7. Las preguntas.
Dentro del camarote Owen estaba que se lo llevaba el diablo, necesitaba un trago, un maldito trago, pero el idiota de Roy se encargó de alejar las bebidas de su presencia —"como si fuese un maldito alcohólico”—, pensó en ese momento Owen, aunque en el fondo le agradecía ya que al ingerir esa bebida las molestias en su cuerpo aumentaban.

No podía creer lo que le acababa de pasar, la gente prejuciosa para él era más detestable que un ladrón, ya que el ladrón tiene sus motivos para hacer lo que hace; sin embargo, la persona prejuicioa no se mira ni la punta de la nariz, no tiene razones válidas para someter a alguien a sus pensamientos y escrutinios basándose solo en lo que se imagina.

Mientras más le daba vueltas al asunto, más se molestaba, y la razón de su molestia no era tanto por la idea equivocada que las personas tuvieran de él, no, era más sobre lo que Gisselle pensara. Esa mujer comenzaba a afectarle de una manera que por esos momentos, Owen, no se permitía analizar.

Su malestar
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