Lucia se encontraba sentada en el borde de la cama, mirando fijamente la pared de la habitación del hotel. La luz del sol de la mañana entraba tímidamente a través de las cortinas, pero a pesar de la claridad exterior, su mente estaba envuelta en sombras. No era cansancio físico lo que la agobiaba, sino una sensación mucho más profunda, más dolorosa: la vulnerabilidad. La noche anterior había sido un punto de quiebre, un antes y un después que la había dejado expuesta, más de lo que hubiera querido admitir. La frialdad con la que Massimo había manejado todo… cómo la había utilizado sin ningún remordimiento, como una pieza más en su juego.Recordaba perfectamente el momento en que su cuerpo había cedido a la atracción, cuando sus manos, tan firmes y seguras, la habían sostenido, y cómo se había dejado llevar por la pasión que él tan habilidosamente había despertado en ella. Pero, más que el ardor de esa pasión, lo que realmente la desbordaba ahora era la sensación de haberse entregado
Lucia estaba sentada en la silla junto a la ventana, mirando sin ver el ajetreo de la ciudad abajo. Había pasado tres días desde la última vez que vio a Massimo. Tres días para calmarse, para pensar, para intentar recuperar el control de su vida. Pero, al mismo tiempo, sabía que esos días solo habían sido un paréntesis, una tregua antes de lo inevitable.El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su trance, y cuando vio a Massimo entrar, un nudo se formó en su estómago. Su presencia, siempre tan dominante, la hacía sentir pequeña, vulnerable. No podía seguir ignorando lo que él estaba planeando, lo que él quería de ella. Su respiración se aceleró mientras él se acercaba, con esa mirada fija que parecía calarle hasta los huesos.Massimo se detuvo frente a ella, mirándola con esa calma que tanto la irritaba. No le dio tiempo para responder a su presencia. No, él ya sabía lo que tenía que decir. No había sorpresas en su mente. Era todo parte de un guion, un guion que él escribía con ca
Lucia no había tenido tiempo para procesar todo lo que estaba sucediendo. La vida le había dado un giro tan inesperado que aún no lograba asimilarlo. A la mañana siguiente, cuando se levantó y vio la vacía casa de su madre, supo que ya no podía seguir allí. Las decisiones tomadas estaban encaminadas, aunque no podía dejar de sentirse atrapada. Había hecho lo que Massimo le pidió, pero la ansiedad de saber que estaba cambiando su vida de esa forma no la dejaba en paz.Se subió a la guagua Lexus de lujo que Massimo le había entregado, un coche que le pareció una joya en medio de su angustia. Solo tenía 40 años, pero en ese momento sentía como si hubiera perdido parte de sí misma. Al girar la llave del auto y arrancar, la sensación de estar viviendo una pesadilla se apoderó de ella.El apartamento que Massimo le había dado era impresionante. Su tamaño desmesurado y la vista a la ciudad la hicieron sentirse pequeña, como si estuviera en una jaula dorada. Al entrar, la sobriedad del lugar
Lucia llegó al apartamento sintiendo que la opresión comenzaba a tomar forma una vez más. La opulencia del lugar le parecía cada vez más ajena, un espacio que le recordaba lo lejos que se encontraba de la vida que solía tener. Se quitó el abrigo de cuero con rapidez, enrojecida aún por el día de trabajo, y se dirigió al baño. Necesitaba liberarse del estrés acumulado.Tomó una ducha rápida, sintiendo el agua caliente caer sobre su cuerpo. Era un contraste extraño: por un lado, se encontraba en un entorno que le ofrecía todo lo material que pudiera desear, pero por otro, su mente no podía dejar de pensar en lo que había perdido. En lo que había hecho para llegar hasta allí. Se miró al espejo, respirando hondo mientras comenzaba a maquilarse con un toque suave, una rutina que siempre le había dado paz. Se recogió el cabello en una coleta alta, y al verse reflejada en el espejo, recordó con firmeza que todavía era Lucia, aquella mujer fuerte y decidida que siempre había sido.Se acercó a
Lucia abrió la puerta del apartamento con el cansancio de un día largo, pero al mismo tiempo con la sensación de haber experimentado algo tan humano como la necesidad de escapar, aunque solo fuera por unas horas. Pero al cruzar el umbral, se encontró con una atmósfera distinta. Massimo estaba allí, de pie, en medio de la sala, con un vaso de whisky en la mano, que casi parecía más una declaración que una bebida.Llevaba puesto un traje de dos piezas perfectamente cortado, la chaqueta desabotonada en los últimos botones, lo que le daba un aire de desinterés, pero también de control. Sus ojos, esos ojos intensos que parecían leer cada pensamiento de Lucia, se posaron en ella de inmediato. En sus manos, sostenía un par de fotos, y aunque no podía verlas aún, sabía que no eran casualidad.“Buenas noches”, dijo Lucia, tratando de sonar relajada, pero el tono de su voz traicionó un atisbo de incomodidad. No sabía si estaba preparada para la conversación que iba a seguir.Massimo la miró con
Lucia se despertó temprano, sintiendo el cuerpo aún tibio por la noche que había pasado con Massimo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar los momentos compartidos, pero pronto la realidad la llamó de vuelta. Tenía que ir a trabajar.Se arregló rápido, tratando de no pensar demasiado en él. Sabía que si lo hacía, se quedaría atrapada en la fantasía y ahora mismo necesitaba concentrarse. Su día en la oficina transcurrió sin mayores sobresaltos, aunque en el fondo, la imagen de Massimo la rondaba como una sombra persistente. Se sorprendió a sí misma revisando su teléfono con la esperanza de ver un mensaje suyo, pero no había ninguno. Con un suspiro, intentó apartar el pensamiento y centrarse en sus tareas.Al terminar su jornada, en lugar de dirigirse a casa, tomó el camino hacia la casa de su madre. Sabía que la conversación que le esperaba no sería fácil, pero era algo que debía hacer. Su madre siempre había sido protectora, y aunque comprendía su deseo de independencia, seg
Lucia llegó a su apartamento y comenzó a preparar su equipaje con rapidez. No tenía idea de cuánto tiempo estarían en España, ya que Massimo, su jefe y ahora amante, no le había dado detalles. Decidió llevar todo lo que pudiera necesitar: ropa de oficina, vestidos de cóctel, zapatos elegantes y lo esencial para cualquier ocasión inesperada. Se aseguró de incluir sus documentos, cargadores, perfumes y algunos libros para el viaje. Mientras guardaba sus pertenencias, un leve nerviosismo se instaló en su pecho.Al revisar su teléfono, vio un mensaje de Massimo confirmándole la hora de salida y el acceso al jet privado. Lucia suspiró profundamente, mirándose al espejo antes de salir. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer decidida, pero con una ligera inquietud en los ojos. No podía retroceder ahora.Cuando el reloj marcó las ocho en punto, llegó al aeropuerto, donde la esperaba el jet privado de Massimo. Un asistente la recibió amablemente y la condujo al interior de la aeronave.
Lucía permaneció en la entrada de la habitación, sintiendo el calor subirle al rostro mientras sus ojos recorrían la imagen frente a ella. Massimo estaba de pie, con el cabello húmedo cayendo en desorden sobre su frente y una simple toalla ceñida a su cintura. Su piel aún brillaba con rastros de agua, y su postura relajada solo aumentaba su atractivo. Apretó los labios, obligándose a desviar la mirada para no delatarse.—No te quedes ahí. Entra y cierra la puerta —dijo él con su tono grave, sin dejar de mirarla.Lucía respiró hondo y avanzó con pasos medidos, cerrando la puerta detrás de ella. Intentaba actuar con naturalidad, como si su jefe no estuviera semidesnudo frente a ella, pero su cuerpo reaccionaba de otra manera. Su corazón latía acelerado, y un cosquilleo se deslizaba por su piel.—¿Para qué querías verme? —preguntó, cruzando los brazos como si eso pudiera darle algo de seguridad.Massimo se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más, y caminó hacia la mesa donde