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Capítulo 7: ¿Dónde está mi hija?

Noah se despierta con una deliciosa sensación, un calorcito a su costado derecho, un brazo que cruza por su abdomen y algo húmedo en su pecho…

—¡Mierda! —salta de la cama asustado, limpiándose la baba del pecho y cuando Elena salta de la cama también, mirando a todos lados asustada, Noah se pasa las manos por la cara.

Jamás, ¡NUNCA! Ha dormido con una mujer, porque la cama es para muchas cosas con una mujer. Así que sí, es de los corredores.

—¿Qué te pasó? —pregunta ella pasándose las manos por los ojos en un gesto tan infantil que a Noah lo hace sonreír por la ternura que le provoca.

—Es que… ¡pues me tenías babeado, niña! —Elena se pasa la mano por el rostro y se ríe, pero cuando recuerda dónde estaba su cara babeando a su amigo, se sonroja un poco. Sin embargo, luego de verlo nervioso, ella sólo entrecierra los ojos y se acerca a él.

—A mí me huele que tú eres de los que corre, Noah Cummings… y antes de recordar que estabas conmigo, saltaste de la cama para escapar —él le saca la lengua y ella se echa a reír al tiempo que se mete a la cama para seguir durmiendo—. ¡Tarado, me asustaste! ¡¿Quieres que el bebé nazca asustadito?!

—¡Lo siento! Pero tienes razón en todo, nunca he dormido con una mujer y si alguna vez me quedé dormido después de tanto fo… —se calla cuando Elena lo mira feo—. Bueno, si alguna vez me pasó, pues salí de esa cama antes de que al mujer a mi lado se diera cuenta de que me dormí a su lado.

«Pero aclarado el asunto y con la promesa de que no volverá a pasar, quiero saber cómo durmieron mis tesoros —le dice acercándose a ella y acariciando su vientre con ternura, se agacha y deja allí un beso sobre la tela e incluso así a Elena se le hace cálido e íntimo—. ¿Cómo está mi preciosa princesa? El tío Noah pedirá un desayuno digno de una niña tan linda.

—No te oye, aún no puede, pero ya lo hará —le dice ella en un susurro y Noah se la queda viendo, están demasiado cerca y ambos pueden sentir sus respiraciones. Noah se incorpora poco a poco, porque tiene una extraña sensación recorriéndolo, pero todo ese análisis de qué rayos es se va al caño con el grito de Elena—. ¡Ay, sucio! ¡¡Vete a la ducha con agua helada!!

Se cubre el rostro porque sus ojos se han dado de frente con aquella erección matutina, Noah se mira y no hace ni el más mínimo intento de cubrirse, por el contrario, se ríe a mandíbula abierta y le dice.

—¡Y ahora te espantas, condenada! Te recuerdo que una de estas, aunque seguro más pequeña, te hizo a esa preciosura que tienes allí —ella lo mira dolida y Noah se arrodilla—. Acostúmbrate, porque eso nos pasa a todos los hombres que nos funciona de maravilla. Loca.

Se va al baño y Elena lo odia en ese momento, porque ella está sensible y alborotada, es que no se entiende, porque quiere llorar abrazada a la almohada y otra parte quiere ir a meterse a esa ducha con él…

—¡¿Qué?! —se dice golpeándose en la cabeza con una almohada.

Ella no puede sentir cosas por Noah, es mayor que ella, el hombre más puto de la tierra y para variar sin ganas de matrimonio, familia e hijos. Puede aguantarle la sobrina, pero hijos… ¡Ni de broma!

Es de esos capaces de dar mucho dinero mensualmente si le sale un hijo, pero lo que nunca haría es ser padre, porque simplemente no sabe cómo serlo. Y es lógico, nació, creció, sobrevivió y se formó sin una figura paterna, y aunque su madre siempre le dijo que ella fue madre y padre, lo cierto es que no.

Ninguna mujer puede ser ambos, así como un padre tampoco puede, porque esa parte siempre falta. Hay cosas que una madre no te puede decir o enseñar, porque sencillamente no tiene las mismas partes que su hijo varón. Así como un padre no le puede enseñar algunas cosas a su hija por que no tiene lo mismo que ella.

Sí, te pueden dar la charla y todo eso, pero hay límites a los que ellos no van a llegar.

Además, su madre siempre tuvo dos o tres trabajos para sacarlo adelante, por eso ahora la tiene en una casita en el campo, en donde ella eligió vivir y con las personas adecuadas que la cuidan. No tiene que hacer nada por obligación y tres veces al mes por lo menos se escapa para ir con ella a comer galletas, pasear por el campo y abrazarla mucho, porque de niño no pudo hacerlo mucho… precisamente por sus trabajos.

Él no le reprocha nada, su padre la abandonó en cuanto supo del embarazo y ella sólo siguió adelante. Hizo lo que pudo con lo que tenía, a los veinte años no es sencillo, por eso no juzga a Elena y prefiere ayudarla todo lo que puede para que nada malo le suceda.

Él sobrevivió a un aborto planificado porque su madre ni siquiera lo consideró y dos amenazas de aborto espontáneo. Nació prematuro y a su madre le dijeron que sería lento para todo… y sí, lo fue, pero eso no le restó inteligencia y ahora es uno de los empresarios de la construcción más importantes.

Cuando al fin sale, envuelto sólo con una toalla, se recuerda de que la próxima vez debe entrar con su ropa para cambiarse dentro y no incomodar a Elena, pero ella en ese momento no parece molesta y es lógico, si ahora está babeando la almohada.

—Es linda la condenada, esa niña va a salir para que el tío se vuelva un francotirador —susurra feliz, busca su ropa y se mete al baño para cambiarse.

Pide el desayuno y cuando se lo llevan, coloca todo en una bandeja, Elena se despierta por el olor delicioso de algo, pero el café le espanta toda la sonrisa y tiene que correr al baño. Noah corre tras ella para sostenerla y ayudarla a controlar los espasmos.

—¡Lo siento! Te prometo que no vuelvo a pedir caf…

—¡No lo digas! O te juro que vomitaré hasta los pensamientos… —Noah la ayuda a incorporarse, la deja en el lavabo lavándose la cara y corre al cuarto a sacar la taza de la bandeja.

—Pues no más café para el tío Noah. Espero que la cerveza no le cause lo mismo, porque si no este será un embarazo muuuy largo.

Y, aunque para él en realidad no debería ser ni largo ni corto, está tan decidido a ayudar a Elena, que incluso se queda pegado mirando el sofá unos minutos, luego todo el departamento en lo que va al cuarto y decide que ese ya no puede ser el departamento de un soltero y tampoco es apto para criar a una nena.

Elena está en la cama, con los ojos cerrados y respirando profundamente para contener el malestar que siente. Noah se acerca a ella y le pregunta.

—¿Qué quieres comer?

—Sólo… sólo las tostadas, por favor… y tal vez la leche caliente.

Noah le acerca un poco la leche para que la huela y ella asiente, bebe un poco, espera unos segundos para saber si la aguanta y cuando están seguros, Noah le acerca las tostadas.

—Vamos a tener que jugar un poco así con la comida, porque no quiero que nada te ponga malita —le dice con un puchero y Elena le sonríe.

—Sólo dura unos pocos meses… supongo que ahora debo buscar un médico que me atienda, que controle mi embarazo y me diga qué puedo hacer o no.

—Claro que sí, Chiquita. Hazlo hoy mismo, pero desde el teléfono, nada de salir y si te dan cita para hoy mismo, me llamas y yo los mando a todos al demonio para ir contigo —Elena abre la boca para regañarlo y él se ríe—. Es mentira, hoy no tengo compromisos, sólo debo revisar proyectos, algunos bosquejos, nada que sea urgente. Así que sólo llámame, no hay nada que no pueda resolver desde este aparatejo —le muestra el teléfono, le besa una mano y siguen comiendo calmados.

Unos minutos después la ayuda a ir al baño para lavarse los dientes porque está algo mareada. Luego lo hace él, se despide con un beso en la frente de Elena y deja otro en el vientre, sin enterarse de lo que eso significa para Elena y sin darse cuenta de que eso es el inicio de algo mucho más allá de sólo ser el tío buena onda y corruptor de sobrinos.

Cuando sale del departamento, Elena decide dormir otro poco y luego de estar más repuesta busca al médico que llevará su embarazo, sin imaginarse lo que está a punto de pasar.

En el instante en que Noah cruza las puertas del hermoso edificio moderno en donde se alojan sus oficinas, se encuentra la desagradable presencia de Enrique y su mujer.

—Señores Valencia, ¿cómo puedo ayudarlos?

—Sabes perfectamente a qué hemos venido —dice Mirna de manera altanera—. La suelta de Elena no llegó a la casa anoche, por lo que suponemos que se fue a revolcar contigo.

—¿Usted siquiera tiene idea de lo que ayer le pasó a su hija? —le pregunta a la mujer bajando para dejar sus ojos intensos frente a ella y luego mira a Enrique—. ¿Usted le dijo lo que le pasó a Elena?

—¡No iba a preocupar a mi mujer por algo como eso! —Noah se acerca a él, le saca al menos veinte centímetros de altura, pero en realidad el hombre se ve mucho más pequeño en ese momento por la mirada intensa del más joven.

—Ustedes son unos desgraciados. No puedo creer que de la nada Elena dejara de ser su niña linda, consentida para volverse sólo una zorra que salió embarazada.

—¡Tú lo estás diciendo! ¡¡Eso es lo que es, una zorra!! —grita Mirna y Noah le hace el gesto a los guardias para que los saquen de allí—. ¡No te las des de salvador, que tú eres el responsable y no haces nada de otro mundo!

—¡Al menos la estoy cuidando! Y lo que más me alegra es tener la certeza de que, no importa cómo sea como hombre, al verlos a ustedes actuar de esa manera con Elena, sé que seré un mejor padre para ese bebé —mira a los guardias y ordena como sólo Noah Cummings puede hacerlo—. ¡¡Sáquenlos de aquí y tienen prohibida la entrada al edificio!!

Noah se voltea para continuar al ascensor con esa expresión implacable de siempre, hasta que la pregunta que sale de los labios de Enrique lo desarma por completo.

—¡¿Dónde está mi hija?! —y el hombre que se gira para responder ya no ese dulce que se despertó por la mañana, sino esa bestia salvaje a la que le tocaron los… cuernos.

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