Intenso dolor

Las manos húmedas sobre la tierra húmeda e inerte, hacían que su dolor fuera mucho más profundo. Gabriela tomó aire, respiró profundo y miró a su madre, quien lucía radiante, como si nada le hubiera afectado.

—¡Deberías irte!, no tienes nada que hacer aquí —exclamó Gabriela sorbiendo su nariz. Le dolía el alma, el corazón, el hombre que ella había amado tanto, se había ido y la había dejado sola.

—¡Lo siento cariño!, yo no tengo la culpa que tú padre hubiese querido quitarse la vida —exclamó Amelia, una pequeña sonrisa ladeada se dibujó en su rostro, levantó sus gafas y guiño un ojo al hombre que estaba justo al frente, sin pudor alguno.

Gabriela abrió sus ojos de par en par, su madre era una completa descarada, como se atrevía a coquetear en el sepelio de su padre, del hombre que ella decía amar hasta la eternidad.

—¡No tienes vergüenza! Al menos respecta el sepelio de mi padre, ya suficiente tuvo con darse de cuenta la clase de mujer que eres —vociferó Gabriela fulminado con la mirada a Amelia.

—Está bien cariño, me voy, tengo cosas mucho más importantes que hacer que llorar por un viejo decrépito uno que ya no está  —bufo Amelia, la felicidad en su voz era evidente, ella estaba feliz de la muerte de Jacob.

Metros más adelante y con el corazón roto estaba Alan, llorando la muerte de su padre. No había querido acercarse, no quería que ninguna de las dos mujeres notarán su presencia y cuestionaran quien era. 

El cielo amenazaba con dejar salir de nuevo el diluvio universal, aún así Gabriela se negó a dejar la tumba de su padre.

—Señorita, debería volver con su madre, se va a enfermar y créame que no sería bueno para usted, y mucho menos para su madre, ella la adora. —Gabriela levantó su mirada, y vio al hombre que su madre había coqueteado abiertamente sin pudor alguno.

—¡No sé atreva tocarme!, se muy bien quién es usted. ¡Usted es el culpable que mi padre se hubiera quitado la vida!, usted es el culpable que mi madre hubiese dejado de amar a mi padre —exclamó Gabriela, dobló sus nudillos y golpeaba fuertemente el pecho del hombre.

Era el mismo que ella había visto semanas atrás en el auto de su madre, el mismo que vio cuando entraron al hotel. Gabriela suspiro profundo y lo fulminó con la mirada 

El hombre cerró sus ojos, suspiro profundo, mientras tomaba las muñecas de Gabriela se en sus manos.

—¡Lamento mucho la pérdida de su padre!, pero yo no soy el culpable, así que cálmese —vociferó, evidentemente molesta. 

Claro que era mucho más joven que Amelia, y eso era lo que más enfurecía a Gabriela.

Gabriela limpió sus lágrimas, levantó su mirada y por escasos segundos se perdió en la mirada de un hombre de traje elegante que la miraba con bastante atención unos metras más adelante..

Alan la miró fijamente a los ojos, por un leve segundo, sintió como se perdió en la mirada de Gabriela. Se giró y perdió contacto visual con Gabriela, justo en el momento que Amalia su madrastra llegaba. Él solo se dedicó a escuchar todo, a analizar y a pensar.

—¡Gabriela!, ¿Qué crees que haces?  —Los dos se giraron al escuchar la voz de Amelia, quien tenía cara de pocos amigos.

—¡Nada mamita!, solo hablaba con tu amante —bufo Gabriela, jalo sus manos y sonrió al hombre que tensó su cuerpo por completo.

—¡Esto lo hablaremos en casa! —exclamó Amelia. Estaba furiosa, sus ojos amenazaban con salir de órbita, cualquiera diría que estaba completamente celosa.

—No te preocupes mamita, no pienso quitarte a tu amante —denotó Gabriela, se giró y guiño el ojo al hombre, quien apenas podía mirarla a los ojos.

Amelia estaba echando humo por boca y nariz, Gabriela era una insolente, definitivamente Jacob había malcriado a esa niña.

Alan esperó por largas horas a que todos se retiraran, él también quería decirle adiós a su padre por última vez.

Sus pasos eran lentos, llenos de dolor. Apenas una semana atrás había hablado con su padre y le había dicho que nunca más volvería a ir.

Alan se arrodilló frente a la tumba de su padre y lloró como nunca, lloró como cuando tenía cinco años y su madre había muerto.

 Su dolor era profundo, llenos de arrepentimiento, del tal vez que nunca llegó.

—Te juro padre, que Amelia pagará por su traición, ¡Te lo juro! —susurró Alan, enterró sus manos en la tierra húmeda, el agua había empezado a caer, y sin así, se quedó sin mover un solo centímetro de su cuerpo.

—Señor!, es hora de ir al hotel —dijo Ethan, su mejor amigo, y jefe de seguridad.

—¡No quiero irme! —exclamó Alan.

—¡Alan!, se por el dolor que estás pasando, pero si te quedas aquí creeme que vas a enfermar y el próximo muerto serás tú —habló Ethan.

—¡No!, al menos no hasta que Amelia Smith pague con lágrimas una a una la traición a mi  padre —Alan dijo con dolor.

—Creo que no fue buena idea contratar un investigador privado para seguir a esa mujer, y mucho menos  fue buena idea enviarle las pruebas a tu padre —explicó Ethan.

—¡Lo sé! me di cuenta tarde de eso.

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