El sonido del teléfono resonó en su bolso, pero Lucía no lo miró. Estaba a punto de entrar al hospital, con el corazón pesado y la mente atrapada en la misma batalla que había tenido durante los últimos días. A medida que cruzaba el pasillo del hospital, sus pasos se aceleraban, como si en algún rincón de su alma supiera que ese sería un día crucial. Hoy tenía que tomar una decisión.
Al llegar a la habitación de su madre, la visión que encontró la dejó helada. Doña Carmen seguía tan débil, con los ojos cerrados y la piel pálida, respirando con dificultad. Lucía se acercó lentamente a la cama, acariciando la mano de su madre con delicadeza, como si eso pudiera devolverle algo de vitalidad. La enfermera que estaba al lado de la cama la observó con una mirada de comprensión, pero también con tristeza.
—Lucía, su estado es grave… —la enfermera susurró, sabiendo lo que eso implicaba. — Necesita cuidados inmediatos. El costo de la hospitalización sigue aumentando.
Lucía cerró los ojos, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir. El rostro de su madre, tan vulnerable, le recordaba lo que estaba en juego. El reloj estaba corriendo, y ella ya no podía seguir buscando formas de conseguir el dinero. Massimo había dejado claro que el tiempo se agotaba. Su madre no podía esperar más, y ella… Ella no iba a perderla por orgullo.
Sintiéndose derrotada, Lucía se levantó de la silla y salió de la habitación. La última mirada que le dio a su madre estaba cargada de impotencia, pero también de determinación. No podía más. Tenía que aceptar la oferta de Massimo, aunque su orgullo le ardiera. Sabía que él esperaba algo a cambio, pero en ese momento, el bienestar de su madre era lo único que importaba. No podía permitir que la vida de la mujer que la había criado se apagara por falta de dinero.
En el camino de regreso a la empresa, Lucía no podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de hacer. La decisión la estaba quemando por dentro. Sabía que Massimo no lo haría por ella, sino por el control que tenía sobre su vida. Pero no le quedaba opción. Al llegar al edificio, miró la hora: las 4 de la tarde. Massimo aún no había llegado. Esto no la sorprendió. Sabía que él seguía su propio horario, y probablemente, él también estaba jugando su propio juego.
Se dirigió a su oficina, se sentó en su escritorio y comenzó a revisar unos papeles que no le interesaban en absoluto. Su mente seguía atrapada en la propuesta de Massimo, en lo que significaría aceptar su oferta. Al cabo de unos minutos, el sonido de unos pasos resonó en el pasillo. Lucía levantó la vista, y ahí estaba él, Massimo Ricci, entrando con su porte arrogante y esa mirada que parecía devorar todo a su alrededor.
Lucía no lo miró de inmediato. Fingió estar ocupada, pero sabía que él la estaba observando con atención. Pasaron unos minutos de silencio, hasta que Massimo, con una sonrisa ladeada, habló.
—¿Has tomado una decisión, Lucía? —dijo, con voz grave, acercándose a su escritorio.
Ella lo miró finalmente, sin rodeos. Ya no había tiempo para dudar, y no pensaba ceder ante su manipulación. Decidida, y con la mente fija en lo que tenía que hacer, se levantó.
—He tomado una decisión, señor Ricci —dijo con calma, pero con firmeza. — Acepto su propuesta. Pero quiero que sepa que lo hago por mi madre. No por usted ni por ningún deseo que usted pueda pensar que tengo.
Massimo la observó en silencio por unos segundos. Su expresión cambió ligeramente, y pudo ver que había algo en sus ojos que no podía identificar. Tal vez era sorpresa, tal vez interés. Pero lo que más le chocaba era lo bella que se veía Lucía en ese momento. Incluso con la rabia contenida en su voz, ella parecía tan impresionante, tan poderosa… algo que Massimo no podía dejar de notar.
—Eres una gatita que tengo que domar, Lucía —dijo, su voz baja, casi susurrada, pero cargada de una seguridad inquietante.
Lucía lo miró fijamente, sin ceder a su juego. No estaba allí para ser domada. Tenía algo más grande en mente. Sin embargo, la tensión entre ellos era palpable, un aire cargado de deseos reprimidos y poder.
—Pero por ahora, dame el número de la cuenta de la clínica. Quiero hacer el pago de inmediato.
Lucía no vaciló. Tomó su teléfono y le pasó el número de cuenta de la clínica. Massimo, con su característica eficiencia, sacó su teléfono móvil y en pocos segundos, ya estaba haciendo la transferencia. Ella observó en silencio mientras él completaba el proceso, sabiendo que la única razón por la que lo hacía era porque él quería asegurarse de que su palabra tuviera peso. No importaba cuánto lo odiara por su manipulación; necesitaba esa ayuda, y él le estaba ofreciendo lo que pedía.
—Aquí tienes —le dijo Massimo, mostrándole el comprobante de pago en su pantalla. Lucía lo miró brevemente, agradecida, pero sin mostrar demasiada emoción. Había hecho lo que tenía que hacer. Ahora, lo único que le quedaba era salir de ese lugar.
Cuando se levantó para irse, Massimo la detuvo con una última frase.
—Te espero en el restaurante Enoteca Pinchiorri, a las 9 de la noche —le dijo, con esa sonrisa arrogante que le sacaba chispas de rabia a Lucía.
Lucía lo miró con desdén, pero no dijo nada. Sabía que no tenía otra opción. Asintió, pero sus tacones resonaron en el piso como una declaración de guerra mientras se dirigía hacia la puerta. Cada paso, cada sonido, era la manifestación de su rabia contenida. No iba a ceder a sus reglas. Pero esta noche, lo haría por su madre.
Con el sonido de sus tacones desapareciendo por el pasillo, Massimo se quedó mirando su figura. Sabía que la noche apenas comenzaba, y aunque había logrado lo que quería, también sabía que Lucía estaba jugando su propio juego. ¿Hasta dónde llegarían las apuestas entre ellos?
Massimo Ricci se reclinó en su silla de cuero negro, con las manos entrelazadas detrás de su cabeza. Estaba solo en su oficina, observando el horizonte desde su ventana de cristal, pero su mente no estaba allí. La vista de la ciudad de Florencia se desdibujaba mientras sus pensamientos volvían a la mujer que acababa de dejar en su despacho.Lucía… esa mujer que había irrumpido en su vida de una manera que no esperaba. A pesar de todo lo que había logrado a sus 35 años, con el imperio empresarial que había construido a base de decisiones implacables y años de arduo trabajo, había algo en ella que lo sacudía por dentro. Nunca pensó que una mujer de la edad de Lucía podría despertar en él esos deseos primitivos y salvajes que había intentado mantener controlados durante años.Massimo había sido un hombre cerrado, escéptico en cuanto a las relaciones. Había sufrido la traición de mujeres en el pasado, y eso lo había dejado marcado. En su mundo, las personas eran solo piezas en su ajedrez,
Massimo Ricci arrancó su Maserati y se adentró en las estrechas calles de Italia. La ciudad, siempre vibrante y llena de vida, parecía estar más calmada esa noche, pero él no podía dejar de sentir que algo importante se estaba gestando. El suave rugir del motor y el aroma del cuero de su coche lo rodeaban, mientras un perfume exclusivo y sofisticado lo envolvía, como una segunda piel. Con su traje negro perfectamente ajustado, sus zapatos de cuero impecables y el brillo de su Rolex en su muñeca, parecía un hombre que estaba destinado a dominar todo lo que tocara. Y Lucía, la mujer que había entrado en su vida como una tormenta, no sería la excepción.La noche estaba despejada, y Massimo no aceleró. Sabía que tenía tiempo de sobra, y su mente, siempre calculadora y controlada, se mantenía centrada en la situación que se desarrollaría esa noche. Había algo en Lucía que lo desconcertaba. Esa mujer, tan aparentemente distante, tan disciplinada y decidida, lo estaba desconcertando de una m
Lucía no podía dejar de sentir un nudo en el estómago. Había tomado una decisión, una que la atormentaba, pero sabía que no había vuelta atrás. Massimo Ricci no era un hombre fácil de ignorar, y mucho menos de evitar. Con su poder, su arrogancia y su mirada desafiante, lo había dejado claro desde el principio: este era un juego en el que ella no podría salir indemne si no aceptaba las reglas.Pero algo dentro de ella le decía que no tenía opción. Si salía corriendo, él podría hacerle daño de una forma u otra. Y, lo peor, sería la angustia de no poder ver a su madre. Él no lo diría, pero sabía que Massimo, con su poder, podría hacerle la vida aún más difícil. Y eso la aterraba. Con pasos vacilantes, se acercó a él, que estaba sentado en el sofá, observándola con una mirada fija que parecía penetrar más allá de su piel."No puedes rendirte ahora, Lucía," pensó para sí misma. Estaba demasiado involucrada, demasiado comprometida. La única salida era seguir adelante, aunque cada parte de s
Los días después de la cita con Massimo habían sido una mezcla de emociones contradictorias. Lucía no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Aunque se había mantenido firme en su decisión, una parte de ella sentía una constante tensión, como si algo dentro de ella se estuviera preparando para una tormenta. La sensación que había quedado en su piel después de ese encuentro no desaparecía. Massimo Ricci era una presencia que no se olvidaba fácilmente.El domingo llegó con la rapidez de siempre. Lucía sabía que ese día marcaría el inicio de algo que no tenía vuelta atrás. Sabía lo que implicaba aceptar la propuesta de Massimo, aunque su mente intentaba racionalizarlo. Había aceptado, sí, pero lo hacía por su madre, no por él. Aun así, una parte de su ser le decía que era más complicado que eso. Había algo en él que la atraía, algo que no podía explicar.Aquel día, Lucía salió de compras. Quería sentirse bien consigo misma, sentir que, aunque todo estuviera ocurriendo rápidamente
Massimo sabia que la Lucia estaba en el hotel, no habia llegado antes porque tuvo una reunion importante en casa de sus padres, el no era un hombre de rendir cuentas pero cuando su madre trataba de verlo a el le daba gusto complacerla. Asi que paso la tarde con sus padres.Salio de la masion de los Ricci y se dirigio a uno de los hoteles mas lujosos que tenia italia, sin prisa y sin nervios el sabia que ella habia acudido al hotel y hasta que salio de la habitacion y habia cenado, ella habia cumplido con su parte le habia entregado su analitica y la planificacion y los resultados de su visita al ginecologo, asi que comprobo que de verdad seria el unico hombre que va a probar por primera vez semajante mujer. El no se concideraba un hombre feo, es mas piensa que Dios lo premio con tanta belleza, pero esa mujer era innegablemente hermosa y determinada.Con esos pensamientos aparco en el hotel, y se dirigio al bar del tomo un trago de wisky y se retiro a la suit que habia recerbado. Cuand
Lucia se encontraba sentada en el borde de la cama, mirando fijamente la pared de la habitación del hotel. La luz del sol de la mañana entraba tímidamente a través de las cortinas, pero a pesar de la claridad exterior, su mente estaba envuelta en sombras. No era cansancio físico lo que la agobiaba, sino una sensación mucho más profunda, más dolorosa: la vulnerabilidad. La noche anterior había sido un punto de quiebre, un antes y un después que la había dejado expuesta, más de lo que hubiera querido admitir. La frialdad con la que Massimo había manejado todo… cómo la había utilizado sin ningún remordimiento, como una pieza más en su juego.Recordaba perfectamente el momento en que su cuerpo había cedido a la atracción, cuando sus manos, tan firmes y seguras, la habían sostenido, y cómo se había dejado llevar por la pasión que él tan habilidosamente había despertado en ella. Pero, más que el ardor de esa pasión, lo que realmente la desbordaba ahora era la sensación de haberse entregado
Lucia estaba sentada en la silla junto a la ventana, mirando sin ver el ajetreo de la ciudad abajo. Había pasado tres días desde la última vez que vio a Massimo. Tres días para calmarse, para pensar, para intentar recuperar el control de su vida. Pero, al mismo tiempo, sabía que esos días solo habían sido un paréntesis, una tregua antes de lo inevitable.El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su trance, y cuando vio a Massimo entrar, un nudo se formó en su estómago. Su presencia, siempre tan dominante, la hacía sentir pequeña, vulnerable. No podía seguir ignorando lo que él estaba planeando, lo que él quería de ella. Su respiración se aceleró mientras él se acercaba, con esa mirada fija que parecía calarle hasta los huesos.Massimo se detuvo frente a ella, mirándola con esa calma que tanto la irritaba. No le dio tiempo para responder a su presencia. No, él ya sabía lo que tenía que decir. No había sorpresas en su mente. Era todo parte de un guion, un guion que él escribía con ca
Lucia no había tenido tiempo para procesar todo lo que estaba sucediendo. La vida le había dado un giro tan inesperado que aún no lograba asimilarlo. A la mañana siguiente, cuando se levantó y vio la vacía casa de su madre, supo que ya no podía seguir allí. Las decisiones tomadas estaban encaminadas, aunque no podía dejar de sentirse atrapada. Había hecho lo que Massimo le pidió, pero la ansiedad de saber que estaba cambiando su vida de esa forma no la dejaba en paz.Se subió a la guagua Lexus de lujo que Massimo le había entregado, un coche que le pareció una joya en medio de su angustia. Solo tenía 40 años, pero en ese momento sentía como si hubiera perdido parte de sí misma. Al girar la llave del auto y arrancar, la sensación de estar viviendo una pesadilla se apoderó de ella.El apartamento que Massimo le había dado era impresionante. Su tamaño desmesurado y la vista a la ciudad la hicieron sentirse pequeña, como si estuviera en una jaula dorada. Al entrar, la sobriedad del lugar