Lucia llegó al apartamento sintiendo que la opresión comenzaba a tomar forma una vez más. La opulencia del lugar le parecía cada vez más ajena, un espacio que le recordaba lo lejos que se encontraba de la vida que solía tener. Se quitó el abrigo de cuero con rapidez, enrojecida aún por el día de trabajo, y se dirigió al baño. Necesitaba liberarse del estrés acumulado.Tomó una ducha rápida, sintiendo el agua caliente caer sobre su cuerpo. Era un contraste extraño: por un lado, se encontraba en un entorno que le ofrecía todo lo material que pudiera desear, pero por otro, su mente no podía dejar de pensar en lo que había perdido. En lo que había hecho para llegar hasta allí. Se miró al espejo, respirando hondo mientras comenzaba a maquilarse con un toque suave, una rutina que siempre le había dado paz. Se recogió el cabello en una coleta alta, y al verse reflejada en el espejo, recordó con firmeza que todavía era Lucia, aquella mujer fuerte y decidida que siempre había sido.Se acercó a
Lucia abrió la puerta del apartamento con el cansancio de un día largo, pero al mismo tiempo con la sensación de haber experimentado algo tan humano como la necesidad de escapar, aunque solo fuera por unas horas. Pero al cruzar el umbral, se encontró con una atmósfera distinta. Massimo estaba allí, de pie, en medio de la sala, con un vaso de whisky en la mano, que casi parecía más una declaración que una bebida.Llevaba puesto un traje de dos piezas perfectamente cortado, la chaqueta desabotonada en los últimos botones, lo que le daba un aire de desinterés, pero también de control. Sus ojos, esos ojos intensos que parecían leer cada pensamiento de Lucia, se posaron en ella de inmediato. En sus manos, sostenía un par de fotos, y aunque no podía verlas aún, sabía que no eran casualidad.“Buenas noches”, dijo Lucia, tratando de sonar relajada, pero el tono de su voz traicionó un atisbo de incomodidad. No sabía si estaba preparada para la conversación que iba a seguir.Massimo la miró con
Lucia se despertó temprano, sintiendo el cuerpo aún tibio por la noche que había pasado con Massimo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar los momentos compartidos, pero pronto la realidad la llamó de vuelta. Tenía que ir a trabajar.Se arregló rápido, tratando de no pensar demasiado en él. Sabía que si lo hacía, se quedaría atrapada en la fantasía y ahora mismo necesitaba concentrarse. Su día en la oficina transcurrió sin mayores sobresaltos, aunque en el fondo, la imagen de Massimo la rondaba como una sombra persistente. Se sorprendió a sí misma revisando su teléfono con la esperanza de ver un mensaje suyo, pero no había ninguno. Con un suspiro, intentó apartar el pensamiento y centrarse en sus tareas.Al terminar su jornada, en lugar de dirigirse a casa, tomó el camino hacia la casa de su madre. Sabía que la conversación que le esperaba no sería fácil, pero era algo que debía hacer. Su madre siempre había sido protectora, y aunque comprendía su deseo de independencia, seg
Lucia llegó a su apartamento y comenzó a preparar su equipaje con rapidez. No tenía idea de cuánto tiempo estarían en España, ya que Massimo, su jefe y ahora amante, no le había dado detalles. Decidió llevar todo lo que pudiera necesitar: ropa de oficina, vestidos de cóctel, zapatos elegantes y lo esencial para cualquier ocasión inesperada. Se aseguró de incluir sus documentos, cargadores, perfumes y algunos libros para el viaje. Mientras guardaba sus pertenencias, un leve nerviosismo se instaló en su pecho.Al revisar su teléfono, vio un mensaje de Massimo confirmándole la hora de salida y el acceso al jet privado. Lucia suspiró profundamente, mirándose al espejo antes de salir. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer decidida, pero con una ligera inquietud en los ojos. No podía retroceder ahora.Cuando el reloj marcó las ocho en punto, llegó al aeropuerto, donde la esperaba el jet privado de Massimo. Un asistente la recibió amablemente y la condujo al interior de la aeronave.
Lucía permaneció en la entrada de la habitación, sintiendo el calor subirle al rostro mientras sus ojos recorrían la imagen frente a ella. Massimo estaba de pie, con el cabello húmedo cayendo en desorden sobre su frente y una simple toalla ceñida a su cintura. Su piel aún brillaba con rastros de agua, y su postura relajada solo aumentaba su atractivo. Apretó los labios, obligándose a desviar la mirada para no delatarse.—No te quedes ahí. Entra y cierra la puerta —dijo él con su tono grave, sin dejar de mirarla.Lucía respiró hondo y avanzó con pasos medidos, cerrando la puerta detrás de ella. Intentaba actuar con naturalidad, como si su jefe no estuviera semidesnudo frente a ella, pero su cuerpo reaccionaba de otra manera. Su corazón latía acelerado, y un cosquilleo se deslizaba por su piel.—¿Para qué querías verme? —preguntó, cruzando los brazos como si eso pudiera darle algo de seguridad.Massimo se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más, y caminó hacia la mesa donde
Lucía Martín se apoyó en la puerta de la oficina, la vista fija en el imponente perfil de Massimo Ricci, que no parecía percatarse de la tensión que flotaba en el aire. Era un hombre de 35 años, alto, de rostro anguloso y ojos oscuros que desnudaban una intensidad inquietante. Su presencia era magnética, inevitablemente atrapante. Sin embargo, Lucía no era como las demás mujeres a las que él había acostumbrado a dominar con solo una mirada. Ella no se dejaba arrastrar por la corriente, y mucho menos por su atractivo imponente.Massimo se reclinó en su silla, cruzando las piernas, con una sonrisa que no era del todo amistosa. Estaba acostumbrado a que todos a su alrededor se rindieran fácilmente. El poder era su zona de confort, y ahora estaba claro que Lucía no era una excepción. Habían pasado meses trabajando juntos, y aunque ella nunca había mostrado una grieta en su fachada de profesionalismo, él no podía dejar de notar la atracción que ambos sentían, una atracción que crecía día t
Lucía despertó aquella mañana con la presión de la deuda aún sobre sus hombros, el peso de la situación de su madre como una losa. Desde que Massimo le había dado dos días para pensar, las horas parecían arrastrarse a una velocidad insoportable. Había pasado toda la noche buscando formas de conseguir el dinero que necesitaba, haciendo llamadas, contactando viejos amigos y revisando todos sus ahorros. Pero nada. Nada había sido suficiente. Los 50,000 euros que necesitaba para su madre seguían siendo inalcanzables.Con cada intento fallido, la ansiedad aumentaba. No podía dejar de pensar en la propuesta de Massimo. Sabía que él estaba acostumbrado a tenerlo todo a su alcance, que el dinero nunca había sido un problema para él. Y esa era precisamente la razón por la que se resistía a su oferta. No quería que la situación de su madre fuera aprovechada por un hombre como Massimo, alguien tan ególatra y calculador.Pero la situación se complicó aún más cuando llegó a su puesto de trabajo es
Lucía se miró al espejo una última vez antes de salir de su apartamento. Su reflejo le devolvía una imagen de poder y determinación. Se había vestido con elegancia, sabiendo que esa era la única armadura que necesitaba para enfrentarse a Massimo Ricci en su oficina. Los pantalones altos de lino verde se ajustaban a su figura de manera impecable, realzando sus curvas, mientras que la blusa blanca de cuello alto acentuaba su porte elegante y profesional. Un toque de labial rojo brillante completaba el conjunto, dándole un aire de confianza que no pasaba desapercibido. Lucía sabía lo que significaba estar frente a él, y si algo podía hacer, era controlar su apariencia.Al llegar a la oficina, el ambiente era tan tenso como la vez anterior. Massimo ya estaba en su despacho, sumido en el trabajo, pero no pudo evitar notar su presencia en cuanto entró al lugar. Los ojos de él recorrieron cada uno de sus movimientos, admirando su porte impecable y la forma en que su atuendo resaltaba su figu