CAPITULO LXI

Anfisa estaba en su habitación, de pie frente al enorme espejo de cuerpo entero. La tenue luz de la lámpara de su tocador iluminaba el espacio con un resplandor dorado, reflejándose en los brocados de las cortinas y en los muebles de madera oscura. A su alrededor, las bolsas de compras estaban apiladas sobre la cama, un recordatorio de la tarde que había pasado con Thomas.

Con los dedos recorrió la tela satinada de la lencería blanca que había escogido en secreto. Era delicada, con un corsé ajustado que marcaba su cintura y una falda corta que caía con una gracia casi inocente. Las ligas a juego descansaban sobre sus muslos, esperando ser colocadas. No era vulgar ni descarada, pero había algo en la prenda que la hacía sentir… diferente.

Se miró en el espejo y se obligó a no apartar la vista.

Últimamente, había notado feliz la forma en que Thomas la observaba. No con la mirada analítica de él o la protección de un tutor. Era otra cosa. Algo contenido, intenso, como si en cualquie
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