El CEO es mi padrastro, mi tentación
El CEO es mi padrastro, mi tentación
Por: Paola Ramírez
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El corazón de Alan  latía con mucha más fuerza, sus pasos eran cada vez más largos, llenos de ansiedad, preguntas y anhelos.

Hoy Alan volvía a lo que alguna vez fue su hogar, su lugar feliz, “su casa”.Tenía buenos recuerdos de ahí, pero también tenía malos. 

Alan, suspiró profundo, su felicidad era evidente, darle una nueva oportunidad a su padre después de esa fatídica discusión era lo que más anhelaba.

Él frunció el ceño, todas las luces estaban apagadas, un silencio abrumador se sentía en toda la casa, él dejó las cosas a un lado mientras caminaba hasta el despacho, ese lugar en donde su papá se la pasaba día tras día.

Sintió como una fuerte punzada atravesaba su corazón de lado a lado, giró la perilla, estiró una de sus manos y encendió la luz, la cual hubiera preferido nunca haber encendido.

—¡Papá! —exclamó Alan al ver a su padre con un arma en sus manos, borrando la sonrisa que traía consigo.

Jacob alzó su mirada, y esbozó una pequeña sonrisa, su hijo había vuelto, lo había esperado por varios años, y había vuelto en el peor momento de su vida.

Jacob hizo a un lado a su hijo biológico cuando se casó con una mujer que ya tenía una hija, creyendo que su hijo lo iba a perdonar algún día por preferir a dos personas desconocidas antes que a él. 

—¡Papá!, baja el arma —exclamó Alan, caminando lentamente hacia su padre.

—¡Perdóname hijo! —vociferó Jacob con una botella de trago en sus manos y en la otra su arma, aquella que siempre guardaba bajó su escritorio.

—¡Papá!, baja esa arma por favor, no cometas una locura —exclamó Alan, su angustia se estaba haciendo más grande, estaba desesperado al ver a su padre totalmente ebrio y con un arma en sus manos hacía que su corazón quisiera salirse de su pecho.

—¡Te amo hijo! Nunca lo olvides —exclamó su padre al mismo tiempo que llevaba el arma a su sienes.

Un sonido agudo acompañado de un grito desgarrador hicieron que Alan cayera de rodillas ante el cuerpo inerte de su padre.

Alan lloró al lado del cuerpo de su padre, su mente seguía totalmente abrumada, no entendía porque su padre había tomado aquella fatídica decisión.

Alan sorbió su nariz, y alzó su mirada, caminó hasta el cuerpo de su padre y arrebató el papel que sostenía en sus manos.

Alan recorrió con su mirada todo lo que había sobre el escritorio de su padre. Ahora todo tenía sentido, las fotos sobre el escritorio y el nombre de una mujer sobre el papel hicieron que Alan maldijera una y otra vez.

—¡Te juro padre que tú muerte no va ser en vano!, esa mujer pagará con sangre lo que te hizo  —exclamó Alan, se inclinó y dió un último beso en la cabeza de su padre, limpió sus lágrimas y salió de ahí sin que nadie lo viera.

Sus pasos hacia el auto fueron una eternidad, quería quedarse junto a su padre, llorar, pero sabía muy bien que no era el momento, debía vengar la muerte de su padre y para ello, ellas no debían saber que él había vuelto. No lo conocían, ellas no habían tenido contacto con el hijo de Jacob, ni siquiera por fotos lo habían visto. 

Mientras tanto, Gabriela estacionó su auto, hoy como todos los días estaba realmente radiante, su cabello caía lentamente hasta su cintura, hoy a pesar de la discusión con su madre estaba feliz, había pasado su examen y por fin obtendría su título profesional, solo esperaba que su Jacob, el hombre que consideraba como padre, se alegrará tanto como ella.

—¡Papito!, ¿Dónde estás? —exclamó Gabriela dejando aún lado su laptop. 

Caminó hacia la biblioteca y abrió la puerta, estaba emocionada por darle la noticia a su padre, que solo entró sin fijarse que su padre yacía muerto sobre el escritorio.

—¿Dónde está el papito más querido del planeta?, ¡Eh! —exclamó caminando hacia su padre, sus pasos se hicieron más lentos al darse cuenta que había sangre sobre el escritorio de su padre.

—¡Papito!, ¿Estás bien? —dijo Gabriela acercándose lentamente. 

Sus ojos se abrieron de par en par y un grito agudo salió de su garganta. Sin dudarlo un segundo Gabriela corrió hacia su padre, levantó su rostro y besaba reiteradas veces.

—¡Papito!, ¡Papito, ¿Qué hiciste? —exclamó en medio del llanto al ver el arma aún lado de sus manos..

—¿Gabriela?, ¿por qué tanto alboroto?, ¿Acaso no te he enseñado a comportarte decentemente? —vociferó Amelia entrando a la biblioteca.

Su mandíbula prácticamente cayó, sus ojos se abrieron como platos, y su cuerpo se congeló por completo.

—¡Gabriela!, ¿Qué hiciste? —dijo Amelia mirando con terror a su hija.

—¡Yo no hice nada!, mi padre se quitó la vida, llama a la policía —dijo Gabriela en un sollozo, su corazón le dolía, su alma estaba apunto de abandonar su cuerpo, el hombre que le había entregado todo su cariño se había quitado la vida.

Gabriela subió a su habitación con ayuda del ama de llaves, la policía se había llevado el cuerpo de su padre, ahora solo faltaba horas para que por fin pudieran darle cristiana sepultura.

Se dejó caer sobre la cama y lloró como nunca en su vida lo había hecho, ahora estaba sola, o simplemente así se sentía, su madre nunca le había demostrado el amor que su padre le había demostrado a pesar de no ser su verdadero padre.

—¿Qué haces ahí niña?, ¡Levántate!, debemos recibir a la gente —Amelia estaba realmente furiosa.

Gabriela alzó su mirada, se colocó de pie y caminó hacia su madre, quien estaba puesta en un vestido negro de diseñador, tratando de lucir lo más poderosa posible.

—¿Esto es tu culpa?, ¿Me imagino que ahora sí estás feliz? —bufo Gabriela.

Amelia levantó su mano y la estampó en la mejilla de Gabriela haciendo que el dolor en su pecho se incrementará mucho más.

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