Massimo Ricci arrancó su Maserati y se adentró en las estrechas calles de Italia. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, parecía estar más calmada esa noche, pero él no podía dejar de sentir que algo importante se estaba gestando. El suave rugir del motor y el aroma del cuero de su coche lo rodeaban, mientras un perfume exclusivo y sofisticado lo envolvía, como una segunda piel. Con su traje negro perfectamente ajustado, sus zapatos de cuero impecables y el brillo de su Rolex en su muñeca, parecía un hombre que estaba destinado a dominar todo lo que tocara. Y Lucía, la mujer que había entrado en su vida como una tormenta, no sería la excepción.
La noche estaba despejada, y Massimo no aceleró. Sabía que tenía tiempo de sobra, y su mente, siempre calculadora y controlada, se mantenía centrada en la situación que se desarrollaría esa noche. Había algo en Lucía que lo desconcertaba. Esa mujer, tan aparentemente distante, tan disciplinada y decidida, lo estaba desconcertando de una manera que nunca antes había experimentado. Se había preparado para el encuentro, pero sabía que la interacción entre ellos iba a ser única, algo que cambiaría las reglas del juego. Y él, por supuesto, estaba dispuesto a jugar.
Al llegar al restaurante, se estacionó con precisión frente a la entrada. Había elegido Enoteca Pinchiorri, un lugar exclusivo y elegante, donde el ambiente era tan sofisticado como el propio Massimo. Cuando entró, el camarero lo saludó con una ligera inclinación de cabeza y lo condujo a su mesa. Massimo se sentó y pidió una copa de vino. No lo bebió de inmediato, sino que lo dejó reposar en la copa, con la mirada fija en la puerta. Estaba esperando, como un cazador esperando a su presa. No quería parecer ansioso, pero la verdad era que Lucía le interesaba más de lo que había anticipado.
El camarero se retiró discretamente, y Massimo no pudo evitar pensar en la mujer que lo había llevado a ese punto. En su mente, repitió las palabras que le había dicho aquella mañana, su respuesta fría y decidida. "Acepto tu propuesta, pero lo hago por mi madre. No por ti". Eso lo había desconcertado más de lo que quería admitir. ¿Cómo podía alguien tan hermoso, tan ferozmente independiente, estar tan apartada del deseo? Había algo que no entendía, y esa falta de control sobre ella lo intrigaba.
Pasaron diez minutos y, por un momento, pensó que Lucía no llegaría. "Tal vez tiene miedo", pensó Massimo, una sonrisa arrogante cruzando su rostro. Pero justo cuando el reloj marcó las 9, la puerta del restaurante se abrió, y la figura de Lucía apareció en el umbral.
La vio antes de escuchar sus tacones. Su figura alta y elegante se destacó entre la multitud, y Massimo sintió una sacudida en su pecho. El vestido de satén rojo que llevaba ajustado a sus caderas era perfecto, y la espalda descubierta parecía invitarlo a imaginar lo que se ocultaba debajo. La coleta alta que llevaba, elegante y sofisticada, solo acentuaba la fuerza que emanaba de ella. Sus tacones, altos y elegantes, la hacían parecer aún más imponente, más desafiante.
Massimo no pudo evitar pensar en lo impresionante que se veía a pesar de su edad. ¿Cómo lo hacía? A sus 40 años, Lucía parecía ser una mujer completamente diferente, joven, vibrante y llena de una energía inexplicable. Aunque nunca había sido el tipo de hombre que se dejaba llevar por el atractivo físico de una mujer, Lucía desbordaba algo mucho más profundo. Algo que lo atraía.
Se levantó de la silla, observándola mientras avanzaba hacia él. Su sonrisa era cálida, pero su mirada mantenía una distancia calculada, sabiendo que este era un juego en el que ambos tenían un papel definido. Lucía se acercó, y Massimo la recibió con un beso en cada mejilla, su aliento rozando su piel. En ese momento, sus ojos se encontraron, y por un segundo, Massimo se sintió descolocado. Era la presencia de Lucía, tan fuerte, tan decidida, lo que lo hacía perder el control.
—No sabes lo que estás haciendo con solo tu presencia, Lucía —susurró Massimo, su voz baja y grave, cargada de una intensidad que dejaba claro que no estaba jugando.
El aroma a jazmín que la rodeaba lo golpeó como una ráfaga de aire fresco. Esa fragancia tan sutil, tan femenina, lo descolocó por un momento, y cuando se sentó de nuevo, aún podía sentirla en sus sentidos. "Esa mujer es un enigma", pensó. Algo en ella lo retaba, algo que no podía definir pero que, al mismo tiempo, lo atraía de una forma que no estaba dispuesto a admitir.
Massimo le sirvió una copa de vino, y Lucía la aceptó con una leve inclinación de cabeza, sin decir una palabra. El silencio entre ellos no era incómodo, pero sí cargado de tensión. Massimo no perdió tiempo, y su mirada se volvió más firme cuando, de repente, hizo una pregunta directa.
—Quiero que comprendas, Lucía, que este trato no tiene fecha de término. Yo lo decidiré —dijo, su tono autoritario y claro—. Mañana quiero que tengas las analíticas en mi escritorio, y también quiero que hagas una cita con el ginecólogo. No quiero sorpresas.
Lucía lo miró con una mezcla de furia y resignación, pero no dijo nada. Massimo la observaba fijamente, consciente de que había tocado un punto sensible. No le importaba. Esto era un juego de poder, y era claro quién llevaba las riendas.
—¿Cuántas parejas sexuales has tenido? —preguntó sin titubear, como si fuera una pregunta trivial.
Lucía, al principio, se quedó quieta, sorprendida por la crudeza de la pregunta. Luego, con calma, le respondió.
—Si crees que acepté tu propuesta porque tengo un historial sexual impresionante, te equivocas. No sé complacer a un hombre. Nunca he estado con uno. Tuve un amor imposible a los 22 años, pero nunca llegamos a tener sexo. Luego, me centré en mi madre y mis estudios. Eso fue todo.
Massimo se quedó en silencio, procesando la información. "Vaya, esto es inesperado," pensó, una sonrisa ladeada asomando en sus labios. Lucía no solo era atractiva, sino que era más compleja de lo que había imaginado.
El mesero llegó en ese momento con la entrada que Massimo había ordenado, pero su mente seguía trabajando, analizando cada palabra que Lucía había dicho. En sus manos, el vaso de vino temblaba levemente, algo que Massimo notó inmediatamente. El detalle no pasó desapercibido para él, y una sonrisa torcida apareció en su rostro. "Es más frágil de lo que parece," pensó.
Después de un largo momento de silencio, Massimo tomó la iniciativa nuevamente. Sabía que había que mantener la presión. No podía dejar que Lucía se sintiera demasiado cómoda.
—Te daré hasta el domingo para que te prepares mentalmente, Lucía. Este es un proceso. Desde ahora, en este mismo instante, soy tu hombre. —Le dijo, sus palabras firmes, casi desafiantes—. El domingo nos vamos a un hotel durante tres días. No te preocupes por el trabajo, ya está todo arreglado.
Lucía lo miró sin decir nada, pero en sus ojos se reflejaba una mezcla de furia y miedo. Massimo sabía que estaba dando un paso crucial, un paso que la pondría en su terreno.
—Hoy solo te pediré dos cosas, Lucía —continuó Massimo, su tono más suave pero igualmente seguro—. La primera: quiero que dejes atrás cualquier resistencia. La segunda: quiero que me permitas probar tus labios.
Lucía no podía dejar de sentir un nudo en el estómago. Había tomado una decisión, una que la atormentaba, pero sabía que no había vuelta atrás. Massimo Ricci no era un hombre fácil de ignorar, y mucho menos de evitar. Con su poder, su arrogancia y su mirada desafiante, lo había dejado claro desde el principio: este era un juego en el que ella no podría salir indemne si no aceptaba las reglas.Pero algo dentro de ella le decía que no tenía opción. Si salía corriendo, él podría hacerle daño de una forma u otra. Y, lo peor, sería la angustia de no poder ver a su madre. Él no lo diría, pero sabía que Massimo, con su poder, podría hacerle la vida aún más difícil. Y eso la aterraba. Con pasos vacilantes, se acercó a él, que estaba sentado en el sofá, observándola con una mirada fija que parecía penetrar más allá de su piel."No puedes rendirte ahora, Lucía," pensó para sí misma. Estaba demasiado involucrada, demasiado comprometida. La única salida era seguir adelante, aunque cada parte de s
Los días después de la cita con Massimo habían sido una mezcla de emociones contradictorias. Lucía no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Aunque se había mantenido firme en su decisión, una parte de ella sentía una constante tensión, como si algo dentro de ella se estuviera preparando para una tormenta. La sensación que había quedado en su piel después de ese encuentro no desaparecía. Massimo Ricci era una presencia que no se olvidaba fácilmente.El domingo llegó con la rapidez de siempre. Lucía sabía que ese día marcaría el inicio de algo que no tenía vuelta atrás. Sabía lo que implicaba aceptar la propuesta de Massimo, aunque su mente intentaba racionalizarlo. Había aceptado, sí, pero lo hacía por su madre, no por él. Aun así, una parte de su ser le decía que era más complicado que eso. Había algo en él que la atraía, algo que no podía explicar.Aquel día, Lucía salió de compras. Quería sentirse bien consigo misma, sentir que, aunque todo estuviera ocurriendo rápidamente
Massimo sabia que la Lucia estaba en el hotel, no habia llegado antes porque tuvo una reunion importante en casa de sus padres, el no era un hombre de rendir cuentas pero cuando su madre trataba de verlo a el le daba gusto complacerla. Asi que paso la tarde con sus padres.Salio de la masion de los Ricci y se dirigio a uno de los hoteles mas lujosos que tenia italia, sin prisa y sin nervios el sabia que ella habia acudido al hotel y hasta que salio de la habitacion y habia cenado, ella habia cumplido con su parte le habia entregado su analitica y la planificacion y los resultados de su visita al ginecologo, asi que comprobo que de verdad seria el unico hombre que va a probar por primera vez semajante mujer. El no se concideraba un hombre feo, es mas piensa que Dios lo premio con tanta belleza, pero esa mujer era innegablemente hermosa y determinada.Con esos pensamientos aparco en el hotel, y se dirigio al bar del tomo un trago de wisky y se retiro a la suit que habia recerbado. Cuand
Lucia se encontraba sentada en el borde de la cama, mirando fijamente la pared de la habitación del hotel. La luz del sol de la mañana entraba tímidamente a través de las cortinas, pero a pesar de la claridad exterior, su mente estaba envuelta en sombras. No era cansancio físico lo que la agobiaba, sino una sensación mucho más profunda, más dolorosa: la vulnerabilidad. La noche anterior había sido un punto de quiebre, un antes y un después que la había dejado expuesta, más de lo que hubiera querido admitir. La frialdad con la que Massimo había manejado todo… cómo la había utilizado sin ningún remordimiento, como una pieza más en su juego.Recordaba perfectamente el momento en que su cuerpo había cedido a la atracción, cuando sus manos, tan firmes y seguras, la habían sostenido, y cómo se había dejado llevar por la pasión que él tan habilidosamente había despertado en ella. Pero, más que el ardor de esa pasión, lo que realmente la desbordaba ahora era la sensación de haberse entregado
Lucia estaba sentada en la silla junto a la ventana, mirando sin ver el ajetreo de la ciudad abajo. Había pasado tres días desde la última vez que vio a Massimo. Tres días para calmarse, para pensar, para intentar recuperar el control de su vida. Pero, al mismo tiempo, sabía que esos días solo habían sido un paréntesis, una tregua antes de lo inevitable.El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su trance, y cuando vio a Massimo entrar, un nudo se formó en su estómago. Su presencia, siempre tan dominante, la hacía sentir pequeña, vulnerable. No podía seguir ignorando lo que él estaba planeando, lo que él quería de ella. Su respiración se aceleró mientras él se acercaba, con esa mirada fija que parecía calarle hasta los huesos.Massimo se detuvo frente a ella, mirándola con esa calma que tanto la irritaba. No le dio tiempo para responder a su presencia. No, él ya sabía lo que tenía que decir. No había sorpresas en su mente. Era todo parte de un guion, un guion que él escribía con ca
Lucia no había tenido tiempo para procesar todo lo que estaba sucediendo. La vida le había dado un giro tan inesperado que aún no lograba asimilarlo. A la mañana siguiente, cuando se levantó y vio la vacía casa de su madre, supo que ya no podía seguir allí. Las decisiones tomadas estaban encaminadas, aunque no podía dejar de sentirse atrapada. Había hecho lo que Massimo le pidió, pero la ansiedad de saber que estaba cambiando su vida de esa forma no la dejaba en paz.Se subió a la guagua Lexus de lujo que Massimo le había entregado, un coche que le pareció una joya en medio de su angustia. Solo tenía 40 años, pero en ese momento sentía como si hubiera perdido parte de sí misma. Al girar la llave del auto y arrancar, la sensación de estar viviendo una pesadilla se apoderó de ella.El apartamento que Massimo le había dado era impresionante. Su tamaño desmesurado y la vista a la ciudad la hicieron sentirse pequeña, como si estuviera en una jaula dorada. Al entrar, la sobriedad del lugar
Lucia llegó al apartamento sintiendo que la opresión comenzaba a tomar forma una vez más. La opulencia del lugar le parecía cada vez más ajena, un espacio que le recordaba lo lejos que se encontraba de la vida que solía tener. Se quitó el abrigo de cuero con rapidez, enrojecida aún por el día de trabajo, y se dirigió al baño. Necesitaba liberarse del estrés acumulado.Tomó una ducha rápida, sintiendo el agua caliente caer sobre su cuerpo. Era un contraste extraño: por un lado, se encontraba en un entorno que le ofrecía todo lo material que pudiera desear, pero por otro, su mente no podía dejar de pensar en lo que había perdido. En lo que había hecho para llegar hasta allí. Se miró al espejo, respirando hondo mientras comenzaba a maquilarse con un toque suave, una rutina que siempre le había dado paz. Se recogió el cabello en una coleta alta, y al verse reflejada en el espejo, recordó con firmeza que todavía era Lucia, aquella mujer fuerte y decidida que siempre había sido.Se acercó a
Lucia abrió la puerta del apartamento con el cansancio de un día largo, pero al mismo tiempo con la sensación de haber experimentado algo tan humano como la necesidad de escapar, aunque solo fuera por unas horas. Pero al cruzar el umbral, se encontró con una atmósfera distinta. Massimo estaba allí, de pie, en medio de la sala, con un vaso de whisky en la mano, que casi parecía más una declaración que una bebida.Llevaba puesto un traje de dos piezas perfectamente cortado, la chaqueta desabotonada en los últimos botones, lo que le daba un aire de desinterés, pero también de control. Sus ojos, esos ojos intensos que parecían leer cada pensamiento de Lucia, se posaron en ella de inmediato. En sus manos, sostenía un par de fotos, y aunque no podía verlas aún, sabía que no eran casualidad.“Buenas noches”, dijo Lucia, tratando de sonar relajada, pero el tono de su voz traicionó un atisbo de incomodidad. No sabía si estaba preparada para la conversación que iba a seguir.Massimo la miró con