Dolor en el corazón

El dolor en su cabeza hizo que Gabriela abriera sus ojos, miró a todos lados. No conocía el lugar, aún no entendía como había bebido tanto si nunca en su vida se había tomado una sola copa de vino.

Gabriela llevó sus manos a su boca, al ver a un hombre durmiendo a su lado completamente desnudo.

Lo miró fijamente por unos segundos, era definitivamente el hombre más guapo que sus ojos hubieran visto, un completo Dios griego, tal como su amiga solía decir.

Ella  se bajó lentamente de la cama, con cuidado de no despertar al Dios griego que dormía a su lado, tomó su ropa y corrió hacia el baño.

—¿Qué hiciste Gabriela?, acabas de perder tu virginidad con un completo desconocido —exclamó ella mirándose al espejo.

Ella movió su cabeza rápidamente, se echó agua en la cara, y se vistió. Gabriela caminó de puntas y salió de la habitación como alma que lleva el diablo.

Su corazón latía a mil por segundos, su cabeza estaba hecha un ocho, por un lado lo sucedido en ese bar, y después haber bebido como loca y por supuesto, amanecer al lado de un hombre que ni siquiera conocía.

Mientras tanto, Alan estiró sus manos, aún recordaba el suave y terso cuerpo desnudo de Gabriela sobre el suyo, una leve sonrisa se dibujó en su rostro al mismo tiempo que abría sus ojos.

Alan se sentó rápidamente sobre la cama, llevó sus manos a la cabeza al no ver a Gabriela a su lado, corrió las sábanas. Sus ojos se abrieron de par en par al ver la mancha de sangre sobre las sábanas.

—¡Maldición!, ¿Qué acabo de hacer? —se cuestionó, se colocó rápidamente de pie y fue al baño.

Ahora  no tenía tiempo para pensar en absolutamente nada, su cita con el abogado de su padre sería en una hora así que tenía el tiempo justo para arreglarse.

Ethan abrió la puerta de la habitación y no pudo evitar llevar sus manos a la cabeza, al ver la cama hecha un desastre, sin contar la mancha de sangre que tiñó las sábanas blancas.

—¿Dime qué no hiciste algo estúpido?  —exclamó Ethan.

Alan salió del baño, frunció el ceño y arrugó su nariz.

—Digamos que comencé mi venganza con pie derecho —exclamó Alan.

—¡Por Dios Alan!, ella no venía en tus planes, ¿O se te olvida? es como si fuera tu hermana —vociferó Ethan.

—¡No es mi hermana!, es hija de esa m*****a mujer y créeme que haré lo que sea por vengar la muerte de mi padre —Alan tomó su celular y salió de la habitación sin esperar a Ethan quien rodó sus ojos, al ver que su amigo era un completo testarudo.

—No debiste acostarte con Gabriela, te vas a arrepentir toda tu vida, ella no tiene nada que ver, ella es inocente —Ethan dijo exaltado.

Alan subió al auto, estaba realmente furioso, las palabras de Ethan tenían mucho sentido aunque por otro lado Gabriela le había robado el amor de su padre, ella se había quedado con el amor que debía ser solo para él. Mientras él tuvo que partir de su casa, ella se había quedado con todo, con absolutamente todo.

Gabriela bajó del auto, caminó hasta la enorme casa y  tocó suavemente, subió las escaleras y caminó hasta su habitación.

Le dolía la cabeza, sus piernas, mejor dicho le dolía su cuerpo entero. Amelia, estaba realmente furiosa, su hija no había pasado la noche en casa y fuera de todo llegaba sin dar alguna explicación de absolutamente nada.

—¿Se puede saber en dónde pasaste toda la m*****a noche? —preguntó Amelia entrando a la habitación de Gabriela.

—¿Acaso alguna vez te ha importado en dónde estoy, o te ha interesado alguna vez que me suceda?, ¡No!, ¿Verdad madre?, o estoy equivocada —espetó  Gabriela caminando en su habitación sin dirigir la mirada a su madre.

—¡Deja de ser insolente!, soy tu madre, me debes respeto —ordenó Amelia tomando del brazo a Gabriela.

—Por favor madre, tus reclamos son vacíos, no tienen sentido para mí,  ahora déjame sola, no quiero verte más —suplicó Gabriela.

—¡Déjate de berrinches!, y arréglate, quiero ir con el abogado de tu padre, quiero saber si lo que dijo tu padre es cierto, o solo lo hizo por vengarse de mí —habló Amelia evidentemente enojada.

—¿Qué madre?, ¿acaso te aterra que sea cierto las palabras de mi padre? No sabes el gusto que me daría que fuera cierto y que todo absolutamente todo se lo hubiera dejado a su único hijo —Gabriela mira a su madre fijamente mientras le habla.

Amelia levantó su mano derecha y la estampó en las mejillas sonrojadas de Gabriela, una pequeña lágrima resbaló por su mejilla.

Le dolía el alma, el corazón, y ahora le dolía mucho más al ver que su madre solo le interesaba el dinero.

—¡Te quiero en cinco minutos abajo! No hagas que yo vuelva por ti, porque creeme esto también te concierne a ti. ¿Por que qué crees? La vida a la que estás acostumbrada se irá a la basura. Si ese hijo se queda con todo, nosotras nos quedamos sin nada.

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