Capitulo: 5

Massimo Ricci se reclinó en su silla de cuero negro, con las manos entrelazadas detrás de su cabeza. Estaba solo en su oficina, observando el horizonte desde su ventana de cristal, pero su mente no estaba allí. La vista de la ciudad de Florencia se desdibujaba mientras sus pensamientos volvían a la mujer que acababa de dejar en su despacho.

Lucía… esa mujer que había irrumpido en su vida de una manera que no esperaba. A pesar de todo lo que había logrado a sus 35 años, con el imperio empresarial que había construido a base de decisiones implacables y años de arduo trabajo, había algo en ella que lo sacudía por dentro. Nunca pensó que una mujer de la edad de Lucía podría despertar en él esos deseos primitivos y salvajes que había intentado mantener controlados durante años.

Massimo había sido un hombre cerrado, escéptico en cuanto a las relaciones. Había sufrido la traición de mujeres en el pasado, y eso lo había dejado marcado. En su mundo, las personas eran solo piezas en su ajedrez, y no podía permitirse que nadie lo hiciera vulnerable de nuevo. El amor, para él, era una debilidad que no podía permitirse. Pero Lucía, con su cuerpo esculpido por la naturaleza, su mirada desafiante y su calma bajo presión, lo estaba poniendo a prueba de una manera que no podía controlar.

Pensó en sus curvas, en esa figura que había tenido la osadía de mostrarle sin pudor alguno. Y esos ojos verdes… Esos malditos ojos verdes… Cuando la miraba, veía la guerra y la sumisión, la resistencia y la entrega. Había algo feroz en ella, algo que lo atraía, algo que le decía que esta mujer no se sometería tan fácilmente, pero que quizás, solo quizás, esa feroz independencia en la cama podría ser más placentera de lo que él se imaginaba.

Massimo sonrió de manera fría y calculada, como siempre lo hacía cuando se disponía a hacer algo que sabría que podría desbordar las normas que él mismo se había impuesto. No podía negar que había algo en Lucía que lo desarmaba. No solo quería tenerla, sino también probar lo que realmente había detrás de esa fachada de profesionalidad. Esa mujer tan firme, tan reservada, tan distante… ¿Qué haría cuando la viera perder el control? Se sintió a sí mismo, por primera vez en mucho tiempo, ansioso.

Pero no podía permitirse flaquear. No. Massimo no era un hombre que jugara con los sentimientos de los demás, al menos no con los suyos. Su mundo estaba lleno de negocios, de poder, y de control. No podía permitir que alguien lo distrajera de lo que realmente importaba, especialmente una mujer que no parecía estar dispuesta a someterse a su voluntad sin un precio.

Finalmente, se levantó de su silla con un suspiro y, tras unos segundos de reflexión, decidió que sería mejor ir a su villa. Necesitaba desconectar, tomar un baño largo y relajante, y aclarar la mente. Estaba cansado de que Lucía ocupara tanto espacio en sus pensamientos. Esa mujer le estaba llevando más allá de donde quería estar.

Sabía que esa noche en Enoteca Pinchiorri sería crucial, pero tenía claro que no podía perder más tiempo en juegos. El privado estaba reservado para él, y no podía permitir que nadie, ni siquiera una mujer como Lucía, lo hiciera titubear.

Se quitó el traje, dejando que sus pensamientos fluyeran mientras se preparaba para irse. Cada paso era un recordatorio de lo lejos que había llegado, pero también de lo que estaba dispuesto a hacer. Esa noche, Lucía aceptaría su propuesta. Y aunque Massimo no confiaba en que lo hacía por él, sabía que conseguiría lo que quería. Después de todo, en su mundo, las mujeres siempre jugaban bajo sus reglas, aunque algunas, como Lucía, parecieran tener la capacidad de hacerle perder el control.

Sin embargo, mientras se dirigía a su villa, una sensación extraña lo invadió. ¿Estaba buscando algo más que simplemente poseerla? ¿Era posible que, en lo más profundo, aún pudiera sentir algo más que una simple atracción? Sabía que no lo permitiría. No. Pero, en ese instante, el deseo de domar a Lucía se apoderó de él como nunca antes.

Al llegar a su villa, Massimo se sumió en el agua caliente de su baño. Mientras cerraba los ojos, la imagen de Lucía seguía rondando su mente. La fiera. La mujer que no sabe que, al final, seré yo quien la domine.

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