CAPITULO XL

El golpe en la espalda le quitó el aire. Thomas apenas tuvo tiempo de girarse antes de que otro impacto lo derribara por completo contra el suelo. El concreto frío y áspero le rasgó la piel bajo la tela de su camisa, y el olor a lluvia reciente mezclado con humo de escape impregnaba el aire.

No había sido un error. La había subestimado.

Todavía con el cuerpo tenso por la caída, sintió el peso sobre él antes de ver su rostro.

Era una mujer joven, de piel pálida con un matiz nacarado que resaltaba bajo la luz tenue de las farolas. Sus facciones eran finas, con pómulos altos y una mandíbula suavemente esculpida, pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos: grandes, de un azul gélido que destellaba con una mezcla entre diversión y peligro. Su boca, de labios carnosos y perfectamente delineados con un rojo profundo, se curvó en una sonrisa pícara mientras se inclinaba sobre él, dejando caer mechones de su cabello rubio platino. No era completamente liso; se deslizaba en ondas s
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