Capitulo: 4

El sonido del teléfono resonó en su bolso, pero Lucía no lo miró. Estaba a punto de entrar al hospital, con el corazón pesado y la mente atrapada en la misma batalla que había tenido durante los últimos días. A medida que cruzaba el pasillo del hospital, sus pasos se aceleraban, como si en algún rincón de su alma supiera que ese sería un día crucial. Hoy tenía que tomar una decisión.

Al llegar a la habitación de su madre, la visión que encontró la dejó helada. Doña Carmen seguía tan débil, con los ojos cerrados y la piel pálida, respirando con dificultad. Lucía se acercó lentamente a la cama, acariciando la mano de su madre con delicadeza, como si eso pudiera devolverle algo de vitalidad. La enfermera que estaba al lado de la cama la observó con una mirada de comprensión, pero también con tristeza.

—Lucía, su estado es grave… —la enfermera susurró, sabiendo lo que eso implicaba. — Necesita cuidados inmediatos. El costo de la hospitalización sigue aumentando.

Lucía cerró los ojos, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir. El rostro de su madre, tan vulnerable, le recordaba lo que estaba en juego. El reloj estaba corriendo, y ella ya no podía seguir buscando formas de conseguir el dinero. Massimo había dejado claro que el tiempo se agotaba. Su madre no podía esperar más, y ella… Ella no iba a perderla por orgullo.

Sintiéndose derrotada, Lucía se levantó de la silla y salió de la habitación. La última mirada que le dio a su madre estaba cargada de impotencia, pero también de determinación. No podía más. Tenía que aceptar la oferta de Massimo, aunque su orgullo le ardiera. Sabía que él esperaba algo a cambio, pero en ese momento, el bienestar de su madre era lo único que importaba. No podía permitir que la vida de la mujer que la había criado se apagara por falta de dinero.

En el camino de regreso a la empresa, Lucía no podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de hacer. La decisión la estaba quemando por dentro. Sabía que Massimo no lo haría por ella, sino por el control que tenía sobre su vida. Pero no le quedaba opción. Al llegar al edificio, miró la hora: las 4 de la tarde. Massimo aún no había llegado. Esto no la sorprendió. Sabía que él seguía su propio horario, y probablemente, él también estaba jugando su propio juego.

Se dirigió a su oficina, se sentó en su escritorio y comenzó a revisar unos papeles que no le interesaban en absoluto. Su mente seguía atrapada en la propuesta de Massimo, en lo que significaría aceptar su oferta. Al cabo de unos minutos, el sonido de unos pasos resonó en el pasillo. Lucía levantó la vista, y ahí estaba él, Massimo Ricci, entrando con su porte arrogante y esa mirada que parecía devorar todo a su alrededor.

Lucía no lo miró de inmediato. Fingió estar ocupada, pero sabía que él la estaba observando con atención. Pasaron unos minutos de silencio, hasta que Massimo, con una sonrisa ladeada, habló.

—¿Has tomado una decisión, Lucía? —dijo, con voz grave, acercándose a su escritorio.

Ella lo miró finalmente, sin rodeos. Ya no había tiempo para dudar, y no pensaba ceder ante su manipulación. Decidida, y con la mente fija en lo que tenía que hacer, se levantó.

—He tomado una decisión, señor Ricci —dijo con calma, pero con firmeza. — Acepto su propuesta. Pero quiero que sepa que lo hago por mi madre. No por usted ni por ningún deseo que usted pueda pensar que tengo.

Massimo la observó en silencio por unos segundos. Su expresión cambió ligeramente, y pudo ver que había algo en sus ojos que no podía identificar. Tal vez era sorpresa, tal vez interés. Pero lo que más le chocaba era lo bella que se veía Lucía en ese momento. Incluso con la rabia contenida en su voz, ella parecía tan impresionante, tan poderosa… algo que Massimo no podía dejar de notar.

—Eres una gatita que tengo que domar, Lucía —dijo, su voz baja, casi susurrada, pero cargada de una seguridad inquietante.

Lucía lo miró fijamente, sin ceder a su juego. No estaba allí para ser domada. Tenía algo más grande en mente. Sin embargo, la tensión entre ellos era palpable, un aire cargado de deseos reprimidos y poder.

—Pero por ahora, dame el número de la cuenta de la clínica. Quiero hacer el pago de inmediato.

Lucía no vaciló. Tomó su teléfono y le pasó el número de cuenta de la clínica. Massimo, con su característica eficiencia, sacó su teléfono móvil y en pocos segundos, ya estaba haciendo la transferencia. Ella observó en silencio mientras él completaba el proceso, sabiendo que la única razón por la que lo hacía era porque él quería asegurarse de que su palabra tuviera peso. No importaba cuánto lo odiara por su manipulación; necesitaba esa ayuda, y él le estaba ofreciendo lo que pedía.

—Aquí tienes —le dijo Massimo, mostrándole el comprobante de pago en su pantalla. Lucía lo miró brevemente, agradecida, pero sin mostrar demasiada emoción. Había hecho lo que tenía que hacer. Ahora, lo único que le quedaba era salir de ese lugar.

Cuando se levantó para irse, Massimo la detuvo con una última frase.

—Te espero en el restaurante Enoteca Pinchiorri, a las 9 de la noche —le dijo, con esa sonrisa arrogante que le sacaba chispas de rabia a Lucía.

Lucía lo miró con desdén, pero no dijo nada. Sabía que no tenía otra opción. Asintió, pero sus tacones resonaron en el piso como una declaración de guerra mientras se dirigía hacia la puerta. Cada paso, cada sonido, era la manifestación de su rabia contenida. No iba a ceder a sus reglas. Pero esta noche, lo haría por su madre.

Con el sonido de sus tacones desapareciendo por el pasillo, Massimo se quedó mirando su figura. Sabía que la noche apenas comenzaba, y aunque había logrado lo que quería, también sabía que Lucía estaba jugando su propio juego. ¿Hasta dónde llegarían las apuestas entre ellos?

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