Lucía permaneció en la entrada de la habitación, sintiendo el calor subirle al rostro mientras sus ojos recorrían la imagen frente a ella. Massimo estaba de pie, con el cabello húmedo cayendo en desorden sobre su frente y una simple toalla ceñida a su cintura. Su piel aún brillaba con rastros de agua, y su postura relajada solo aumentaba su atractivo. Apretó los labios, obligándose a desviar la mirada para no delatarse.—No te quedes ahí. Entra y cierra la puerta —dijo él con su tono grave, sin dejar de mirarla.Lucía respiró hondo y avanzó con pasos medidos, cerrando la puerta detrás de ella. Intentaba actuar con naturalidad, como si su jefe no estuviera semidesnudo frente a ella, pero su cuerpo reaccionaba de otra manera. Su corazón latía acelerado, y un cosquilleo se deslizaba por su piel.—¿Para qué querías verme? —preguntó, cruzando los brazos como si eso pudiera darle algo de seguridad.Massimo se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más, y caminó hacia la mesa donde
Lucía Martín se apoyó en la puerta de la oficina, la vista fija en el imponente perfil de Massimo Ricci, que no parecía percatarse de la tensión que flotaba en el aire. Era un hombre de 35 años, alto, de rostro anguloso y ojos oscuros que desnudaban una intensidad inquietante. Su presencia era magnética, inevitablemente atrapante. Sin embargo, Lucía no era como las demás mujeres a las que él había acostumbrado a dominar con solo una mirada. Ella no se dejaba arrastrar por la corriente, y mucho menos por su atractivo imponente.Massimo se reclinó en su silla, cruzando las piernas, con una sonrisa que no era del todo amistosa. Estaba acostumbrado a que todos a su alrededor se rindieran fácilmente. El poder era su zona de confort, y ahora estaba claro que Lucía no era una excepción. Habían pasado meses trabajando juntos, y aunque ella nunca había mostrado una grieta en su fachada de profesionalismo, él no podía dejar de notar la atracción que ambos sentían, una atracción que crecía día t
Lucía despertó aquella mañana con la presión de la deuda aún sobre sus hombros, el peso de la situación de su madre como una losa. Desde que Massimo le había dado dos días para pensar, las horas parecían arrastrarse a una velocidad insoportable. Había pasado toda la noche buscando formas de conseguir el dinero que necesitaba, haciendo llamadas, contactando viejos amigos y revisando todos sus ahorros. Pero nada. Nada había sido suficiente. Los 50,000 euros que necesitaba para su madre seguían siendo inalcanzables.Con cada intento fallido, la ansiedad aumentaba. No podía dejar de pensar en la propuesta de Massimo. Sabía que él estaba acostumbrado a tenerlo todo a su alcance, que el dinero nunca había sido un problema para él. Y esa era precisamente la razón por la que se resistía a su oferta. No quería que la situación de su madre fuera aprovechada por un hombre como Massimo, alguien tan ególatra y calculador.Pero la situación se complicó aún más cuando llegó a su puesto de trabajo es
Lucía se miró al espejo una última vez antes de salir de su apartamento. Su reflejo le devolvía una imagen de poder y determinación. Se había vestido con elegancia, sabiendo que esa era la única armadura que necesitaba para enfrentarse a Massimo Ricci en su oficina. Los pantalones altos de lino verde se ajustaban a su figura de manera impecable, realzando sus curvas, mientras que la blusa blanca de cuello alto acentuaba su porte elegante y profesional. Un toque de labial rojo brillante completaba el conjunto, dándole un aire de confianza que no pasaba desapercibido. Lucía sabía lo que significaba estar frente a él, y si algo podía hacer, era controlar su apariencia.Al llegar a la oficina, el ambiente era tan tenso como la vez anterior. Massimo ya estaba en su despacho, sumido en el trabajo, pero no pudo evitar notar su presencia en cuanto entró al lugar. Los ojos de él recorrieron cada uno de sus movimientos, admirando su porte impecable y la forma en que su atuendo resaltaba su figu
El sonido del teléfono resonó en su bolso, pero Lucía no lo miró. Estaba a punto de entrar al hospital, con el corazón pesado y la mente atrapada en la misma batalla que había tenido durante los últimos días. A medida que cruzaba el pasillo del hospital, sus pasos se aceleraban, como si en algún rincón de su alma supiera que ese sería un día crucial. Hoy tenía que tomar una decisión.Al llegar a la habitación de su madre, la visión que encontró la dejó helada. Doña Carmen seguía tan débil, con los ojos cerrados y la piel pálida, respirando con dificultad. Lucía se acercó lentamente a la cama, acariciando la mano de su madre con delicadeza, como si eso pudiera devolverle algo de vitalidad. La enfermera que estaba al lado de la cama la observó con una mirada de comprensión, pero también con tristeza.—Lucía, su estado es grave… —la enfermera susurró, sabiendo lo que eso implicaba. — Necesita cuidados inmediatos. El costo de la hospitalización sigue aumentando.Lucía cerró los ojos, cont
Massimo Ricci se reclinó en su silla de cuero negro, con las manos entrelazadas detrás de su cabeza. Estaba solo en su oficina, observando el horizonte desde su ventana de cristal, pero su mente no estaba allí. La vista de la ciudad de Florencia se desdibujaba mientras sus pensamientos volvían a la mujer que acababa de dejar en su despacho.Lucía… esa mujer que había irrumpido en su vida de una manera que no esperaba. A pesar de todo lo que había logrado a sus 35 años, con el imperio empresarial que había construido a base de decisiones implacables y años de arduo trabajo, había algo en ella que lo sacudía por dentro. Nunca pensó que una mujer de la edad de Lucía podría despertar en él esos deseos primitivos y salvajes que había intentado mantener controlados durante años.Massimo había sido un hombre cerrado, escéptico en cuanto a las relaciones. Había sufrido la traición de mujeres en el pasado, y eso lo había dejado marcado. En su mundo, las personas eran solo piezas en su ajedrez,
Massimo Ricci arrancó su Maserati y se adentró en las estrechas calles de Italia. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, parecía estar más calmada esa noche, pero él no podía dejar de sentir que algo importante se estaba gestando. El suave rugir del motor y el aroma del cuero de su coche lo rodeaban, mientras un perfume exclusivo y sofisticado lo envolvía, como una segunda piel. Con su traje negro perfectamente ajustado, sus zapatos de cuero impecables y el brillo de su Rolex en su muñeca, parecía un hombre que estaba destinado a dominar todo lo que tocara. Y Lucía, la mujer que había entrado en su vida como una tormenta, no sería la excepción.La noche estaba despejada, y Massimo no aceleró. Sabía que tenía tiempo de sobra, y su mente, siempre calculadora y controlada, se mantenía centrada en la situación que se desarrollaría esa noche. Había algo en Lucía que lo desconcertaba. Esa mujer, tan aparentemente distante, tan disciplinada y decidida, lo estaba desconcertando de una m
Lucía no podía dejar de sentir un nudo en el estómago. Había tomado una decisión, una que la atormentaba, pero sabía que no había vuelta atrás. Massimo Ricci no era un hombre fácil de ignorar, y mucho menos de evitar. Con su poder, su arrogancia y su mirada desafiante, lo había dejado claro desde el principio: este era un juego en el que ella no podría salir indemne si no aceptaba las reglas.Pero algo dentro de ella le decía que no tenía opción. Si salía corriendo, él podría hacerle daño de una forma u otra. Y, lo peor, sería la angustia de no poder ver a su madre. Él no lo diría, pero sabía que Massimo, con su poder, podría hacerle la vida aún más difícil. Y eso la aterraba. Con pasos vacilantes, se acercó a él, que estaba sentado en el sofá, observándola con una mirada fija que parecía penetrar más allá de su piel."No puedes rendirte ahora, Lucía," pensó para sí misma. Estaba demasiado involucrada, demasiado comprometida. La única salida era seguir adelante, aunque cada parte de s