3. Los motivos.

Al colgar la llamada que fue una sentencia para su vida, Gisselle se levantó del suelo donde estaba sentada, para reorganizar su pequeño departamento con las pocas cosas que le quedaron en pie. Fue tal el susto al llegar y ver la puerta abierta y las pocas pertenencias patas arriba y destrozadas que las piernas le fallaron, y desde ahí mismo leyó la nota que le dejó el responsable del desastre.

“Hola preciosa, solo encontré doscientos dólares que se restarán a la deuda de tu amadísimo padre, así solo quedas debiendo cuatrocientos ochenta mil, espero recibirlos pronto; sino me cobraré contigo, tengo planes muy buenos para recuperar mi dinero.”

El escalofrío que la recorrió solo al imaginar los distintos escenarios de cómo ese matón saldaría la deuda con ella, casi la hace vomitar, sin pensarlo dos veces tomó su celular y llamó a la única persona en la que pudo pensar, con él por lo menos entregaría su cuerpo por voluntad propia.

—¿Gisselle?

—Sí, soy yo... y sí, acepto…

Después de eso, ya todo estaba dicho, Owen organizó su mente para poner en marcha su plan.

—De acuerdo, ahora mismo envío a Roy por ti, para que vengas y conversemos bien el tema.

—No —exclamó la chica, casi a voz de grito—, por favor, hoy no, necesito hasta mañana pa-para arreglar mis cosas aquí.

Gisselle no podía permitir que ninguno de los dos amigos viera en las condiciones en la que estaba, ella podía ser pobre y estar necesitada, pero la vergüenza de que Roy u Owen confirmaran todo, la ponía contra la espada y la pared.

—Te daré dos horas —siempre ordenando sin pedir opiniones de nadie—, es tiempo más que suficiente para que resuelvas todos tus asuntos pendientes, voy a llamar al doctor O’Conner para que te atienda hoy mismo y así por la mañana tendremos todo el panorama resuelto. —Sin esperar respuesta colgó el todo poderoso CEO para poner manos a la obra.

Para Gisselle, que una persona le ordenara hacer algún trabajo era normal, desde niña se acostumbró a acatar órdenes de sus superiores para cumplir con sus tareas, a menos que esas órdenes fueran para dirigir su vida, ese motivo siempre la llevó a tener problemas dentro de algunos empleos. Y claro, esa no fue la excepción, solo que esta vez, como de seguro en un futuro no muy lejano, debería acostumbrarse al carácter dominante de Owen Clark, y rápido.

Terminada con la labor de recoger el desastre apenas le quedó tiempo para darse una ducha, enrollada en su toalla se paseó por el pequeño departamento con unas inmensas ganas de llorar, tan grandes que le oprimían el pecho hasta dejarla casi sin aliento, pero retuvo las lágrimas, sabía que, si comenzaba a llorar el Diluvio Universal descrito en la Biblia, parecería una lluvia veraniega en comparación.

Terminó de vestirse y unos toques en su puerta la pusieron en alerta, al salir de la alcoba, se dió cuenta de que el rubio de ojos azules estaba parado abarcando todo el dintel de la puerta con una cara de disgusto.

—Sé que no es mucho, y quizá no estas acostumbrado a estar en sitios así, me disculpo por eso, pasa por favor. Ya casi estoy lista.

—Discúlpame si te di la impresión de prejuicioso o algo, pero es mas bien de extrañeza, ¿sueles dejar tu puerta abierta para que cualquier extraño pase sin más?

—No, claro que no, es que… esta tarde al llegar no-no pude abrir y rompí el cerrojo, luego lo arreglo; de todas formas, no hay nada que robar aquí.

—De acuerdo, vamos, que se nos hace tarde con el doctor.

—Dime una cosa, ¿por qué viniste tú…? —Roy dejó salir su expresión pícara como si atrapara a la chica con las manos en la masa, pensando que ella quería que fuese Owen quien estuviera ahí y no él—; es decir, ¿pudo enviar a cualquiera de sus empleados o incluso enviar un taxi para ir por mi cuenta a la clínica? sería normal en todo caso.

—Owen es muy reservado, creo que debiste darte cuenta y solo confía en mí para sus asuntos más importantes y tú niña, te convertiste de la noche a la mañana en un asunto DEFCOM 1.

En el camino de ida a la clínica todo era silencio y los pensamientos de la chica estuvieron rebotando por todo el auto sin parar.

Para ella, no fue fácil aceptar tal propuesta de un perfecto extraño, de no ser por Lowell y sus matones, su respuesta hubiese sido un “no” rotundo, aunque la situación se puso difícil durante mucho tiempo; la posibilidad de prostituirse nunca fue una opción, le costó arreglar el pago de la deuda con la universidad; mas, con sus dos trabajos le alcanzaría para entregar las cuotas a cancelar, en un periodo largo eso sí. Solo le quedaba la cuenta en el hospital y Lowell.

Este último era quien más le preocupaba y la mayor razón por la cual estaba allí en ese auto dispuesta a entregar su virginidad, alquilar su vientre para gestar al hijo del CEO de la compañía en la cual trabajaba y entregárselo como si no fuese más que un paquete, y ella sabía que la carga emocional de su decisión repercutiría por el resto de su vida.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo