Lucía se miró al espejo una última vez antes de salir de su apartamento. Su reflejo le devolvía una imagen de poder y determinación. Se había vestido con elegancia, sabiendo que esa era la única armadura que necesitaba para enfrentarse a Massimo Ricci en su oficina. Los pantalones altos de lino verde se ajustaban a su figura de manera impecable, realzando sus curvas, mientras que la blusa blanca de cuello alto acentuaba su porte elegante y profesional. Un toque de labial rojo brillante completaba el conjunto, dándole un aire de confianza que no pasaba desapercibido. Lucía sabía lo que significaba estar frente a él, y si algo podía hacer, era controlar su apariencia.
Al llegar a la oficina, el ambiente era tan tenso como la vez anterior. Massimo ya estaba en su despacho, sumido en el trabajo, pero no pudo evitar notar su presencia en cuanto entró al lugar. Los ojos de él recorrieron cada uno de sus movimientos, admirando su porte impecable y la forma en que su atuendo resaltaba su figura sin esfuerzo. Lucía, consciente de esa mirada, decidió no dejarse intimidar. La misión estaba clara: cumplir con su trabajo, y nada más.
—Lucía, necesito esos informes sobre el proyecto que discutimos ayer. —Massimo habló con tono autoritario, pero sin perder ese toque de seducción velada que no se le escapaba a ella.
Lucía asintió y se acercó a su escritorio, sacando los papeles que había preparado para él. El ambiente se llenó de una tensión palpable mientras ambos discutían los detalles del proyecto. Massimo la observaba con atención, sus ojos oscuros no perdían ni un solo movimiento de su cuerpo, pero Lucía se mantenía enfocada. A pesar de la atracción que sentía hacia él, no podía permitirse caer en su juego. Estaba allí para trabajar, no para ceder a sus encantos.
Cuando la conversación terminó, Lucía se levantó para irse, pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, Massimo la detuvo con su voz grave.
—Lucía… —dijo él, y por un momento, su tono se suavizó, pero algo en su mirada seguía siendo desafiante—. ¿Has pensado en mi propuesta?
Lucía, aunque sintió el nudo en el estómago, se mantuvo firme.
—Aún no tengo una respuesta. —Dijo, con voz controlada—. Mi madre sigue en estado delicado, y eso es lo que ocupa mi mente en este momento.
Massimo la observó en silencio por unos segundos, como si evaluara sus palabras. Pero antes de que pudiera contestar, su celular vibró sobre la mesa. Sin mirar a Lucía, lo tomó con rapidez y vio el número en la pantalla. Era una llamada urgente, algo que no podía esperar. Con un suspiro, levantó la mirada y la fijó en ella, como si estuviera decidido a deshacerse de cualquier otra preocupación.
—Tengo que ir a un restaurante ahora mismo —dijo sin rodeos, y luego, como si fuera algo obvio—. Cancela mis citas de la tarde, Lucía.
La dureza en su voz le dejó claro a Lucía que no era una solicitud, sino una orden. Pero lo que sucedió a continuación hizo que su piel se erizara. Massimo se acercó un par de pasos, y mientras ella se mantenía inmóvil, el tono de su voz cambió por completo. Ahora, estaba más cerca de lo que nunca había estado, con una energía que parecía volátil.
—Quedan pocas horas para que me des una respuesta, Lucía —le dijo en voz baja, casi ronca, su aliento tocando su piel. La cercanía hizo que Lucía sintiera un estremecimiento, pero ella no retrocedió. Se mordió el labio inferior, nerviosa, sin saber cómo manejar esa tensión palpable que aumentaba entre ellos.
Massimo sonrió, como si disfrutara ver el conflicto interno reflejado en su rostro. Con un movimiento lento y deliberado, levantó su pulgar y lo pasó suavemente por su labio inferior, apartándolo de sus dientes.
—No te hagas daño, gatita —susurró, con una sonrisa juguetona, pero cargada de deseo.
Lucía quedó completamente paralizada, su mente tratando de procesar lo que acababa de ocurrir. No pudo evitar sentir cómo su corazón aceleraba, cómo sus pensamientos se nublaban. ¿Qué se supone que era esto? ¿Un juego? ¿Una amenaza? Todo en Massimo irradiaba poder, y, aunque lo odiara por manipularla, no podía evitar sentir la atracción que provocaba en ella.
Él la miró por un momento más, con esa mezcla de arrogancia y deseo en sus ojos, y antes de que pudiera decir algo más, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta. Mientras salía de la oficina, le echó un último vistazo, y con una mirada que decía mucho más que mil palabras, dijo en voz baja:
—Por cierto, estás verdaderamente hermosa con ese atuendo, Lucía. —Le guiñó un ojo con esa confianza inquebrantable que tanto lo caracterizaba. Luego, salió de la oficina, dejándola sola con sus pensamientos, una mezcla de inseguridad y frustración.
Lucía no pudo evitar sentir cómo la incomodidad la invadía al quedar completamente sola. Estaba atrapada entre dos mundos: su deseo de mantener su independencia y la necesidad de ayudar a su madre. Massimo le había lanzado una oferta peligrosa, y, aunque podía sentir que no era el tipo de hombre que aceptaría un "no" por respuesta, algo dentro de ella le decía que ceder a sus deseos sería un paso peligroso.
Se quedó mirando la puerta unos segundos, la imagen de él todavía fresca en su mente. ¿Qué haría ahora?
Lucía se encontraba, una vez más, en un cruce de caminos. Massimo había hecho su jugada, y la presión sobre ella aumentaba a cada minuto. Sabía que tenía que decidir, pero las consecuencias de esa decisión la atormentaban. ¿Debería aceptar su propuesta y perderse en su mundo? ¿O resistirse, y arriesgar la vida de su madre?
El sonido del teléfono resonó en su bolso, pero Lucía no lo miró. Estaba a punto de entrar al hospital, con el corazón pesado y la mente atrapada en la misma batalla que había tenido durante los últimos días. A medida que cruzaba el pasillo del hospital, sus pasos se aceleraban, como si en algún rincón de su alma supiera que ese sería un día crucial. Hoy tenía que tomar una decisión.Al llegar a la habitación de su madre, la visión que encontró la dejó helada. Doña Carmen seguía tan débil, con los ojos cerrados y la piel pálida, respirando con dificultad. Lucía se acercó lentamente a la cama, acariciando la mano de su madre con delicadeza, como si eso pudiera devolverle algo de vitalidad. La enfermera que estaba al lado de la cama la observó con una mirada de comprensión, pero también con tristeza.—Lucía, su estado es grave… —la enfermera susurró, sabiendo lo que eso implicaba. — Necesita cuidados inmediatos. El costo de la hospitalización sigue aumentando.Lucía cerró los ojos, cont
Massimo Ricci se reclinó en su silla de cuero negro, con las manos entrelazadas detrás de su cabeza. Estaba solo en su oficina, observando el horizonte desde su ventana de cristal, pero su mente no estaba allí. La vista de la ciudad de Florencia se desdibujaba mientras sus pensamientos volvían a la mujer que acababa de dejar en su despacho.Lucía… esa mujer que había irrumpido en su vida de una manera que no esperaba. A pesar de todo lo que había logrado a sus 35 años, con el imperio empresarial que había construido a base de decisiones implacables y años de arduo trabajo, había algo en ella que lo sacudía por dentro. Nunca pensó que una mujer de la edad de Lucía podría despertar en él esos deseos primitivos y salvajes que había intentado mantener controlados durante años.Massimo había sido un hombre cerrado, escéptico en cuanto a las relaciones. Había sufrido la traición de mujeres en el pasado, y eso lo había dejado marcado. En su mundo, las personas eran solo piezas en su ajedrez,
Massimo Ricci arrancó su Maserati y se adentró en las estrechas calles de Italia. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, parecía estar más calmada esa noche, pero él no podía dejar de sentir que algo importante se estaba gestando. El suave rugir del motor y el aroma del cuero de su coche lo rodeaban, mientras un perfume exclusivo y sofisticado lo envolvía, como una segunda piel. Con su traje negro perfectamente ajustado, sus zapatos de cuero impecables y el brillo de su Rolex en su muñeca, parecía un hombre que estaba destinado a dominar todo lo que tocara. Y Lucía, la mujer que había entrado en su vida como una tormenta, no sería la excepción.La noche estaba despejada, y Massimo no aceleró. Sabía que tenía tiempo de sobra, y su mente, siempre calculadora y controlada, se mantenía centrada en la situación que se desarrollaría esa noche. Había algo en Lucía que lo desconcertaba. Esa mujer, tan aparentemente distante, tan disciplinada y decidida, lo estaba desconcertando de una m
Lucía no podía dejar de sentir un nudo en el estómago. Había tomado una decisión, una que la atormentaba, pero sabía que no había vuelta atrás. Massimo Ricci no era un hombre fácil de ignorar, y mucho menos de evitar. Con su poder, su arrogancia y su mirada desafiante, lo había dejado claro desde el principio: este era un juego en el que ella no podría salir indemne si no aceptaba las reglas.Pero algo dentro de ella le decía que no tenía opción. Si salía corriendo, él podría hacerle daño de una forma u otra. Y, lo peor, sería la angustia de no poder ver a su madre. Él no lo diría, pero sabía que Massimo, con su poder, podría hacerle la vida aún más difícil. Y eso la aterraba. Con pasos vacilantes, se acercó a él, que estaba sentado en el sofá, observándola con una mirada fija que parecía penetrar más allá de su piel."No puedes rendirte ahora, Lucía," pensó para sí misma. Estaba demasiado involucrada, demasiado comprometida. La única salida era seguir adelante, aunque cada parte de s
Los días después de la cita con Massimo habían sido una mezcla de emociones contradictorias. Lucía no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Aunque se había mantenido firme en su decisión, una parte de ella sentía una constante tensión, como si algo dentro de ella se estuviera preparando para una tormenta. La sensación que había quedado en su piel después de ese encuentro no desaparecía. Massimo Ricci era una presencia que no se olvidaba fácilmente.El domingo llegó con la rapidez de siempre. Lucía sabía que ese día marcaría el inicio de algo que no tenía vuelta atrás. Sabía lo que implicaba aceptar la propuesta de Massimo, aunque su mente intentaba racionalizarlo. Había aceptado, sí, pero lo hacía por su madre, no por él. Aun así, una parte de su ser le decía que era más complicado que eso. Había algo en él que la atraía, algo que no podía explicar.Aquel día, Lucía salió de compras. Quería sentirse bien consigo misma, sentir que, aunque todo estuviera ocurriendo rápidamente
Massimo sabia que la Lucia estaba en el hotel, no habia llegado antes porque tuvo una reunion importante en casa de sus padres, el no era un hombre de rendir cuentas pero cuando su madre trataba de verlo a el le daba gusto complacerla. Asi que paso la tarde con sus padres.Salio de la masion de los Ricci y se dirigio a uno de los hoteles mas lujosos que tenia italia, sin prisa y sin nervios el sabia que ella habia acudido al hotel y hasta que salio de la habitacion y habia cenado, ella habia cumplido con su parte le habia entregado su analitica y la planificacion y los resultados de su visita al ginecologo, asi que comprobo que de verdad seria el unico hombre que va a probar por primera vez semajante mujer. El no se concideraba un hombre feo, es mas piensa que Dios lo premio con tanta belleza, pero esa mujer era innegablemente hermosa y determinada.Con esos pensamientos aparco en el hotel, y se dirigio al bar del tomo un trago de wisky y se retiro a la suit que habia recerbado. Cuand
Lucia se encontraba sentada en el borde de la cama, mirando fijamente la pared de la habitación del hotel. La luz del sol de la mañana entraba tímidamente a través de las cortinas, pero a pesar de la claridad exterior, su mente estaba envuelta en sombras. No era cansancio físico lo que la agobiaba, sino una sensación mucho más profunda, más dolorosa: la vulnerabilidad. La noche anterior había sido un punto de quiebre, un antes y un después que la había dejado expuesta, más de lo que hubiera querido admitir. La frialdad con la que Massimo había manejado todo… cómo la había utilizado sin ningún remordimiento, como una pieza más en su juego.Recordaba perfectamente el momento en que su cuerpo había cedido a la atracción, cuando sus manos, tan firmes y seguras, la habían sostenido, y cómo se había dejado llevar por la pasión que él tan habilidosamente había despertado en ella. Pero, más que el ardor de esa pasión, lo que realmente la desbordaba ahora era la sensación de haberse entregado
Lucia estaba sentada en la silla junto a la ventana, mirando sin ver el ajetreo de la ciudad abajo. Había pasado tres días desde la última vez que vio a Massimo. Tres días para calmarse, para pensar, para intentar recuperar el control de su vida. Pero, al mismo tiempo, sabía que esos días solo habían sido un paréntesis, una tregua antes de lo inevitable.El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su trance, y cuando vio a Massimo entrar, un nudo se formó en su estómago. Su presencia, siempre tan dominante, la hacía sentir pequeña, vulnerable. No podía seguir ignorando lo que él estaba planeando, lo que él quería de ella. Su respiración se aceleró mientras él se acercaba, con esa mirada fija que parecía calarle hasta los huesos.Massimo se detuvo frente a ella, mirándola con esa calma que tanto la irritaba. No le dio tiempo para responder a su presencia. No, él ya sabía lo que tenía que decir. No había sorpresas en su mente. Era todo parte de un guion, un guion que él escribía con ca