La sensación que había quedado en su piel después de ese encuentro no desaparecía. Massimo Ricci era una presencia que no se olvidaba fácilmente.El domingo llegó con la rapidez de siempre. Lucía sabía que ese día marcaría el inicio de algo que no tenía vuelta atrás. Sabía lo que implicaba aceptar la propuesta de Massimo, aunque su mente intentaba racionalizarlo. Había aceptado, sí, pero lo hacía por su madre, no por él. Aun así, una parte de su ser le decía que era más complicado que eso. Había algo en él que la atraía, algo que no podía explicar.Aquel día, Lucía salió de compras. Quería sentirse bien consigo misma, sentir que, aunque todo estuviera ocurriendo rápidamente
Massimo sabia que la Lucia estaba en el hotel, no habia llegado antes porque tuvo una reunion importante en casa de sus padres, el no era un hombre de rendir cuentas pero cuando su madre trataba de verlo a el le daba gusto complacerla. Asi que paso la tarde con sus padres.Salio de la masion de los Ricci y se dirigio a uno de los hoteles mas lujosos que tenia italia, sin prisa y sin nervios el sabia que ella habia acudido al hotel y hasta que salio de la habitacion y habia cenado, ella habia cumplido con su parte le habia entregado su analitica y la planificacion y los resultados de su visita al ginecologo, asi que comprobo que de verdad seria el unico hombre que va a probar por primera vez semajante mujer. El no se concideraba un hombre feo, es mas piensa que Dios lo premio con tanta belleza, pero esa mujer era innegablemente hermosa y determinada.Con esos pensamientos aparco en el hotel, y se dirigio al bar del tomo un trago de wisky y se retiro a la suit que habia recerbado. Cuand