Capitulo: 6

Massimo Ricci arrancó su Maserati y se adentró en las estrechas calles de Italia. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, parecía estar más calmada esa noche, pero él no podía dejar de sentir que algo importante se estaba gestando. El suave rugir del motor y el aroma del cuero de su coche lo rodeaban, mientras un perfume exclusivo y sofisticado lo envolvía, como una segunda piel. Con su traje negro perfectamente ajustado, sus zapatos de cuero impecables y el brillo de su Rolex en su muñeca, parecía un hombre que estaba destinado a dominar todo lo que tocara. Y Lucía, la mujer que había entrado en su vida como una tormenta, no sería la excepción.

La noche estaba despejada, y Massimo no aceleró. Sabía que tenía tiempo de sobra, y su mente, siempre calculadora y controlada, se mantenía centrada en la situación que se desarrollaría esa noche. Había algo en Lucía que lo desconcertaba. Esa mujer, tan aparentemente distante, tan disciplinada y decidida, lo estaba desconcertando de una manera que nunca antes había experimentado. Se había preparado para el encuentro, pero sabía que la interacción entre ellos iba a ser única, algo que cambiaría las reglas del juego. Y él, por supuesto, estaba dispuesto a jugar.

Al llegar al restaurante, se estacionó con precisión frente a la entrada. Había elegido Enoteca Pinchiorri, un lugar exclusivo y elegante, donde el ambiente era tan sofisticado como el propio Massimo. Cuando entró, el camarero lo saludó con una ligera inclinación de cabeza y lo condujo a su mesa. Massimo se sentó y pidió una copa de vino. No lo bebió de inmediato, sino que lo dejó reposar en la copa, con la mirada fija en la puerta. Estaba esperando, como un cazador esperando a su presa. No quería parecer ansioso, pero la verdad era que Lucía le interesaba más de lo que había anticipado.

El camarero se retiró discretamente, y Massimo no pudo evitar pensar en la mujer que lo había llevado a ese punto. En su mente, repitió las palabras que le había dicho aquella mañana, su respuesta fría y decidida. "Acepto tu propuesta, pero lo hago por mi madre. No por ti". Eso lo había desconcertado más de lo que quería admitir. ¿Cómo podía alguien tan hermoso, tan ferozmente independiente, estar tan apartada del deseo? Había algo que no entendía, y esa falta de control sobre ella lo intrigaba.

Pasaron diez minutos y, por un momento, pensó que Lucía no llegaría. "Tal vez tiene miedo", pensó Massimo, una sonrisa arrogante cruzando su rostro. Pero justo cuando el reloj marcó las 9, la puerta del restaurante se abrió, y la figura de Lucía apareció en el umbral.

La vio antes de escuchar sus tacones. Su figura alta y elegante se destacó entre la multitud, y Massimo sintió una sacudida en su pecho. El vestido de satén rojo que llevaba ajustado a sus caderas era perfecto, y la espalda descubierta parecía invitarlo a imaginar lo que se ocultaba debajo. La coleta alta que llevaba, elegante y sofisticada, solo acentuaba la fuerza que emanaba de ella. Sus tacones, altos y elegantes, la hacían parecer aún más imponente, más desafiante.

Massimo no pudo evitar pensar en lo impresionante que se veía a pesar de su edad. ¿Cómo lo hacía? A sus 40 años, Lucía parecía ser una mujer completamente diferente, joven, vibrante y llena de una energía inexplicable. Aunque nunca había sido el tipo de hombre que se dejaba llevar por el atractivo físico de una mujer, Lucía desbordaba algo mucho más profundo. Algo que lo atraía.

Se levantó de la silla, observándola mientras avanzaba hacia él. Su sonrisa era cálida, pero su mirada mantenía una distancia calculada, sabiendo que este era un juego en el que ambos tenían un papel definido. Lucía se acercó, y Massimo la recibió con un beso en cada mejilla, su aliento rozando su piel. En ese momento, sus ojos se encontraron, y por un segundo, Massimo se sintió descolocado. Era la presencia de Lucía, tan fuerte, tan decidida, lo que lo hacía perder el control.

—No sabes lo que estás haciendo con solo tu presencia, Lucía —susurró Massimo, su voz baja y grave, cargada de una intensidad que dejaba claro que no estaba jugando.

El aroma a jazmín que la rodeaba lo golpeó como una ráfaga de aire fresco. Esa fragancia tan sutil, tan femenina, lo descolocó por un momento, y cuando se sentó de nuevo, aún podía sentirla en sus sentidos. "Esa mujer es un enigma", pensó. Algo en ella lo retaba, algo que no podía definir pero que, al mismo tiempo, lo atraía de una forma que no estaba dispuesto a admitir.

Massimo le sirvió una copa de vino, y Lucía la aceptó con una leve inclinación de cabeza, sin decir una palabra. El silencio entre ellos no era incómodo, pero sí cargado de tensión. Massimo no perdió tiempo, y su mirada se volvió más firme cuando, de repente, hizo una pregunta directa.

—Quiero que comprendas, Lucía, que este trato no tiene fecha de término. Yo lo decidiré —dijo, su tono autoritario y claro—. Mañana quiero que tengas las analíticas en mi escritorio, y también quiero que hagas una cita con el ginecólogo. No quiero sorpresas.

Lucía lo miró con una mezcla de furia y resignación, pero no dijo nada. Massimo la observaba fijamente, consciente de que había tocado un punto sensible. No le importaba. Esto era un juego de poder, y era claro quién llevaba las riendas.

—¿Cuántas parejas sexuales has tenido? —preguntó sin titubear, como si fuera una pregunta trivial.

Lucía, al principio, se quedó quieta, sorprendida por la crudeza de la pregunta. Luego, con calma, le respondió.

—Si crees que acepté tu propuesta porque tengo un historial sexual impresionante, te equivocas. No sé complacer a un hombre. Nunca he estado con uno. Tuve un amor imposible a los 22 años, pero nunca llegamos a tener sexo. Luego, me centré en mi madre y mis estudios. Eso fue todo.

Massimo se quedó en silencio, procesando la información. "Vaya, esto es inesperado," pensó, una sonrisa ladeada asomando en sus labios. Lucía no solo era atractiva, sino que era más compleja de lo que había imaginado.

El mesero llegó en ese momento con la entrada que Massimo había ordenado, pero su mente seguía trabajando, analizando cada palabra que Lucía había dicho. En sus manos, el vaso de vino temblaba levemente, algo que Massimo notó inmediatamente. El detalle no pasó desapercibido para él, y una sonrisa torcida apareció en su rostro. "Es más frágil de lo que parece," pensó.

Después de un largo momento de silencio, Massimo tomó la iniciativa nuevamente. Sabía que había que mantener la presión. No podía dejar que Lucía se sintiera demasiado cómoda.

—Te daré hasta el domingo para que te prepares mentalmente, Lucía. Este es un proceso. Desde ahora, en este mismo instante, soy tu hombre. —Le dijo, sus palabras firmes, casi desafiantes—. El domingo nos vamos a un hotel durante tres días. No te preocupes por el trabajo, ya está todo arreglado.

Lucía lo miró sin decir nada, pero en sus ojos se reflejaba una mezcla de furia y miedo. Massimo sabía que estaba dando un paso crucial, un paso que la pondría en su terreno.

—Hoy solo te pediré dos cosas, Lucía —continuó Massimo, su tono más suave pero igualmente seguro—. La primera: quiero que dejes atrás cualquier resistencia. La segunda: quiero que me permitas probar tus labios.

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