Massimo Ricci se reclinó en su silla de cuero negro, con las manos entrelazadas detrás de su cabeza. Estaba solo en su oficina, observando el horizonte desde su ventana de cristal, pero su mente no estaba allí. La vista de la ciudad de Florencia se desdibujaba mientras sus pensamientos volvían a la mujer que acababa de dejar en su despacho.
Lucía… esa mujer que había irrumpido en su vida de una manera que no esperaba. A pesar de todo lo que había logrado a sus 35 años, con el imperio empresarial que había construido a base de decisiones implacables y años de arduo trabajo, había algo en ella que lo sacudía por dentro. Nunca pensó que una mujer de la edad de Lucía podría despertar en él esos deseos primitivos y salvajes que había intentado mantener controlados durante años.
Massimo había sido un hombre cerrado, escéptico en cuanto a las relaciones. Había sufrido la traición de mujeres en el pasado, y eso lo había dejado marcado. En su mundo, las personas eran solo piezas en su ajedrez, y no podía permitirse que nadie lo hiciera vulnerable de nuevo. El amor, para él, era una debilidad que no podía permitirse. Pero Lucía, con su cuerpo esculpido por la naturaleza, su mirada desafiante y su calma bajo presión, lo estaba poniendo a prueba de una manera que no podía controlar.
Pensó en sus curvas, en esa figura que había tenido la osadía de mostrarle sin pudor alguno. Y esos ojos verdes… Esos malditos ojos verdes… Cuando la miraba, veía la guerra y la sumisión, la resistencia y la entrega. Había algo feroz en ella, algo que lo atraía, algo que le decía que esta mujer no se sometería tan fácilmente, pero que quizás, solo quizás, esa feroz independencia en la cama podría ser más placentera de lo que él se imaginaba.
Massimo sonrió de manera fría y calculada, como siempre lo hacía cuando se disponía a hacer algo que sabría que podría desbordar las normas que él mismo se había impuesto. No podía negar que había algo en Lucía que lo desarmaba. No solo quería tenerla, sino también probar lo que realmente había detrás de esa fachada de profesionalidad. Esa mujer tan firme, tan reservada, tan distante… ¿Qué haría cuando la viera perder el control? Se sintió a sí mismo, por primera vez en mucho tiempo, ansioso.
Pero no podía permitirse flaquear. No. Massimo no era un hombre que jugara con los sentimientos de los demás, al menos no con los suyos. Su mundo estaba lleno de negocios, de poder, y de control. No podía permitir que alguien lo distrajera de lo que realmente importaba, especialmente una mujer que no parecía estar dispuesta a someterse a su voluntad sin un precio.
Finalmente, se levantó de su silla con un suspiro y, tras unos segundos de reflexión, decidió que sería mejor ir a su villa. Necesitaba desconectar, tomar un baño largo y relajante, y aclarar la mente. Estaba cansado de que Lucía ocupara tanto espacio en sus pensamientos. Esa mujer le estaba llevando más allá de donde quería estar.
Sabía que esa noche en Enoteca Pinchiorri sería crucial, pero tenía claro que no podía perder más tiempo en juegos. El privado estaba reservado para él, y no podía permitir que nadie, ni siquiera una mujer como Lucía, lo hiciera titubear.
Se quitó el traje, dejando que sus pensamientos fluyeran mientras se preparaba para irse. Cada paso era un recordatorio de lo lejos que había llegado, pero también de lo que estaba dispuesto a hacer. Esa noche, Lucía aceptaría su propuesta. Y aunque Massimo no confiaba en que lo hacía por él, sabía que conseguiría lo que quería. Después de todo, en su mundo, las mujeres siempre jugaban bajo sus reglas, aunque algunas, como Lucía, parecieran tener la capacidad de hacerle perder el control.
Sin embargo, mientras se dirigía a su villa, una sensación extraña lo invadió. ¿Estaba buscando algo más que simplemente poseerla? ¿Era posible que, en lo más profundo, aún pudiera sentir algo más que una simple atracción? Sabía que no lo permitiría. No. Pero, en ese instante, el deseo de domar a Lucía se apoderó de él como nunca antes.
Al llegar a su villa, Massimo se sumió en el agua caliente de su baño. Mientras cerraba los ojos, la imagen de Lucía seguía rondando su mente. La fiera. La mujer que no sabe que, al final, seré yo quien la domine.
Massimo Ricci arrancó su Maserati y se adentró en las estrechas calles de Italia. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, parecía estar más calmada esa noche, pero él no podía dejar de sentir que algo importante se estaba gestando. El suave rugir del motor y el aroma del cuero de su coche lo rodeaban, mientras un perfume exclusivo y sofisticado lo envolvía, como una segunda piel. Con su traje negro perfectamente ajustado, sus zapatos de cuero impecables y el brillo de su Rolex en su muñeca, parecía un hombre que estaba destinado a dominar todo lo que tocara. Y Lucía, la mujer que había entrado en su vida como una tormenta, no sería la excepción.La noche estaba despejada, y Massimo no aceleró. Sabía que tenía tiempo de sobra, y su mente, siempre calculadora y controlada, se mantenía centrada en la situación que se desarrollaría esa noche. Había algo en Lucía que lo desconcertaba. Esa mujer, tan aparentemente distante, tan disciplinada y decidida, lo estaba desconcertando de una m
Lucía no podía dejar de sentir un nudo en el estómago. Había tomado una decisión, una que la atormentaba, pero sabía que no había vuelta atrás. Massimo Ricci no era un hombre fácil de ignorar, y mucho menos de evitar. Con su poder, su arrogancia y su mirada desafiante, lo había dejado claro desde el principio: este era un juego en el que ella no podría salir indemne si no aceptaba las reglas.Pero algo dentro de ella le decía que no tenía opción. Si salía corriendo, él podría hacerle daño de una forma u otra. Y, lo peor, sería la angustia de no poder ver a su madre. Él no lo diría, pero sabía que Massimo, con su poder, podría hacerle la vida aún más difícil. Y eso la aterraba. Con pasos vacilantes, se acercó a él, que estaba sentado en el sofá, observándola con una mirada fija que parecía penetrar más allá de su piel."No puedes rendirte ahora, Lucía," pensó para sí misma. Estaba demasiado involucrada, demasiado comprometida. La única salida era seguir adelante, aunque cada parte de s
Los días después de la cita con Massimo habían sido una mezcla de emociones contradictorias. Lucía no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Aunque se había mantenido firme en su decisión, una parte de ella sentía una constante tensión, como si algo dentro de ella se estuviera preparando para una tormenta. La sensación que había quedado en su piel después de ese encuentro no desaparecía. Massimo Ricci era una presencia que no se olvidaba fácilmente.El domingo llegó con la rapidez de siempre. Lucía sabía que ese día marcaría el inicio de algo que no tenía vuelta atrás. Sabía lo que implicaba aceptar la propuesta de Massimo, aunque su mente intentaba racionalizarlo. Había aceptado, sí, pero lo hacía por su madre, no por él. Aun así, una parte de su ser le decía que era más complicado que eso. Había algo en él que la atraía, algo que no podía explicar.Aquel día, Lucía salió de compras. Quería sentirse bien consigo misma, sentir que, aunque todo estuviera ocurriendo rápidamente
Massimo sabia que la Lucia estaba en el hotel, no habia llegado antes porque tuvo una reunion importante en casa de sus padres, el no era un hombre de rendir cuentas pero cuando su madre trataba de verlo a el le daba gusto complacerla. Asi que paso la tarde con sus padres.Salio de la masion de los Ricci y se dirigio a uno de los hoteles mas lujosos que tenia italia, sin prisa y sin nervios el sabia que ella habia acudido al hotel y hasta que salio de la habitacion y habia cenado, ella habia cumplido con su parte le habia entregado su analitica y la planificacion y los resultados de su visita al ginecologo, asi que comprobo que de verdad seria el unico hombre que va a probar por primera vez semajante mujer. El no se concideraba un hombre feo, es mas piensa que Dios lo premio con tanta belleza, pero esa mujer era innegablemente hermosa y determinada.Con esos pensamientos aparco en el hotel, y se dirigio al bar del tomo un trago de wisky y se retiro a la suit que habia recerbado. Cuand
Lucia se encontraba sentada en el borde de la cama, mirando fijamente la pared de la habitación del hotel. La luz del sol de la mañana entraba tímidamente a través de las cortinas, pero a pesar de la claridad exterior, su mente estaba envuelta en sombras. No era cansancio físico lo que la agobiaba, sino una sensación mucho más profunda, más dolorosa: la vulnerabilidad. La noche anterior había sido un punto de quiebre, un antes y un después que la había dejado expuesta, más de lo que hubiera querido admitir. La frialdad con la que Massimo había manejado todo… cómo la había utilizado sin ningún remordimiento, como una pieza más en su juego.Recordaba perfectamente el momento en que su cuerpo había cedido a la atracción, cuando sus manos, tan firmes y seguras, la habían sostenido, y cómo se había dejado llevar por la pasión que él tan habilidosamente había despertado en ella. Pero, más que el ardor de esa pasión, lo que realmente la desbordaba ahora era la sensación de haberse entregado
Lucia estaba sentada en la silla junto a la ventana, mirando sin ver el ajetreo de la ciudad abajo. Había pasado tres días desde la última vez que vio a Massimo. Tres días para calmarse, para pensar, para intentar recuperar el control de su vida. Pero, al mismo tiempo, sabía que esos días solo habían sido un paréntesis, una tregua antes de lo inevitable.El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su trance, y cuando vio a Massimo entrar, un nudo se formó en su estómago. Su presencia, siempre tan dominante, la hacía sentir pequeña, vulnerable. No podía seguir ignorando lo que él estaba planeando, lo que él quería de ella. Su respiración se aceleró mientras él se acercaba, con esa mirada fija que parecía calarle hasta los huesos.Massimo se detuvo frente a ella, mirándola con esa calma que tanto la irritaba. No le dio tiempo para responder a su presencia. No, él ya sabía lo que tenía que decir. No había sorpresas en su mente. Era todo parte de un guion, un guion que él escribía con ca
Lucia no había tenido tiempo para procesar todo lo que estaba sucediendo. La vida le había dado un giro tan inesperado que aún no lograba asimilarlo. A la mañana siguiente, cuando se levantó y vio la vacía casa de su madre, supo que ya no podía seguir allí. Las decisiones tomadas estaban encaminadas, aunque no podía dejar de sentirse atrapada. Había hecho lo que Massimo le pidió, pero la ansiedad de saber que estaba cambiando su vida de esa forma no la dejaba en paz.Se subió a la guagua Lexus de lujo que Massimo le había entregado, un coche que le pareció una joya en medio de su angustia. Solo tenía 40 años, pero en ese momento sentía como si hubiera perdido parte de sí misma. Al girar la llave del auto y arrancar, la sensación de estar viviendo una pesadilla se apoderó de ella.El apartamento que Massimo le había dado era impresionante. Su tamaño desmesurado y la vista a la ciudad la hicieron sentirse pequeña, como si estuviera en una jaula dorada. Al entrar, la sobriedad del lugar
Lucia llegó al apartamento sintiendo que la opresión comenzaba a tomar forma una vez más. La opulencia del lugar le parecía cada vez más ajena, un espacio que le recordaba lo lejos que se encontraba de la vida que solía tener. Se quitó el abrigo de cuero con rapidez, enrojecida aún por el día de trabajo, y se dirigió al baño. Necesitaba liberarse del estrés acumulado.Tomó una ducha rápida, sintiendo el agua caliente caer sobre su cuerpo. Era un contraste extraño: por un lado, se encontraba en un entorno que le ofrecía todo lo material que pudiera desear, pero por otro, su mente no podía dejar de pensar en lo que había perdido. En lo que había hecho para llegar hasta allí. Se miró al espejo, respirando hondo mientras comenzaba a maquilarse con un toque suave, una rutina que siempre le había dado paz. Se recogió el cabello en una coleta alta, y al verse reflejada en el espejo, recordó con firmeza que todavía era Lucia, aquella mujer fuerte y decidida que siempre había sido.Se acercó a