Capítulo 4: La culpa

No nos confundamos.

A Noah, ni por asomo se le está saliendo el padre protector de aquel hijo que no es suyo. En su mente sólo hay culpa porque él sentó con demasiada brusquedad a Elena en la silla y piensa que es su responsabilidad el hecho de que ella esté perdiendo a su hijo en ese momento.

—Por favor, Chiquita… No me hagas esto —dice él con la voz llena de angustia.

Diez minutos después entran paramédicos apresuradamente para atender a Elena y en cuanto él les dice que está embarazada, la suben con mucho cuidado a la camilla y se la llevan de allí.

Fuera del edificio, Enrique los alcanza y en cuanto el paramédico se gira para preguntar quién irá con ella, Noah no se demora nada en decir que él la acompañará.

—¿Y usted es…? —le pregunta el hombre con una ceja levantada y Noah en ese momento, como no piensa con claridad, responde sin darse cuenta de lo que eso significaría sino hasta unas horas después.

—El padre de su hijo… —lo dejan subir y en ese momento Enrique empuña las manos. Todo aquel teatro de que él no era el padre sólo era una treta para zafar de su responsabilidad y no tener que casarse, pero ya lo escucharía.

Luego de preguntar a dónde la trasladarían, Enrique se sube a su auto y parte con rumbo al hospital, y teniendo los peores pensamientos en el momento, porque para él, lo mejor sería que su hija perdiera aquel bebé.

Cuando llegan al hospital, la bajan rápidamente y Noah trata de seguirlos, pero una enfermera lo detiene a mitad del camino y le dice que debe esperar en aquella salita a que le den alguna información mientras le entrega una tabla en donde debe llenar los datos de Elena.

Va colocando cada uno de los datos que conoce, sólo la identificación es lo que no logra proporcionar, pero sabe todo de ella, cirugías, alergias y reacciones a los medicamentos, diez años en aquella familia y siendo amigo de ella, por supuesto que conoce todo… Pero aún así no está dispuesto a dejarse manipular por Elena.

En la mente de Noah, Elena debe decir la verdad lo antes posible.

Firma como tutor y le pide a la enfermera que por favor hagan lo que sea para salvarla a ella y a su bebé. La mujer asiente y lo deja solo, de pie y mirando la puerta por donde la han ingresado. Se pasa las manos por el cabello y se deja caer en una de las sillas apoyando sus codos en sus rodillas y enterrando la cabeza entre sus manos.

—¿Cómo pudiste olvidar que era ella? —se recrimina muy bajito—. Si ella siempre fue tu Chiquita e intocable.

Minutos después logra ver frente a él los zapatos de alguien y cuando levanta la mirada, toda su preocupación desaparece de su rostro y se pone de pie con una expresión mucho más desagradable.

—Mira, muchachito, no sé a qué estás jugando tú, pero…

—Pero nada. Sé perfectamente que permitió que su esposa golpeara a Elena en su estado y eso es algo que no le voy a perdonar.

—¡Eso jamás habría sucedido si tú no la hubieses metido en tu cama!

—¡Yo no he metido a Elena en mi cama! Sabe perfectamente que la veo como una hermana menor… —el hombre lo interrumpe con una carcajada sarcástica y luego se acerca un poco más a él, pero Noah, en lugar de retroceder, también da otro paso más y sus rostros quedan bastante cerca, desafiándose claramente por aquella verdad.

—A mí no tienes que mentirme más. Te escuché cuando le dijiste el paramédico que tú eres el padre de su mocoso.

—Su nieto… y sí, lo hice para que me dejaran venir con ella, porque estoy seguro de que usted a su lado sólo iba a estorbar. Es que ni siquiera se le ve un mínimo de preocupación por su hija, ni siquiera me ha preguntado qué es lo que me han dicho. Tampoco se ha acercado a llenar los datos de Elena… ¿Tanto odia a su hija por haberse embarazado?

—No la odio, sólo estoy decepcionado.

—Pues cuando yo me decepciono, aun así, no abandono a mis seres queridos. ¡Un claro ejemplo de ello es precisamente este momento!

Como Noah no quiere seguir con aquella discusión inútil, se separa del hombre y vuelve a sentarse nuevamente en la banca. Lo único que espera es que su amiga esté mucho mejor y que pronto pueda pasar a verla.

Los minutos se van haciendo una tortura y cuando ya pasa más de una hora, Noah se pone de pie y va a pedirle información a la enfermera, pero ella sólo le dice que muy pronto el médico saldrá para darle noticias de Elena.

No puede dejar de ver a Enrique sentado allí como si nada pegado a su teléfono escribiendo algo, ni siquiera ha sido capaz de ver el estado de su hija. Por un momento se debate entre avisarle a Santiago o no, sabe que su amigo adora a su hermana y que gustoso estaría allí.

Cuando ya casi se van a cumplir dos horas de espera en aquel lugar, un médico de impoluta bata blanca sale y él se acerca inmediatamente para hablar con él.

—Dígame, por favor, ¿cómo están mi mujer y mi hijo? —Enrique gruñe tras él, pero Noah no va a abandonar su papel en ese momento porque corre el riesgo de que no le digan nada y lo saquen del hospital. El médico con seriedad se aclara la garganta y toma una tablilla en donde comienza a leer y le dice.

—La señora llegó en un estado bastante deplorable y el estado de su hijo no era mucho mejor… —en ese momento, Noah siente cómo un frío comienza a envolverlo y el terror se apodera de él—. Lamento decirle esto, señor, pero… Su mujer y su hijo no resistieron… Ambos han muerto.

Y en ese momento Noah siente como el aire abandona todo su sistema, se deja caer de rodillas al piso y no puede creer cómo es posible que, por haberse negado a ayudar a su amiga, todo esto haya pasado…

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